La Huella de Pikionis
Nuestra colaboradora, la arquitecta Romy Hecht, realizó un viaje a Grecia recientemente. En su recorrido, conoció en profundidad el trabajo del arquitecto griego Dimitris Pikionis en la Acrópolis de Atenas realizado en la década de 1950. Los invitamos a conocer el legado de Pikionis, un referente que supo entender un territorio con historia y plasmarlo en una nueva obra de arte.
Una estadía en la capital de Grecia supone, ineludiblemente, visitar la Akropoli, aquella ciudad en altura caracterizada por edificaciones construidas desde la Edad del Bronce en el sitio donde se alzó una fortaleza inexpugnable antes de la era de Pericles (495–429 AC), quien concibió al monumento del modo en que lo conocemos hoy: como una procesión desde el acceso, o Propileos, para pasar a continuación al Partenón, al antiguo templo de Atenea, al Erecteión y al templo de Atenea Niké las que, junto al Odeón de Herodes Ático, el Pórtico de Eumenes, el Santuario de Asclepio y el Teatro de Dionisio, son las únicas construcciones que persisten en el área pese a los ataques persas, asedios venecianos, bombardeos turcos e históricos saqueos británicos y franceses.
Por su condición topográfica, la Acrópolis ateniense convoca al visitante a una búsqueda constante de puntos de reconocimiento del sitio a la distancia, siendo uno de los más notables el monte Filopappo o de las Musas, caracterizado por senderos empedrados que lentamente permiten que el caminante se olvide de la Acrópolis para concentrarse en el conmovedor trazado, artesanal, preciso e imperfecto de Dimitris Pikionis (1887–1968). Al disponer cada pieza de fragmentos de mármol, cornisas y cerámica provenientes de ruinas decimonónicas, y al enlazarlos con bandas de hormigón que absorben a su vez inserciones de bancas y de preexistencias como rocas erráticas y árboles, Pikionis articuló la memoria arqueológica del sitio proyectando lo que teóricos actuales han etiquetado como walkscape, o “el andar como práctica estética” (1).
Si bien entre 1954 y 1957 Pikionis supervisó a diario y en terreno la ejecución de los trabajos para formalizar funcionalmente los 300 m del camino que lleva hasta el Propileos y los 500 m que ascienden al monte Filopappo, es en esta última intervención donde Pikionis transmite de manera táctil, evocativa y visual la construcción del paisaje como una articulación entre naturaleza y cultura: “Nos regocijamos con el avance de nuestro cuerpo a lo largo de una superficie terrestre irregular. Nuestro espíritu se alegra por el cruce interminable de la tridimensionalidad que encontramos en cada paso… Aquí el terreno es duro, pedregoso, escarpado y el suelo es frágil y seco. Allá el terreno es parejo, el agua emerge de parches musgosos. Más allá la brisa, la altitud y la configuración del terreno anuncian la cercanía del mar… Piedra, tú compusiste los lineamientos de este paisaje. Tú eres el paisaje. Tú eres el Templo que corona las rocas escarpadas de tu propia Acrópolis. ¿Qué más hace el Templo que representar la misma ley dual que cumples? … No es acaso por esta concordancia, porque las mismas leyes están activas tanto en la naturaleza como en el arte que somos capaces de visualizar formas de vida, formas naturales transformadas ante nuestros propios ojos en formas artísticas y vice versa?” (2).
Con estas palabras y gracias a la materialización del pavimento con piedras dispuestas como losas, a canto y a ras de suelo, definiendo líneas regulares o curvas, Pikionis establece que antes que aislar sus aspectos técnicos, estéticos o ecológicos, el paisaje puede emerger de elementos cotidianos compleja y extraordinariamente dispuestos hasta desentrañar lo que sus espacios, estructuras y la relación entre ellos establecen sobre la naturaleza del territorio y los trabajos del hombre. Paisaje no es naturaleza, ni geografía ni territorio, es la intersección entre naturaleza y cultura, es la suma entre territorio y comunidades, es una oportunidad.
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