La larga recuperación de los cactus en Punta de Lobos: proyecto busca repoblar su zona costera con especies únicas de Chile
Punta de Lobos es reconocido por sus gigantes olas, pero el área también es el hogar del quisquito rosado, quisco de los acantilados y del cactus de Tanumé, plantas únicas de Chile que ya no abundan en la zona costera como antes. De hecho, dos de estas especies se encuentran en peligro de extinción por amenazas como la pérdida de hábitat, la erosión del suelo y el coleccionismo. Por ello, la Fundación Punta de Lobos impulsa un novedoso proyecto que busca repoblar el lugar con estos cactus, para así recuperar sus poblaciones y, con ello, a la abundante flora y fauna asociada. Aunque la pandemia del coronavirus postergó una plantación masiva hasta nuevo aviso, la labor continúa con los 16 mil cactus que forman parte de esta misión de largo aliento. ¿Cómo pretenden lograrlo? ¡Te lo contamos a continuación!
Las buenas olas le han dado amplia fama, no en vano ha sido reconocido como Reserva Mundial del Surf. Punta de Lobos es un sitio emblemático de Pichilemu, en la Región Libertador Bernardo O’Higgins, aunque hay parte de su riqueza natural que pasa desapercibida frente a muchos ojos, en especial aquella que se relaciona con las plantas espinudas originarias de América: los cactus.
Los cactus son seres peculiares que, ya sea a ras del suelo o colgando de los acantilados costeros, proporcionan alimentación y refugio para numerosas criaturas. Así lo testifican reptiles como culebras y lagartos, pequeños marsupiales como las yacas, o insectos como las abejas u hormigas que consumen sus frutos y dispersan las semillas. Sus dádivas también alcanzan para aves como el picaflor gigante, el cual se alimenta del quisquito rosado y teje su nido con los pelos del quisco de los acantilados. Es en el respingado extremo de estas cactáceas donde el colibrí más grande del mundo levanta su nido. Todos interactúan en esta dinámica vecindad.
No obstante, estos cactus no colman la zona costera como antaño. La acción humana ha hecho lo suyo, generando una cadena de efectos en este ecosistema y sus habitantes. Para traerlos de regreso, la Fundación Punta de Lobos comenzó en 2015 un novedoso proyecto de repoblación de cactáceas endémicas (únicas) del país, con el fin de recuperar – en la medida de lo posible – el estado original de la flora autóctona de Punta de Lobos. Además, buscan generar conciencia sobre la importancia ecosistémica de las especies nativas.
“La idea del proyecto es poner en valor el ecosistema costero que históricamente nunca ha estado muy valorado. Mucha gente disfruta de las playas y del borde costero, pero no sabe necesariamente lo que hay. En 2015 contactamos a Santiago Figueroa, que es especialista en cactus, y le encantó la idea de volver a lo que era antes Punta de Lobos. Nosotros buscamos la restauración de flora nativa, y el cactus es lo más icónico, así que quisimos partir con ellos”, relata Andrés Margozzini, director ejecutivo de la Fundación Punta de Lobos.
En la zona habitan tres especies de cactus que son endémicos de Chile, es decir, solo existen de forma natural en nuestro país. Se trata del quisquito rosado (Eriosyce subgibbosa), el quisco de los acantilados (Echinopsis bolligeriana), y el cactus de Tanumé (Eriosyce aspillagae). De ellos, los dos últimos se encuentran en peligro de extinción.
Ha sido la acción humana la que ha diezmado las poblaciones de los cactus en el país. En general, entre las principales amenazas se erigen la degradación y fragmentación de su hábitat por proyectos inmobiliarios, mineros, entre otros, así como la erosión y compactación del suelo por el tránsito de personas. A esto se suma el tráfico, comercio ilegal y coleccionismo que ha derivado en la extracción de los individuos para su posterior venta y posesión particular. Todo esto ha generado grandes impactos no solo en las mismas cactáceas, sino también en la biodiversidad local.
En el caso puntual de Punta de Lobos, ha sido principalmente el coleccionismo y el atractivo turístico del lugar el que ha implicado el pisoteo, mortandad y extirpación de sus cactus.
Así lo cuenta Santiago Figueroa, creador de Cactus Lagarto y encargado de la repoblación para recuperar a estas especies en el Parque Punta de Lobos. “Algunos relatos señalan que antiguamente Punta de Lobos estaba casi en gran parte cubierta por cactus. Hay fotos de los años 70 donde se veía que estaba lleno. Sin embargo, han sido desplazados principalmente por campeonatos de surf y actividades similares. Empezaron a cortarlos con el fin de hacer espacio para tarimas y el público. Ahora este sector está muy erosionado y compactado, así que va a ser un desafío repoblar este lugar”, asegura.
De hecho, en la primavera de 2019 se realizó la primera plantación experimental en terreno de 80 quisquitos rosados, las cuales fueron previamente sembrados en vivero en el año 2016. Hasta hoy, los individuos se han adaptado muy bien a la zona costera. Durante este periodo, han experimentado pocas pérdidas de individuos que fueron, presumiblemente, arrancados por visitantes o escarbados por perros.
Precisamente, en marzo de este año se realizaría una nueva plantación de cactus a mayor escala, pero la irrupción de la pandemia del coronavirus postergó los planes hasta nuevo aviso.
La idea es que las plantaciones en terreno se realicen principalmente en zonas que han sido afectadas por la erosión, pero donde aún persisten estas especies, para que así las pequeñas plantas queden protegidas por los cactus adultos del lugar.
En las zonas escarpadas, en tanto, se priorizará la plantación dentro de los numerosos senderos no establecidos, para que estos sean “absorbidos” y ocupados, con el paso de los años, por los cactus y el resto de vegetación nativa.
Pero ¿qué están haciendo para lograrlo?
Una misión de largo aliento
El primer paso consiste en la recolección en terreno de semillas de las cactáceas que moran en Punta de Lobos, las cuales están almacenadas en sus frutos. La idea es que sean de la misma zona, para así mantener la variabilidad genética de la población residente que está adaptada, desde tiempos pretéritos, a las condiciones locales.
“Recolectamos un poco de semillas de la mayor cantidad posible de individuos distintos. No basta con agarrar un solo fruto y reproducir todas las semillas de ese fruto, porque ahí estás limitando la variabilidad genética. Por eso recolectamos semillas de distintos frutos”, puntualiza Figueroa, quien agrega que los cactus alcanzan su madurez cuando florecen, momento en el cual recién se pueden reproducir.
Por ello, la iniciativa cuenta con dos viveros: uno de Cactus Lagarto donde se reproducen estas especies a partir de las semillas recolectadas, y otro de la Fundación Punta de Lobos, donde llegan los cactus incubados por Figueroa cuando transcurre alrededor de un año, para que así continúen su camino para la reintroducción en la zona costera.
Actualmente, albergan alrededor de 16.000 cactus reproducidos a partir de semillas, que poseen entre uno y cuatro años de edad. Todas corresponden a las tres especies presentes en la zona, cada cual tiene sus propias peculiaridades.
El más común es el quisquito rosado, el cual se encuentra entre las regiones de Atacama y Biobío. Florece a partir de los 5 años, en la primavera temprana, desde fines de julio hasta septiembre, y también en otoño. Sus flores tubulares son de una tonalidad rosada purpúrea, así como blancas o amarillentas en el interior. Posee un cuerpo globoso y crece en longitud después de los 8 años, alcanzando una altura máxima de un metro. En invierno deja de crecer, ya que entra en periodo de hibernación.
Más espigado es el quisco de los acantilados. Su población no solo ha sido bastante fragmentada por la acción humana, sino que habita en una zona muy restringida, ya que se encuentra solo en las regiones de O’Higgins y el Maule. Por esta razón, ha sido catalogado como una especie “rara” y en peligro de extinción. Su flor es blanca con tonalidades amarillas, apareciendo a partir de los 10 años. Sobre los 50 cm de altura comienza a crecer entre 10 a 15 cm, y cuando llega a los 8 años crece alrededor de 30 cm. Una forma de descifrar su edad es contando las cinturas que se van formando, que refleja cada invierno que ha pasado. También hiberna en dicha época.
Por último, está el cactus de Tanumé o aspillaga, cuyas pequeñas poblaciones también se limitan a las regiones de O’Higgins y el Maule, por lo que ha sido clasificada en peligro de extinción por el Ministerio del Medio Ambiente. Esta especie puede crecer entre los 5 a 15 cm, enterradas casi completamente a ras de suelo. Se caracteriza por su flor con forma de embudo de color amarillo con tonos rosados. Sus frutos se asemejan a un barril.
Respecto a esta última planta, Figueroa detalla que “a este cactus no lo hemos encontrado exactamente en Punta de Lobos, pero está en el mismo sector. Una probabilidad es que haya sido desplazado antiguamente de acá, porque crece a ras del suelo en los lugares planos. Es de las especies con mayores problemas de conservación. De hecho, en los años 80 se creían extintas, porque había unas poblaciones que fueron acabadas por plantaciones forestales, y tiempo después se volvieron a encontrar. Por eso quisimos incorporarla, porque es muy vulnerable, entonces, para hacer una conservación ex situ e in situ”.
Lo anterior evidencia que estas especies no solo necesitan ser recuperadas, sino que también son de crecimiento lento. Por ello la plantación en terreno se efectuó por primera vez en 2019, mientras continúa la reproducción y experimentación en los cactarios.
“Los cactus son lentos, es un proyecto de super largo plazo. Nosotros hicimos recolección de semillas el 2015, acá en Punta de Lobos, y en los años siguientes se comenzaron a plantar e incubar en los cactarios. Nuestra idea es tener un banco de cactus lo suficientemente grande, justamente porque no conocemos como referencia otro proyecto de este tipo. Por eso necesitamos el espacio para equivocarnos también, porque no sabemos si va a funcionar bien o no”, sostiene el director ejecutivo de la fundación.
En ese sentido, ya sea para el cuidado de los cactus en la zona costera como en el vivero, los dos guardaparques del Parque Punta de Lobos son fundamentales. Ellos se preocupan del cactario, del mantenimiento y cuidado de la biodiversidad del parque, y participan activamente en el área de educación de la fundación.
“Nosotros llegamos y evaluamos la temperatura del invernadero tres veces durante el día, y todo eso va quedando registrado. No conocemos otras experiencias similares de repoblación con esta cantidad de cactus, entonces la idea es sistematizar la información a lo largo de este proceso, emulando las condiciones de temperatura y humedad del suelo de los cactus en su hábitat natural. Por ejemplo, en primavera y verano hacemos riegos dentro del invernadero, y durante el invierno los detenemos. El invernadero se mantiene con las ventanas abiertas para que tengan la misma temperatura y humedad de afuera, y así no sea tan brusco el cambio después, cuando sean replantadas en terreno”, detalla Nona Caracciolo, una de las guardaparques de Punta de Lobos.
Aunque muchos no lo crean, los cactus requieren de una buena cantidad de agua en sus primeras etapas. En el cactario están dispuestos en distintos potes y cajas de helado, donde pueden crecer alrededor de 300 semillas apiñadas, para después ser cambiadas a bandejas más grandes, a medida que crecen. Pueden pasar tres o cuatro años para tener recién una planta de cuatro o cinco centímetros.
El creador de Cactus Lagarto explica que “uno parte dándoles cuidados como mayor humedad y sombra. Son muy chiquititos y no se estiran más de 1 cm en el primer año. En su hábitat crecen entre medio de grietas, en la sombra de un pasto, entonces uno recrea un poco esas condiciones de sombra y humedad en el primer año. A medida que van creciendo, uno los va sometiendo a condiciones de más sol y menos agua, para que se adapten de a poco. Si les mantenemos mucho esa humedad y sombra, van a crecer más rápido, pero después van a ser más débiles al momento de plantarlas en terreno”.
Y es ahí donde surge otro desafío: el resguardo de los cactus presentes en la zona costera.
Esto no es menor si consideramos que, de acuerdo con algunos cálculos, el Parque Punta de Lobos recibió alrededor de 522.000 visitantes en 2019, mientras que en época estival se reciben 256.000 personas aproximadamente.
El otro guardaparque, Sebastián Vera, sostiene que “la gente de la comunidad local quiere mucho su pueblo, se preocupa y lo cuida. Muchas veces nos avisan si algo le pasa a los cactus, ellos también hacen una labor de ‘guardaparques’. Los surfistas también. En general, son algunas personas de afuera las que rompen, patean o sacan cactus para llevárselos a sus casas. Cada vez que uno pilla a alguien que hace eso, les pedimos el cactus de vuelta y aprovechamos de educar, contando por qué eso impacta negativamente al lugar. Siempre señalan que no sabían. Lo bueno es que nunca he tenido una mala actitud, me han entregado los cactus y así volvemos a plantarlos”.
En ese sentido, cuentan que la extracción de cactus aumenta considerablemente durante el periodo estival, teniendo episodios de este tipo en alrededor de tres o cuatro días en una semana, según cálculos rápidos. Evidentemente, muchas veces no logran hallar a quienes cometen estos actos.
Margozzini reconoce que “en verano, que es cuando la gente más viene, algunos cortan los cactus, hay una costumbre de llevárselos para plantarlos en la casa, porque son súper bonitos. No es de maldad, sino que algunos no conocen que eso tiene un efecto negativo”.
Todo esto motivó a que la fundación instalara señaléticas a fines del año pasado, las cuales han ayudado, junto a los guardaparques, a que los visitantes se detengan a aprender un poco más sobre estos parajes, en vez de solo asomarse, tomarse una foto y sumergirse en sus actividades recreativas. Al menos así lo ha percibido Vera, quien cuenta que, en comparación a la época estival de 2019, “este verano la gente ha sido más educada y respeta más el lugar. Ya sabe que hay alguien en terreno cuidando, que hay un objetivo, y han respetado más el lugar”.
En vez de meros mensajes prohibitivos, las nuevas señaléticas poseen información e ilustraciones de la flora y fauna local, para dar a conocer la zona costera y las complejas interacciones que se dan entre las distintas especies y ambientes.
Presenciarlo en vivo es aún mejor.
Caracciolo ha sido espectadora de aquello. “Es algo que he disfrutado mucho. Antes yo no era consciente, no me daba el tiempo de ver en las cuatro estaciones cómo funcionan estas interacciones. Por ejemplo, en el invierno pasado me llamó mucho la atención que había helechos súper delgaditos y delicados debajo de los cactus. El cactus asegura la vida de flora y de animales también. En verano puedes ver culebras que están tomando sol, las cuevas de ellas están debajo de los cactus. Lo mismo con lagartos y lagartijas, aves, abejas nativas, hay un montón de vida si uno se detiene a observar”, asegura.
Esa admiración y valoración es la que buscan transmitir durante los diversos talleres, charlas, conversatorios, y otras actividades organizadas por el Programa de Educación Ambiental de la fundación, la cual realizó recorridos para 352 niños en 2019, todos estudiantes de colegios de la Región de O’Higgins, incluyendo también a un grupo de adultos mayores de la misma zona. Todos ellos no solo se maravillaron con la biodiversidad de Punta de Lobos, sino también con los cactus.
Aunque la cuarentena por el COVID-19 ha motivado la suspensión de todas las operaciones y actividades en el Parque Punta de Lobos, las redes sociales se han convertido en las mejores aliadas para seguir comunicando esta iniciativa. Precisamente, hace unos días realizaron una visita virtual al cactario, donde parte del equipo contó a los espectadores cómo son estas especies, el trabajo que allí realizan y la necesidad de cuidarlos, mostrando además a malogrados ejemplares que fueron cortados y arrancados de raíz.
Margozzini recalca que “es importante entender lo que hay en los espacios naturales que uno habita, cuáles son las especies que siempre han estado en este lugar, qué aportan y cómo forman parte del ecosistema. Todo lo que hagamos nosotros tiene un efecto en ellos. La idea es tener una visión más ecosistémica para llevar la vida, en vez de creer que cada uno o cada especie está separada del resto. Es necesario darnos cuenta de que todo está conectado, y que uno genera una cadena de repercusiones en muchas cosas”.
Aunque por ahora no puedan ver los resultados del proyecto de repoblación de cactus de forma inmediata, visualizan el futuro con optimismo.
“Tengo mi esperanza puesta en que el proyecto de repoblación sí va a funcionar, que se va a lograr restaurar su biodiversidad. Si se recuperan los cactus, vamos a ir recuperando a las otras especies de flora y fauna. Ahora se conoce más el proyecto. Cuando algunos ven que se están llevando los cactus dicen que no está permitido, la gente está más enterada. Cada vez hay más personas que quieren proteger el lugar”, asegura Caracciolo.
Para Vera es clave que “la gente sea parte de esto y cuide, nosotros podemos hacer muchas cosas para los cactus, ya sea en el invernadero o en terreno, pero no sacamos nada si la gente no los cuida. Al ser un espacio abierto a todo público, es importante que todos aportemos, y que la gente cuide también de ellos”.