Nanoplásticos: un peligro invisible que amenaza la frágil biodiversidad de la Antártica
Provienen de la degradación de plásticos como botellas o bolsas que los humanos arrojamos al mar, y son tan pequeños que es imposible verlos y detectarlos a simple vista, pero es precisamente su tamaño lo que los hace tan peligrosos al ingresar a los ecosistemas o al organismo de un animal. Los nanoplásticos son del tamaño de un nanómetro, la millonésima parte de un milimetro, y pueden provocar grandes pérdidas en la biodiversidad en la Antártica, ya que afectan a especies como pingüinos y erizos. Te contamos más de esta investigación del Instituto Chileno Antártico sobre los efectos del plástico «invisible» en una de las tierras consideradas de las más prístinas del mundo.
Son ocho millones de toneladas de basura que van a dar cada año al mar, o en otras palabras, cada segundo más de 200 kilos de basura van a dar a los océanos, de esta, un 80% es plástico. Los efectos de los mesoplásticos, o sea, plásticos medianos como botellas, bolsas, envoltorios de comida, redes, entre otros, son evidentes en la fauna marina. Sin embargo, con el tiempo, estos objetos que permanecen flotando o en el fondo del mar, son erosionados por las corrientes marinas, el sol, las rocas y hasta son ingeridos por animales de todos los tamaños. Así sus componentes comienzan a degradarse, a hacerse cada vez más pequeños hasta llegar a ser imperceptibles por ojo humano. De milímetros pasan a micrómetros y de micrómetros a nanómetros. Para hacerse una idea, los nanoplásticos son mucho más pequeños que una célula promedio y son capaces de penetrar en ellas fácilmente, de ahí su potencial tan dañino.
La presencia de nanoplásticos en la Antártica ha captado la atención de algunos científicos y científicas del Instituto Antártico Chileno (INACH), el jefe del Departamento Científico y biólogo, Dr. Marcelo Gonzalez, lleva años investigando los efectos de las nanoesferas de poliestireno, plumavit, en algunas especies endémicas como el erizo antártico (Sterechinus neumayeri) o la almeja antártica (Laternula elliptica). En ambas especies se encontraron acumulación de partículas de plástico que estarían generando problemas en la expresión de genes, relacionados con funciones básicas como el estrés y la muerte celular programada o apoptosis.
El científico comenta que genera especial preocupación cuando estos compuestos se transfieren y acumulan de organismo en organismo a través de la alimentación, proceso que se denomina como bioacumulacíón. “Se han encontrado nanoplásticos en fecas de pingüino Rey y papúa. Estos plásticos pueden ser consumidos de forma directa o a través de presas, ahí es cuando se incorporan a la cadena alimentaria”. Eso es relevante también porque en algunos casos estos animales actúan como degradadores biológicos de plástico, lo cual contribuye a la dispersión de estas pequeñas partículas, por ejemplo, cuando el krill consume derivados de este material, ya que estos pequeños crustáceos forman parte de la dieta de muchos animales en el continente blanco.
Las consecuencias para la salud de estas especies y los ecosistemas pueden ser varias, comenta la investigadora y bióloga del INACH, Ximena Salinas. “Daña su salud reproductiva, lo cual implica una pérdida de diversidad a largo plazo en ecosistemas tan frágiles como la Antártida, donde no tienen tanta capacidad de sobreponerse. Cada una de estas especies, aunque sean pocas, cumplen un equilibrio dinámico”, explica la investigadora. “Lo más grave es que con esto podríamos perder mucha biodiversidad”, agrega.
González, por su parte, señala que los nanoplásticos generan efectos asociados a la respuesta inmune en erizos, así como en sus defensas, “En pequeños crustáceos que habitan en lagunas, estarían afectando su movilidad y capacidad de reproducirse”, agrega el biólogo.
Estos nanoplásticos provienen de la degradación de macroplasticos como plumavit, bolsas, botellas, ropa, productos cosméticos, etc. Que van a dar al mar y en condiciones de luz, salir y viento se erosionan hasta convertirse en micro y nano plásticos. Estas pequeñas partículas son las que se encuentran en la Antártida.
No se tiene certeza exacta de dónde provienen estos plásticos, sin embargo, los científicos deducen que podrían ser transportados a través de vectores como ciertos tipos de algas que tienen la capacidad de flotar y viajar, miles de kilómetros desde el Chile Continental a la Antártida a través de las corrientes marinas. “Las corrientes marinas y dinámicas atmosféricas, propician y ayudan a que todas estas partículas y contaminantes para que puedan llegar. El desgaste de las botellas en el agua ya libera partículas”, agrega Salinas. González señala que, además, se ha encontrado evidencia de mayores concentraciones de nanoplásticos en especies provenientes de la costa de la península Antártica que está más cercana al continente.
Otros peligros asociados a los plásticos
Además del inminente peligro de los nanoplásticos para la biodiversidad antártica, existe otro compuesto químico que podría ser igual de nocivo para los ecosistemas. Los compuestos orgánicos persistentes, sustancias químicas presentes en algunos tipos de plásticos. Se desprenden de ellos durante el proceso de degradación, son imperceptibles al ojo humano y tal como su nombre lo indica, permanecen en el medio ambiente por muchos años. Además son bioacumulables porque se almacenan en los tejidos de los organismos y se transmiten a través de la cadena alimenticia.
Uno de estos, es el Bisfenol A, presente en algunas botellas plásticas (BPA). Salinas explica que estos compuestos son bastante nocivos, pues se crearon para hacer productos más resistentes y duraderos, sin mediar las consecuencias ambientales que esto tendría. “Los plásticos fueron muy revolucionarios en su tiempo. Se hicieron con una intención que después no se podía prever lo que iba pasar en temas ambientales”, dice la investigadora. “La pérdida de biodiversidad para mí es la máxima expresión del deterioro ambiental, y es lo que podría ocurrir acá”.
Estos compuestos, al igual que los nanoplásticos se almacenan en los tejidos vivos de animales. Los moluscos son particularmente sensibles a ellos, ya que están constantemente expuestos en el agua, filtrando este material constantemente, acumulándolo hasta el punto que les genera algún problema o mueren. Luego, si un animal los come, se siguen bioacumulando estos compuestos en él y los que le sigan en la cadena trófica.
“Los plásticos liberan compuestos solo por estar a la intemperie. Hay toda una dinámica muy favorable para la liberación de sustancias contaminantes y su degradación a partículas más pequeñas”, afirma la investigadora, de ahí la importancia de controlar los desechos plásticos que generamos.
Antártica sin (nano)plásticos
Regular esta situación con los nanoplásticos -por ende, plásticos de mayor tamaño también- en la Antártida supone también regular en todo el continente, pues como afirmaron los investigadores de INACH, muchos de ellos provienen del continente y van a dar al mar. Normar, por ejemplo, el uso indiscriminado del plástico, sobre todo de un solo uso y educar a las personas para que reduzcan su consumo, son algunas de las alternativas para enfrentar esta amenaza a la biodiversidad, tanto de la Antártida como de todo el planeta.
Para González, esta investigación puede ayudar a tomarle el peso a la gravedad de la contaminación de plásticos a nivel planetario. “La Antártida puede ser lugar para tomar conciencia y dimensionar cómo puede estar afectando la contaminación en un ambiente tan prístino. Así como ocurrió con el Protocolo de Montreal ante el agujero en la capa de ozono”, reflexiona.
Salinas, en la misma línea, realza la importancia del cuidado del mar, aunque estemos lejos de él o de territorios como la Antártida. “No es descabellado pensar que aunque yo esté en el continente, esto no tiene nada que ver con lo que pasa en otros lugares. Está todo interconectado, la Antártida regula el clima a nivel planetario y es importante tomar conciencia. Comprenderlo como algo dinámico, vivo e interrelacionado”, concluye la investigadora.