Las pioneras que lucharon por el acceso de las mujeres a la ciencia en Chile
Desde tiempos remotos, la participación femenina en distintas áreas del conocimiento se ha visto truncada por los estereotipos, la discriminación y otras barreras. En el caso de las chilenas, un periodo crucial fue el que comenzó en 1870, cuando se generó la discusión sobre sus derechos sociales. En esa época se creía que el cerebro femenino no estaba capacitado e, incluso, que las mujeres instruidas eran “fastidiosas”. En el Día de la Mujer y la Niña en la Ciencia te contamos sobre las pioneras que abrieron las puertas de la educación científica a las mujeres, dejando un legado que persiste hasta el día de hoy.
Sin duda, es un tema que genera amplio debate. Desde tiempos remotos, la participación femenina en distintas áreas del conocimiento se ha visto obstaculizada por los estereotipos, la discriminación y otras barreras, como el acoso sexual o la sobrecarga por la maternidad ante la falta de crianza compartida. Si bien se han reportado avances notables, dependiendo obviamente del contexto, aún existen desafíos para un involucramiento femenino pleno en estas materias.
Por ese motivo se celebra el 11 de febrero el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, con el fin de promover actividades de educación y sensibilización pública para una mayor participación y progreso de las mujeres y las niñas en la ciencia alrededor del mundo.
En el caso de Chile, hay cifras decidoras. Por ejemplo, según la Unesco sólo el 32% de la participación en ciencia y tecnología en Chile está representada por mujeres.
Además, un 44% de quienes obtienen un doctorado en nuestro país son mujeres, pero solo un 31% ocupa puestos de trabajo con ese grado en las universidades, según el informe “Política institucional equidad de género en Ciencia y Tecnología 2017-2025”, de la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica (CONICYT).
Por último, un 27% lidera proyectos Fondecyt y Fondef, mientras que sólo un 16% dirige centros de investigación, de acuerdo al mismo reporte.
Por esta razón, se llama a fomentar la participación femenina en las ciencias a través de la educación, estimulación temprana y modelos de rol que sean fuente de inspiración y empoderamiento.
Siguiendo esa senda es que en Ladera Sur rendimos un homenaje a aquellas que dejaron un importante legado pese a las dificultades que enfrentaron en su época. Nos referimos a las pioneras que exigieron educación científica para las mujeres. Gracias a ellas, muchas de nosotras hemos podido acceder a las ciencias y a la universidad.
A continuación hacemos un breve repaso de su historia y algunos hitos, para lo cual es importante ponerse los lentes del siglo XIX.
Las pioneras
En su primer siglo de vida independiente, Chile navegó por distintos procesos políticos, sociales y culturales, donde la participación de las mujeres fue cubierta de manera marginal en los relatos históricos. En ese entonces, existía consenso de que las féminas debían circunscribirse al ámbito de la familia y del hogar, dedicándose a la dirección de los asuntos domésticos y al cuidado y educación de los hijos.
Sin embargo, la fundación de la Universidad de Chile en 1842 encendió una chispa que generó la discusión sobre la educación científica y profesional que recibían las chilenas, instalando la pregunta de si era necesario y conveniente para la sociedad que las mujeres siguiesen estudios superiores y recibieran formación científica. Si bien este debate, reflejado en la prensa nacional de la época, fue liderado por hombres – como políticos, intelectuales, docentes o religiosos – fue a partir de la década de 1870 cuando las mujeres tomarán la palabra y la pluma para manifestarse y defender la educación científica para ellas.
“Hay un puñado de mujeres que, desde la década del 1850 y 1860, se pronuncian de manera muy cautelosa sobre la necesidad de que las mujeres accedieran a la educación científica, pero desde la década del 70 en adelante las mujeres irrumpen con fuerza. Un gran tema que empiezan a trabajar es, justamente, apoyar con estudios la importancia de que la mujer estudiara carreras científicas. Los discursos apuntan a que la mujer sí está capacitada a nivel cerebral para hacerlo, porque había discursos que decían lo contrario”, relata Verónica Ramírez, investigadora y académica de la Universidad Adolfo Ibáñez, quien ha estudiado a las distintas intelectuales que impulsaron el movimiento para la instrucción femenina.
Para tal fin, la Doctora en Literatura Chilena e Hispanoamericana ha revisado, junto a sus colegas, cientos de diarios, periódicos, entre otros archivos vetustos y olvidados, hallando de esa forma a las distintas voces femeninas que escribían sobre ciencia en aquel periodo.
Ramírez explica que “estamos hablando del siglo XIX, es difícil hacer una separación entre divulgación y ciencia, porque es muy común que el científico sea, a su vez, el divulgador. No estaba muy delimitado a fines del XIX qué es un texto académico y uno divulgativo, incluso qué es un texto de ficción científica, está super ligado todo, y eso tiene que ver con la definición de la ciencia de ese tiempo. En esa época las ‘ciencias ocultas’, la hipnosis o el espiritismo eran considerados también como ciencia. Hoy nosotros no podríamos concebir eso y diríamos que es charlatanería, entonces hay que contextualizar”.
Es importante recordar que, en ese entonces, las mujeres no tenían derecho a voto y tampoco podían ejercer cargos políticos, razón por la cual se tomaron un espacio estratégico para visibilizar sus demandas: la prensa.
Entre lo doméstico y la prensa
El interés y consumo de la ciencia se transmitía principalmente en el ámbito doméstico, de madres a hijas y, en ocasiones, también desde los padres.
Buena parte de las instituciones educativas estaban en manos de la Iglesia Católica, y diferenciaban la educación según el sexo, privilegiando en general «la enseñanza de los varones». Naturalmente, no se consideraba relevante que las “señoritas” aprendieran disciplinas como las ciencias, por lo que el programa para ellas era sumamente básico.
De esa forma, mientras ellas se dedicaban al bordado, los varones aprendían de cosmografía y otras materias.
Frente a esa realidad, la directora de la Escuela Superior de Valparaíso, Eduvigis Casanova, publicó en 1871 un escrito sobre la educación de la mujer, donde rebatió distintos puntos, entre ellos el mito de que las mujeres más instruidas tendían a volverse “fastidiosas”. La acción de Casanova inauguró una nueva etapa de debate en pleno Chile decimonónico.
Al año siguiente surgió otro hito, esta vez de una joven Martina Barros Borgoño, quien generó revuelo a los 22 años cuando publicó en la Revista de Santiago la traducción de “La esclavitud de la mujer” (The subjection of women), un estudio del filósofo inglés John Stuart Mill. La publicación estuvo acompañada con un prólogo de la autora, quien además era la sobrina de Diego Barros Arana, generando polémica y recibiendo censura.
Pero eso no extinguió los ánimos.
En 1873 llegó el turno de otro grupo de pioneras. Rosario Orrego fundó la Revista de Valparaíso, erigiéndose como la primera directora de un periódico en Chile, donde uno de sus objetivos explícitos era la difusión científica.
Orrego contó con la colaboración de sus hijas, Regina y Ángela Uribe, quienes traducían contenidos relacionados con la astronomía, medicina, entre otros. Las escritoras que gozaron de este espacio también se pronunciaban sobre esas materias, convirtiéndose así en las primeras divulgadoras de la ciencia en Chile.
De esa manera, la iniciativa de Orrego era completamente subversiva: no solo contaba con una mujer como directora de un periódico, sino que además se desempeñaba como editora de contenidos de ciencia, algo completamente inusitado para la época.
Las puertas de la universidad
Los intentos por inculcar la ciencia en las niñas también se dieron en algunos espacios de educación formal, aunque – paradójicamente – siempre con cierto grado de informalidad.
La académica de la Universidad Adolfo Ibáñez cuenta que “hay varias mujeres que están dirigiendo colegios, incluso recintos católicos, donde comienzan a pasar a sus alumnas contenidos científicos, a pesar de que religiosamente no estaba bien visto. Lo hacían aunque fuera de forma indirecta, por ejemplo, solicitando para la clase de Lenguaje la traducción de un texto científico.”
Dos mujeres ligadas a la educación defendieron la igualdad de capacidades y de derechos entre hombres y mujeres para cursar estudios superiores: Antonia Tarragó e Isabel Le Brun, quienes fundaron y dirigieron escuelas secundarias femeninas particulares en Santiago, convirtiéndose en las primeras instituciones que otorgaron a las mujeres una educación similar a la que recibían los hombres.
Ambas directoras solicitaron al gobierno, en reiteradas ocasiones, la oportunidad para que las alumnas pudieran dar exámenes para ingresar a la universidad.
Primero fue Tarragó, quien elevó una solicitud a la comisión universitaria en 1872 para que las alumnas pudieran validar sus exámenes de bachillerato e ingresar a la educación superior. Su petición no fue acogida.
Luego vino el turno de Le Brun, quien en 1876 repitió la solicitud, logrando finalmente que en febrero de 1877, el ministro de Instrucción Pública, Miguel Luis Amunátegui, firmara el decreto que permitió a las chilenas acceder a los estudios universitarios.
De esa forma, se afirmó legalmente que las mujeres sí podían desarrollarse profesionalmente y, en consecuencia, que estaban facultadas para instruirse científicamente.
Actualmente, es posible observar a Tarragó y Le Brun esculpidas en granito, en el monumento emplazado en el bandejón central de la Alameda, en el centro de la capital.
Las primeras profesionales
Luego de la lucha por mejorar la educación femenina, que cuajó en hitos como el decreto Amunátegui, surgieron críticas por la escasez de liceos públicos de niñas. En ese contexto, Lucrecia Undurraga creó en 1877 «La Mujer», el primer periódico producido y escrito exclusivamente por féminas. Más adelante, sus páginas fueron transcritas de manera completa por Ramírez y Carla Ulloa, transformándose a 142 años de su creación en un libro, editado por Cuarto Propio.
Posteriormente, a partir de la década de 1880 se abre paso a la generación de nuevas profesionales que desafiaron los prejuicios y barreras.
Quizás el caso más emblemático y conocido sea el de Eloísa Díaz, la primera médica en Chile y América del Sur. Díaz postuló en 1880 a la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile, siendo acompañada por su madre durante toda la carrera. La joven obtuvo, desde ese entonces, numerosos premios y reconocimientos por su mérito y esfuerzo. Trabajó en recintos como el hospital San Borja y se enfocó en áreas como la sanidad e higiene escolar, impulsando reformas como la creación del servicio médico dental en las escuelas. También fundó jardines infantiles, implementó policlínicas dirigidas a las personas de menores recursos y asumió como directora del Servicio Médico Escolar en 1911, promoviendo medidas como el desayuno obligatorio, la vacunación masiva y el tratamiento del alcoholismo.
Siete días después de la graduación de Díaz, vino el turno de Ernestina Pérez, quien se convirtió en médica cirujana. Pérez ayudó a combatir la epidemia de cólera en Valparaíso ese mismo año, por lo que fue nombrada «ciudadana ilustre» de la ciudad porteña. Además, adquirió una beca para perfeccionarse en el extranjero, financiada por el Estado, aunque no se libró de algunos obstáculos, ya que en Berlín existía un decreto imperial que prohibía los estudios científicos de las mujeres. Pese a ello, logró continuar con su perfeccionamiento en otros países.
Otro caso es el de Margarita Práxedes Muñoz, una peruana que arribó al país para estudiar medicina en la Universidad de Chile, luego de haber cursado un Bachiller en Ciencias en la Universidad de San Marcos.
En 1894, Muñoz publicó un trabajado titulado “Diferencias en el volumen craneoscópico de los dos sexos”, donde refuta la creencia sobre la mayor inteligencia a los hombres, señalando que era infundada desde el punto de vista biológico.
Cruzando el límite de los siglos nos encontramos con Justicia Espada Acuña, quien en 1919 se convirtió en la primera mujer de Sudamérica en graduarse como ingeniera, hito que consiguió sin haber reprobado ningún ramo.
Previamente ingresó a pedagogía en Matemáticas en la Universidad de Chile, pero tiempo después abandonó la carrera para estudiar ingeniería civil en la misma casa de estudios, cuya facultad no contaba con baño para mujeres. La experiencia laboral de Acuña comenzó en 1920 en Ferrocarriles del Estado, donde se desempeñó como calculista en el Departamento de Vías y Obras. Se jubiló en 1954.
Ramírez destaca que “a las mujeres del XIX también hay que contextualizarlas bien, porque no todas eran feministas. Quizás podemos decir que eran proto-feministas. Todas están a favor de la educación de la mujer, pero si hilamos fino, hay muchas diferencias entre ellas”.
Pese a ello, Ramírez sostiene que “las mujeres del XIX se respetaban mucho, se citaban bastante y tenían súper presente a las pioneras, a las que habían contribuido en el pasado”.
Para la investigadora, es fundamental realzar a estas precursoras y mantener una perspectiva histórica en el siglo XXI, donde continúan los movimientos y demandas para una mayor igualdad y equidad. “Actualmente, hemos avanzado bastante, pero es necesario no olvidarnos de reconocer nuestras redes”, sentencia.