México | “El fuego es utilizado como un instrumento para eliminar bosque y reemplazarlo por cultivos comerciales”: entrevista a Enrique Jardel
Solo en lo que va del 2022, México ha registrado 5.935 incendios forestales, afectando a cerca de 476 mil hectáreas. En ese contexto, para hablar de la evolución de los incendios forestales en ese país, la incidencia de las acciones humanas en estos episodios y conocimientos de manejo del fuego, Mongabay Latam conversó con el investigador mexicano Enrique Jardel, experto en la ecología de los incendios forestales. Señaló, entre otras cosas, que el desmonte de bosques para reemplazarlos con cultivos comerciales legales e ilegales y la expansión de áreas urbanas está causando el aumento de los incendios forestales. Aquí compartimos la entrevista completa.
Entre enero y el 9 de junio del 2022 se registraron 5,935 incendios forestales en México. Estos eventos afectaron a 475 mil 905 de hectáreas; 94.5% de esa superficie albergaba sobre todo arbustos, mientras que en el 5.95% la vegetación que predominaba eran árboles, de acuerdo con los datos de la Comisión Nacional Forestal (Conafor).
El Estado de México, Jalisco, Ciudad de México, Michoacán, Chiapas, Chihuahua, Puebla, Durango, Veracruz y Morelos son las entidades que concentraron el mayor número de incendios en esta temporada del 2022.
Si se hace una revisión de la historia de los incendios forestales en México, los datos públicos de Conafor destacan que los años críticos han sido 1998 (con poco más de 849 mil hectáreas afectadas), 2011 (956 mil 405 hectáreas) y 2017 (726 mil 361 hectáreas).
Para hablar de cómo es que se ha dado la evolución de los incendios forestales en México, cómo las actividades humanas están creando las condiciones para que ocurran más eventos de este tipo, cómo el conocimiento tradicional permite manejar el fuego y cómo éste forma parte de la dinámica de los bosques, Mongabay Latam conversó con Enrique Jardel, profesor del departamento de Ecología y Recursos Naturales del Centro Universitario de la Costa Sur de la Universidad de Guadalajara, uno de los más destacados investigadores en el campo del manejo del fuego en zonas forestales.
“Si uno trabaja en los bosques, tarde o temprano tiene que ver con los incendios forestales”, comenta el experto en ecología forestal. “Empecé trabajando en planeación territorial, entonces, me dediqué a la prevención y el combate de incendios. Luego, decidí investigar el impacto humano sobre los bosques, incluyendo el fuego”.
—El reporte de Conafor en lo que va del año indica que hubo casi seis mil incendios forestales. ¿Qué pasa en México con los incendios forestales?
—En la mayor parte del país tenemos un clima conformado por una sequía estacional, durante los meses que van del invierno a la primavera. La época más crítica de la temporada de incendios es entre abril, mayo y principios de junio, según la región del país. La sequía empieza en el sureste y se va desplazando hacia el oeste; mientras que en el noroeste, en la península de Baja California, tenemos un clima mediterráneo donde la temporada de incendios corresponde al verano. Una buena parte de los bosques de México son de pino y de encino que, podemos decir, han evolucionado con el fuego como un componente de su dinámica.
En condiciones naturales, es decir, en ausencia de humanos tendríamos incendios forestales causados principalmente por la caída de rayos, que es el factor natural más importante, pero estamos en un territorio con una larga historia de poblamiento humano con uso del fuego desde tiempos remotos. Y desde luego con el origen de la agricultura, el fuego ha sido una de las principales herramientas utilizadas para abrir terrenos para cultivo. Al introducirse la ganadería, con la conquista, también se utilizó el fuego como un elemento para el manejo de las tierras de pastoreo. Hay que entender que en la historia de la mayor parte de los ecosistemas terrestres de México el fuego está presente, primero en condiciones naturales y segundo bajo influencia humana.
En la época actual, la situación es diferente porque los incendios están ocurriendo en un paisaje que ha sido transformado por la acción humana y, además, en un contexto de cambio climático que influye también en la dinámica de los incendios, porque el clima es el principal factor ambiental que controla los incendios.
Es importante entender, como parte de la ecología del fuego, que para que se inicie un incendio forestal se necesitan cuatro factores básicos: primero, que exista combustible potencial que es la vegetación, la biomasa de las plantas vivas y muertas y los restos en la superficie del suelo. Segundo, que ese combustible esté lo suficientemente seco para encenderse y propagar el fuego, eso ocurre durante la temporada de sequía. El tercer factor, las condiciones del tiempo: temperatura, humedad relativa del aire, vientos, la ausencia de precipitación que permitan que el fuego se pueda propagar. En cuarto lugar, las fuentes de ignición naturales como rayos o igniciones causadas por humanos que se escapan de control.
Es importante saber que, desde el punto de vista ecológico, hay ecosistemas con diferentes tipos de regímenes de fuego que forman parte de su dinámica natural o histórica, por tanto, necesitamos pensar en el manejo del fuego y no solo en su combate y supresión.
—Ha mencionado que el fuego forma parte de la dinámica de muchos ecosistemas como los bosques de pinos y de encinos, ¿cómo es esta dinámica?
—En ecosistemas donde los incendios han sido frecuentes, han evolucionado especies adaptadas a las condiciones que trae el fuego. Por ejemplo, los bosques de pino que tienen cortezas gruesas aislantes que les permite resistir el paso de incendios superficiales, también producen semillas aladas que se dispersan con el viento y caen en los claros donde el efecto del fuego ha despejado el campo y ahí se regeneran. Otros ecosistemas como en los bosques de coníferas de condiciones templado frías, los incendios son infrecuentes y cuando se presentan son mucho más severos; se producen incendios que se propagan por la copa de los árboles que abren grandes claros y estas especies también tienen la capacidad de producir semillas que se dispersan a distancia. Lo mismo ocurre con los bosques de encinos que tienen la capacidad de que muera la parte aérea del árbol y presentan rebrotes. El problema crítico no es la incidencia de incendios, sino la alteración de los regímenes de incendios.
—¿Cómo ha ocurrido esta alteración?
—Esto ocurre asociado a la transformación del paisaje, donde se ha modificado la vegetación, como es el caso de plantaciones forestales o de áreas que eran bosques y se convirtieron en pastizales o en bosques abiertos, ahí el fuego se va a comportar de otra manera.
En el caso de los incendios en el oeste de los Estados Unidos, el problema que se presenta es que los intentos por suprimir el fuego, por varios años, provocan la acumulación de altas cargas de combustibles, lo que modifica la estructura de la vegetación, entonces los incendios son más intensos y difíciles de controlar.
Otro factor importante es el cambio en las condiciones climáticas y si, además, consideramos el cambio del uso del suelo, tenemos muchas áreas propensas a incendios, pero que ahora están pobladas. Hay más contacto de humanos con estas áreas forestales, por lo tanto más fuentes de ignición. Especialmente críticas son las zonas de áreas urbanas que entran en contacto con los bosques. Son áreas donde ocurren muchos incendios que no solo pueden generar daños a la infraestructura sino también a la población.
Estamos viviendo en un mundo donde ha habido una transformación significativa del paisaje por las actividades humanas, en donde hay un proceso de cambio climático y en donde está aumentando la incidencia de incendios forestales a escala global. Es interesante contrastar los dos lados de la frontera entre Estados Unidos y México. Por el lado de California o el suroeste de Estados Unidos, en donde han tenido más éxito en la supresión del fuego, los incendios son más intensos, más severos y más difíciles de controlar. En México, en donde se ha mantenido un régimen de fuego —influido por la actividad humana, pero con incendios frecuentes de baja severidad—, los incendios han sido menos críticos.
Las cosas están cambiando en el manejo del fuego y, de hecho, hay una transición en los últimos años para adoptar este tipo de medidas. Yo trabajo en la Reserva de la Biosfera Sierra de Manantlán, donde hemos implementado el uso del fuego basado en principios ecológicos para manejar los combustibles forestales, crear condiciones de hábitat para favorecer ciertas especies que forman parte de los ecosistemas naturales y hacer actividades relacionadas con el uso del fuego. Por ejemplo, en áreas de producción forestal para preparar las zonas donde se cortó la madera y se prepara el establecimiento del renuevo; y en el caso de la agricultura, donde se mantienen los sistemas tradicionales con uso de barbecho, si se hace una quema que se limite al campo de cultivo y no escape hacia otros bosques.
Los campesinos tradicionalmente lo han usado (al fuego) no solo para limpiar y abrir la vegetación, sino para la liberación de nutrientes en el suelo. Y en el caso de los pastizales, una razón por la cual queman los ganaderos es para controlar parásitos del ganado como la garrapata, además de inducir el rebrote del pasto.
—El fuego se ha visto siempre como algo negativo, ¿podemos verlo como algo positivo?
—Durante mucho tiempo ha habido una visión negativa del fuego y entonces estas prácticas se han prohibido, incluso, criminalizado. Por tanto, se convierten en prácticas que se hacen de todos modos clandestinamente y es una de las cosas que estamos tratando de cambiar. Se puede utilizar el fuego racionalmente como una herramienta, pero no en todos los casos es la herramienta adecuada. Podemos verlo como algo positivo cuando lo consideramos como una herramienta en el manejo de áreas forestales, agrícolas o de pastizales; y como un factor negativo cuando ocurre en condiciones no naturales o es provocado de una manera que genera daños.
Un problema que tenemos ahora y que es crítico en México es el repunte de la explotación ilegal de madera. Y aquí hay una diferencia: en áreas donde los árboles están empezando a crecer, en proceso de regeneración, ahí puede haber un manejo del fuego. En cambio, en áreas donde simplemente se está llegando a cortar, sacan la parte del árbol con los troncos que se van a utilizar y dejan las ramas y copas, aumenta la cantidad de combustible, por tanto, cuando eso se prende provoca un incendio que puede ser bastante destructivo. Incluso en algunas ocasiones, para borrar el rastro de aprovechamiento ilegal se quema a propósito, ahí tenemos un problema crítico. También cuando el fuego es utilizado no como una herramienta de manejo, sino como un instrumento para desmontar tierras, para eliminar bosque y reemplazarlo por cultivos comerciales como el aguacate, son temas críticos especialmente en lugares como Michoacán y en el sureste de Jalisco. Ahí se está utilizando el fuego para hacer cambios de uso del suelo, lo mismo ha ocurrido en áreas de selva tropical y, en ese caso, los incendios son el síntoma del problema real que es la deforestación para avanzar con los cultivos comerciales tanto legales como ilegales.
—Considerando que los incendios son un síntoma de los procesos de deforestación, ¿en qué lugares de México está ocurriendo?
—Un poco por todas partes. Hay lugares donde es más crítico que otros, pero tenemos toda una gama de condiciones. En algunos casos, hay incendios asociados a procesos de expansión de áreas urbanas en los bosques cerca de las grandes ciudades. En otras áreas boscosas depende del avance de estos cultivos y el hecho de que todavía se siga pensando en algunos sectores de la economía y del gobierno que existe una frontera para la expansión de la agricultura. Históricamente, en el último siglo, las áreas más críticas de deforestación han sido las zonas cálidas de selvas tropicales y ahora, con el repunte de cultivos como el aguacate, pues está ocurriendo en áreas de bosque de pino, donde las tasas de deforestación habían sido menores porque justamente se estaba aprovechando el bosque como una fuente de madera.
—¿Algunos lugares específicos en México?
—En la región occidente de México, las áreas de selvas estacionalmente secas han sido abiertas para el establecimiento de pastizales. En la costa de Jalisco, de Michoacán y también de Guerrero están los casos de expansión de cultivos de aguacate. Y en el sureste del país, históricamente Tabasco ha sido uno de los estados más deforestados para el establecimiento de cultivos de plátano y caña de azúcar. En la península de Yucatán, ahora lo que estamos observando son proyectos de desarrollo como el Tren Maya, con un proceso de especulación inmobiliaria bastante fuerte que permite prever que habrá una presión de deforestación fuerte.
—¿Y en qué lugares se ha logrado el manejo del fuego?
—Tenemos áreas protegidas donde ha habido participación de la población local y, sobre todo, en el caso de bosques manejados por las mismas comunidades agrarias. Hay ejemplos exitosos de manejo forestal comunitario en el sur de Quintana Roo y en Oaxaca, especialmente en la sierra norte de Oaxaca. Algunas áreas en Michoacán, donde ha habido comunidades como Nuevo San Juan Parangaricutiro que han hecho un buen manejo de sus bosques y tienen empresas forestales exitosas, hasta comunidades que han defendido sus bosques contra agentes externos.
Hay ejemplos de buen manejo comunitario en Durango, Chihuahua y en otras partes del país. Actualmente en México, alrededor del 70 % de la madera legal proviene de ejidos y de comunidades indígenas donde hay una base de aprovechamiento sustentable y en donde su organización ha demostrado capacidad de resistir la entrada de agentes externos que se apropian de sus recursos. En otras partes donde no existe esa organización o se ha ido desintegrando, entra la tala ilegal y ocurre la presión de cultivos comerciales, de actividad minera y otras presiones sobre el suelo. Y en muchos de esos lugares ocurren los incendios que son utilizados para deforestar.
Un ejemplo de las prácticas de manejo del fuego en la Reserva de la Biosfera Sierra de Manantlán: el área a la izquierda es intervenida con quemas prescritas para mantener hábitat de bosque de pino abierto y crear una franja de protección en áreas que se mantienen con exclusión de fuego para conservar hábitat de bosque mixto de pino-latifoliadas (derecha). Foto: cortesía Enrique Jardel.
—¿Existe un programa nacional o una política nacional de manejo de incendios en México?
—En México, durante muchos años, la política en relación al tema de los incendios forestales ha sido prácticamente lo mismo que en otras partes del mundo, es decir, invertir en acciones de prevención y combate de incendios, tratar de suprimir el fuego y de eliminar las prácticas tradicionales de uso del fuego. Esas cosas empezaron a cambiar en México en 1998, cuando tuvimos una de las temporadas de incendios más críticas en el país y hubo una transición hacia la idea de manejo del fuego. Se mejoró la capacidad para el combate de incendios con brigadas mejor equipadas y capacitadas, con mayor inversión en recursos y del manejo de combustibles, se plantearon programas de manejo del fuego, se estableció una norma oficial para el uso del fuego en terrenos forestales o de uso agrícola.
En las últimas dos décadas hemos tenido un avance hacia una política de manejo del fuego, pero en los últimos seis años, estas políticas se empezaron a debilitar porque se van debilitando las instituciones gubernamentales. Aunque se ha mantenido en términos generales, la fuerza de combate de incendios a nivel del gobierno federal y algunos estados se han fortalecido en esto, pues estamos lejos de tener las condiciones que nos permitan llevar a cabo una política efectiva de prevención y control de incendios. Si a esto le asociamos un repunte de actividades ilegales, incluso de control territorial por el crimen organizado, nos encontramos en situaciones en las cuales esta política es difícil de aplicar. Creo que estamos viviendo una situación crítica, este año hemos tenido una superficie grande de incendios, no tan crítica como el año pasado, pero en general la tendencia en la última década es el aumento del número de incendios forestales y de la superficie incendiada.
—¿Es una situación crítica por el aumento de los incendios forestales?
—Hay toda una discusión sobre esto a nivel internacional. Hay quienes presentan evidencia de un aumento de la actividad de incendios asociada con el cambio climático, por ejemplo, temporadas de incendios más largas en algunos lugares; empieza antes de la temporada de sequía y termina más tarde. También están quienes dicen que sí influyen las condiciones del clima, pero que también estamos viendo las consecuencias de años de supresión del fuego. Otro factor adicional es que estamos teniendo incendios en áreas que ahora están ocupadas por centros de población o donde ha habido una transformación significativa de las reservas forestales.
En Europa, en países como España, en lugares como Galicia, se suprimió el uso tradicional del fuego hace muchos años y se establecieron plantaciones forestales, ahora esas plantaciones han llegado a la madurez y son terrenos altamente inflamables. O el caso del oeste de los Estados Unidos y en especial en California, con años de supresión del fuego exitosa y eliminación de sus usos tradicionales, y ahora tienen incendios muy severos. Y lo que estamos viendo en algunas partes de México, asociado a cambio de uso del suelo o a la expansión de cultivos comerciales o de áreas urbanas. En realidad tenemos un escenario complejo; pero la tendencia es a incendios más intensos en lugares más poblados.
—Usted ha mencionado que la supresión del fuego tiene aspectos negativos, ¿por qué?
—En el caso de ecosistemas donde el fuego ha sido parte de su dinámica, el mismo fuego controla el material combustible, entonces, si hay menor acumulación de grandes capas de hojarasca, si la estructura de la vegetación es más abierta, pues tenemos incendios que no son intensos. En cambio, si con la buena intención de querer controlar el fuego lo suprimimos durante un periodo prolongado, se acumula más material combustible, la vegetación es más densa y cuando ocurre un incendio, es mucho más difícil de controlar. Es lo que llamamos ecosistemas propensos al fuego o que están adaptados a un régimen de incendios frecuentes. En estos casos, suprimimos el fuego y paradójicamente aumentamos la vulnerabilidad del bosque a los incendios.
En otros ecosistemas, como selvas tropicales húmedas o selvas tropicales lluviosas, los incendios en condiciones naturales son raros porque el material combustible, aunque sea abundante, se mantiene húmedo prácticamente todo el año y si llega a ocurrir un incendio que se propague, generalmente está asociado a años extremadamente secos que ocurren ocasionalmente. Pero cuando hay una intervención humana que fragmenta la selva y se empieza a deforestar, van quedando fragmentos de selva aisladas con un entorno formado por pastizales inflamables, por tanto, sí hay fuego en el pastizal, éste entra con mayor fuerza hacia la selva y, dependiendo de su tamaño, hay más facilidad de que se propague.
En muchas áreas de los trópicos y en las selvas de la cuenca amazónica están ocurriendo incendios en lugares que normalmente no se producían de esa manera. Y después de un incendio que corre dentro de una vegetación que no está adaptada al fuego se forma una especie de círculo vicioso con condiciones favorables para nuevos incendios. Así, finalmente, esa selva puede convertirse en una sabana o un pastizal.
—¿Qué hallazgos ha tenido a partir de sus investigaciones?
—Hemos avanzado en el conocimiento de la respuesta de los ecosistemas a distintos regímenes de incendios. En estas zonas tenemos tanto ecosistemas propensos a incendiarse como bosques de pinos y encinos, pero también tenemos otros ecosistemas que son sensibles al fuego, como los bosques de niebla y selvas estacionalmente secas tropicales que se comportan de manera diferente al fuego. Lo más interesante ha sido entender la diversidad de regímenes del fuego que está relacionado justamente con la diversidad de los ecosistemas.
Eso nos llevó a trabajar también a escala nacional tratando de caracterizar los regímenes de incendios de distintos tipos de ecosistemas a nivel de país. Una cuestión importante de la investigación científica en general y en la ecología en particular es que implica la participación de muchas personas. Al principio éramos unos pocos trabajando ecología del fuego en México conectados con otros colegas en otras partes del mundo, especialmente de los Estados Unidos, pero ahora, los que fueron nuestros estudiantes están avanzando en la investigación.
—¿Se vienen tiempos más complicados por los incendios forestales?
—Lamentablemente vemos un panorama complicado porque en realidad hay condiciones que han estado empeorando, en términos de la gestión del territorio y de los recursos naturales en general, y de los recursos forestales en particular. No se pueden considerar cuestiones como el fuego de manera aislada, es parte de toda la dinámica de uso del territorio. De hecho, buena parte del trabajo, no solo en Manantlán sino también en otros lugares del país, ha sido la organización y el trabajo con las comunidades y los particulares que son dueños de la tierra. Aquí trabajamos en una reserva cuya gestión la coordina la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp), pero el territorio es propiedad de más de 30 ejidos y comunidades indígenas. Los verdaderos gestionarios de la tierra, los que están haciendo las labores de prevención de incendios, ensayando prácticas de manejo del fuego, son las comunidades y los dueños de la tierra. Si existe una base de organización social las cosas funcionan, pero si se rompe el tejido social, si hay intervención de agentes externos, los avances se entorpecen o se detienen. Y a nivel nacional estamos viviendo un debilitamiento de las instituciones, tanto de sectores gubernamentales del sector del medio ambiente y recursos naturales como de las instituciones comunitarias. Adicionalmente tenemos el contexto del cambio climático, pero el manejo del fuego es parte de las acciones para mitigar emisiones y desarrollar un proceso de adaptación a los efectos del cambio climático. Pero, de nuevo, la base es el manejo de la tierra y las instituciones gubernamentales y sobre todo comunitarias, si eso se va desarticulando, las cosas no funcionan. Eso es quizás lo más crítico.