Las geófitas, un fascinante mundo bajo tierra
Permanecen ocultas bajo tierra, en un profundo letargo, mientras las condiciones ambientales son desfavorables y no les permiten desarrollarse. Pero apenas apenas las condiciones climáticas comienzan a ser benéficas, estas hermosas herbáceas florecen desde lo profundo de la tierra, tiñendo el paisaje de mucha vida y color. Hablamos de las plantas geófitas, también conocidas como bulbosas, un grupo de plantas herbáceas que poseen estructuras vegetativas subterráneas -como bulbos, cormos, rizomas, tubérculos y raíces tuberosas- especializadas en el almacenamiento de carbohidratos, agua y minerales, que le permiten a la planta sobrevivir frente a condiciones muy inhóspitas. Estas plantas, a pesar de verse muy delicadas, tienen mucha fuerza y, sin demostrarlo, están preparadas para sobrevivir a situaciones muy extremas como los inviernos muy fríos y los veranos excesivamente cálidos y secos. Además, cumplen un rol fundamental en los ecosistemas en los que habitan y tienen un gran valor cultural para las distintas comunidades que han convivido con ellas durante miles de años. Para saber más de estas maravillas especies, hablamos con Mónica Musalem, ingeniera agrónoma y gerenta del vivero Pumahuida, y con Flavia Schiappacasse, profesora de floricultura e investigadora del Centro de plantas nativas de la Universidad de Talca; quienes nos cuentan todo sobre este fascinante mundo bajo tierra. ¡No te lo pierdas!
Al conocer la etimología de la palabra geófita ya podemos hacernos una idea de lo que son estas pequeñas plantas, su nombre proviene del griego geo, que significa tierra, y phyto, que significa planta. Sin embargo, este nombre no alcanza a interpretar todo el significado y mensaje que estas hermosas herbáceas pueden entregarnos.
Las plantas geófitas, también conocidas como bulbosas, son plantas herbáceas que poseen estructuras vegetativas subterráneas -como bulbos, cormos, rizomas, tubérculos y raíces tuberosas asociadas a un rizoma o a una corona con yemas- especializadas en el almacenamiento de carbohidratos, agua y minerales, que le permiten a la planta sobrevivir frente a condiciones climáticas desfavorables como sequías o temperaturas extremas. Cuando las condiciones ambientales se vuelven adversas, la parte aérea de la planta (lo que sobresale del suelo) se marchita, mientras que el resto de la planta se mantiene viva, en estado latente, bajo tierra.
Cuando las condiciones ambientales vuelven a ser adecuadas, la planta reinicia su crecimiento, vuelve a brotar y cumple nuevamente su ciclo, volviendo a entrar en receso cuando corresponda. En otras palabras, en épocas de sequía o de temperaturas extremas estas plantas se duermen, y cuando vuelve la humedad y las condiciones benignas, rebrotan, dando vida y color a los distintos lugares en donde habitan.
“Por ejemplo, las plantas de Azulillo (Pasithea caerulea) se secan y quedan latentes bajo el suelo o en receso cuando las temperaturas son demasiado altas y luego en otoño cuando las condiciones ambientales son favorables, se activan y rebrotan nuevamente”, señala Mónica Musalem, ingeniera agrónoma y gerente del vivero Pumahuida.
Vale decir que estas flores, a pesar de verse muy delicadas, tienen mucha fuerza y, sin demostrarlo, están preparadas para sobrevivir a situaciones muy extremas como los inviernos muy fríos y los veranos excesivamente cálidos y secos. Cuentan con semillas u órganos subterráneos muy resistentes y capaces de esperar muchos años bajo tierra a que las condiciones sean favorables. Y además, han generado distintas adaptaciones y estrategias que les permiten sobrevivir en ambientes muy hostiles.
Algunas de ellas cuentan con la capacidad de almacenar agua en sus tejidos y en sus hojas, y de captar la humedad de la neblina costera; otras han adquirido colores claros como blancos o amarillos para reflejar mejor la luz y no absorber tanto calor; y otras se han cubierto de ceras y pelos para evitar perder agua y protegerse del viento.
Asimismo, hay muchas plantas bulbosas están adaptadas a incendios recurrentes durante la estación seca, por lo que son capaces de sobrevivir al calor del fuego. Varías especies del género Cyrtanthus, por ejemplo, son reconocidas por su rápida capacidad de florecer después de incendios naturales de pastizales, de ahí que varias de estas especies sean conocidas como “añañucas de fuego”.
En Chile, podemos encontrar una gran cantidad de especies geófitas, muchas de ellas endémicas, que se distribuyen en diferentes zonas a lo largo de todo el país. No obstante, la mayoría de ellas se concentran en la zona centro de Chile, donde se producen las condiciones más propicias para el florecimiento de estas herbáceas.
“En Chile están presentes de norte a sur (hasta la Patagonia) y desde la cordillera de Los Andes hasta el mar, según la especie. Son muy abundantes especialmente en el norte chico y en la zona central. A nivel global, las geófitas se ubican principalmente entre los 23º y 45º grados de latitud norte y sur. En Chile continental se ubica en su mayor parte entre esos mismos paralelos. Chile es muy rico en geófitas, de hecho es el segundo país en abundancia de ellas, después de Sudáfrica, que es el país más rico en bulbosas, las cuales son muy cultivadas a nivel mundial”, indica Flavia Schiappacasse, profesora de floricultura e investigadora del Centro de plantas nativas de la Universidad de Talca.
Cabe destacar que la mayoría de las especies de geófitas del mundo se encuentran en regiones con un clima mediterráneo, es decir, donde los inviernos son fríos y húmedos y los veranos son secos y cálidos. Este tipo de clima es muy escaso y solo 5 áreas del mundo lo poseen: la región del mediterráneo, el extremo sur de Sudáfrica, California, el suroeste de Australia y la zona central de Chile.
“En Chile hay cerca de 40 géneros, cada uno con una o más especies, agrupados en las familias Alliaceae, Alstroemeriaceae, Amaryllidaceae, Asphodelaceae, Corsiaceae, Dioscoreaceae, Gillesiaceae, Hyacinthaceae, Iridaceae, Laxmanniaceae, Orchidaceae, Oxalidaceae, Tecophilaeaceae y Tropeolaceae. Todas estas familias pertenecen al grupo de las Monocotiledóneas, excepto las familias Oxalidaceae y Tropeolaceae, que son Dicotiledóneas. Las geófitas endémicas son muchísimas como para mencionarlas, pero podemos destacar casi todas las especies del género Alstroemeria (que en total son aprox. 37), excepto unas 5 que compartimos con países vecinos; todas las especies del género Conanthera; gran parte de las orquídeas chilenas, de la familia Orchidaceae; todas las especies del género Leucocoryne (conocidos como huilli) y de Tecophilaea, y la pequeña y hermosa Trichopetalum plumosum”, agrega la investigadora de la Universidad de Talca.
Una explosión de vida y muchos colores
Más allá del bello espectáculo que puede significar la floración de las geófitas, este evento es muy beneficioso para todos los ecosistemas en donde ocurre, ya que con ello, estalla la vida de formas muy diversas e usualmente desapercibidas.
Las geófitas, como todas las plantas del planeta, son productores primarios, y así como se encargan de consumir dióxido de carbono y liberar oxígeno, son la base de la alimentación para insectos y para herbívoros, por lo que son una parte fundamental de la cadena trófica. Con la floración de las geófitas, se ven atraídos todo tipo de insectos y animales, que se ven muy favorecidos de la gran disponibilidad de alimento que proveen las plantas.
Con las flores llegan polinizadores como las mariposas, que se concentran de a decenas en los manchones de flores, abejas o polillas, que ayudan a fecundar a las especies, y también, sirven de alimento para otros animales como reptiles, aves y mamíferos.
Asimismo, las mismas flores sirven de alimento para un sinfín de herbívoros que se benefician de la disponibilidad de alimento, que muchas veces, les permite sobrevivir en ambientes muy inhóspitos. La gran cantidad de semillas en el suelo, además, atrae a hormigas, aves y roedores que luego se convertirán en el alimento de otros animales más grandes.
Vale destacar, a su vez, que las geófitas mejoran los suelos por el aporte de nutrientes y materia orgánica que brindan sus tallos y hojas, además de mejorar la penetración del agua y entregar firmeza al terreno. En definitiva, toda la cadena trófica de un ecosistema se potencia gracias a la presencia de especies como las geófitas.
“Ayudan habitando lugares que son inhóspitos para otras especies en cuanto a clima o a contenido de nutrientes del suelo, ya que algunas son capaces de crecer muy bien en suelos muy pobres e incluso rebrotar luego de incendios a partir de yemas de sus estructuras subterráneas. Además, al igual que otras especies, proveen sujeción del terreno, producen oxígeno y captan dióxido de carbono a través de la fotosíntesis, proveen alimentación para los insectos benéficos y polinizadores, aves y algunos mamíferos, se asocian a microorganismos del suelo como las micorrizas, entre otros”, puntualiza Mónica Musalem, quien además es consejera del Centro de plantas nativas de la Universidad de Talca.
Por otra parte, las plantas geófitas también tienen un valor cultural muy importante, esto debido que diversas culturas prehispánicas utilizaban, con fines alimentarios y medicinales, la diversidad de hojas, tallos, frutos y raíces que estás especies podrían brindarles. Por ello, no es de extrañar que muchas especies posean nombres que provengan de lenguas ancestrales, como es el caso de la añañuca, que se origina del quechua “añañau” que significa “que hermoso”.
Como señala un estudio, que realizó un análisis para determinar los vegetales que pudieron consumir como alimentos los antiguos habitantes de la ex laguna de Tagua-Tagua; algunas de las especies que cuentan con antecedentes de uso alimentario y medicinal por indígenas prehispánicos en Chile son la flor del gallo (Alstroemeria ligtu), la flor de la viuda (Conanthera bifolia), y la añañuca (Phycella australis).
Por su parte, Flavia Schiappacasse añade: “Hay algunas que han sido consumidas por los habitantes, como es el caso del Liuto o Chuño de Concepción (Alstroemeria ligtu), de la cual se preparaba chuño a partir de las raíces tuberosas; Conanthera, en zonas rurales se consumían los cormos crudos o cocidos; lo mismo con los bulbos de Calydorea xiphioides y Herbertia lahue; Leucocoryne, que en el norte grande (Bajo Patache) las culturas prehispánica consumían las plantas completa. Algunas geófitas tienen propiedades medicinales, como Alstroemeria aurea, Bomarea salsilla, Libertia chilensis (hojas en infusión)”.
Cabe descatar, igualmente que debido a diversos factores antrópicos y el cambio climático, varias de las especies de geofitas están en estado crítico de conservación, tal como el lirio de campo (Alstroemeria spathulata) y el azulillo (Tecophilaea cyanocrocus), que han visto muy reducidas sus poblaciones debido a la extracción desmesurada de cormos para ser vendidos por la belleza de sus flores, así como el sobrepastoreo del ganado en los sectores donde crecían.
“Las principales amenazas son el crecimiento urbano, loteos en lugares agrestes y construcción de caminos, la actividad agrícola y forestal, la sequía prolongada y la reducción de la humedad ambiental costera debidas al cambio climático, la herbivoría por acción de roedores, la recolección no autorizada e indiscriminada para venta a coleccionistas, entre otros”, señala Mónica Musalem.
Por su parte, Flavia Schiappacasse finaliza: “Las especies que habitan en la zona costera del Norte grande y Norte chico probablemente son las más afectadas, y están en grave peligro por la reducción de la humedad ambiental, y por la colecta ilegal de las cactáceas que las acompañan y que funcionaban de atrapanieblas y proveían agua para su desarrollo. Además, las zonas costeras del Norte chico y del centro de Chile, están siendo sometidas a un fuerte el desarrollo inmobiliario, proyectos que en su mayoría se han llevado a cabo sin valorar la riqueza y singularidad de la flora que allí existe. Una muestra de ello es lo que ha ocurrido al norte de la Serena, en un sector que debió haber sido un sitio prioritario de conservación. Por otro lado, las especies geófitas que se desarrollan entre la región de Valparaíso y el norte de la Región de la Araucanía, también están muy amenazadas por acción del cambio climático y por efecto antrópico.
Desierto florido, un espectáculo único de especies geófitas
Cada cierto número de años, en el desierto más árido del mundo se produce un maravilloso evento que es muy inusual, escaso en el mundo y que deja anonadado a cualquiera que tenga la suerte de mirarlo. Hablamos del desierto florido, un evento que ocurre cuando las precipitaciones invernales en el desierto son inusualmente abundantes y que, en la fecha adecuada y con las temperaturas y humedad ideales, transforma el desierto de Atacama en un campo lleno de colores y vida durante la temporada de primavera.
Estas lluvias sacan de su letargo a una infinidad de semillas bulbos o rizomas de plantas geófitas que permanecen bajo tierra en estado latente, y cuyo crecimiento desencadena una explosión de vida en las inhóspitas condiciones del desierto. Aquí, podemos encontrarnos con alrededor 200 especies únicas, muchas de ellas endémicas, que tiñen el paisaje de color violeta, blanco, azul o amarillo.
Algunas de las especies más comunes el desierto florido son las añañucas (Rhodophiala bagnoldii), azulillos (Pasithea caerulea), el huille (Leucocoryne vittata), amancay (Balbisia peduncularis) y la pata de guanaco (Cistanthe longiscapa); las cuales varían de acuerdo al lugar geográfico en donde se encuentran.