Nicolás García deja su mate de lado y se levanta parar acercar unas 10 carpetas con las plantas tipo que guarda el Herbario EIF de la Facultad de Ciencias Forestales de la Universidad de Chile, del que es curador. Explica que estas serían las joyas de la colección, incluyendo los especímenes que se utilizaron para describir nuevas especies en Chile. En eso, abre una de las primeras carpetas. Es la Miersia raucoana.

Con los dedos, repasa los detalles de la que es su colección 6139. Tiene unas hojas pequeñas, al igual que los pétalos de sus flores. Es de un género endémico de Chile, característico por florecer en invierno. Fue encontrada por un cercano del herbario en Rauco. Se describió junto a la Miersia stellata, encontrada por la alumna de la facultad, Claudia Cuevas. “Salieron las dos al mismo tiempo, me mandaron fotos de ellas con una semana de diferencia. Fue una coincidencia”, explica Nicolás, quien fue parte de la descripción de ambas nuevas especies, que ahora se mantienen conservadas en el herbario.

Nicolás vuelve a sentarse y a tomar su mate. Dice que, además del herbario, mantiene sus investigaciones y la enseñanza universitaria. En sus más de 20 años de trayectoria, cuenta con numerosas publicaciones y proyectos de investigación. Ha liderado la descripción de seis especies de plantas para Chile, siendo las más recientes Haplopappus colliguayensis y Haplopappus teillieri. Además, fue parte del descubrimiento de los géneros Paposoa, para su doctorado, y Atacamallium, junto a la bióloga y activista Raquel Pinto. Hoy, trabaja en describir nuevas especies de añañucas y miersias para Chile, entre todo su universo botánico.

Herbario EIF. Créditos Verónica Droppelmann
Haplopappus. Créditos Verónica Droppelmann

El inicio de una pasión

Desde que era niño, Nicolás García se veía como un explorador. Cuenta que se dibujaba con una malla recogiendo mariposas y que tenía un insectario. Siempre ha sido un amante de la naturaleza, pero la fascinación por las plantas no llegó hasta que entró a estudiar ingeniería en Recursos Renovables en la Universidad de Chile. Más tarde, viajó a la Universidad de Florida para su doctorado.

“En mi primer curso de botánica supe que era lo mío. Sobre todo, me interesó el tema de la taxonomía, de entender las características que se usaban para agrupar a las plantas, formar los distintos grupos y tener los conocimientos para reconocer a las especies. Lo decidí en mi primer año y trabajé tempranamente en ello, con mi primer maestro, el profesor Luis Faúndez”, comenta.

Paposoa laeta. Créditos Josefina Hepp
Paposoa laeta. Créditos Josefina Hepp

Dentro de todas, fueron las geófitas las que robaron su corazón. Es decir, todas las plantas con estructuras subterráneas, ya sea bulbos, tubérculos, rizomas o cormos. “Me llamaron la atención por una cosa estética, porque son muy lindas, sobre todo sus flores. Y por que me empecé a dar cuenta de que, a pesar de ser un grupo muy diverso y endémico de Chile, era muy poco estudiado. Ahí empecé a entrar al mundo de las añañucas, que es el grupo que estudio hasta ahora”, explica.

—¿Qué crees que es lo más fascinante de las añañucas?

— Son muy lindas, me gustan mucho. Las amarilidáceas (Amaryllidaceae), la familia a la que pertenecen, en general son flores muy bellas. Pero más allá de eso, sorprenden por su endemismo, en Chile como el 80% tiene esa característica.

—Se suelen vincular mucho con el desierto florido, ¿son solo de ahí?

—No, de hecho, el grupo que estudié en mi proyecto anterior, Phycella, tiene su mayor diversidad en Chile central, en la Región Metropolitana y de Valparaíso. La que estudio ahora, Zephyranthes, todavía no lo tenemos muy claro, pero es probable que la mayor diversidad esté más al sur. Es decir, hay mucho que aprender de las añañucas todavía. Por eso me interesaron, siendo tan carismáticas, emblemáticas y poco estudiadas. Porque incluso lo que se sabía de las amarilidáceas no incluía a las nuestras. Por eso hice mi doctorado en ese tema y me llevé una colección de añañucas de acá.

—En eso descubriste el nuevo género de añañucas…

—Estudié una tribu, un conjunto de géneros. Lo que hice fue estudiar las relaciones evolutivas para poder traducirlo en clasificación taxonómica del grupo a nivel de género. Salió nuevo género y tuve que redefinir varios más. Por ejemplo, especies que se pensaban de otro género. La verdad, la manera de hacer taxonomía ahora es reflejar las afinidades evolutivas de los organismos. Por eso es que estudiamos la filogenia, las relaciones evolutivas, y eso se traduce en taxonomía. Esa es la razón de por qué las taxonomías clásicas tradicionales están basadas en similitud morfológica, sin necesariamente reflejar las afinidades evolutivas de los organismos. Eso recién lo hemos empezado a descubrir en los últimos 20, 30 años, gracias al desarrollo de técnicas moleculares y los avances en secuenciación de ADN.

—¿A qué nos referimos cuando hablamos de relaciones evolutivas?

Estudiar las relaciones evolutivas es un poco estudiar la historia de lo que vemos ahora. Loque uno hace es investigar, hacer inferencia acerca de qué tan cercanas son las distintas especies entre sí. Eso se puede hacer con distintas aproximaciones.Ahora lo que más se usa es el ADN. Claro, porque estamos todos los seres estamos conectados entre nosotros por nuestra historia, a través de nuestros ancestros en común.

—Eso está en el ADN.

—Claro, por eso es como jugar al detective y armar un puzzle.

El por qué de los herbarios

Si uno entra el herbario EIF, cuesta imaginar a simple vista que en el lugar hay miles de ejemplares de plantas, colectando y manteniendo una historia de cientos de años. En sus infraestructuras, más del 90% es corresponde a las angioespermas o plantas con flor, y están ordenadas según su filogenia. En total, hay 18 mil especímenes de plantas ingresados y ordenados. En otros muebles, Nicolás explica que hay todavía entre 3 y 5 mil que esperan ser organizados. Estamos en uno de los tres del Consorcio de Patrimonio Botánico de la Universidad de Chile (PBUCH).

Herbario EIF. Créditos Verónica Droppelmann
Herbario EIF. Créditos Verónica Droppelmann

Nicolás gira las palancas para mover los muebles y abre puertas para sacar y mostrar más carpetas. Parte de este repositorio también está disponible en el Herbario Digital, trabajo del que se encarga Scarlett Norambuena, ingeniera forestal. En general, el trabajo del herbario, aunque es guiado por Nicolás, se compone principalmente del entusiasmo y responsabilidad de estudiantes de la facultad. De alguna manera, el mismo curador que hoy muestra orgulloso las colecciones, fue un estudiante entusiasta amante de la botánica.

“Llegué al herbario cuando estaba al final de la carrera, con los profesores que estaban a cargo: Rodolfo Gajardo, María Teresa Serra y Federico Luebert. Hablamos de principios de los 2000. Me titulé y seguí vinculado, además que me contrataron por unas pocas horas académicas. Partí a mi doctorado en 2009, volví en 2016 ya como académico de jornada completa y la profesora que estaba a cargo del herbario en esa época, Rosita Scherson me pidió hacerme cargo”, explica.

Herbario EIF. Créditos Verónica Droppelmann
Herbario EIF. Créditos Verónica Droppelmann

Un herbario es un testigo físico de la historia y nuestro patrimonio natural. Gracias a ellos es posible estudiar la taxonomía de las plantas, a través de la genética y la morfología. Además, es un trabajo artístico, en el que cada ejemplar requiere un trabajo de secado y pegado especies, que permita que se mantenga por cientos de años. Los materiales deben ser libres de ácido y las técnicas utilizadas delicadas para no dañar la planta.

“Los herbarios tienen una importancia patrimonial que es multidimensional. Son patrimonio histórico, porque hay mucha historia en ellos, a través de toda la gente que ha pasado trabajando, y también el patrimonio científico. Cada ejemplar es también un dato sobre biodiversidad”, explica.

Esto resulta esencial en Chile, país donde se descubren alrededor de unas 10 especies de plantas al año. Los herbarios son los testigos de esta flora, guardando su colección original (holotipo), su duplicado (isotipo) u otros ejemplares utilizados para la descripción de la especie (paratipos).

Herbario EIF. Créditos Verónica Droppelmann
Herbario EIF. Créditos Verónica Droppelmann

Nicolás abre otra carpeta para ejemplificar. “Este es un isotipo de Atacamallium multiflorum, que también es un género nuevo que describimos con Raquel Pinto”, dice, mientras señala sus pequeños frutos y flor. “La descubrimos en 2005 y nos demoramos como 15 años en describirlo”.

—¿Qué fue lo difícil de describir un género nuevo?

—Estábamos entre dos géneros. Nothoscordum y Tristagma, que son dos géneros de amarilidáceas ahora. No estuvimos seguros hasta que extrajimos el ADN de la muestra y lo incorporamos a la filogenia de amarilidáceas, y nos dimos cuenta de que era un género distinto.

—¿Cómo se extrae el ADN?

—Como una receta de cocina. Es un protocolo con distintos reactivos, componentes que básicamente rompen la pared celular. Con eso se libera el ADN del núcleo. Después vienen procesos de limpieza para dejar el ADN.

—¿Se ve el ADN o es demasiado microscópico?

—Hay varias técnicas, nosotros usamos un protocolo que al final deja un pellet en el fondo del tubo que es puro ADN. Yo soy investigador asociado y codirector del laboratorio molecular, y ahí se hace la investigación del ADN, pero con procedimientos moleculares simples. Las cosas más complejas las mandamos a otras partes.

—Más allá de esto, ¿hay algún instinto en terreno que les haga saber que están frente a una nueva especie?

—Estar seguro la primera vez implica tener mucho conocimiento detrás acerca de lo que ya está descrito para ese grupo en particular. La mayoría de las veces uno está colectando y después de mucho tiempo se da cuenta que era algo nuevo.

Herbario EIF. Créditos Verónica Droppelmann
Herbario EIF. Créditos Verónica Droppelmann

— Las últimas especies de flora descritas para Chile han sido muy únicas y endémicas. ¿Por qué sucede esto?

—Se supone que la flora de Chile es una flora relativamente bien conocida, entonces lo que vamos descubriendo ahora son cada vez especies más raras, con distribuciones más restringidas, que por algo es que nos hemos demorado tanto en encontrarlas. Por ejemplo, esta Miersia putaendesis, descrita por Arón Cadiz, está solo en Putaendo, una zona poco estudiada en cuanto a su flora antes de que él se metiera a estudiarla. Hay lugares con muy pocos datos de su flora y en general siempre hay algo nuevo.

—¿Hay lugares prometedores en Chile para el estudio de nueva flora?

—En Chile se describen unas 9 o 10 especies al año, y la mayoría son de Chile Central. Creo que la región menos explorada es Atacama. Pero entre Atacama y el Biobío es la zona de mayor biodiversidad de flora de Chile. 

La deuda con la flora chilena

Fuera de los estantes centrales, el herbario guarda colecciones que están a la espera de su ingreso oficial. Carpetas con diarios cafés denotan plantas que llevan guardadas por más de 30 años, probablemente. En el herbario hay especímenes de todo el territorio chileno, desde la Región de Arica y Parinacota, hasta la de Magallanes y Antártica chilena, incluyendo Juan Fernández y Rapa Nui. Muchos todavía esperan ser ingresados. Ya terminando de mostrar esos closets repletos, recuerda una colección especial.

Herbario EIF. Créditos Verónica Droppelmann
Herbario EIF. Créditos Verónica Droppelmann

La carpeta es café, con una letra en su portada que es claramente del siglo pasado. La abre con cuidado. Parecen papiros. Se ve que son plantas antiguas y su registro lo comprueba. Algunos nombres científicos cambiaron hace décadas y, las que tienen años, las ubican en los 1800.

“Estos ejemplares los encontramos hace poco, estaban medios perdidos. Son del siglo 19. No temeos muy claro de quién es el colector. Aquí por ejemplo hay un peumo con su nombre antiguo, Cryptocaria peumo, de 1883. En la mañana se los mostré a Federico Leubert, que es el curador del herbario de Agronomía y él me decía que por la letra tal vez son de Phillippi. Pero tenemos que ver. Esto está en la sección de los tesoros, pero hay que hacerles una curatoría importante, porque están algunos medios podridos”, explica.

Herbario EIF. Créditos Verónica Droppelmann
Herbario EIF. Créditos Verónica Droppelmann

Todavía queda mucho por saber y confirmar sobre ellas, pero son un claro ejemplo de cómo se mantiene el legado botánico a través de los años, y el por qué es necesario seguir con su trabajo, en especial con el rol de los herbarios.

—¿Qué deuda crees que tenemos con la flora chilena?

—Yo creo que la mayor deuda que tiene Chile y no solamente con la flora, sino con el estudio de toda su biodiversidad, es darle mayor valor a los estudios de historia natural que incluyen todo esto de la taxonomía y de las colecciones biológicas. En la actualidad todos los que nos dedicamos a esto lo hacemos muy a pulso. Prácticamente no tenemos fondos. Los únicos fondos que hay aquí en Chile para hacer investigación son el FONDECYT, que son proyectos en los que hay que plantear mucho más que solo la taxonomía. Entonces, no hay fondos para hacer taxonomía y tampoco no hay fondos para mantener las colecciones biológicas. Tampoco hay fondos para poder investigar lugares que están poco estudiados. Entonces, es como una actividad que como que en las últimas décadas se dejó súper de lado y está súper poco valorada. A la vez se nos exige mucho, pero no nos dan nada a cambio.

—¿Cómo ves a los nuevos botánicos, o a la juventud que se dedica a la taxonomía y colecciones biológicas?

—Eso me da mucha esperanza. Veo a mucha gente con harto ímpetu, pasión y entusiasmo por la actividad botánica, a pesar de todas estas limitaciones que tenemos. Eso me da esperanza de que no va a morir la botánica, porque en la situación actual en la que estamos, donde no hay financiamiento prácticamente, pensaríamos que va a desaparecer la actividad. Eso también desmotiva a muchos. Tampoco es un problema solo de Chile, sino global. Hay que ser perseverante para dedicarse a esto.

Herbario EIF. Créditos Verónica Droppelmann
Herbario EIF. Créditos Verónica Droppelmann

—¿Crees que eres un referente de estos nuevos botánicos?

—Espero que sí. Siempre he intentado apoyar a todos, colaborar, resolver dudas, formar a nueva gente en botánica. Un objetivo personal desde que me hice cargo del herbario es que sea un núcleo de formación de nuevos botánicos en Chile.

—Hace poco nombraron una nueva especie en tu nombre, Weissia nicogarciae. ¿Cómo te sentiste con eso?

— Super bien, contento. Fue una sorpresa y no tanto porque esa la colectamos juntos con Juan Larraín, que fue quien la describió. Después de un tiempo de dijo que la había estudiado y se dio cuenta de que era nueva, así que me la iba a dedicar. Pasaron un par de años y vi en terreno que se había descrito la especie. Fue emocionante igual.

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