La yerba mate: una obra en construcción
La yerba mate es un clásico en la cultura de algunos países sudamericanos. Hay quienes hablan de sus beneficios. Otros de su historia. O de su presencia en ella. Es que, la Ilex paraguariensis, una planta nativa de la selva paranaense, ha encantado a diversas personalidades, desde Ernesto “Che” Guevara hasta Julio Cortázar. Pero más allá de eso, hoy sigue sorprendiendo por su alto consumo y exportación, que alcanza lugares remotos del mundo. Conoce más detalles en la nota del periodista argentino Emiliano Gullo.
Escena uno. El tenista húngaro Marton Fucsovics camina desapercibido por delante de las cámaras de la televisión pública argentina durante los Juegos Olímpicos de Francia. Es lógico, con su posición número 86 en el ranking ATP, no está en el radar del público general e incluso es posible que sea difícil reconocerlo para los seguidores del deporte. Pero ahí está Fucsovics, hablando en vivo y en directo para las cámaras. La periodista se detiene en un dibujo estampado para siempre en su brazo izquierdo. Es un pequeño mate. Que un húngaro tome mate puede ser solo una excentricidad. Que lo tenga tatuado llama, al menos, la atención. El tenista dice que hace tres meses que toma y le cambió la vida. Está convencido. “Me hace muy bien, me da mucha confianza. Me siento mucho mejor desde que tomo mate”, asegura.
¿Por qué alguien se vuelve fanático de una infusión, lejana y exótica? ¿Qué tiene el mate que vuelve a las personas más seguras de sí mismas? ¿Tiene beneficios reales o es simplemente una especie de té sostenido en leyendas? O, quizás, todo eso junto.
La Ilex paraguariensis crece en una región que podría definirse como propia; un eje yerbatero que arranca en la Mesopotamia argentina, en las provincias de Corrientes y Misiones -al noreste del país-, atraviesa el norte de Uruguay, sigue por Paraguay y termina en el sur de Brasil. Los usos sociales del mate cambian según el país. Los nombres de él también. En Argentina todo es mate. El recipiente, la yerba, la infusión. En Uruguay el mate se toma en porongos. En Brasil se llama chimarrao y sólo se consume en el sur. En Paraguay, con un promedio de 35 grados de calor todo el año, se toma frío, con jugo de naranja y bajo el título de tereré. La mayoría de la producción se concentra en la provincia argentina de Misiones, en menor medida en Brasil y apenas un 10 por ciento en Uruguay. Pero la yerba siempre es la misma, la Ilex paraguariensis.
La pandemia del Covid representó el mayor desafío para el consumo social del mate en Argentina. A diferencia de Uruguay y Brasil, donde se consume de manera individual, como si fuera un té, un café o una Coca Cola, en Argentina es un ritual colectivo. Aunque se junte un grupo grande de personas, el mate va a girar de mano en mano, siempre la misma bombilla, de boca en boca. Así que en pleno pánico de contagio del Covid, había que ser más que un temerario para sumarse a la ronda de mates. Un suicida. Un negador. Un loco. El ritual más identitario del país se había transformado en una aventura con riesgo de vida y compartir en un acto prohibido. Del otro lado del Río de la Plata ese problema no existió porque, para los uruguayos, el ritual del mate es más un acto individual.
En un encuentro de amigos en una plaza de Montevideo, cada uno estará con su termo, su porongo y su paquete de yerba. En Buenos Aires habrá que esperar el turno en la ronda; motivo de conflicto habitual. Entre risas y chicanas no es raro escuchar frases como «¿tomás solo vos?», cuando el cebador se aprovecha de su lugar de privilegio y se toma dos mates seguidos. O cosas como «¿la ronda va solo para un mismo lado?», cuando se transparentan ciertos privilegios en la distribución del mate.
Escena dos. La imagen es en blanco y negro. Se la nota vieja, percudida. Más que eso. Borroneada, casi sin grises ni sombras, una foto de contornos. Es un hombre que se sostiene de una rama que parece ser una caña de bambú. En el borde de la foto aparecen hojas grandes que se cuelan por todos lados. Es un plano americano. Una escena tropical. El hombre está con el torso desnudo y una boina. Se lo ve desde la cintura para arriba. Se llama Ernesto Guevara y dentro de poco será la cara de la revolución en Cuba y, un tiempo después, asesinado en Bolivia y transmutado en ícono mundial. Acá el mate es diminuto, tiene forma de pera, la bombilla recta, plana, parece sostenerle el rostro mientras la chupa. La historia conocerá dos fotos más de El Che Guevara tomando mate. En una ya es el Comandante Guevara. Boina negra, campera militar, y unos kilos de más que en la foto anterior, obturada en plena selva. La última imagen es de 1961 y tiene una historia oficial detrás. Sucede en Punta del Este, Uruguay, durante la reunión del Consejo Interamericano Económico y Social (CIES) que convocó a todos los Ministros de Economía y Acción Social de los países miembros de la OEA.
El comandante y ministro de industria Guevara fue en representación del Banco Central de Cuba. Fue la última vez que el guerrillero argentino estuvo tan cerca de su país. En la foto está sentado, compartiendo un mate con el presidente del Consejo Nacional de Gobierno de Uruguay, Eduardo Víctor Haedo. Otra vez, el mate está como imán y punto de equilibrio de un encuentro cargado de la tensión política de la época.
La yerba mate es un árbol nativo de la Selva Paranaense. En su estado silvestre puede tener una altura de entre 12 y 16 metros. Los guardianes de la yerba mate fueron, desde siempre, los guaraníes, el pueblo originario de Paraguay, noroeste argentino y el sur de Brasil.
En el siglo XVI, los conquistadores aprendieron el uso y las virtudes de la yerba mate e hicieron que su consumo se difundiera por todo el Virreinato. Más tarde, los Jesuitas la introdujeron en el norte de Argentina, el sur de Paraguay y el sudoeste de Brasil. Fue ahí cuando la yerba mate tomó su primer impulso y comenzó a esparcirse por América e incluso por Europa. Se lo conocía como «té de los Jesuitas».
Fue moneda de cambio entre las tribus guaraníes, símbolo de estatus, en rituales para comunicarse con los dioses, como medicina. Al principio del 1600 fue prohibido en Paraguay bajo castigo de cien latigazos a quien fuera encontrado con hojas de yerba mate. Recién 30 años después fue legalizado el consumo y la venta del mate.
La producción en plantaciones comenzó a principios del siglo XX. Con técnicas de poda lograron reducir la altura de las plantas; iban de tres a cinco metros, lo que facilitaba la cosecha manual. “Para fomentar el arraigo de familias de agricultores se les entregó una determinada superficie a los colonos que, en su mayoría, eran inmigrantes de países en conflictos durante la primera y la segunda guerra mundial. Tenían la obligación de implantar al menos cinco hectáreas de yerba mate. Rusos, ucranianos, polacos y alemanes”, explica Ricardo Maciel, director del Instituto Nacional de Yerba Mate (INYM).
En Argentina, se cultiva en solo dos provincias. Principalmente en Misiones, donde conviven 12.500 productores. Y en Corrientes, donde se encuentran otros mil. Dice Maciel: “La Yerba Mate para Misiones no es solo una actividad económica sino también cultural y es parte de nuestra historia ancestral”.
Según el INYM, en el país se cosechan aproximadamente cada año 870 millones de kilos de hoja verde, que son 320 millones de canchada o molida. Un mercado interno de 280 millones y una exportación de 40 millones.
Escena tres. Pandemia del Covid-19. Hay algo en el número que profundiza el espíritu apocalíptico producido por la gripe nacida en China. La escritora argentina nacida en Misiones, Carmen Cáceres, encerrada como todos los argentinos pero en Nueva York, decide escribir un libro sobre el mate. Un libro no. Un pequeño tratado sensorial con el nombre «Al borde de la boca. Diez intuiciones en torno al mate». Un ritual transformado en una bomba química para toda la población.
“La infusión de yerba, igual que la sofisticada ceremonia del té, propone una relación opuesta con el tiempo: no es algo que esté afuera, sino el eje interior al que el sujeto regresa. El mate me hace coincidir conmigo misma en el sentido de que disminuye la distancia entre lo que soy y lo que pienso. No produce multiplicación sino síntesis, dejo de verme desdoblada”, dice a mitad del libro publicado por Fiordo.
Antes que ella, Julio Cortázar, Juan José Saer, Fogwill, César Aira e Alberto Laiseca. Todos reflexionaron alguna vez sobre la práctica del mate. Cáceres lo introduce a lo largo del libro que, además de las citas, avanza sobre la experiencia sensorial del ritual.
“El mate -escribe Cáceres sobre la sexta intuición- es un hábito realista, no me da acceso a una verdad interior, sino que —en el mejor de los casos— me ayuda a crear simetría con la materialidad exterior. Si alguna muerte se ejercita en su exceso, es la muerte del idealismo. Y el lugar en el que desemboca su vicio es la práctica de un solipsismo difícil de extirpar”.
Escena cuatro. La primera vez que fui a Nueva York tenía 22 años. Llegué en diciembre. Estaba tan mal equipado para ese frío que cuando salí a caminar me tuve que poner bolsas y papel de diario en los pies para que no se me congelaran. Había hecho base en Miami con la idea de pasar el invierno en el caribe gringo. Pero la ciudad me resultó tan desagradable que aceleré los tiempos. A los veinte días me tomé un micro y llegué a Manhattan con la sensación del calor todavía en la cara. Tuve un shock climático que tardó muchos días en irse.
Paré en un hostal barato a pocos metros del Central Park. Se llamaba Jazz on the Park y creo que -24 años después- todavía existe. Para entrar había que subir una pequeña escalera. Enseguida estaba la recepción, después venía un pequeño salón donde solían servir el desayuno y a la noche se convertía en un bar. A veces tocaban grupos de música, otras había un cómico hablando o simplemente pasaban música. Al fondo a la izquierda, una puerta llevaba a un pequeño patio para fumadores. A esa altura del año, las cinco de la tarde parecían las diez de la noche.
No me acuerdo dónde conseguía la yerba o si había llevado una cantidad insólita de paquetes yo. Lo que me acuerdo es que me las arreglé para no dejar de tomar mate ni un solo día en los dos meses que estuve en Nueva York. «It’s like a tea», era lo que más respondía cuando se me quedaban mirando, me preguntaban si era droga o alguna clase de estimulante. Una tarde noche salí a fumar al patio con el mate encima. Un hombre que tendría alrededor de cincuenta años se acercó como lo hacían los curiosos que me veían chupar un tubito de metal en un cuenco lleno de pasto.
– ¿Es mate, no? ¿Puedo tomar un poco?- me preguntó en inglés. -Uy, que rico. Desde que me fui de mi ciudad que no lo tomaba. Muchas gracias.
– ¿De dónde sos?
– De Damasco, Siria.
– ¿Pero por qué tomás mate?
– Siempre tomamos mate. Mi papá, mis hermanas, todos. Es una costumbre. ¿Vos de dónde sos?
Le contesté que era argentino y me quedé con una sensación mezcla de asombro y bronca. Mate es lo mismo que Argentina. Cómo me vas a preguntar de donde soy. Lo que siguió fue aún peor.
– ¿En Argentina también se toma mate? Qué interesante. Ahora falta saber cuál es el original.
En 2019, Argentina exportó a Siria 31.247.950 kilos de yerba mate; casi el 80 por ciento de las ventas a todo el mundo. Es, desde hace décadas, el mayor destino de la producción nacional.
Los usos y experimentos de la yerba mate se multiplican por mil. Cremas, bebidas alcohólicas, no alcohólicas, bebidas energizantes, champúes, medicamentos. No es raro que cada tanto aparezca un nuevo estudio sobre los beneficios de tomar mate. O la posible contribución a la lucha contra alguna extraña enfermedad. La pandemia del Covid causó alrededor de 15 millones de muertes, según la OMS. Pero también atentó contra los lazos de solidaridad, las actividades colectivas; contra la cercanía entre personas. Hoy, cuatro años después, el ritual social del mate sobrevivió al apocalipsis.
En las últimas páginas de su libro, Cáceres deja una hipótesis: «El futuro del mate se va a medir por la capacidad que mostremos las tomadoras y tomadores de resistir o aceptar los procesos unificadores de la globalización, que hoy lo toleran y celebran, pero que mañana pueden persuadirnos a hacer lo contrario”.