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Los pueblos fantasmas de Chile, remanentes de la época dorada del salitre que aún pueden ser visitados
En el desierto de Atacama, los pueblos que surgieron en torno a la minería del salitre ahora yacen abandonados, como ecos de un pasado próspero. Estas comunidades, que florecieron a fines del siglo XIX y principios del XX, fueron clave en la economía de Chile, pero su declive comenzó con la caída de los precios del salitre y la llegada de la competencia extranjera. Hoy, sus ruinas son testigos de una era dorada que ya no existe, pero cuyo legado sigue presente en la memoria colectiva. En esta nota te contamos más sobre este período de tiempo y sobre los poblados principales que se formaron alrededor de las oficinas salitreras.
En medio de las áridas tierras del desierto, entre montañas y cerros, se alzan poblados enteros que, aunque nacieron en tiempos de prosperidad, hoy yacen abandonados, resistiendo el paso del tiempo. A pesar de las inclemencias del clima, sus estructuras aún permanecen en pie, como vestigios silenciosos de la historia de Chile y de sus habitantes.
En aquellos sitios, llamados “pueblos abandonados” o “pueblos fantasmas”, la minería fue un motor fundamental de su economía. Estos asentamientos fueron en su momento vibrantes centros de producción, especialmente durante el auge de la minería del salitre en el siglo XIX y XX. Hoy en día se encuentran en ruinas, pero aún mantienen la memoria viva de las arduas jornadas laborales y la vida comunitaria que caracterizó a la época.
«El salitre tiene tres etapas. La primera es que se saca la piedra del salitre, que viene arriba con distintos materiales que no importan en el proceso, entonces se explota la tierra, vuela este salitre y después se mete en una refinería, donde se obtiene el material neto y eso es lo que se exporta en los barcos hacia el extranjero. Es alrededor de estas refinerías que, de a poco y muchas veces sin quererlo, los obreros que llegan buscando mejores condiciones laborales, trabajo en el fondo, empiezan a montar sus casas. Así parte esto, con casas bien precarias», afirma Leone Sallusti Palma, historiador e investigador de contenidos en el Museo Histórico Nacional (MHN) desde hace más de cinco años.
«Este tremendo boom del salitre hace migrar a familias completas, las que se instalan alrededor de la oficina y terminan, de una u otra manera, armando estos poblados que hoy en día conocemos y que después ya se convierten en una cosa más “institucional”, donde la oficina salitrera arma un pequeño pueblo, porque las distancias son muy largas, el desierto es muy duro y, por lo tanto, tienen que vivir ahí alrededor para poder trabajarlo y explotar mejor el material», agrega.
Todos estos pueblos, con sus características arquitectónicas, sus historias humanas y sus legados culturales, han quedado como un testimonio tangible de la relación entre las personas, los recursos naturales y las empresas extranjeras que explotaron el país en el pasado.
«La industria del salitre tiene dos grandes períodos. Uno que es la etapa de salitrera de paradas y el otro que es en base al sistema Shanks. El sistema de paradas surgió a contar de 1830 aproximadamente, y era una especie de minería ambulante que había en el desierto. Entonces, esta minería no implicó poblamiento. Los mineros iban a un lugar donde había mantos de caliche, que tenía buenas condiciones químicas, lo explotaban y luego se iban. Había un peregrinar por el desierto, lo que hizo que no tuviera población vinculada a la minería salitrera. Sí había poblamiento vinculado a la minería de la plata, que es mucho más temprana, del siglo 17, 18 y principios del 19», explica Damir Galaz-Mandakovic, investigador del Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad Arturo Prat, profesor de Historia y Geografía, magíster en Ciencias Sociales, magíster y doctor en Antropología, y doctor en Historia.
«Todo esto cambia a contar de la década de 1870, cuando surgió un nuevo sistema de lixiviación del caliche, que se llama el sistema Shanks. Esto quiere decir que el desierto tiene varias capas geológicas, y la tercera capa es el caliche. Ese caliche lo extraen, lo muelen, lo derriten, y ahí surge el salitre. Esto surgió gracias a la máquina a vapor. El anterior sistema era el sistema al fuego directo, que se llamaba la olla del indio, que era exactamente una olla a fuego directo donde derretían el caliche y lo procesaban. Con el sistema Shanks surgió lo que se llama la plantificación del desierto. Fueron instalando distintas plantas para procesar este caliche. Esto trajo de la mano un proceso de poblamiento y surgió el campamento minero. En el marco de este proceso de urbanización que generó esta minería del salitre, a contar de 1870 viene una expansión de su economía, una mundialización de este fertilizante, que además tiene otro uso, que es para la generación de pólvora. Tiene estas dos variantes, para generar muerte o para generar vida», agrega.
Auge y caída la industria salitrera
El salitre, o nitrato de sodio, fue un recurso crucial para la economía chilena a fines del siglo XIX y principios del XX. Chile era el principal productor mundial de salitre, y las oficinas salitreras, que eran complejos industriales dedicados a la extracción y procesamiento de este mineral, fueron el corazón de esta actividad. En ellas se generaron enormes flujos de capital que impulsaron el crecimiento de pequeñas ciudades en pleno desierto de Atacama, la región más árida del mundo.
«La verdad es que hay que entender primero que los procesos de formación de industria salitrera en el norte de Chile son bien divergentes, porque en el caso de Antofagasta hay una ocupación planificada del territorio, que tiene que ver con la llegada de grandes capitales, con capitales de importancia, directamente al desierto antofagastino a conformar industrias de tipo maquinizadas, industrias en forma, ya que procesaban el salitre con medios industrializados. En cambio, en el caso de Tarapacá es muy diferente, porque hay una larga explotación de los recursos mineros, con medios de trabajo y sistemas de trabajo de carácter preindustriales, que arranca desde los albores de la conquista española, cuando llegan los primeros mineros a Huantajaya, en el mismo siglo 16 estamos hablando. Y, posteriormente, en el siglo 18, hay un nuevo ciclo de expansión minera, que es donde comienza a explotarse el salitre, hacia el año 1764-1775, según los registros más antiguos», ahonda el Dr. Damián Lo Chávez, historiador y encargado del Archivo Histórico del Museo Regional de Iquique.
Es así como el auge de la industria salitrera trajo consigo la creación de numerosos pueblos en torno a las oficinas. Estos asentamientos, conocidos también como “company towns” o “ciudades industriales”, no solo ofrecían viviendas y espacios de trabajo, sino que creaban comunidades enteras con escuelas, hospitales, mercados, instalaciones deportivas, y todo tipo de servicios necesarios para mantener a los trabajadores y sus familias. Las condiciones de vida eran duras, pero la existencia de estos pueblos era, en muchos casos, esencial para el funcionamiento de las minas y el comercio internacional.
«Este poblamiento fue desde Pisagua hasta Taltal, fueron alrededor de 300 localidades que surgieron. Muchas cambiaron de nombre, porque era según el dueño, pero si hablamos de las principales, esto remite indudablemente al sistema técnico. Está el sistema de paradas del 1830, a contar de 1870 se inaugura el sistema Shanks, pero en la zona de Tocopilla se inaugura un nuevo sistema técnico de lixiviación de caliche, el sistema Guggenheim, de una familia estadounidense. Entonces, este último significó una mayor escala de producción y de poblamiento, particularmente a través de dos oficinas salitreras que fueron las más tecnológicas de todas, María Elena y Pedro de Valdivia. En la actualidad, María Elena sigue vigente, y de Pedro de Valdivia quedaron sus infraestructuras, pero su población fue desalojada», comenta Galaz-Mandakovic.
«El desierto da muestra de procesos de organización, de lugares muy tecnológicos, que nivelaron la zona con los grandes proyectos globales, porque esa es la otra paradoja, si bien devino en una periferia para el Estado, la industria del salitre hizo que este lugar, este desierto, fuera un sitio sumamente globalizado, multinacional, heterogéneo sociológicamente hablando, y vinculado a una economía global. En el marco de este poblamiento, donde la gente tuvo que pagar los costos en términos de calidad de vida, se subvencionó una minería», agrega.
Sin embargo, con la caída de los precios del salitre en la década de 1920 y la competencia de otros países productores, muchas de estas oficinas comenzaron a declinar. La Gran Depresión de 1929, la llegada del salitre sintético y la reconversión industrial fueron factores clave en el declive de las oficinas salitreras (al menos de aquellas ligadas con el sistema Shanks), lo que llevó al abandono de estos pueblos, dejando tras de sí un vacío poblacional y económico importante. El golpe final a la industria fue dado por la consolidación de otros fertilizantes, entre ellos el sulfato de amonio, la cianamida y el nitrato de cal, así como la aparición de cientos de plantas fijadoras de nitrógeno en Europa (abono artificial).
«Hay una primera crisis en 1914, que es cuando parte la Primera Guerra Mundial. El salitre iba en alza. En Chile terminan sacando mucha plata a inicios del siglo 20 por el salitre. Se cobran muy bien los impuestos, son bien pagados en el fondo, no hay reclamos. Estábamos en una situación de bonanza extrema, hasta que llega la Primera Guerra Mundial. Si bien a Chile no le afecta bélicamente, sí le afecta, por ejemplo, la parada de los puertos en Inglaterra. El salitre deja de poder exportarse. Eso genera un bloqueo en los puertos, en los mercados, y se cierran la gran mayoría de las salitreras», comenta Sallusti.
«Cuando Alemania crea el salitre sintético, al principio no pasa nada, porque la guerra impide que se masifique. Una vez que se acaba la guerra y empieza a masificarse, ahí la producción de salitre chilena se hace más cara en comparación con el sintético, el que no había que exportarlo, porque ya estaba inserto en Europa. La industria empieza a decaer, pero se mantiene con vida, y es la crisis del 29, que es a nivel mundial, cuando caen las bolsas de Estados Unidos, la que da un golpe importante a las empresas del salitre», agrega.
De esta manera, los pueblos que nacieron alrededor de las minas y las oficinas salitreras dejaron de ser prósperos centros de trabajo para convertirse en sitios deshabitados, en ruinas, como testigos de un pasado que fue glorioso, pero también olvidado. Estos “pueblos abandonados” son vestigios de un sistema industrial que dependía completamente de la minería.
«La gente de Tarapacá queda tan empobrecida que se ocupa mucho el negocio de la venta de chatarra, de retirar distintos enseres de la pampa abandonados, reduciéndolos para vender los fierros, las calaminas, etcétera. El archivo de la Intendencia de Tarapacá, por ejemplo, está lleno de solicitudes de gente que pide permiso para hacerlo legalmente, aunque también hay gente que lo hizo clandestinamente. Entonces, ahí es que las iglesias de los pueblos, las casas, las plantas de las oficinas, todo a partir de la década del 30 comienza a ir desapareciendo», asegura Lo Chávez.
Humberstone: La ciudad del salitre y la cultura minera
Humberstone, ubicada a unos 50 kilómetros de Iquique, es quizás una de las oficinas salitreras más conocidas y emblemáticas de Chile. Fundada en 1862, Humberstone alcanzó su máximo esplendor entre finales del siglo XIX y principios del XX, siendo un centro clave en la producción de salitre.
En su apogeo, la población de Humberstone superaba los 3.700 habitantes, y la oficina contaba con una infraestructura que incluía un hospital, una escuela, una iglesia, un teatro y otros servicios fundamentales. La vida en Humberstone era una representación de la vida en las oficinas salitreras, con una fuerte división entre los trabajadores y los empresarios, y una vida social y cultural activa, que incluía cine y deportes.
«Cuando uno llega de visita a Humberstone, lo que se ve, es decir, una pequeña ciudad con tantos servicios, eso fue la última etapa de la vida en La Pampa, con tan buenas casas. Todo eso fue la época tardía de lo que fue la historia minera del desierto, la verdad es que, durante la mayor parte de la historia del salitre, los trabajadores vivieron en ranchos, que eran verdaderamente lamentables, y estaban llenos de epidemias. Hay un montón de documentación que así lo comprueba. Entonces, Humberstone alcanzó a ser un “company town” obrero modelo, generado bajo patrones de carácter paternalista, donde, para evitar el conflicto social y las implicaciones de los agentes comunistas subversivos, la empresa tiene todo un sistema de Estado de bienestar interno con los trabajadores, lo que permite una muy buena infraestructura de servicios para toda la gente que vivía en la oficina», profundiza Lo Chávez.
A pesar de su riqueza y prosperidad en el pasado, Humberstone no pudo evitar los efectos del colapso de la industria del salitre en la década de 1930. La oficina cerró definitivamente en 1960, pero el legado de Humberstone no se perdió en el tiempo. En 2005, Humberstone fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), reconociéndose así su valor histórico, arquitectónico y social.
«Humberstone se desocupó tardíamente en la década del 60, cuando ya La Pampa estaba abandonada y en ruinas y, afortunadamente, alcanzó a contar con medidas de protección relativamente pronto. Específicamente, es bueno y valorable el trabajo que hace la Corporación Museo del Salitre, que ha tenido la oficina Humberstone muy bien cuidada, y resguardada de saqueos y robos, logrando así conservar gran parte de su infraestructura. Yo creo que ese nivel de conservación, que es casi inédito en un pueblo minero abandonado, es lo que hace que la UNESCO lo considere como un sitio de particular interés», señala Lo Chávez.
Hoy, la oficina está preservada como un sitio de memoria y un atractivo turístico, donde los visitantes pueden conocer de primera mano la historia del salitre y la vida en las oficinas salitreras.
Pedro de Valdivia: El nacimiento de una oficina salitrera
La oficina salitrera Pedro de Valdivia, situada en la Región de Antofagasta, fue una de las últimas grandes instalaciones dedicadas a la extracción de salitre en Chile. Su historia se remonta a 1930, cuando se iniciaron las obras de construcción en la zona del cantón de El Toco, a unos 60 kilómetros al este de Tocopilla. El 6 de junio de 1931, la oficina comenzó oficialmente su producción. La fecha marca el inicio de una etapa de esplendor para este poblado, que rápidamente se consolidó como uno de los principales centros productores de salitre del país.
«Pedro Valdivia surgió el 31, el año 32 tiene una paralización, pero el año 34 ya vuelve a operar. Lo interesante es que esta salitrera produjo mucho más que todas las salitreras del sistema Shanks juntas. Esto permitió que el salitre chileno se mundializara nuevamente, porque tenía una particularidad, que fue muy mínima, pero que marcó la diferencia radical. El salitre del sistema Guggenheim al llegar a puerto, y luego al llegar a Europa, no le entraba agua en el camino, no le entraba humedad. El saco salía pesando 80 kilogramos y llegaba pesando lo mismo. Los otros salían pesando 80 y llegaban pesando 100. Entonces, al entrarle humedad, perdía sus propiedades químicas como fertilizante», cuenta Galaz-Mandakovic.
«María Elena y Pedro Valdivia significaron un reordenamiento del desierto, una reurbanización de La Pampa. Pedro de Valdivia llegó a tener en su mejor momento 11.004 habitantes, mientras María Elena tuvo entre 8.000 y 9.000. Entonces, fueron salitreras tecnológicamente de vanguardia, monumentalmente mucho más grandes, con mayor población, pero, por sobre todo, con un mayor control social. Pedro de Valdivia cerró por una cuestión ambiental, y también por crecimiento y expansión de esta mina, que ya estaba en manos, a contar del 83, de la Sociedad Química y Minera de Chile (SQM)», agrega.
En este contexto, la comunidad creció alrededor de la oficina, convirtiéndose en un verdadero microcosmos de la industria salitrera. Como muchas otras oficinas de la época, Pedro de Valdivia contaba con una infraestructura básica pero completa: hospital, escuela, mercado, un pequeño cuartel de carabineros y diversas instalaciones recreativas y deportivas para sus habitantes. Lamentablemente, pese a la modernidad, Pedro de Valdivia no estuvo exento de las precariedades y del abuso que caracterizaron la vida en las oficinas salitreras.
«Hubo un caso, que fue el año 31, en el que los estadounidenses quemaron un pueblo entero. Esto lo puedes buscar en un artículo que se llama “Un pueblo libre fue quemado”, que escribí hace un par de años. Era tal el control que había en estos lugares, que eran lugares de clausura, nadie podía entrar y nadie podía salir, no había comercio libre. Entonces, en las afueras de la salitrera de Pedro de Valdivia surgió una toma de terreno, donde claramente había alcohol, prostitución, juerga de todo tipo, y los gringos, para solucionar esto y para no contaminar su espacio de habitabilidad, fueron y lo quemaron», afirma Galaz-Mandakovic.
«La vida cotidiana está ceñida por todas estas matrices de orden policiaco, pero al mismo tiempo con regímenes de trabajo que son sumamente intensos, con unas temperaturas fatales, con el trabajo de niños muy normalizado en su época, con violencia doméstica hacia la mujer, también muy normalizada, donde no siempre había un acceso al agua y a electricidad. Lo que ocurre, es que actualmente hay una romantización de La Pampa, que invisibiliza todas estas narrativas que son sumamente complejas y duras. Además, tenían que respirar una gran cantidad de material particulado, hombres, mujeres y niños. Sobre todo, vivir en condiciones que eran sumamente precarias», agrega.
Pese a lo anterior, Pedro de Valdivia se destacó por su moderno sistema de extracción, implementado por la compañía estadounidense Guggenheim Bros., que había adquirido los terrenos en la década de 1920. A través de innovaciones tecnológicas, como el Sistema Guggenheim para la purificación del caliche, Pedro de Valdivia logró mantenerse competitiva incluso frente a la creciente competencia internacional y la aparición del salitre sintético en la década de 1930. En su mejor momento, la producción conjunta de salitre de las oficinas Pedro de Valdivia y María Elena alcanzaba las 1.220.000 toneladas anuales.
Con los años, como muchas otras salitreras, Pedro de Valdivia sufrió los embates de la crisis mundial de 1930 y las fluctuaciones del mercado internacional del salitre. En 1932, la oficina se paralizó durante casi dos años debido a la caída de la demanda. No fue sino hasta agosto de 1934 que la producción se reactivó, y el poblado volvió a tener una vida frenética con la reanudación de las operaciones. Durante este período, la oficina también pasó por varias reorganizaciones y ampliaciones. La construcción de nuevos edificios, como la iglesia, el teatro, y la escuela, contribuyó al crecimiento de una comunidad cada vez más estable.
No obstante, el fin del ciclo del salitre llegó de igual forma en la década de 1960. La competencia internacional, la irrupción del salitre sintético y los bajos precios del mineral fueron factores determinantes que hicieron inviable la operación de muchas salitreras. Pedro de Valdivia no fue la excepción. En 1996, después de un largo período de declive y con la creciente contaminación de la planta salitrera, los últimos habitantes fueron reubicados, principalmente en la vecina oficina salitrera María Elena.
Hoy en día, Pedro de Valdivia está completamente deshabitado, sus ruinas dispersas entre las dunas del desierto sirven como un testimonio mudo de lo que fue una de las últimas grandes oficinas salitreras de Chile. Sin embargo, el legado de Pedro de Valdivia no ha sido olvidado. Cada año, el primer sábado de junio, los exhabitantes del poblado, conocidos como “pedrinos”, se reúnen en las ruinas de la oficina para celebrar un emotivo reencuentro, donde reviven las tradiciones y el espíritu de la época dorada del salitre. Este evento atrae también a turistas y visitantes interesados en conocer la historia de las salitreras y la vida de los pampinos, una parte fundamental de la identidad del norte de Chile.
«Como es de SQM hay que gestionar el permiso para poder visitar las ruinas. Es un lugar privado, por lo que uno no puede llegar y entrar, se debe tener el permiso de SQM. Esto se gestiona a través del área de sustentabilidad y relaciones comunitarias. Ellos normalmente permiten el ingreso. Hace poco se filmó una película, que se llama “La contadora de películas”, aunque se trata de una mirada romantizada de La Pampa», comenta Galaz-Mandakovic.
«Cada primer sábado de junio la gente vuelve de varias partes. Hay un evento enorme, un desfile, que también es llamativo, porque es una celebración con una fuerte impronta nacionalista, con la bandera y una banda de guerra. La Pampa tiene esta paradoja, por un lado, te dicen tú eres chileno, tienes una escuela chilena, una bandera chilena, un policía chileno, pero por el otro, todo lo demás no se decidió en Chile. Bueno, toda esta gente vuelve, juegan fútbol, básquetbol, hay obras de teatro, y un gran evento al final con fuegos artificiales», agrega.
Chacabuco: El impacto del trabajo forzado
La oficina salitrera Chacabuco, ubicada en la comuna de Sierra Gorda, en la Región de Antofagasta, es un emblemático poblado que forma parte de la historia minera de Chile. Fundada en 1925, la oficina comenzó a operar como un centro de producción de salitre bajo el mandato de la Anglo Nitrate Company Limited. Su construcción se desarrolló sobre las ruinas de la oficina salitrera Lastenia, con una capacidad para procesar 15.000 toneladas de caliche anuales, utilizando el sistema de producción Shanks, el cual se mantuvo como su tecnología distintiva. Este sistema de extracción fue el último de su tipo, marcando el cierre de una era en la minería del salitre en Chile.
El poblado creció rápidamente debido a la demanda de mano de obra para las faenas mineras, llegando a albergar a más de 8.000 personas en su apogeo. Chacabuco fue una oficina salitrera que no solo se destacó por su volumen en las instalaciones productivas, sino que también por el proceso de urbanización que trajo aparejado. El complejo contaba con viviendas, escuelas, un hospital, teatro, gimnasio, piscina, y diversas instalaciones recreativas. Sus calles, trazadas en un plano damero, se veían flanqueadas por viviendas de adobe, construidas para 1.800 trabajadores, incluyendo personal administrativo, profesores y médicos.
Sin embargo, en 1930, en el contexto de la crisis mundial del salitre y la Gran Depresión de 1929, la oficina comenzó a experimentar serias dificultades económicas. Aunque sus instalaciones continuaron funcionando, la rentabilidad de la oficina disminuyó considerablemente. La crisis del salitre y la creciente competencia internacional terminaron por hacer inviable el funcionamiento de la oficina, que cerró definitivamente en la década de 1940. Tras el cierre, la oficina quedó desmantelada en espera de una posible reactivación industrial que nunca se concretó.
En 1968, la oficina fue adquirida por SQM, pero en 1973, tras el golpe militar que derrocó al gobierno de Salvador Allende, las Fuerzas Armadas expropiaron la propiedad y transformaron Chacabuco en uno de los campos de prisioneros más grandes de la dictadura. Durante este período, el campo de concentración albergó a miles de prisioneros políticos, muchos de los cuales fueron torturados y ejecutados en el sitio, lo que agregó una dimensión trágica a la historia de la oficina.
«Chacabuco surgió como un proyecto porfiado, un proyecto insistente, a través de un sistema que ya no era tan operativo, el sistema Shanks, que intentaron mejorarlo y todo, pero en realidad es una oficina de corta vida. Ya en el año 38, tengo entendido, se empieza a hablar del cierre de esta salitrera, la que finalmente cierra el 40, y cinco años más tarde comenzó su desmantelamiento. Tiene una distinción de orden material, urbano, la distribución de la ciudad es mucho más elaborada. Estaba tan bien planificada esta ciudad que después deriva en un campo de concentración. Entonces, esa infraestructura era tan óptima, en cuanto al control social, que luego una dictadura usufructúa de esta misma infraestructura. Opera como un campamento terrible, de tortura, donde se cometieron vejaciones de todo tipo», señala Galaz-Mandakovic.
En la actualidad, a pesar del desmantelamiento de las instalaciones y el saqueo que ha sufrido el lugar, las ruinas de la oficina salitrera Chacabuco siguen siendo un sitio de gran importancia histórica. En 1971, el lugar fue declarado Monumento Histórico Nacional, y más tarde, en 1989, se amplió esta declaración para incluir las “tortas de ripio”, los montículos de desechos minerales que rodean las instalaciones. Ahora el sitio está administrado por el Ministerio de Bienes Nacionales y continúa siendo un lugar de interés para quienes desean conocer la historia de la minería chilena.
La Noria: El declive del salitre en Tarapacá
La oficina salitrera La Noria, ubicada en la Región de Tarapacá, es una de las instalaciones salitreras más antiguas del país. Fundada en el siglo XIX, en el contexto del auge del salitre en Chile, La Noria desempeñó un rol fundamental en la industria minera de la región. Aunque la oficina comenzó a operar en los primeros años del siglo XX, ya arrastraba consigo los vestigios de la minería salitrera anterior, específicamente de la oficina de La Noria que data de 1826. Este asentamiento, a pesar de los desafíos geográficos y climáticos del desierto de Atacama, logró convertirse en un importante centro productivo, principalmente gracias a la explotación de las vastas reservas de caliche y nitrato.
La Noria se encontraba inmersa en una zona inhóspita, en un valle situado en la vertiente oriental de la cordillera de la Costa. La región es famosa por su clima extremadamente árido, con temperaturas elevadas durante el día y frías por la noche, además de la escasa precipitación que recibe. A pesar de su hostilidad, el lugar poseía un recurso valioso: el agua subterránea, que permitió la instalación de pozos y norias, un sistema rudimentario para extraer agua del subsuelo. Este recurso vital, sumado a la presencia de nitrato, convirtió a La Noria en un punto clave para la minería en el norte de Chile.
El asentamiento creció rápidamente, albergando a miles de trabajadores que vivían en condiciones extremadamente difíciles. La escasez de recursos naturales, el calor insoportable y la precariedad de las infraestructuras hicieron de La Noria un lugar donde la vida era una lucha constante. A pesar de ello, el poblado contaba con algunas instalaciones esenciales, como un hospital, escuelas y otros servicios básicos que permitían el funcionamiento de la comunidad.
«Lo interesante de La Noria es que es una cuna de los procesos industriales. Ahí en La Noria estuvo un terreno que fue ocupado por un personaje muy interesante de Tarapacá, que se llama el señor George Smith, que es de origen británico que se radicó en Tarapacá en 1827 más o menos, y que venía ya de un contexto técnico cultural diferente del contexto local. Trajo mentalidades distintas, algunos mineros venían con cierta influencia ya británica-alemana, por lo que difundían conocimientos y fueron, de alguna manera, los primeros introductores de los adelantos industriales en Tarapacá», afirma Lo Chávez.
«La Noria es una de las primeras oficinas donde comienzan, ya en la década de 1850, a manifestarse algunos adelantos, que ya tienen que ver con el mejoramiento del implemento técnico y la concentración de trabajo», agrega.
En los alrededores del poblado se establecieron otras minas y refinerías de nitrato, creando una red industrial que se extendía por el desierto. Entre las oficinas cercanas a La Noria se encuentran las de La China (1856), Limeña (1857), y San José de La Noria. Sin embargo, el paso de los años y la creciente competencia internacional, junto con la crisis del salitre a mediados del siglo XX, llevaron a la oficina de La Noria a un lento pero inexorable declive.
A pesar de los esfuerzos por mantener activa la producción, la oficina fue cerrada definitivamente en la década de 1950. En los años posteriores, las instalaciones fueron desmanteladas y abandonadas, dejando solo ruinas. De igual forma, el lugar fue declarado Monumento Nacional en 1971, y desde entonces se ha convertido en un referente de la memoria industrial y social del país.
«Todos los pueblos ofrecen una imagen más o menos similar, los pueblos que están abandonados. Está la línea férrea y alrededor están los restos, los esqueletos de lo que fueron los antiguos recintos. Este es el caso de los pueblos que se formaron durante el salitre industrial. Ahí se puede visitar La Noria, que hay que pasar por un control de una empresa minera actual, pero no tienen ningún problema, siempre dejan entrar. Se puede visitar Santa Catalina también. Queda esta estructura, de la línea férrea, la plaza, y las paredes de las casas alrededor», afirma Lo Chávez.
Oficina salitrera Victoria: La última en caer en Tarapacá
Ubicada a 115 km al sureste de Iquique, en la Región de Tarapacá, la oficina salitrera Victoria fue una de las últimas en operar en el norte de Chile, marcando el fin de la era de la minería del salitre en la región. Su construcción comenzó entre 1941 y 1944, en un terreno que había sido previamente ocupado por las oficinas Brac y Franka, y comenzó a operar en 1945. Esta oficina utilizó el sistema Krystal para el procesamiento del salitre, un sistema similar al Guggenheim.
En su apogeo, Victoria alcanzó una producción anual de 150.000 toneladas de nitrato y llegó a albergar a más de 9.000 personas, incluyendo trabajadores, sus familias, comerciantes y profesionales. A lo largo de su existencia, la oficina no solo fue un centro productivo, sino una pequeña ciudad en el desierto, con todos los servicios básicos para su comunidad. Contaba con un hospital, iglesia, escuela, piscina, teatro, mercado, estaciones de radio, un retén de Carabineros, una brigada de bomberos, e incluso un estadio y una oficina de correos.
«La Iglesia fue fundamental, porque la Iglesia permitía el control de la fuerza de trabajo y el empadronamiento de la población. La Iglesia es el factor espiritual del orden económico social colonial. Entonces, la fundación de iglesias y la atención del culto cristiano era una parte crucial de los poblados del desierto. Ese aspecto de la vida cultural y espiritual de los habitantes de La Pampa fue central en la primera época preindustrial, que abarca la colonia española y gran parte de la república peruana», señala Lo Chávez.
Sin embargo, a pesar de su éxito inicial, Victoria enfrentó crecientes problemas financieros debido al aumento de los costos operativos y a la competencia internacional. En 1960, la Corporación de Fomento de la Producción (CORFO) intervino la oficina, creando la empresa ESAVI para administrarla, pero a pesar de los esfuerzos por salvarla, la oficina comenzó a declinar. En 1968, ESAVI se fusionó con la Empresa Salitrera Anglo Lautaro, dando origen a SQM, pero la crisis del salitre y la obsolescencia de las instalaciones llevaron al cierre definitivo de la oficina en 1979, convirtiéndola en la última oficina salitrera de la región en cesar sus actividades.
«En el caso de la oficina Victoria, cuando el mundo del libre mercado salitrero, el mundo del empresariado privado salitrero, queda derrotado por la competencia internacional, es finalmente una alianza de políticas públicas y privadas lo que permite sostener un último centro industrial en Tarapacá de procesar salitre. La última exportación de salitre desde Tarapacá, del antiguo sitio del salitre, vino desde la misma Victoria, y fue hacia la República Popular China. Son centros que eran viables desde un punto de vista económico, pero que fueron finalmente suprimidos más bien por otras razones, por razones más que nada políticas, por los proyectos divergentes que tenía la dictadura militar, pero Victoria fue una oficina rentable y viable durante todo el siglo 20», ahonda Lo Chávez.
«Lamentablemente, de Victoria solo queda parte de la planta industrial y del resto del pueblo solo se puede distinguir un poco lo que fue la planificación del poblado, pero no queda nada, ningún edificio completo», agrega.
Oficinas salitreras: El fin de una era
Junto a Humberstone y Pedro de Valdivia, existieron muchas otras oficinas en el norte de Chile que surgieron en torno a la explotación del salitre y que, en su momento, fueron prósperas comunidades industriales. Oficinas como María Elena y Lagunillas fueron centros productivos donde miles de personas trabajaron en condiciones extremas para extraer y procesar el salitre.
A pesar del olvido y el deterioro, muchos de estos antiguos pueblos mineros son ahora considerados Patrimonio Cultural de la Nación. Las ruinas de las oficinas salitreras, así como los vestigios de las comunidades que en su día fueron prósperas, ofrecen una rica fuente de aprendizaje sobre la historia industrial de Chile y su evolución social. Las historias de los trabajadores, sus familias y los ingenieros extranjeros que hicieron posible la industrialización minera en el país siguen siendo parte fundamental de la identidad chilena.
«Esta teleserie de los 2000, «Pampa ilusión», estaba basada en una salitrera, y lo que se retrata allí es muy parecido a lo que fue en realidad. Lo primero que hay que decir aquí es que las oficinas tenían cuatro secciones grandes, donde se desarrollaba la vida. Una era el campamento, donde estaban las casas, después venían las casas de los dueños, las pulperías, los comedores, etcétera. Posteriormente, hay un lugar que se llama el escritorio, que en el fondo es el edificio de administración; la máquina, que es esta refinería donde se pasa el salitre y se convierte en el material que se exporta; y una especie de taller o maestranza, donde se van arreglando los distintos desperfectos de estas otras tres partes», explica Sallusti.
«La vida en las salitreras era intensa, hay que partir por las condiciones climáticas, vivir al sol todo el día y al frío de la noche es impresionante. También uno piensa que el trabajo del salitre era siempre de día, pero eran turnos diarios o nocturnos, y había mineros especializados en trabajar con frío y otros especializados en trabajar con calor. Por lo tanto, la gente se va adecuando a este desierto y aprende a vivirlo, lo aprenda a conocer. Los habitantes no eran iguales por ningún punto, en el fondo era una gama enorme de pobladores, de razas. Había migrantes en todas partes. Cuando explota el salitre, de todo Chile llega gente hacia el norte, incluso de Perú, Bolivia, y también llegan los chinos», agrega.
Debido a todo lo anterior, en el presente, la preservación de estos pueblos no solo permite entender el proceso de industrialización de Chile, sino que también reflexionar sobre las consecuencias de la explotación de recursos naturales, las relaciones laborales y los movimientos sociales que marcaron la historia de la minería chilena.