Cuando Michelle de Rurange era una niña, estaba acostumbrada al aire sureño. Veía, mientras vivía en Chiloé, a su abuela jardinear. Recuerda que era excepcional. Su abuelo, profesor de filosofía, la llevaba a ella y a su hermano al mismo jardín y les enseñaba sobre los árboles y plantas que lo rodeaban. Después les hacía cuestionarios, pero siempre a modo de juego, mostrándoles pétalos, hojas y pidiéndoles que los reconocieran. Eso la marcó. Fue una época feliz y de conexión a la naturaleza, con mascotas y paseos.

Pero después volvió a Santiago y se desconectó de todo.

Michelle y Tomas
Michelle de Rurange ©Rodo Carvajal

Para ella, el alejarse de la naturaleza la enfermó. Por eso, luego de años de rutina y un trabajo capitalino en medios y agencias de publicidad, lo dejó todo y se fue a vivir junto a su esposo, Tomás Lasnibat, a una casa en Colina. Creó el proyecto de Chile Huerta, que empezó como una forma de mostrar lo que hacía en su sanador huerto y se transformó en un emprendimiento que hoy busca transmitir -y perseguir- que ser autosustentables es posible.

Así fue cosechando su propio camino.

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Michelle trabajó desde los 15 años. Pasó por medios de comunicación, específicamente por la televisión -donde incluso condujo varios programas- y así pudo incluso pagar su carrera universitaria, hasta que se tituló como publicista. “Siento que en ese periodo me desconecté de la naturaleza”, cuenta.

Para ella, esa desconexión significó el perder el valor de las cosas que quizás en su infancia le llenaban el corazón. Vivía en un departamento en Providencia. Le faltaban sus animales. La tranquilidad. El vivir en sintonía de lo natural.

Michelle y Tomas
Michelle de Rurange ©Rodo Carvajal

Pero un hecho que no tiene que ver con esa reflexión fue lo que la llevó a salir de la ciudad. Ella no sabe si decirle fortuna o mala suerte.

“Si no hubiéramos tenido este episodio, nada se hubiera desencadenado. Teníamos un vecino con esquizofrenia, que tenía problemas de alcohol, drogadicción y era bien fuerte el tema porque empezó a tener crisis. Todo nuestro piso la pasó pésimo, estábamos aterrados y, literalmente, salimos arrancando (…). Pensábamos que nos íbamos a ir cuando fuéramos papás, pero no nos resultaba. Quisimos salir de Santiago en búsqueda de un espacio con naturaleza, con mayor privacidad y tranquilidad”, relata.

– ¿Cómo fue esa transición de vivir en ciudad a cambiarse a Colina? ¿Cuándo empezaste a tener tu huerta ahí?

-Cambió todo, yo empecé de forma autodidacta y lo único que quería era empezar a armar mi huerta. Había una orientación en la casa donde llegaba solcito y me propusieron hacer una piscina ahí y yo dije que eso no se tocaba porque ahí iba la huerta. Pero de forma natural la empezamos a armar. No solamente me empecé a sentir mejor, sino que me empezó a dar un tema super espiritual. Sentí que vivía un proceso de sanación y que necesitaba compartir que cualquiera puede hacerlo. Así que empecé a publicar fotos de mi huertita, en esa época solo tenía Facebook y me preguntaban cómo lo hacía. Ahí le dije a Tomás que había un despertar, una sensación de querer aprender y así se gestó Chile Huerta. Yo le contaba a la gente quiénes éramos y que todo era autodidacta. Después estudié agricultura orgánica con Jairo Restrepo y en el fundo El Manzano. Pero sin duda, para mí, si bien somos súper estudiosos, hay aprendizajes importantes en el hacer, estar ahí, permanecer, entretenerse. La huerta es la mejor maestra.

Michelle y Tomas
Michelle de Rurange ©Rodo Carvajal

– ¿Y cuando dejaste tu trabajo en publicidad?

– Cuando llegamos yo trabajaba en una agencia de publicidad que cuando era estudiante era como un paraíso. Llegué más adulta y me encontré un panorama totalmente distinto, que no me gustó, claramente. Y yo creo que cuando empecé a trabajar, por unos tres meses, me levantaba en la mañana y no quería ir a la oficina. Pero recuerdo que llegaba muy temprano en la mañana a la agencia y me ponía a estudiar. De hecho, tengo los cuadernos gorditos con las gráficas que hacía antes de empezar mi trabajo. Me preguntaba siempre como salir de ahí y dentro de la agencia creé Chile Huerta. Y en algún minuto le comenté a Tomás que no quería trabajar más porque no me nutría y él, muy apañador, me dijo que me cubría mientras yo me afirmaba. Y di el salto, me avoqué 100% a la huerta y empecé a generar más contenidos. Desde eso han pasado siete años. El Facebook se fue ampliando y empezamos con los talleres.

Michelle y Tomas
Michelle de Rurange ©Rodo Carvajal

En su primer taller, Michelle estaba nerviosa. La inquietaba el hecho de no ser agrónoma, de enseñar todo desde su experiencia. Frente a ella había 10 personas, todas recibiendo cada una de las palabras que esta huertera tenía para compartir. Después de terminar, Michelle sentía toda la adrenalina y una felicidad que quería replicar durante toda su vida. Desde esa vez, han tenido más de cinco mil alumnos. Tres mil de esos solo en la pandemia, según lo que han calculado. “La gente tiene miedo a equivocarse, que no les va a resultar. Pero cuando ven a un ser humano común y corriente, que no ha tenido estudios específicos, que le ha funcionado, piensan que también pueden”, explica Michelle.

Y, de a poco, el mensaje ha ido acompañado de lo que rodea a su huerta: el seguir una vida autosustentable.

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Todo partió con la huerta. Así comenzó un proceso de transformación. Cuando Michelle trabaja en su huerta, pueden pasar horas. Y muchas en silencio, conectada con sus pensamientos. En sus reflexiones pasadas, se cuestionaba sobre lo que necesitaban en su casa: ¿por qué pagar tantas cuentas? ¿qué necesitamos para alimentarnos? Y así fue como le propuso a su marido transformar su casa en Colina para no pagar cuentas. A él le hizo sentido también y averiguaron. Así fueron de a poco, experimentando sistemas chilenos que les cambiaron la vida.

Partieron con lombrices californianas para las aguas grises y negras de la casa. Revistieron todo. De a poco su vida fue cambiando. Tomás aprendió sobre el compostaje. Se volvieron veganos. En la pandemia ampliaron la huerta, levantaron un invernadero, hicieron una biopiscina y una cabaña en lo que era su bodega para recibir gente y mostrar cómo vivir sustentable.

Michelle y Tomas
Michelle de Rurange ©Rodo Carvajal

“Es increíble, porque uno empieza reciclando y se empieza a armar todo lo que hoy día tenemos. Hoy en la casa lo único que falta es el biogás. Empezamos transformando nuestra casa, luego nuestra vida y, al igual que la huerta, lo compartimos en redes. Simultáneamente, el planeta está viviendo procesos de cambio y esta es nuestro deber y labor de enseñarle a la gente, compartir un proceso, que hay que ser responsables con nuestro entorno”, dice Michelle.

– ¿Qué ha sido lo más difícil o los desafíos de tener esta vida autosustentable?

-Organizarse y ser consecuente. Eso me encanta y motiva. No podemos transmitir un mensaje si no lo estamos viviendo (…). Yo creo que a Tomás el soltar un formato de trabajo en que se siente muy cómodo con un sueldo a fin de mes. Con eso, los dos terminamos enfermos, es difícil soltarlo porque da miedo. Y cuando él vivió un proceso en que no le hacía sentido el trabajo, le dije que ahorrara su sueldo por tres meses, mientras yo le mostraba que podíamos vivir de Chile Huerta, a través de la tierra, los talleres, la tienda de insumos, etc (…). Con la pandemia, Tomás soltó su trabajo y se puso a ayudar y la verdad es que es fantástico porque es ingeniero, bien ejecutivo, y yo publicista, muy creativa. Él ve lo administrativo, creamos y nos complementamos. De hecho, antes de la pandemia queríamos ir a vivir al sur, estábamos listos para comprar un terreno y nos vimos atrapados en este espacio y dijimos: ¿qué hacemos ahora? Fue una sensación de que, si el universo nos está deteniendo acá, esa tiene que ser nuestra ficha. Y ahí seguimos.

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En su casa de Colina, alrededor de 200 metros cuadrados son de huerta. Ahora deslumbran ahí los tomates, ajíes, pimentones, espárragos, hierbas, acelgas, lechugas, choclo y alcachofas. Por lo menos, calcula ella, deben tener plantadas unas 30 variedades en esta temporada. Pero, aun así, dice que no se abastecen por completo de este espacio. Sin embargo, explica, “ha sido un espacio que es el motor de todo nuestro cambio, es súper sanadora. Le pusimos una mesita para almorzar, es un espacio de permanencia para disfrutarla, vivirla, reflexionar. Es como la abuela de la casa”.

Michelle y Tomas
 ©Rodo Carvajal

– ¿Qué ha aprendizajes te ha entregado esta huerta?

-Varios maravillosos. Primero que no tenemos control de nada. Que somos humildes y que tenemos que ser respetuosos con los procesos de la huerta, aprender a respetar los ciclos, los tiempos, ser pacientes y observar. Hay un montón de libros que nos enseñan cosas técnicas, pero la naturaleza va cambiando, se va adaptando, por lo tanto, no podemos ser robots trabajando la tierra, sino que sentirla y vivirla en base a lo que nos muestra. Yo creo que uno de los aprendizajes más lindos ha sido con bajar la guardia y sentir que somos esto, que no tenemos control. Es una tremenda responsabilidad regenerar los lugares que la vida nos permite cuidar que son nuestros hogares. Nosotros con Tomás siempre decimos que esta casa tampoco nos pertenece, este jardín es algo que la vida nos llevó ahí y nos sentimos guardianes de ese espacio, por lo tanto, también tenemos una enorme responsabilidad de regenerar, compartir y de todo lo que estamos haciendo.

– ¿Qué consejos darías a alguien que quiere iniciar su propia huerta?

-Primero, que se atreva, que, si uno está convencido de algo, esa energía es tan potente que da para hacer el salto. Segundo, que no se sientan restringidos por el espacio, cuando tengan poquito espacio, siempre nuestra recomendación es hacer huertos medicinales, botiquines “verdes”, poner aromáticas y plantar de a poquitito. De repente plantar lechugas que son más fáciles, rabanitos que crecen rápido, que vayan experimentando. Yo recomiendo no lanzarse altiro con todo, sino que en estaciones frías y calurosas vayan probando y se expandan con lo que conozcan para tener un mejor control. Pero entender que todo eso desde el inicio, lo que comencemos y en el espacio que tengamos, nos vamos a encontrar con bichitos, tener distintos desafíos donde vamos a entender que son parte de un ecosistema y los bichos también lo son (…). El modelo de huerta que a mí me gusta enseñar es que tiene las principales hortalizas que se quieren llevar al plato, pero siempre la acompañado de olores, bajo tierra como las cebollas, y sobre tierra, como las flores. Hoy día tenemos un jardín comestible y que tiene que ser así para que generemos este ecosistema que logra mantenerse solito.

Michelle y Tomas
©Rodo Carvajal

– ¿Es muy tarde para iniciar ahora?

-Yo diría que para una huerta de primavera verano es tarde, a no ser que tengas plantas un poco más grandes. Es una época cálida donde ya tenemos frutos y mayor cantidad de horas de luz sola. Yo en febrero empiezo a preparar todos los almácigos de otoño-invierno. Para mí ya empieza el recambio porque si tú te pones a sembrar ahora cultivos de fruto lo más probable es que nosotros también en la zona central vamos a tener temperaturas más altas, pero para los que están en el sur les va a faltar luz solar entonces se van a quedar con las plantas chicas o van a salir los tomates, pero se van a quedar verdes porque les va a faltar temperatura. Entonces para que eso no pase prefiero no gastar recursos en mantener una plantita que finalmente no me va a poder dar y ahí empezar en febrero a preparar mis almácigos para la temporada de otoño-invierno que vienen puras hojitas principalmente. Tenemos lechuga, acelga, berros, kale, rúcula, brócoli, coliflor, rabanitos, zanahoria, nabos, cilantro, perejil. Uno cree que en invierno hay poco, pero es mucho.

Con la pandemia, mucha gente empezó a cultivar huertos, pero también puede que lo hayan dejado justamente por esto de volver a la “normalidad” y salir. ¿Por qué crees que esto sucedió en un principio? ¿qué mensaje darías para que sigan a aquellos que lo han ido dejando de lado?

-Pasamos por periodos duros en los que la pandemia vino a ilustrar la importancia del alimento, de la familia, de valorar las cosas que realmente necesitamos. Yo creo que nos mostró una balanza de cuánto estamos botando, contaminando y realmente necesitamos. Yo creo que todo en esta vida tú vas a recibir lo que das. Cuando uno se justifica de dejar la huerta botada, son justificaciones, no es que a uno le falte tiempo. Mi mensaje en general es que, si tú realmente quieres tener una vida saludable, una vida en armonía, tienes que gestarla, crearla, mantenerla. Lo otro es que la huerta es como un espejo. En general cuando las huertas empiezan a decaer también es cuando uno se está dejando de lado también. Cuando la huerta está preciosa generalmente es porque uno está enchufado con uno mismo, con tus cosas ordenadas, claras, estás poniendo toda tu energía dentro como es hacia fuera. Invitar a que la gente que haga eso, que la huerta recuerda no solo a que estás gestando alimentos, sino que también a recordar cuanta pega de la necesaria estamos haciendo en nosotros mismos.

Michelle y Tomas
Michelle de Rurange ©Rodo Carvajal

– ¿Cómo ves a Chile en relación con la agricultura sustentable?

-Yo creo que ha habido un avance tremendo, sobre todo desde el despertar de la gente. Vemos que hoy día hay muchos más veganos, mucha más gente emprendiendo, teniendo huertas, con emprendimiento orgánicos, trabajando con agricultura regenerativa, o responsable, pero creo que todavía falta muchísimo y también en términos de políticas públicas. Por ejemplo, no puede ser que todavía sigamos hablando de Monsanto, que es una industria que debería estar siendo sancionada y prohibida, no solo por la tremenda intoxicación que nos ha entregado a través del alimento por décadas, sino por la tremenda erosión en la tierra y que ya no podemos permitirnos eso, la contaminación de las napas gigantes, subterráneas, estamos encaminados y tengo mucha esperanza de que los temas ambientales realmente se consideren, pero de una forma responsable, con leyes y políticas públicas que realmente consideren esto.

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Ningún día en la vida de Michelle es igual. Con Tomás se despiertan temprano, trabajan en su huerta y ven qué falta en la construcción de su casa. A veces pinta, teje, cocina o planifica. Nunca hay una rutina específica. En algún minuto del día se centra a trabajar en Chile Huerta, pero luego hace alguna otra actividad. El miércoles es un día de silencio, donde intenta desconectarse y estar tranquila. Puede que se bañe en la piscina, juegue con sus perros o limpie. Siempre hay algo distinto.

¿Qué mensaje buscan entregar a través de Chile Huerta?

– Nuestro mayor sueño y principal objetivo es entusiasmar a la gente y motivarla a expandir conciencia, a entender que tenemos que hacer un cambio. Que ya no tenemos tiempo ahora, al contrario, estamos al debe. Ya nos gastamos todas las reservas que teníamos y tenemos que hacer un cambio. No es justo que le endosemos a segundos o terceros lo que nosotros tenemos que hacer (…). Nosotros todo lo que tenemos lo hemos construido desde el esfuerzo, pero sí hemos sido super conscientes en ahorrar, en no malgastar el dinero, en ser súper ordenados, y en ir paso a paso haciendo esta transformación. Entonces entender que para todos lo que se están construyendo una casa pueden empezar ya a hacerlo con prácticas eficientes y ecológicas, y se van a estar ahorrando muchas lucas, ayudando a su vida y al planeta. Entender además que, si bien cada uno debe trabajar desde su individualidad, no lo podemos hacer solos por un tema de trabajo físico y porque no sabemos. A nosotros nos encanta como aprender de todos los oficios y tenemos que finalmente aprender a vivir en comunidad, donde cada uno aporte sus saberes y ser generoso en entregar lo que uno también sabe y compartirlo.

©Rodo Carvajal
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Con toda esta experiencia durante los últimos años, Michelle y Tomás escribieron un libro, llamado «Una experiencia de vida auto sustentable», que actualmente se encuentra en preventa, con el fin de ser una inspiración para que más personas. Según explican, no es un libro técnico, sino que te invita a saltar, cambiar la piel, que involucra las cuatro estaciones, haciendo metáforas con cada una de ellas. “Con esto, le queremos contar a la gente nuestro camino, quiénes somos, por qué hicimos este cambio, qué cosas nos fueron pasando para decidir este cambio de vida y cómo fuimos viviendo caminos independientes de Tomás. Lo relatamos a dos voces, con nuestros tiempos y motivaciones diferentes que nos unieron como pareja y familia, decidiendo ser felices. En el libro compartimos nuestro antes y después en este camino de auto sustentabilidad”, dice Michelle.

Así, en medio del proceso de venta de sus libros, ahora viene una etapa de tranquilidad. De recibir a gente en la cabaña de Chile Huerta, de hacer meditaciones. Pero en un paso futuro, su gran sueño es armar una ecoaldea para “vivir en comunidad, con un grupo de amigos y seres que esté queriendo lo mismo y armar un espacio virtuoso donde tratemos de generar todo ahí dentro, en la mayor cantidad posible. Y también enfrentarse a la pega más difícil que es compartir como seres humanos desde nuestras diferencias. Eso es lo que más cuesta y hay que trabajar”.

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