La carrera de los más duros
El fotógrafo corresponsal en terreno invitado de este mes, Cristóbal Croxatto, nos cuenta sobre su experiencia en la Patagonia, donde fue el encargado de fotografiar una de las carreras de enduro que se realizan en la zona.
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A las cinco y media de la tarde los últimos competidores cruzan la meta. En su cuarta vuelta completaron los 120 kilómetros que se corrieron ese día, la categoría más extensa. Una hora antes, la ganadora de esa división desensillaba su caballo y lo enfriaba dándole baldes de agua para que así bajara sus revoluciones a menos de 56 pulsaciones por minuto, porque de lo contrario sería descalificada.
Ese domingo 17 de enero la calma que caracteriza a la villa Cerro Guido se interrumpió. El trabajo se detuvo y hasta el comedor se suspendió. Por cuarta vez en el año se corría el enduro, una instancia donde todos compiten por igual: magallánicos provenientes de Puerto Natales, Punta Arenas y no más allá, se miden en uno de los clásicos de cada verano.
El día anterior en realidad ya se sentía distinto. En la aislada villa, ubicada 150 kms al norte de Puerto Natales, donde no habitan más de 40 personas, el silencio solo lo rompen el viento y uno que otro balido. Así, la llegada del equipo se hizo notar. Camionetas, camiones y remolques instalaron carpas y tiendas para despertar de madrugada y desde ahí mismo, largar.
Día de la carrera
A las 6:30 de la mañana el sol y el viento peinaban la pampa hace más de una hora y al fondo se iluminaban pálidamente las Torres del Paine. Los corredores más audaces, que iban vestidos de amarillo, se preparaban para luego arrancar. Les esperaban largos 120 kilómetros. Una hora después, los petos rojos enfilaron y con ellos comenzaron los 80 kilómetros. Y otra hora después, de azul iban quienes corrieron la categoría mas corta: 40 kilómetros.
La competencia tiene lugar en el patio trasero del Parque Nacional Torres del Paine, uno de los pocos lugares donde se tiene vista a los Cuernos y a las Torres a la vez, desde atrás.
¿Cómo funciona?
Cada corredor debe completar su recorrido en 2, 3 o 4 vueltas según categoría (40K, 80K y 120K respectivamente). Entre cada vuelta hay un descanso que dura máximo 20 minutos. En ese lapso de tiempo el caballo debe reducir las pulsaciones cardíacas a menos de 56 por minuto, estabilizarse, regular la respiración e ingresar al VetCheck, donde un veterinario confirma las condiciones del animal y decide si está en forma para seguir corriendo. De ser así puede partir la vuelta siguiente, y si lo logra en menos de 20 minutos, puede ganar tiempo. Si excede los 20 minutos, en cambio, queda automáticamente descalificado. Interesante, ¿no?
Por lo tanto, llegar unos minutos después a la meta y más tranquilo, puede significar una recuperación más rápida del caballo, a la vez de permitir comenzar anticipadamente la vuelta siguiente. El juego, bastante técnico, implica saber llevar al caballo hasta el límite de lo reglamentado, velando siempre por su bienestar. No sobre exigirlo, no usar fusta ni llevar las riendas cortas. La primera prioridad de este deporte es cuidar al animal. Las razas de caballos que corren enduro están entrenadas y capacitadas para cubrir tales distancias y someterse a esas condiciones.
Los tiempos de descanso son más que nada para los caballos, ya que los jinetes corren de lado a lado llevando baldes y esponjas rebosantes de agua para poder enfriar al animal, como si estuvieran participando en una gymkana.
La tensión y ansiedad revelan la competitividad que genera esta disciplina, pero que a su vez está rodeada de un ambiente familiar y en este caso, un paisaje sobrecogedor.
A eso de las 6 de la tarde los corderos en la fogata ponen en evidencia el fin de la competencia y el comienzo de la celebración. El “tercer tiempo” se vive con un sentido de camaradería innato, casi primitivo, con la entrega de las copas y medallas, entre panes amasados con pebre y cordero.
El escenario natural es muy conmovedor. Por un lado la infinidad de la pampa se pierde hacia los límites con Argentina, y hacia el otro lado las Torres y los Cuernos muestran su imponencia y nos recuerdan dónde estamos. Pasada las 10 de la «noche» el sol comienza a esconderse y se funde entre los cerros del parque proyectando largas sombras sobre el suelo. Se oscurece y la calma retorna al lugar.