La historia de Andrés Jullian, el más importante ilustrador de naturaleza en Chile
Está cerca de cumplir 50 años dedicados a la ilustración científica y de naturaleza. Radicado hace años en el balneario de Las Cruces, Andrés Jullian (72) recuerda cómo fue trabajar en la icónica revista “Expedición a Chile” y las sensaciones de formar parte de la delegación que en secreto fue al Beagle en medio del conflicto con Argentina en 1978. En esta entrevista, el destacado dibujante rememora a su amiga Adriana Hoffmann y declara su admiración por el Premio Nacional de Ciencias, Juan Carlos Castilla. Además, saca cuentas: dice que ha ilustrado más de mil libros y que le queda cuerda para rato.
La casa del ilustrador Andrés Jullian en el balneario de Las Cruces no pasa desapercibida. El antejardín parece sacado de un cuento infantil: está adornado por ruedas de carreta, redes de pesca, cráneos de vaca, herraduras y un enorme búho tallado en madera vigila la escalera de entrada. Todo eso confundido entre el colorido de plantas y flores. Pero no es lo único que distingue a esta vivienda.
Cada día, cerca de la una de la tarde, unas 30 gaviotas dominicanas (larus dominicanus) llegan a comer. De hecho, esta es conocida como “la casa donde almuerzan las gaviotas”. “En el verano incluso viene gente a mirar”, dice Andrés, y cuenta que su mujer Mirtho de Camino -actriz, bailarina y, hasta hace poco, oidora de problemas de la gente- ocupa un congelador casi únicamente con riñones de cerdo para alimentar a las aves.
La pareja fijó su residencia en el litoral central hace más de 30 años por idea de Mirtho y cuando sus hijos ya estaban grandes. Era una época en la que había un solo teléfono público, en un negocio cercano, donde les anotaban los recados en un cuaderno. En ese entonces, Jullian pensó que al dejar la capital podría recibir menos pedidos de ilustraciones, pero ocurrió lo contrario. “Tal vez las editoriales se asustaron porque me vine, pero me empezó a llegar más trabajo todavía”, dice.
Hoy, a sus 72 años, con una enorme trayectoria y reconocimiento, Jullian ni siquiera lleva la cuenta de todos los libros en que se pueden encontrar sus ilustraciones. “Uf, deben ser más de mil…”, señala.
Hasta antes de la pandemia, junto con hacer sus propios libros en su casa, Jullian realizaba talleres de ilustración en Costa Central, la galería y tienda de libros sobre temas ambientales y de conservación creada por la fotógrafa Daniela Benavente, en Santo Domingo, una labor que le gustaba y que retomará próximamente.
Por estos días, Andrés está enfocado en terminar el segundo tomo de su libro «Hablan. El lenguaje de los pájaros». No es un trabajo cualquiera: lo precede una historia improbable.
Hace unas semanas, Andrés divisó en unos arbustos una pareja de pájaros de color amarillo fuerte, nada habitual en la zona. No alcanzó a tomarles una foto, por lo que se apresuró en dibujar un boceto con los detalles que tenía en mente y buscó en sus libros para reconocerlos.
Un par de días después, la pareja de aves regresó y se posó en un pimiento. “Esta vez, le tomé mil fotos”, dice. Luego las publicó en los sitios de aves y supo que se trataba de un Naranjero (Rauenia bonariensis). Lo curioso es que su distribución está descrita en el extremo norte de Chile. Esto lo sorprendió.
“Yo cuento en el libro que converso con los pájaros”, dice Andrés. “Tal vez muchos deben pensar ‘este viejo se volvió loco’ o ‘se rayó’. Pero lo planteo no en el sentido literal de que uno converse con las aves; yo vi al Naranjero y me comunicó que no era un pájaro natural de esta zona. Eso me llevó a buscarlo en un libro para ver de qué ave se trataba. De alguna manera, me comunicó un montón de conocimiento”.
-¿Desde cuándo sientes esa conexión?
-Desde ahora que apareció este Naranjero. Que lleguen dos pájaros extraordinarios al jardín de tu casa, siendo Chile un país bastante grande… no sé, pero algo hay.
Luego de una pausa, Andrés dice:
“Es como el pago de lo que uno ha hecho toda la vida. Una retribución de la naturaleza”.
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-¿Eres el mejor ilustrador de naturaleza del país?
-No, no soy el mejor.
-Mucha gente lo estima así.
-No sé de dónde salió eso. También hay gente que dice que soy el padre de la ilustración naturalista en Chile y tampoco es cierto.
Pese a la modestia, su pluma y trayectoria son reconocidas en el mundo científico, ambiental y editorial.
En su época escolar, Andrés era alumno de cuatro o cuatro y medio, pero un buen puntaje en la PAA le permitió matricularse en Arquitectura, aunque sin estar seguro de que era lo que quería. Ahora sabe bien lo que debió hacer: “Debí estudiar arte. Hoy echo de menos no tener una base artística, pero la arquitectura me dio una visión distinta de lo que es el arte. Los arquitectos se sienten artistas frustrados, pero ven el arte desde una forma más técnica, no tan espiritual. Eso me dio un gran impulso para llegar al dibujo de naturaleza, que no es un dibujo artístico, es un trabajo. Un pintor se para frente a un lienzo y desde el alma le salen los cuadros. Yo no: tengo que salir a mirar un pájaro o una planta, fotografiarlo, fijarme en los detalles, buscar información y dibujarlo tal cual es, sin inventar nada”.
De patudo, dice él, a mediados de los 70 le ofreció a un conocido que trabajaba en el INACH acompañar a una expedición a un viaje a la Antártica como fotógrafo a cambio de hacer un archivo fotográfico. Cuando regresó a Santiago se enteró de que se estaba armando la emblemática revista “Expedición a Chile” y fue donde el diseñador Francisco Olivares a venderle fotos y acuarelas del viaje a la Antártica. Le dijeron que sí y además se quedó en ese proyecto.
“Expedición a Chile” es la revista de naturaleza más icónica y relevante que se publicó alguna vez en el país. Esta publicación quincenal mezclaba crónicas de viaje con artículos de divulgación científica y su primer número fue publicado a comienzos de 1975 bajo la Editorial Gabriela Mistral, el nombre que se le dio a Quimantú luego del golpe de Estado. El director de esa editorial era un militar y escritor llamado Diego Barros Ortiz, que impulsó la idea de esta revista.
“La revista funcionaba de una forma super entretenida”, cuenta Jullian. La idea era que un grupo de científicos saliera a distintos lugares de Chile a describir y contar sus experiencias desde las diversas miradas de la ciencia. Ese rol lo cumplían el biólogo marino Juan Carlos Castilla, el entomólogo Luis Peña, el geógrafo Hernán Santis, el zoólogo Jürgen Rottmann, el antropólogo Horacio Larraín, el biólogo Bernabé Santelices y el botánico Manuel Schilling, entre otros. Años después, Castilla y Santelices fueron reconocidos con el Premio Nacional de Ciencias.
“Se organizaba una expedición, íbamos un par de dibujantes, el relator de la revista y un grupo de científicos”, explica Andrés. “Entonces ellos salían a recorrer y en la noche se hacía un fogón y cada uno contaba su experiencia. De esa manera se iba uniendo la visión del biólogo, con la del geógrafo y el botánico, ¿te fijas? Y yo, como dibujante, paraba la oreja para escuchar lo más posible. Fue la primera vez que dibujantes chilenos ilustraban la flora y fauna del país”.
Para Jullian, esa experiencia marcó lo que vendría después para él: “Fue el nacimiento de mi interés científico por la naturaleza”.
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Era 1977. El vicealmirante y rector delegado de la Universidad Católica, Jorge Swett, llegó hasta el laboratorio del biólogo marino Bernabé Santelices en la Facultad de Medicina de esa casa de estudios acompañado de otro uniformado. Se trataba del vicealmirante de la Armada, Charles LeMay.
Chile y Argentina se disputaban la soberanía de las islas Picton, Nueva y Lennox, al sur del Canal Beagle, una zona estratégica ubicada entre los océanos Atlántico y Pacífico. El laudo arbitral inglés dejó a Chile con la mayor parte de las islas y los derechos oceánicos, y el gobierno argentino no lo aceptó. La posibilidad de una guerra estaba latente.
Charles LeMay se sentó frente a Santelices y le habló en seco: “Esto es secreto de Estado”, le dijo. El plan militar consistía en armar una serie de expediciones científicas al extremo sur con la idea de levantar una industria de huiro, que era lo único que había en esa zona. La idea era demostrar en La Haya que existía soberanía chilena sobre ese territorio. Santelices era el mayor experto en algas del país y quedó a cargo de la misión.
El biólogo convocó a su colega y amigo Juan Carlos Castilla, y juntos formaron el equipo de expedicionarios. Para Castilla, se trataba de era una oportunidad única para la ciencia en una época donde realizar una travesía científica de esa envergadura era una quimera. Fue Castilla quien invitó a Jullian a unirse al grupo.
“Nosotros sabíamos, más o menos, que se trataba de demostrar que las islas pertenecían al Pacífico y no al Atlántico, pero no sabíamos bien en qué estábamos metidos”, rememora Jullian. “Nunca tomamos real conciencia de en qué estábamos metidos. De repente se escuchaba movimiento en la barcaza y veías que los marinos salían con cascos y empezaban a sacar las fundas a los cañones y las ametralladoras. ‘Adónde nos fondeamos ahora’, pensábamos nosotros”.
Sigue Andrés: “Me acuerdo que llegamos a Puerto Toro y lo único que había era un retén con cinco carabineros: un suboficial y cuatro carabineros de frontera. Y tenían trincheras y toda la cuestión para defender la isla. ¡Cuatro gallos! Pero habían hecho su bunker y todo”.
En el sur, Jullian hacía dupla con el destacado fotógrafo Antonio Larrea y juntos salían a bucear en una barcaza de la Armada. «A lo lejos, siempre veíamos torpederas argentinas y helicópteros. Recuerdo que un día estábamos buceando con el Toño, salimos a la superficie y había un helicóptero gigante arriba de nosotros. Era rojo, me acuerdo, y no había por dónde que fuera chileno. Nos subimos al zodiac y partimos, y de repente aparece una torpedera argentina que se nos tiraba encima para formar olas y darnos vuelta el zodiac. Al final pudimos llegar a la barcaza”.
-¿Tuviste miedo en esa expedición?
-No, porque no teníamos real conciencia… A mí nunca se me ocurrió que podía pasar una guerra con Argentina. Lo encontraba como ridículo. Además, estábamos en un lugar fascinante de conocer y bucear, con unos bosques de algas preciosos.
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Después de “Expedición a Chile”, Andrés trabajó con una joven botánica: Adriana Hoffmann. Con el tiempo, esa mujer se convertiría en una pionera en poner los temas ambientales en la agenda pública y en una reconocida activista por preservar las especies nativas desde su ONG Defensores del Bosque Chileno. Hoffmann es autora del libro «De cómo Margarita Flores puede cuidar su salud y ayudar a cuidar el planeta», que durante años fue el único en ese ámbito para niños en el país, y de una serie de títulos sobre la flora de Chile.
“Fue lindo trabajar con ella”, dice Andrés. “Es una muy, muy buena persona. Yo le agradezco a la Adriana su capacidad de compartir conocimiento, de ser humana. Es un siete la Adriana”.
-¿Crees que este país está en deuda con ella?
-Claro. Cuando la nombraron ministra de Medio Ambiente (fue secretaria ejecutiva la Comisión Nacional del Medio Ambiente en el gobierno de Lagos) la sacaron por oponerse a cosas que ella sabía que eran perjudiciales para el país.
Jullian agrega: “Ella siempre fue como mal mirada por el resto de los científicos. Lo mismo pasó con Lucho Peña, el entomólogo de ‘Expedición a Chile’. Lucho nunca fue a la universidad, fue autodidacta, y la Adriana nunca hizo investigación científica, se dedicó a la divulgación, cosa que hacen ahora todos los científicos y nadie los mira en menos por eso. Después los científicos se dieron cuenta de que la gente necesitaba conocer la naturaleza para cuidarla, quererla y protegerla”.
-¿Sientes una admiración similar por Juan Carlos Castilla?
-Castilla es como mi padre en cuanto a lo que yo conozco de ciencia. Fue como mi guía espiritual dentro de la ciencia. Siempre fui admirador de él. Lo encuentro un capo.
-¿Cuál fue tu mayor aprendizaje en este trabajo de ilustrador científico?
-Trabajar con Castilla. Fue con la persona que más he aprendido de ciencia, de naturaleza, a mirarla y respetarla de una forma distinta. Él, junto con la Adriana, pero con la Adriana fuimos a lo mejor más amigos… Con Juan Carlos nos queremos cualquier cantidad, hemos estado en muchas juntos, pero nunca tuvimos una relación de invitar a comer a la casa. Pero en terreno éramos yuntas, uña y mugre.
-De todas tus experiencias como ilustrador de naturaleza, ¿Cuál te marcó más?
-Es que cada ilustración es distinta, yo gozo cada ilustración que hago. Ahora último he tenido varios desafíos que nunca me había atrevido a hacer. Por ejemplo, me mandaron a hacer una araucaria de dos metros de alto por un metro 30… Yo nunca había dibujado a ese tamaño. Mi trabajo sigue siendo desafiante.
-Hoy parece haber un boom de ilustración de naturaleza. ¿Te gusta lo que está pasando?
-Sí, porque además ya dejó de ser ilustración científica, entonces no es tan riguroso en las posiciones de los animales, por ejemplo. En la época de “Expedición a Chile”, si tu dibujabas un pez, tenía que ser totalmente horizontal y mirando hacia la derecha. ¡Porque así se dibujaba! No podía tener brillos. El científico no veía la parte artística, sino la parte técnica. Yo me reía con Bernabé Santelices porque hicimos un libro de algas y yo le decía: “Bueno, ¿y de qué color es esta alga?”. “Café”, me decía. ¡Pero hay 400 tipos de café! Y para él todos eran café.
-¿Crees que cambió la mirada que tenemos sobre la naturaleza?
-Sí, sobre todo en la gente más joven. Es increíble cómo están luchando por lo poco que queda. Acá en Las Cruces hay varios lugares que están tratando de salvar. Lugares que antes parecían no tener ninguna importancia. Mira, acá hay un sector conocido como La Gota de Leche, un campo dunar donde crece una plantita así (muestra un tamaño pequeño con sus manos) de este porte llamada “Hierba de El Tabo”, la Astragalus trifoliatus, y el único lugar del mundo donde crece es en esas dunas. Y ahí sacan áridos, la usan como campo de entrenamiento de motocross, se meten en jeep… Nadie tiene respeto. Pero hay un grupo de gente que está luchando para que sea declarado santuario, y esa gente es super extraordinaria.
-¿Has pensado en parar?
-No. Pienso dedicarme a esto hasta el final de mis días. Mientras me quede pulso.