Si alguna vez has puesto tu mano sobre la nieve e intentado ver cuánto tiempo logras soportar el frío, o has presionado un hielo sobre tu piel por un periodo largo de tiempo, entonces sabes que después de unos segundos la sensación se hace insoportable. Sin embargo a varios kilómetros de aquí, en la Antártica, los pingüinos son capaces de soportar no sólo las temperaturas extremas del continente blanco, sino que sus patas, completamente desprovistas de una cubierta como las plumas y grasa que mantiene sus cuerpos abrigados, son capaces de soportar el contacto directo con el hielo antártico durante largos períodos de tiempo sin congelarse.

¿Qué hace esto posible? La ciencia lo ha revelado. El cuerpo de los pingüinos está adaptado para soportar el inclemente clima de la zona antártica y sus patas cuentan con un interesante mecanismo para evitar que se congelen, incluso tras pasar largas horas inmóviles de pie sobre el hielo.

Para evitar que se congelen, lo que ocurre es que los pingüinos cuentan con una limitada cantidad de sangre que fluye por sus extremidades. Sus pies cuentan con vasos sanguíneos muy estrechos y entrelazados que limitan la circulación sanguínea y reducen su temperatura a niveles apenas por encima del punto de congelación, manteniéndolos fríos.  Debido a que el contenido líquido de los pies de estas aves es tan bajo, son inmunes a la congelación que, de lo contrario, ocasionaría que pequeños cristales de hielo comenzaran a adherirse a su cuerpo rompiendo las paredes de las células.

Al circular la sangre e ingresar nuevamente al cuerpo, ésta se calienta manteniendo a su vez el cuerpo con una temperatura central cálida, protegida por una gruesa capa de grasa, pelusas y tupidas plumas lo mantienen temperado.

Comenta esta nota

Comenta esta nota

Responder...