Mateo Barrenengoa, documentalista: transmitiendo la belleza de la naturaleza a través del arte
Su trabajo tiene una mezcla de fotografía, música y poesía. Mateo Barrenengoa, colaborador de Ladera Sur, Natgeo Explorer, apoyado por Patagonia Chile, ha traspasado su sensibilidad a través de las grandes pantallas en sus diversos cortos y largos documentales, enfocados principalmente en naturaleza y deporte. En esto, destaca proyectos como “Más Afuera”, “Climbing for a Reason” y los trabajos desarrollados junto a la Fundación Fungi, entre otras producciones en camino. Dice que la primera cámara que tomó es la de su padre y transmite que, de alguna forma, su visión siempre estuvo en la forma que observaba y sentía sus entornos desde joven. En esta entrevista, nos cuenta cómo armó su camino como documentalista y reflexiona la importancia de la conexión con las personas, lugares e historias para relatos profundos que marquen a sus espectadores.
Era temprano. Mateo Barrenengoa (36), de entonces 13 años, le pidió prestada una cámara fotográfica a su papá y salió a recorrer el campo de su tía. Iba en búsqueda de cualquier cosa que le llamara la atención para fotografiar. En eso, una escena perfectamente compuesta apareció ante sus ojos: una bandada de tordos, con la luz perfecta del amanecer y un sonido ambiente que lo hacía sentir dentro de una película. Sintió adrenalina y una sensación que él describe con el clásico “se me puso la piel de gallina”, producto de la emoción.
Ese sentimiento que vivió de niño es parte de lo que intenta transmitir el ahora documentalista de naturaleza a través de su trabajo, tal como aseguró en su reciente charla TED. Se trata de una mezcla entre fotografía, música y poesía que Mateo ha buscado retratar en Chile y el mundo, a través de una decena de cortos y largos documentales.
Entre ellos, el famoso de surf Más afuera; la serie de Climbing for a Reason, vinculada a una fuerte razón social y deportiva; o los dedicados al Reino Fungi como Let’s things rot o 10 días en el bosque, junto a la Fundación Fungi, entre muchos otros. Además, ha recibido distintos reconocimientos, como el primer lugar como mejor largometraje documental en el Festival de Cine Santiago Wild en 2021, con el documental «Surinam: el paraíso perdido».
Emprender vuelo en la fotografía
A sus 19 años, Mateo vivió un momento revelador. Estaba de viaje en Pucón y pasó por fuera de una tienda en la que vendían libros. Vio en la vitrina a la famosa guía de campo Aves de Chile de Álvaro Jaramillo, una de las primeras dedicadas a la avifauna nacional.
“Costaba tanta plata, toda la que tenía básicamente, pero dije: ‘bueno, lo necesito’. A los tres días ya estaba vuelto loco visitando los humedales de Pucón y me obsesioné. Ahí empecé con la fotografía de aves. Me di cuenta de que había una disciplina de observación”, recuerda.
Antes de eso siempre le gustó sacar fotografías. Desde pequeño le pedía prestada la cámara a su papá fotógrafo, quien le enseñó claves sobre la composición y de quien heredó el amor por la misma. De su mamá, bailarina, adquirió una sensibilidad especial. Todo eso, de alguna forma, hizo que se metiera en el mundo de la fotografía de aves, partiendo incluso sin un lente para ello.
“Volví de mi viaje a Pucón a trabajar para ahorrar y comprarme un lente. Así empecé y al verano siguiente ya estaba en las Torres del Paine solo fotografiando aves”, recuerda.
—Cuéntame de esas primeras veces con las aves. ¿Tenías algunas favoritas? ¿Cómo te ayudó la guía de Jaramillo?
—Las aves de humedal. Me gustaban mucho los patos. El mismo día que me compré el libro fui a una laguna, diferencié unos patos y quede como ¡wow! Después me encantaba sacarles fotos porque hay que tener un punto de vista super bajo. Se le llama la mirada de cocodrilo, con los ojos al nivel del agua. Literal, al nivel del pato. Busqué mucho esa foto y después seguí en otros lugares. En la cordillera central me encantaba buscar el águila o el picaflor cordillerano.
Más allá de la fotografía
Cuando le tocó entrar a la universidad, Mateo no eligió una carrera ligada a la fotografía. Ni menos en audiovisual. Al contrario, entró a Diseño Industrial, donde estuvo tres años. “Me empezaron a enseñar cómo producir tapitas plásticas por millones en la industria, y yo quería más diseño. No era lo que yo buscaba así que me salí. Me metí a una carrera corta de ecoturismo, a la que no me dediqué, pero que fue muy buena para mí porque tuve hartos ramos de ecología y observación de aves. Me encantó”, recuerda.
En el segundo año de su última carrera ya trabajaba en fotografía y videos para MICRA Mariposas. En paralelo, era amante de la escalada y empezó a grabar videos caseros de sus salidas a escalar con amigos.
—¿En qué minuto llegó el video en tu vida?
—Con una camarita pequeña, compacta, que grababa videos pésimos. No sé porqué me gustaba tanto… Bueno, también hay un momento revelador, del que me di cuenta hace poco. Cuando tenía 17 años, fuimos a remar con un amigo en Rapel a la última luz del atardecer. El agua estaba plana y me acuerdo mirar el remo en el agua. Me dije que era una imagen muy cinematográfica, como el remo entrando en esta agua de terciopelo, la luz era naranja y había ondas para los lados. No podría parar de imaginar un frame de cine sobre este remo. Hoy lo pienso y, efectivamente, son momentos que se traducen en que quería meter esas imágenes en algo. Y he hecho algo parecido en documentales. Después salió la primera réflex que grabó, la Nikon D90 y para mí intercambiar lentes en una máquina que grabara video era demasiado bacán. Nunca dejé de hacerlo. Y me siento orgulloso de nunca abandonarlo, porque económicamente me costó casi una década que rindiera.
—¿Cuándo dirías que pasó de lo amateur al profesionalismo?
—Tuve buenas oportunidades y personas que creyeron en mí. En ese momento la marca Haka Honu me empezó a encargar videos de escalada y me pagaban. Hacíamos viajes y yo tenía que entregar un producto más o menos bueno, entonces también me presionaba a la calidad: a hacer buen trabajo, entrevistas, música y así. Luego en Patagonia me encargaron otro documental de Masafuera, que fue un verdadero antes y después porque fue largo, de 40 minutos, y ganó varios premios. Y también, otro punto importante es cuando la Giuliana Furci, fundadora de la Fundación Fungi, me contacta para hacer documentales que generaron harto impacto dentro y fuera de Chile. Otro paso importante fue la nominación que me hizo National Geographic para hacer un documental sobre un árbol, que ya llevo dos años grabando.
Masafuera y la llegada de Climbing for a Reason
La isla Alejandro Selkirk es un alejado rincón del Archipiélago de Juan Fernández que los propios habitantes llaman “Más Afuera” o “Masafuera”. Este remoto, prístino y salvaje paisaje fue el foco del primer largometraje dirigido por Mateo y Patricio Mekis, estrenado en 2018.
“Tenía dos aristas. La primera, más deportiva, era surfear las primeras olas jamás surfeadas en esta isla. Pero también íbamos a escalar una pared en búsqueda de una planta que un guardaparques vio, que de seguro era una nueva especie”, relata Mateo.
Un día, después de ir a surfear, el mar estaba pegando fuerte. “Entonces yo me trepé por una pared para no mojarme. Era un espacio duro, obviamente estaba sin cuerda, sin nada, como a siete metros de altura. Se rompió un bloque y caí”, continúa.
Se fracturó las dos rodillas y los dos pies, a 900 kilómetros de la costa chilena. Siete días después pudo salir de la isla para ir a Robinson Crusoe, que está a 13 horas en lancha por mar abierto. Después de llegar pudo volver a Santiago y realizarse las cirugías que necesitaba.
—Viviste esto en tu primer documental largo, que además tuvo un excelente recibimiento. ¿Cuál fue tu reflexión después de ya terminar todo el proceso médico y el documental?
—Fue una muy linda experiencia de trabajo en equipo. Por suerte había dos personas que estaban haciendo video conmigo. Yo estaba de director, pero Lukas Mekis y Erick Vigoroux estaban de cámaras también. Fue bueno el ejercicio, yo tirado en el suelo todo quebrado pude seguir comunicándome con ellos y ordenar lo que estábamos grabando, pidiendo cosas y pudimos salir adelante para hacer el documental, a pesar de la tremenda adversidad. La música la hizo mi hermano. Es uno de esos grandes porrazos que terminar en aprendizaje. Hubo un cambio en mí, en mi manera de interactuar con los riesgos en la naturaleza.
Mientras todo esto pasaba, otro proyecto se armaba camino en la vida de Mateo, particularmente relacionado con la escalada, pero esta vez con una razón social: ayudar a los niños en distintas partes del mundo a acercarse a sus rocas más cercanas. Con el tiempo, recibiría el nombre de Climbing for a Reason. Escalando por una razón, en español.
La historia comenzó en 2016, cuando el escalador Luis “Lucho” Birkner, realizó un viaje a la India. Fue “a pelusear”, bromea Mateo, pero “obviamente tratando de escalar”. En eso, llegó a Badami, donde conoció a un hombre que estaba intentando fomentar el deporte y enseñarles a unos niños de la localidad. Pero no tenían cuerdas. Ni zapatillas. Nada. Entonces, se propuso volver y hacer una campaña de donación.
“Lucho me llamó y me propuso hacer un video sobre esta experiencia de llevar las cosas a India y ayudar. Pedimos apoyo a Haka Honu y nos dieron el vamos. En unos meses estábamos allá con 200 kilos de equipamiento para niños. Se grabó el documental y le fue súper bien. Ahí nos dimos cuenta de que era un proyecto digno de replicar y le pusimos este nombre, porque la idea es que escalar no fuera solo eso, sino que hay una razón potente para realizar este deporte. Y para nosotros era una tremenda razón”, comenta Mateo.
El primer documental recibió el nombre de Sharanam Ganesha, que tuvo una segunda parte en México. En Chile surgió Todos somos migrantes y volvieron al extranjero cuando el montañista Juan Pablo Mohr se entusiasmó con el proyecto y colaboró en el valle de Kombu, desde donde surgió Bajo la Gran Montaña. Siguió el proyecto en Surinam, donde se quedaron por tres meses por la pandemia y que Mateo confiesa ser su favorito. Luego, tras el fatal accidente de Mohr en el K2 invernal, el foco fue en Pakistán, teniendo futuros destinos como Tanzania y recientemente, Angola.
“Los niños son realmente escaladores. Como anécdota, ahora en Angola, Lucho fue a un sector con uno de ellos, a probar una ruta que era 12a —es decir, de mayor dificultad en la escalada, que logra alguien que entrena habitualmente— y él la escaló punteando, de una. Entonces hay talentos de otro nivel. Ese joven de 18 años hace dos meses no sabía ni que existía la escalada, vive en una aldea perdida en la mitad de África. La idea es que, al día de mañana, ese niño en vez de que trabaje en la minera un poco más allá o robando, sea guía de escalada. Y, de hecho, ya lleva voluntarios allá”, asegura Mateo.
—¿Cuáles son las dificultades de contar este tipo de historias?
—Yo creo que lo más desafiante es lograr la confianza con las personas. No sirve de nada ser el mejor camarógrafo del mundo, ni ser el que hace los mejores videos, sin lograr esa confianza. Eso requiere otro tipo de talento que no tiene que ver con capacidades audiovisuales. Si te tomas el tiempo de estar muchos días con ellos, de comer, rezar, acompañarlos y estar dentro de su comunidad, tu trabajo tiene un trabajo y una solidez distinta (…). Y otro desafío importante es llegar a estos lugares tan remotos con el equipamiento necesario para realizar un documental que se vea bien, y es algo que me enorgullece, porque ando solo con una mochila en la espalda. A Pakistán, por ejemplo, fui solo con una mochila, sin maleta. En un bolsillo metí algunos calzoncillos y el resto era lente, dron, estabilizador, cámara, baterías y cargadores. Aprender a andar liviano te ofrece muchas más oportunidades. Tengo mi camarita, idealmente con micrófono, colgando en el hombro, veo algo, y me demoro cuatro segundos. Mantenerse pequeño ayuda también a generar más intimidad(…).
—¿Por qué Surinam fue tu favorito?
—Hasta ahora, veremos qué pasa con Angola. Pero porque se dieron demasiados factores milagrosos. Primero, los entrevistados eran impresionantes, tenían personalidad, desarrollo, hablaban un inglés. También la historia, el lugar. Nos fuimos a meter a la plena selva amazónica, es tremendo. Y, obviamente, la pandemia nos dio mucho más tiempo de estar allá. Ni siquiera entramos a la ciudad. Estuvimos ahí como 15 días y salimos y ya había una pandemia, el país estaba cerrado. Y ahí el resto es historia. Pero fue increíble. El documental me encanta, me encanta lo que pasó con todo, con la música, con el sonido ambiente. Tuve tiempo para grabar muchos sonidos de aves, entrevistas. Eso es un lujo, ahora ya no puedo hacerlo. Pero en tres semanas se puede lograr una conexión bonita con la comunidad, con menos no.
—¿Será que la primera semana de estar allá es de adaptación?
—Total, al final eres íntimo, te sientes familiar. Hay admiración mutua. Ellos te miran porque eres distinto, porque vienes de otra cultura. Y tú por su nivel de conocimiento de ellos de su entorno. Eso crece y es sólido. Todavía hablo con personas de los destinos a los que hemos ido.
Documentar la naturaleza
One Tree o Un árbol, en español, es uno de los próximos trabajos de Mateo Barrenengoa, con el apoyo de National Geographic. La protagonista es una lenga vieja. El escenario son los pocos metros cuadrados que la rodean. El relato será algo poético, de “mostrar cómo cientos, miles, y por qué no, millones de organismos, interactúan en torno a un solo árbol”, cómo él mismo dice. Quiere dar a entender que un tronco no es sólo raíces, troncos y hojas.
La idea surgió de un viaje, para otro documental, a la Patagonia con Giuliana Furci y el micólogo Jean Marc Moncalvo. De toda la conversación y observación se le ocurrió, de un segundo a otro, la idea de contar la historia de un solo árbol. Uno que, como tantos otros, tiene tantos organismos interactuando y señales de las temporadas. Poesía pura. Una idea ideal para un documental. Así, cuando tuvo que proponer una idea a Natgeo, fue fácil para él pensar en eso.
Él lo explica así: “Grabamos un individuo que deja de ser un individuo porque sus relaciones simbióticas son tan profundas que deja de ser un árbol, básicamente. Por ejemplo, las células de los hongos están dentro de las células de las raíces del árbol”.
—En este contexto, ¿qué has aprendido a nivel personal de todas estas producciones de naturaleza que has hecho en Chile? ¿Cómo es hacer un documental de naturaleza en este país?
—Yo creo que lo más lindo que tiene estar mucho en la naturaleza es, sobre todo, retratar la sensación de empequeñecimiento. Estar ahí, en un lugar en que el cielo es infinito, que las montañas son gigantes, que la selva es poderosa, te hace perder el protagonismo y, al perder protagonismo, te enfocas más en el entorno. Eso ha sido un aprendizaje maravilloso. Los organismos te enseñan que no todo es competencia, sino que hay colaboración dentro de los ecosistemas. Hay un orden armónico que yo todavía no termino de entender, pero se ha evolucionado para para que todo esto funcione de manera tan perfecta (…). La verdad me siento un privilegiado de poder trabajar en ese entorno y es bueno tener esta razón tan superior para hacerlo, como el calentamiento global o la pérdida de la biodiversidad. Están talando todos los bosques desde aquí a Surinam y hasta Pakistán. Y lo he podido ver. Aquí en Puerto Varas he podido ver el impacto de la industria salmonera. He podido ver en los basurales en el norte. Es bacán tener una razón que me motive a trabajar por un futuro bueno para mis hijos.
— También habiendo tenido una foto en la portada de Science, ¿por qué lo documental y bonito es también importante para hacer divulgación científica?
—Puedes hacer un registro, un paper, o un reportaje y si ese trabajo carece de belleza, de arte, no va a llegar a las personas. El arte es absolutamente necesario para poder comunicar la belleza de la naturaleza. O sea, si tu trabajo carece de arte, de poesía, de belleza, de música, etcétera, no va a llegar lejos. Lo dijo ya en su minuto Humboldt con Goethe: La ciencia necesita del arte y el arte necesita de la ciencia. Entonces creo que es bacán poder tener esta herramienta de los documentales donde puedes incluir todo. Y es una manera muy eficiente de llegar a las personas.
—¿Y ahí cuál dirías que es el sello de tu arte o de tu trabajo?
—Yo creo que el trabajo que hemos hecho con mi hermano de musicalizar ha sido muy importante. El nació en España. Yo nací en Chile. Si bien siempre hemos estado en contacto y todo, desde que empezamos a trabajar juntos realmente nos unimos mucho y conversamos las ideas. Yo le cuento los viajes y él tiene una capacidad magistral de poder musicalizar esas cosas. Entonces el sello yo creo que tiene bastante que ver con la relación entre la imagen y la música. Yo creo que esa es la combinación que sirve para parar los pelos.
—Has estado prácticamente en todo Chile grabando desde el norte con SPUN (Sociedad para la protección de redes subterráneas), en Chiloé para el tema de los bosques, con Giuliana en Tierra del Fuego, en todas partes. ¿Cuál ha sido como el lugar estrella para ti para documentar?
—Tengo un apego muy grande con los bosques del sur de Chile. Si bien amo ir al norte, desde que nací que rayo ver los comerciales de Colún por la tele. O sea, yo veía como neblina, bosque, lago y era lo mejor, entonces tengo un apego tremendo a los bosques de aquí, que cierta manera llegan hasta Tierra del Fuego. Pero sí, me siento muy cómodo dentro de los bosques del sur de Chile. Pero ponte tú, también me tocó cruzar el istmo de Ofqui, uno de los lugares más espectaculares y raros de los que he estado en Chile. La cordillera chilena me mata, la parte de los glaciares, pero mi apego es especial con el bosque, intentar entenderlo y comunicarlo.
—Y te fuiste a vivir al sur también…
—Apenas pude, hace 11 años. De chico yo no venía mucho, una vez mi papá me trajo a Chiloé, pero no era un plan familiar. Hasta este viaje que hice a Pucón, en donde me compré el libro y a los pocos años ya estaba viviendo en el sur. Sin un peso, desastre, pero estaba ahí, sí.
—Además del documental del árbol, ¿cuáles son tus próximos pasos?
—Se viene probablemente Angola en el verano. El documental que estrenamos junto a la Fundación Fungi en Santiago Wild tendrá su lanzamiento oficial. Y también acabamos de ir a grabar para Ladera Sur con el fotógrafo Guy Wenborne. Se me había olvidado algo importante. Llevo casi dos años grabando la desembocadura del río Maipo para la Fundación Cosmos. Eso me trajo de nuevo a las raíces, grabando aves, al igual que a mis 19 años acostado en el humedal, mojado hasta los huesos, con mirada de cocodrilo.