La resiliente biodiversidad del río Mapocho: varias caras de una naturaleza que resiste el impacto de la ciudad
Desde tiempos prehispánicos, las bondades del río Mapocho sustentaron a comunidades enteras, pero su constante intervención y canalización lo convirtieron en un ecosistema altamente degradado, contaminado, y arrinconado por autopistas y edificios. Pese a que gran parte de la ciudad le ha dado la espalda, existen especies nativas de flora, fauna e incluso funga que siguen dependiendo de sus aguas andinas. De esa forma, desmienten la percepción arraigada de que se trata de un “río sin vida” y dan esperanzas para la recuperación de un Mapocho que es fundamental no solo para la naturaleza urbana, sino también para la resiliencia de Santiago en una época de crisis ambiental.
Nace en el Cerro El Plomo, en la cordillera de Los Andes, y serpentea por 16 comunas de la región más populosa del país. Se trata del río Mapocho, el mismo que protagonizó importantes hitos como la fundación de urbes, que sustentó a comunidades enteras desde tiempos remotos y el mismo que ha sido responsabilizado por “desastres”. También es el ecosistema degradado que ha sido considerado por años como la “cara fea” de la ciudad, y que aun así continúa beneficiando no solo a los santiaguinos, sino también a la naturaleza que aún persiste en la capital.
“La principal característica de los ríos es que transportan agua, por lo que constituyen un eje fundamental para el desarrollo económico y social de las comunidades. Sin embargo, los ríos no solo son agua corriente, son biodiversidad, regulación de temperatura, proveen alimento, tienen significado cultural e incluso religioso, todos estos servicios explican por qué los humanos construimos pueblos y ciudades en torno a ellos. Estos servicios ecosistémicos son claves para el desarrollo sustentable de una ciudad, y deben ser considerados para la toma de decisiones en torno a su explotación, manejo y preservación”, asegura el Dr. Mauricio J. Carter, profesor asociado del Departamento de Ecología de la Universidad Andrés Bello (UNAB).
Para hacerse una idea, el Mapocho arrastra sedimentos desde lo más alto de los Andes, desde donde baja hacia la ciudad, atravesando Lo Barnechea, Vitacura, Las Condes, Providencia, Recoleta, Independencia, Santiago, Renca, Quinta Normal, Cerro Navia, Pudahuel, Maipú, Padre Hurtado, Peñaflor, Talagante y El Monte, hasta unirse al río Maipo en esta última comuna.
Sin embargo, el Mapocho sabe poco de consideraciones, pues gran parte de la ciudad le ha dado la espalda, convirtiendo a este río salvaje en sinónimo de “problema” y “suciedad”.
Algo así era lo que pensaba el muralista Joaquin Moure, quien fundó la iniciativa Mapocho Vivo luego de tener un encuentro directo con este vilipendiado ecosistema. “Una vez bajé al río en el tramo de Vitacura, y me llamó la atención la abundancia de la vegetación. Al llegar al agua vi que era transparente, que se veían las rocas de colores, me quité los zapatos, y al recorrer algunos metros salieron bagrecitos, que son peces nativos. Con eso se me cayó todo lo que pensaba del río Mapocho, todo el prejuicio de que es un río sucio y sin vida”, relata.
Fue esa experiencia en 2019 la que lo llevó a abrazar la causa de visibilizar al Mapocho, fotografiando a todas las especies que observa en el río, y que suelen pasar desapercibidas en medio de la bulliciosa capital. Así ha demostrado que el Mapocho hierve en vida.
No obstante, es imposible conocer a este río andino sin comprender primero el vínculo de larga data que ha tenido con el ser humano.
Una historia de bondades y canalizaciones del “río caprichoso”
Los ríos han constituido un eje clave para los asentamientos humanos, y el Mapocho no ha sido la excepción. Conocido es el hito de que el valle del Mapocho fue el lugar donde Pedro de Valdivia fundó la ciudad de Santiago de Nueva Extremadura en 1541 (que se convirtió en la actual capital), pero lo cierto es que este río sustentó a distintas culturas, mucho antes de la colonización europea.
En efecto, los pueblos prehispánicos formaron comunidades agrícolas junto al Mapocho, cultivando principalmente porotos, papas y maíz, y domesticando auquénidos (guanacos). Para ello, los moradores crearon un extenso sistema de canales de regadío que cruzaba los valles de Aconcagua y Mapocho, tal como recoge Memoria Chilena, que se tradujeron en 26 acequias principales para el Mapocho.
Incluso, este río formaba parte de un centro administrativo, urbano y político antes de la fundación de Santiago. Así lo reveló una investigación de Rubén Stehberg (Museo Nacional de Historia Natural) y Gonzalo Sotomayor (Universidad Andrés Bello), quienes constataron la importancia del Mapocho en el período Agroalfarero e Inca, por su abundante agua y suelos fértiles. Fue allí donde los incas habrían construido un centro urbano Tawantinsuyu, ubicado entre el cerro Huelén (conocido hoy como Santa Lucía), los dos cauces del río Mapocho que pasaban por el norte y sur, y cerca de las actuales calles Bandera y Brasil.
De hecho, bajo el casco antiguo de Santiago quedaron sepultados caminos incaicos, diversos vestigios como cerámicas, y – en definitiva – una infraestructura que habría sido aprovechada por Pedro de Valdivia para fundar la ciudad.
Además, según algunas fuentes, caciques como Vitacura dirigían en esa época la construcción de acequias y canales, sin librarse del “caprichoso comportamiento del río”. En ocasiones, el Mapocho no alcanzaba a regar profusamente a Talagante y Peñaflor, pero en otros momentos podía crecer a tal nivel, que se desbordaba con impetuosidad, arrasando con puentes, tajamares, animales, árboles y, en resumen, con toda la ciudad.
Naturaleza resiliente
Avanzado el tiempo, el río Mapocho ha sido contenido, confinado y canalizado de forma constante. De acuerdo con los registros, sus aguas se han desbordado más de una veintena de veces, como si intentaran regresar a su recorrido original. De paso, se han desatado daños en infraestructura, tragedias y paralizaciones en la ciudad, la misma que hoy lo tiene rodeado de autopistas, edificios y mucho concreto.
La acción humana no termina allí.
La remoción de su biodiversidad, la extracción desmedida de sus aguas, el vertimiento directo de aguas servidas y el depósito de basura, son algunos de los factores que han degradado de forma despiadada a este río salvaje, siendo así concebido por los santiaguinos como un lugar “sucio” y de “malos olores”.
En esa línea, uno de los avances más recientes vino del proyecto «Mapocho Urbano Limpio«, ejecutado entre 2007 y 2010 por Aguas Andinas, que incluyó la construcción de un túnel colector que hasta hoy intercepta 21 descargas de aguas servidas que antiguamente eran vertidas directamente al río, generando los nauseabundos olores que azotaban a varias comunas. De esa forma, se mejoró el cuidado del río, aunque éste sigue siendo contaminado e impactado de otras maneras. Como sea, el Mapocho está lejos de ser una mera guarida de guarenes como siguen creyendo muchos.
No olvidemos que tanto el río Mapocho como la cuenca de Santiago se encuentran en un “punto caliente” (hotspot) de biodiversidad de gran importancia para la conservación a nivel mundial. Chile central se destaca por su alto nivel de endemismo, es decir, por especies de flora y fauna que solo habitan en el país, en ningún otro lugar del planeta.
Es muy probable que nunca conoceremos la biodiversidad del Mapocho como era antaño, debido a la histórica y profunda intervención humana, pero la vida sigue expresándose y adaptándose de diferentes maneras.
Por ejemplo, un informe elaborado por el Centro de Ecología Aplicada, luego de un monitoreo en primavera de 2019, registró a algunos de los organismos asociados al río, entre ellos 44 especies de plantas vasculares que forman parte de la vegetación ribereña; cuatro especies de peces, siendo el bagrecito (Trichomycterus areolatus) la única nativa; dos especies de reptiles (lagartos Liolaemus chilensis y Liolaemus tenuis); y 28 especies de aves.
Aun así, la información varía entre las fuentes, y todo apunta a que su riqueza sería mayor.
Carter destaca la biodiversidad de macroinvertebrados bentónicos (que habitan el fondo de este ecosistema acuático), como los insectos efemerópteros, plecópteros, tricópteros y odonatos, así como caracoles acuáticos (Physa acuta). Son estos pequeños animales – que Carter se ha dedicado a estudiar – los que constituyen el alimento de peces como el ya mencionado bagrecito y la pocha (Cheirodon pisciculus, endémica de Chile), ambas especies clasificadas en estado “vulnerable”.
La coordinadora del Proyecto GEF Montaña, Marianne Katunarić, agrega que algunos sectores del río Mapocho son “hábitat de especies emblemáticas y en categoría de conservación, como la rana chilena (Calyptocephalella gayi) y el coipo (Myocastor coypus), y permite el desplazamiento de aves migratorias como la garza cuca (Ardea cocoi), ya que el río conecta la cordillera con el mar; con funciones muy valiosas como espacios para la anidación de aves nativas como el siete colores (Tachuris rubrigastra)”.
Por su parte, Moure asegura haber registrado más de 120 especies, a las cuales ha identificado con la ayuda de investigadores para luego publicarlas en el Instagram de Mapocho Vivo.
De esa manera, la divulgación ciudadana ha sido fundamental para robustecer la información, despejar percepciones erradas de un río “sin vida”, y visibilizar a las diversas criaturas asociadas al Mapocho, como la estrellita de la cordillera, el espino, el quillay, la serpiente o culebra de cola larga, la pancora de río, aves rapaces como el tucúquere, patos jergones, garzas (grande, chica y cuca), abejas nativas, moscas florícolas, entre muchos más.
Sin embargo, la naturaleza del Mapocho no logra prosperar de igual forma a lo largo de sus 16 comunas. Por ello es inevitable hablar del río por “tramos”. Para muchos, las distintas caras del Mapocho son un reflejo de la desigualdad en la ciudad.
“El río Mapocho (y sus servicios) son tremendamente desiguales dependiendo de la comuna que atraviese. Mientras en Las Condes, Vitacura o lo Barnechea la presencia de rivera permite apreciar algo de biodiversidad, la presión urbanística de Providencia, Santiago y Recoleta lo han transformado en un canal encajonado, y el pobre manejo de residuos es una seria amenaza para Cerro Navia y Pudahuel”, asegura Carter.
“En el Arrayán, donde nace, es impresionante la cantidad de agua, es muy caudaloso a veces, y de hecho complica cruzarlo a pie. Trae mucha agua desde la cordillera, es de un color celeste y blanco que recuerda a los glaciares, pero antes de entrar a la ciudad, se habilita la mayor cantidad de caudal para uso humano. Ahí está el primer cambio drástico, porque deja de ser este río con gran caudal, y pasa a ser el pequeño hilo de agua que solemos ver aguas abajo”, describe el fundador de Mapocho Vivo.
El académico de la UNAB precisa que “el agua del río es relativamente transparente a la altura del Puente Lo Curro (Vitacura) donde aún hay flora y fauna, en contraste con la alta turbidez que vemos en el Puente Pío Nono (en Providencia y Santiago) donde toda presencia vegetal y animal ha sido removida del cauce”.
En efecto, a la altura de Providencia, el Mapocho recibe aguas del canal San Carlos, construcción artificial que le comparte una porción del caudal del río Maipo. Pero es en esa comuna y en otras como Santiago, donde la infraestructura gris amuralla al río, sumado a la contaminación y la falta de vegetación, rocas, arena y sustratos que permitan el establecimiento y afloramiento de distintas formas de vida.
Luego, en Renca y Quinta Normal (donde se emplaza el Parque de la Familia o el “Mapocho Navegable”) recupera una mayor cuota de naturaleza, similar a Vitacura y Las Condes, pero en comunas como Pudahuel y Cerro Navia, los vertederos ilegales se apoderan del paisaje. Sin ir más lejos, televisores, refrigeradores, neumáticos y hasta el cadáver entero de un burro, son algunos de los hallazgos de Moure en el lecho del río.
Alejándose de las zonas más pobladas, el Mapocho vuelve a recuperar su biodiversidad. De hecho, según un diagnóstico elaborado por el proyecto GEF Montaña, el “río Mapocho en su tramo de las comunas de Peñaflor, Talagante, El Monte y su confluencia con el río Maipo en la comuna de Isla de Maipo, es una franja de alta relevancia para mantener y restaurar la conectividad del paisaje circundante, correspondiendo a un corredor biológico, en la región más poblada de nuestro país, que cumple importantes funciones ambientales y provee diversos servicios ecosistémicos”, detalla Katunarić.
El objetivo de dicho diagnóstico fue la ejecución del “Plan Maestro Borde Ríos Mapocho y Maipo”, impulsado por GEF Montaña, junto a los cuatro municipios aludidos y organizaciones locales que mostraron elevado interés en avanzar en la conservación del Mapocho a través de soluciones basadas en la naturaleza.
Luego de ejecutar la iniciativa por dos años, Katunarić explica que “uno de los principales resultados es haber consensuado criterios comunes, buenas prácticas para la gestión del borde río, intentando avanzar al sueño colectivo de pasar de un ‘río de nadie’, en que la ciudad le da la espalda, a un ‘río de todos’, en que nos comprometemos a su recuperación. Otro resultado relevante es la zonificación, que permite un ordenamiento de la zona ripariana acorde al valor ambiental de esta área; posibilitando una planificación del uso del suelo realmente sustentable y con vocación de protección de la biodiversidad, asimismo, es una forma concreta de dar uso a los resultados de la Planificación Ecológica Local, haciéndola conversar con los instrumentos existentes, como es el Plan Regulador Metropolitano de Santiago que regula los usos de suelo en la región”.
Por otro lado, después de la entrada en vigencia de la Ley de Humedales Urbanos (21.202), se inició en febrero de este año el proceso para declarar al río Mapocho como humedal urbano en las comunas de El Monte y Talagante, y también al humedal El Trapiche que se ubica en la ribera del Mapocho, en Peñaflor. Asimismo, el Municipio de Peñaflor impulsó la creación de una Reserva Natural Municipal (RENAMU) que abarcará al río Mapocho en el Parque El Trapiche.
En cuanto a la declaratoria como humedal urbano, Katunarić cuenta que “en el caso de las comunas de Talagante y El Monte, están en la fase final en la Seremi de Medio Ambiente Metropolitana, al igual que el tramo de Peñaflor en humedal de El Trapiche, e Isla de Maipo está recogiendo los antecedentes para enviarlo a la autoridad ambiental”.
En ese sentido, los humedales urbanos pueden acceder a ciertos grados de resguardo al ser declarados oficialmente como tal, siendo por ejemplo áreas protegidas para efectos del Servicio de Evaluación de Impacto Ambiental (SEIA).
Por lo mismo, cabe preguntarse sobre la posibilidad de aumentar la protección del río Mapocho a través de la ley de humedales urbanos.
Para la coordinadora de GEF Montaña, es totalmente factible que las comunas más pobladas avancen en declarar sus cuerpos de agua como humedales urbanos si cumplen con los criterios establecidos. “En muchos casos los bordes de estos ecosistemas están abandonados; sujetos a contaminación, sobreexplotación e ingreso de especies exóticas invasoras como perros, gatos u otras especies vegetales; si las municipalidades se suman a esta ley, podrán decretar ordenanzas y recuperar esos espacios tanto para la recuperación y/o protección de la biodiversidad presente, como para sus comunidades, generando soluciones basadas en la naturaleza, apoyando la generación de empleos locales y permitir el cohabitar de la comunidad con el río, es decir, abrirse al desarrollo sustentable a escala local”, señala.
El regreso del río salvaje
Actualmente, la escasa fiscalización y el desconocimiento del funcionamiento ecosistémico del Mapocho han derivado en que sus principales amenazas sean la extracción indebida e ilegal del agua en diferentes tramos, y la modificación de su ecosistema con fines de encauzamiento o manejo de crecidas.
Lo primero ha generado que el cauce disminuya hasta hacerlo casi desaparecer cuando atraviesa la ciudad, especialmente en las zonas altas, antes del empalme con el canal San Carlos. El creador de Mapocho Vivo sostiene que “no hay fiscalización de la basura que se tira o la extracción ilegal de agua, hemos visto mallas plásticas que desvían el río, y crean diques que lo cortan. En cada crecida o lluvia, el caudal se lleva estos plásticos, se dispersan por el río y nadie se hace cargo”.
Además, la idea de “limpiar” el cauce del Mapocho se traduce en la remoción de su flora y fauna nativa, aumentando la fragmentación de hábitats y perdiendo este corredor biológico. El académico de la UNAB puntualiza que “si además se considera que la mayoría de los parques que flanquean el río están constituidos de vegetación exótica (esto recientemente ha empezado a cambiar), no permite que las especies [nativas] que habitan zonas con menos intervención humana recolonicen estas áreas intervenidas del río”. Eso sin mencionar el alto requerimiento hídrico de muchas plantas exóticas que se usan en Santiago.
Por ello han sido varias las iniciativas que buscan darle una nueva cara al Mapocho o promover el acceso responsable a su ribera, posicionándolo como un espacio natural de elevado potencial para actividades educativas y recreativas. Pese a ello, es relevante destacar que no solo es un cuerpo de agua, sino que también es un ecosistema complejo del cual dependen diversas especies de flora, fauna y también funga.
Esto cobra especial relevancia en un contexto global de múltiples crisis, donde el Mapocho incluso tiene potencial como “infraestructura verde” que ayudaría a mitigar el impacto del cambio climático en Santiago, a través de un efecto enfriador, rutas para transporte como bicicletas (para reducir emisión de gases de efecto invernadero), y la mitigación de inundaciones, tal como señala este estudio del investigador Alexis E. Vásquez.
La coordinadora de GEF Montaña coincide y apuesta por la planificación y ordenamiento territorial, para recuperar estas áreas valiosas de biodiversidad y los beneficios ambientales y culturales que entrega. Para ella, los municipios cumplen un rol crucial en esa senda. “Seguir canalizando o secando nuestros acuíferos, son acciones en la dirección opuesta; debemos naturalizar nuestros territorios para poder potenciar la resiliencia de nuestros ecosistemas ante la crisis climática. Invertir esfuerzos en rescatar la biodiversidad es la mejor solución frente a la crisis ambiental. ¡Más bosques y plantas nativas y menos cementos y plantas exóticas!”, subraya Katunarić.
Pero, por sobre todo, Moure llama a los santiaguinos a conocer y rescatar este río andino. “La ciudad tiene que darle espacio al Mapocho, y también creo que todos tenemos que dejar de quitarle agua al río, más que lo necesario, Mientras más agua, más vida tendrá el Mapocho y más provecho le va a dar a la ciudad”, remata.