Dónde la humedad se guarda
asistidora y mansueta
y el resuello del calor
no alcanza a la Madre Gea,
suben, suben silenciosos
como unas palabras lentas,
en silencio suben, suben
estos duendes manos quietas.

Y cuando tienen la alzada
de la garza o el flamenco,
ya descansan y se quedan
latiendo de su misterio.
¡No pasar por ellos, digo,
dejarlos, que están durmiendo!
Porque sólo yo, fantasma,
ni los doblo ni los hiero.

Óiganlos dormir, dormir
sin moverles un cabello.
Ellos no viven ni mueren,
sólo escuchan el silencio,
y con el silencio hacen
cosa que no conocemos:
sueño de niños o danzas
de unos enanos traviesos.
Quedan así entredormidos
custodiando su secreto
y tal vez mi propio sueño.

Duerman los helechos altos
callados como un secreto,
sigan latiendo dormidos
así, callando y latiendo.

¡Qué dulce su frente fría
y su aspiración de cielo!
En el aire van y van
y restan, restan, quedados,
y se parecen al monje
que entrega en su rezo el alma.
Duerman los helechos altos
que yo guardaré su sueño.

HELECHOS – Gabriela Mistral

Mucho antes de que los dinosaurios caminaran sobre la Tierra, un grupo de plantas ya dominaba silenciosamente los paisajes primitivos. Hablamos de los helechos, verdaderos fósiles vivientes que han sobrevivido por más de 400 millones de años, adaptándose a cambios climáticos extremos y sobreponiéndose a las grandes extinciones que marcaron la historia del planeta. Han presenciado épocas en que la atmósfera contenía hasta diez veces más dióxido de carbono (CO₂) que en la actualidad y, a pesar de todo, siguen aquí, desplegando sus frondas verdes como testigos silenciosos de la resiliencia de la vida.

Hymenophyllum secundum. Créditos: ©Jaime Espejo Cardemil
Hymenophyllum secundum. Créditos: ©Jaime Espejo Cardemil

Los helechos pertenecen a la división Pteridophyta, y dentro de ella se agrupan tanto los helechos propiamente tales (clase Filicopsida) como sus parientes más antiguos, las licófitas y los equisetos. Aunque sus formas varían enormemente, todos comparten características ancestrales que los convierten en representantes de las plantas vasculares más primitivas, aquellas que colonizaron la Tierra mucho antes que las plantas con flores y semillas.

En Chile, existen más de 160 especies que habitan desde el desierto más árido del mundo hasta los húmedos bosques del sur, además de islas oceánicas como Juan Fernández y Rapa Nui. Algunas crecen en el sotobosque o en rocas húmedas, mientras que otras se aferran como epífitas a troncos y ramas, actuando como delicados indicadores del grado de humedad ambiental. Esta variedad refleja la riqueza de nuestros ecosistemas y la adaptabilidad de estas plantas milenarias a distintos hábitats, desde climas áridos hasta selvas lluviosas.

Para que conozcas más sobre este fascinante mundo, con la ayuda de expertos hemos realizado esta guía con nueve de las especies de helechos más emblemáticas de Chile. Cada una de ellas nos invita a descubrir cómo estas plantas milenarias, de frondas verdes y brotes en espiral, siguen habitando nuestros bosques y recordándonos que la historia de la vida también se escribe en las hojas que, como dice Gabriela Mistral, parecen guardar un secreto ancestral.

¿Qué son los helechos?

Caminar entre helechos es como entrar a un mundo primitivo, donde las frondas se despliegan en espiral como un lenguaje secreto de la naturaleza. Su estructura, su modo de reproducirse y su diversidad los convierten en un grupo único dentro del reino vegetal.

Ampe (Lophosoria cuadripinnata). Créditos: ©Jaime Espejo Cardemil
Ampe (Lophosoria cuadripinnata). Créditos: ©Jaime Espejo Cardemil

Estas plantas, pertenecientes a la división Pteridophyta, se caracterizan por ser vasculares pero sin semillas, y porque se reproducen mediante esporas en lugar de flores o frutos. Asimismo, su diversidad morfológica es sorprendente: algunas son pequeñas y delicadas, otras forman grandes matas que cubren el suelo o se elevan como árboles en los bosques templados. Sus frondas, a veces simples y otras divididas en complejos patrones, reflejan una combinación única de belleza y funcionalidad que les ha permitido sobrevivir durante millones de años.

Su rasgo más característico son las frondes, hojas generalmente grandes, divididas y elegantes, que surgen desde un tallo subterráneo llamado rizoma. Cuando emergen, lo hacen enrolladas en espiral, en una forma conocida como cabeza de violín o vernación circinada, una figura que se ha convertido en un símbolo de renovación en muchas culturas.

A diferencia de las plantas con flores, los helechos se reproducen mediante esporas, minúsculas partículas producidas en estructuras llamadas esporangios, agrupadas en los característicos soros del envés de las frondes. Su ciclo vital alterna dos generaciones independientes: el esporofito (la planta visible) y el gametofito o prótalo, una pequeña estructura en forma de corazón que alberga los órganos reproductivos. Allí, el agua cumple un rol crucial: los espermatozoides nadan hacia los óvulos para fecundarlos, dando inicio a un nuevo esporofito. Este ciclo, que depende de la humedad, explica por qué los helechos suelen prosperar en ambientes húmedos y sombríos.

Ampe (Lophosoria cuadripinnata). Créditos: ©Jean-Paul Boerekamps
Ampe (Lophosoria cuadripinnata). Créditos: ©Jean-Paul Boerekamps

En cuanto a diversidad, los helechos constituyen el segundo grupo de plantas más diverso del planeta, con más de 10.000 especies descritas. Aunque se asocian principalmente a selvas tropicales y bosques lluviosos, también han colonizado ambientes insulares, rocosos e incluso zonas semiáridas. Esta capacidad de adaptación es fruto de su larga historia evolutiva, marcada por innovaciones como la vascularización, que les permitió conquistar la tierra firme, y la producción de esporas resistentes, capaces de dispersarse con el viento a grandes distancias.

“Siempre se tiende a pensar que los helechos están en zonas húmedas y es verdad, tú encuentras la mayor diversidad de helechos en la parte sur del país, en la selva valdiviana, y en Juan Fernández, donde hay 60 especies. Pero vas para el norte y también te encuentras con helechos. Encuentras entre las rocas o cerca la costa, donde la influencia marítima da las condiciones de humedad para que se puedan desarrollar. Por ejemplo, en Arica y Parinacota hay 14 especies de helechos”, señala Jaime Espejo Cardemil, Doctor en Ciencias Forestales e investigador asociado del Jardín Botánico Nacional de Viña del Mar.

Doradilla (Cheilanthes hypoleuca). Créditos:  INaturalist @pau_miranda
Doradilla (Cheilanthes hypoleuca). Créditos: INaturalist @pau_miranda

En Chile, como indica Javian Gallardo Valdivia, ingeniero forestal e investigador del Laboratorio de Biología de Plantas de la Facultad de Ciencias Forestales y Conservación de la Naturaleza de la Universidad de Chile, “hay 164 especies de helechos, incluyendo licófitas, distribuidas tanto en la parte continental como en islas como Juan Fernández e Isla de Pascua.

«La región de Atacama tiene pocas especies; es la región que cuenta con menos helechos, pero destacan parientes de Cheilanthes, como Pellaea myrtilifolia, asociadas a ambientes secos. La selva valdiviana, en cambio, presenta la mayor diversidad, donde es posible encontrar hasta seis o siete especies de Hymenophyllum conviviendo en un mismo árbol. Juan Fernández, por su parte, sobresale por su singularidad ya que la mitad de sus helechos son endémicos y muchos están en alguna categoría de amenaza. Allí encontramos especies muy particulares, como Thyrsopteris elegans, que podría considerarse casi un símbolo de los helechos chilenos ya es la única especie del género Thyrsopteris, que a su vez es el único de la familia Thyrsopteridaceae. Es tan singular como el Olivillo, que yo siempre comparo con el dinosaurio Anacleto: está solo en el mundo y es el último representante de su familia, y ahora solo existe Juan Fernández y en Isla de Pascua”, agrega.

Muchas de estas especies son endémicas, es decir, no existen en ningún otro lugar del mundo. Habitan todo tipo de ecosistemas, desde los húmedos bosques del sur hasta zonas semiáridas del norte, y han desarrollado un sinfín de adaptaciones que les permiten sobrevivir en cada rincón. Algunas crecen como terrestres, cubriendo el sotobosque o las rocas húmedas, mientras que otras son epífitas, creciendo sobre troncos y ramas de árboles y funcionando como indicadores naturales del grado de humedad ambiental.

Por estas razones, se puede decir que los helechos guardan la historia de la vida misma: cada fronda desplegada es un testimonio de millones de años de evolución, un fragmento de paisaje que nos recuerda que, en cada bosque los helechos siguen escribiendo silenciosamente los secretos de nuestro planeta.

Los helechos: Testigos vivos de la evolución

Microlepia estrigosa. Créditos: ©Jaime Espejo Cardemil
Microlepia estrigosa. Créditos: ©Jaime Espejo Cardemil

Los helechos no solo representan un grupo antiguo de plantas vasculares, sino que también ofrecen una ventana excepcional a los procesos evolutivos que moldearon la flora terrestre. Sus primeros ancestros surgieron hace más de 400 millones de años, en el Devónico, un período en que los continentes estaban colonizados mayoritariamente por líquenes, musgos y algas terrestres primitivas. En ese mundo incipiente, la conquista de la tierra firme exigía innovaciones radicales, y los helechos —junto a las licófitas y equisetos— desarrollaron tejidos vasculares que les permitieron transportar agua y nutrientes, una adaptación clave para expandirse más allá de los hábitats húmedos y sombreados.

Durante el Carbonífero (hace entre 359 y 299 millones de años), los helechos y sus parientes dominaron los paisajes pantanosos, formando bosques gigantescos que más tarde se convertirían en los primeros depósitos de carbón. Algunas especies alcanzaban proporciones impresionantes, con troncos de varios metros y frondas que se extendían como ventanas verdes hacia el cielo. En esa época, los helechos no solo eran plantas del sotobosque, sino auténticos arquitectos del paisaje, capaces de modificar la composición del suelo y regular la humedad de los ecosistemas.

Como señala Diego Alarcón Abarca, Ingeniero Forestal, Doctor en Ciencias Biológicas y co-fundador de la plataforma de difusión de plantas nativas ChileBosque: «Gran parte de la vegetación que inicialmente se transformó en fósil y también en combustible fósil fueron helechos. ¿Y eso qué significa? Que cada vez que nosotros prendemos el gas de nuestra cocina, echamos bencina a nuestro vehículo, estamos utilizando fósiles de helechos. También, por supuesto, muchas otras especies de árboles que posteriormente se formaron, pero la gran mayoría de la biomasa inicial fueron helechos».

Su historia evolutiva también está marcada por innovaciones reproductivas. La aparición de esporangios y soros permitió la dispersión a larga distancia mediante esporas ligeras, asegurando que los cambios ambientales drásticos no borraran su presencia del planeta. Además, la capacidad de algunas especies para vivir como epífitas o en microhábitats rocosos evidencia una plasticidad ecológica que sigue asombrando a botánicos y naturalistas.

Katalapi (Blechnum magellanicum), Créditos: INaturalist @martinoli
Katalapi (Blechnum magellanicum), Créditos: INaturalist @martinoli

Durante millones de años, estas plantas colonizaron pantanos, bosques húmedos y ecosistemas insulares, desarrollando estrategias de reproducción por esporas y rizomas persistentes que aseguraron su supervivencia ante extinciones masivas. Observar un helecho es, por tanto, observar un linaje de pioneros que transformó los paisajes primitivos, abrió nuevos nichos ecológicos y sentó las bases para la diversificación de las plantas con flores. En ese sentido, cada fronda desplegada y cada espiral perfecta, es un testimonio vivo de millones de años de evolución, resistencia y adaptación, que contecta el presente con un pasado de más de 400 millones de años.

Abundancia, amenazas y un mundo por descubrir

Los helechos no solo destacan por su historia evolutiva, sino también por su capacidad de adaptación a distintos ambientes. Algunas especies se desarrollan como epífitas, creciendo sobre otras plantas sin extraer nutrientes de ellas, mientras que otras aprovechan microhábitats rocosos o suelos pobres, demostrando una plasticidad ecológica que les permite colonizar rincones que muchas plantas no podrían habitar.

Su morfología y fisiología también están afinadas para sobrevivir a cambios ambientales extremos. Por ejemplo, ciertos helechos pueden tolerar sequías temporales, enrollando sus frondas para conservar agua y proteger los tejidos fotosintéticos. Estas estrategias no solo aseguran su supervivencia, sino que también les permiten mantenerse presentes incluso ante extinciones locales o cambios climáticos drásticos.

Palito negro (Adiantum chilense). Créditos: INaturalist @ZonaNorteQuilpue
Palito negro (Adiantum chilense). Créditos: INaturalist @ZonaNorteQuilpue

«Los helechos tienen la capacidad de vivir en distintos gradientes de luz, humedad, nutrientes, aportando riqueza y recursos a un sin número de especies. Conforman y viven en hábitat diferentes y es lo que se llama que tienen nichos ecológicos diferentes, o sea, requerimientos totalmente distintos. Hay algunos que son capaces de soportar sequía, otros son capaces de soportar niveles enormes de precipitación, otros son capaces de soportar sectores inundados, etcétera. Entonces, son muy flexibles. Tienen nichos muy variados y requerimientos muy distintos”, señala el Dr. Alarcón.

En los ecosistemas chilenos, los helechos cumplen un papel silencioso pero vital. Por un lado, sus rizomas y raíces contribuyen a sostener el suelo y prevenir la erosión, mientras que sus frondas, como muchas veces funcionan como verdaderas esponjas, conservan la humedad y crean microclimas que favorecen la germinación y el crecimiento de nuevas plantas.

Asimismo, los helechos ofrecen refugio y alimento a insectos, anfibios y pequeños mamíferos, y al descomponerse enriquecen el suelo con nutrientes esenciales, actuando como fertilizantes naturales. Así, los helechos no solo son supervivientes, sino arquitectos silenciosos del paisaje, conectando generaciones de organismos y procesos ecológicos en un delicado equilibrio.

Como señala Javian Gallardo: “Cuando los helechos son abundantes en el sotobosque, generan un microclima que ayuda a mantener la humedad y protege las semillas que están en el suelo. Por ejemplo, al momento en que se cae un árbol en el bosque, los helechos hacen que la luz no llegue de lleno al suelo y le dan un refugio a las semillas que están abajo. Otra cosa que se ha documentado es que, posterior a la erupción del volcán Chaitén, uno tiende a pensar que lo primero que crece son las plántulas de los árboles, de los Nothofagus, pero no fue el caso, sino que los primeros en llegar a colonizar fueron los coligües, la quila y los helechos. Y en este caso en particular fue Lophosoria quadripinnata, el ampe. Algunos helechos poseen pelos ignífugos en los brotes, lo que les permite rebrotar tras incendios, algo sorprendente considerando que Chile no tiene una historia natural de fuego.”

Limpiaplata (Equisetum bogotense). Créditos: ©David Torres
Limpiaplata (Equisetum bogotense). Créditos: ©David Torres

Además, se ha documentado que, tras perturbaciones o desastres, los helechos pueden ser una fuente primaria de carbono y materia orgánica, contribuyendo a la regeneración y recuperación de las comunidades vegetales. Como señala el co-fundador de ChileBosque: «Tienen una característica muy particular que es como si fuesen una costra que cicatriza una herida. A lo mejor te suena raro, pero, por ejemplo, en lugares que han sido muy alterados como el archipiélago de Juan Fernández, existe este el helecho que se llama Histiopteris incisa, que es la única planta capaz de vivir y de formar suelo en este lugar fuertemente erosionado. Entonces, tiene ese rol como cicatrización de heridas”.

Por otro lado, los helechos también cumplen un rol de bioindicadores ecológicos, ya que ciertas especies reflejan condiciones específicas del ambiente, como humedad o la salud del ecosistema. Como indica el Dr. Espejo: «Algunas especies de helechos funcionan como bioindicadores, lo que significa que revelan ciertas condiciones del ambiente. No son los únicos que cumplen este rol, ya que muchas otras plantas también actúan como indicadores. Un ejemplo clásico es el canelo, cuya presencia indica que en ese lugar existe agua. Con los helechos pasa algo similar, que te pueden señalar que se trata ambientes húmedos y saludables. Estos indicadores naturales actúan como señales de la buena condición de un ecosistema. Y lo mismo ocurre con los líquenes y los musgos, que son incluso más efectivos. Hay estudios que muestran que, con su presencia o con una alta diversidad de ellos, se puede saber que el ambiente es más prístino

A pesar de su abundancia y de los múltiples servicios que prestan a los ecosistemas, los helechos también enfrentan amenazas. La destrucción de hábitats, los incendios, la introducción de especies exóticas y el cambio climático ponen en riesgo a varias especies, especialmente aquellas que tienen distribuciones restringidas o que dependen de condiciones ambientales muy específicas, como ocurre en el archipiélago de Juan Fernández. “De hecho, un poco más de la mitad de los helechos de Juan Fernández tienen alguna categoría de amenaza, o sea, o están vulnerables, en peligro o en peligro crítico”, comenta el investigador del Laboratorio de Biología de Plantas de la Facultad de Ciencias Forestales y Conservación de la Naturaleza de la Universidad de Chile.

Y aunque forman parte del paisaje cotidiano de Chile, aún sabemos muy poco de ellos. Muchas especies no han sido estudiadas en profundidad y su potencial sigue siendo un misterio. Parte de ese vacío se relaciona con el conocimiento de sus propiedades medicinales: desde tiempos antiguos, especies como el Adiantum chilense (palito negro), Polypodium feuillei (yerba del lagarto) o Lophosoria quadripinnata (ampe) han sido usadas en la medicina popular como expectorantes, hemostáticos o remedios para problemas digestivos, entre otros usos documentados por el naturalista Gualterio Looser y retomados por investigaciones posteriores.

Ampe (Lophosoria cuadripinnata). Créditos: ©Patricio Novoa
Ampe (Lophosoria cuadripinnata). Créditos: ©Patricio Novoa

Así, los helechos de Chile no solo son guardianes de la humedad, colonizadores de paisajes y bioindicadores de salud ambiental, sino también portadores de un potencial farmacológico todavía poco explorado. En su aparente silencio, guardan secretos que la ciencia recién comienza a descifrar, recordándonos que aún tenemos todo un mundo por descubrir entre sus frondas.

Guía de helechos nativos de Chile

Palito negro (Adiantum chilense)

También conocido como culantrillo o doradilla, el palito negro (Adiantum chilense) es un helecho perenne que se distingue por su rizoma rastrero, delgado —apenas de unos 2 mm de diámetro— y por sus frondas que alcanzan entre 15 y 40 cm de largo. Esta especie es nativa de Chile y Argentina, y en nuestro país se distribuye desde la provincia de Limarí hasta Magallanes, creciendo tanto a nivel del mar como en la cordillera andina, hasta los 1.700 metros de altitud. También tiene presencia en el archipiélago de Juan Fernández, en las islas Robinson Crusoe, Alejandro Selkirk y Santa Clara.

Su hábitat es diverso: prospera en el bosque esclerófilo, en márgenes o claros del bosque, pero también en sectores expuestos al sol, siempre que exista agua disponible para sus raíces. Prefiere la semisombra y los suelos húmedos, lo que le permite crecer desde la costa hasta cordones montañosos más altos, apareciendo tanto en áreas boscosas como en laderas áridas cercanas al mar y de igual forma se le encuentra en bosques templados siempreverdes y hasta en bosques patagónicos.

Palito negro (Adiantum chilense). Créditos: ©INaturalist @gusosmoreno
Palito negro (Adiantum chilense). Créditos: ©INaturalist @gusosmoreno

En la medicina popular, sus hojas se utilizan en decocciones con miel, a las que se atribuyen propiedades como pectorales, aperitivas y emenagogas. Además, se adapta con facilidad al cultivo en jardines.

En cuanto a su estado de conservación, el palito negro está clasificado como Casi Amenazado (NT) en el archipiélago de Juan Fernández, mientras que en Chile continental figura como de Preocupación Menor (LC), de acuerdo con el Reglamento de Clasificación de Especies (RCE) del Ministerio del Medio Ambiente.

Ampe (Lophosoria quadripinnata)

También conocida como palmilla, el ampe (Lophosoria quadripinnata) es un helecho perenne que se distingue por su rizoma grueso, cubierto de largos pelos, y por sus frondas largas y numerosas, que pueden alcanzar hasta 5 metros de largo y presentan un ápice arqueado.

Esta especie es nativa de Chile, distribuyéndose desde la provincia de Cauquenes hasta Aysén, incluyendo el archipiélago de Juan Fernández (Robinson Crusoe y Alejandro Selkirk), y creciendo desde cerca del nivel del mar hasta los 2.000 metros de altitud. Su presencia no se limita a Chile: el ampe tiene una amplia distribución en América, desde México y Costa Rica, pasando por Jamaica, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y Brasil, hasta el extremo austral de Chile y Argentina.

Ampe (Lophosoria cuadripinnata). Créditos: ©Cesar Ormazabal
Ampe (Lophosoria cuadripinnata). Créditos: ©Cesar Ormazabal

El ampe requiere alta humedad, prosperando dentro de bosques sombríos y asociado a otras plantas higrófilas. Los largos pelos rojizos de su pecíolo han sido utilizados como hemostáticos, mostrando excelentes resultados para detener hemorragias y favorecer la cicatrización de heridas. Un dato histórico relevante indica que, durante la Guerra del Pacífico (1879–1884), el intendente de Llanquihue envió tricomas de Lophosoria quadripinnata para atender heridas de soldados, obteniéndose resultados positivos en las curaciones.

Además, los pelos de su pecíolo funcionan como aislante térmico, y se ha documentado que aves, como los picaflores, los utilizan para recubrir sus nidos.

Ampe (Lophosoria cuadripinnata). Créditos: ©Cristian Sánchez
Ampe (Lophosoria cuadripinnata). Créditos: ©Cristian Sánchez

Asimismo, los brotes jóvenes del ampe son comestibles; en ferias locales del sur de Chile se venden bajo el nombre de “perritos”, consumidos principalmente en ensaladas. En los bosques siempreverdes sureños, previenen la erosión al cubrir rápidamente el suelo descubierto ante deslizamientos y talas.

En cuanto a su estado de conservación, esta especie se encuentra clasificada como Preocupación Menor (LC) en Chile continental y Casi Amenazado (NT) en Juan Fernández según el Reglamento de Clasificación de Especies (RCE) del Ministerio del Medio Ambiente de Chile.

Shushu-lahuén (Hymenophyllum dentatum)

Conocido también como helecho película, el shushu-lahuél (Hymenophyllum dentatum) es un helecho perenne epífito que alcanza entre 8 y 18 cm de altura, y se caracteriza por su rizoma rastrero, cubierto de escasos pelos simples, brillantes y de color castaño.

Esta especie es nativa de Chile y Argentina, y en nuestro país se distribuye desde la provincia de Concepción hasta Capitán Prat, en la Región de Aysén, creciendo entre los 10 y 1.600 metros de altitud. Habita principalmente sobre los troncos de los árboles en bosques húmedos, formando con frecuencia densas poblaciones.

Shushu-lahuél (Hymenophyllum dentatum). Créditos: INaturalist @reingered
Shushu-lahuél (Hymenophyllum dentatum). Créditos: INaturalist @reingered

El shushu-lahuén es conocido por ser uno de los “helechos de resurrección”, ya que durante períodos de sequía sus frondas se marchitan y tornan marrones al perder el agua. Estos helechos pueden perder hasta un 75 % de su contenido hídrico, un fenómeno que pocas especies pueden soportar. Cuando la humedad retorna, las frondas “resucitan”, desplegándose nuevamente con un verde vibrante.

Gracias a esta capacidad, que le otorga propiedades absorbentes similares a una esponja natural, el shushu-lahuén era utilizado por las madres mapuche para ayudar a curar el ombligo de los recién nacidos, aprovechando su acción protectora y absorbente.

En cuanto a su estado de conservación, esta especie se encuentra clasificada en Preocupación Menor (LC) según el Reglamento de Clasificación de Especies (RCE) del Ministerio del Medio Ambiente de Chile.

Katalapi (Blechnum magellanicum o Lomariocycas magellanica)

El katalapi(Blechnum magellanicum o Lomariocycas magellanica) es un subarbusto con rizoma leñoso y densamente escamoso, que puede formar un tronco de hasta 1,20 metros de alto y 30 cm de diámetro. Se trata de uno de los helechos arborescentes de Chile. Sus hojas son pinnadas y dimorfas, lo que significa que produce tanto frondes estériles como frondes fértiles, encargadas de generar esporas. Las primeras alcanzan entre 50 y 150 cm de largo y de 15 a 35 cm de ancho, con un pecíolo grueso y subleñoso; mientras que las frondes fértiles suelen ser erectas y de tamaño similar o ligeramente menor.

Es una especie nativa de Chile y Argentina, presente en nuestro país desde la región del Maule hasta la provincia Antártica Chilena, en un rango altitudinal que va desde el nivel del mar hasta los 2.200 metros. Se desarrolla principalmente en bosques húmedos y sombríos, en quebradas y a orillas de arroyos y esteros.

Katalapi (Blechnum magellanicum). Créditos: ©César Ormazabal
Katalapi (Blechnum magellanicum). Créditos: ©César Ormazabal

Su nombre deriva del término “Kättälapi”, utilizado por los pueblos originarios de los archipiélagos patagónicos en la zona austral de Chile. Estos grupos no solo lo nombraron, sino que además aprovechaban sus brotes como alimento, consumiéndolos crudos o cocidos, y usaban sus frondes como colchones o aislantes térmicos, colocándolos bajo las camas.

En la actualidad, el katalapi también es valorado como planta ornamental, especialmente en jardines con suelos húmedos, donde puede prosperar y lucir su porte único entre los helechos chilenos.

En cuanto a su estado de conservación, esta especie no se encuentra clasificada según el Reglamento de Clasificación de Especies (RCE) del Ministerio del Medio Ambiente de Chile.

Doradilla (Cheilanthes hypoleuca)

Conocida popularmente como doradilla, Cheilanthes hypoleuca es un helecho perenne que se distingue por su rizoma delgado, de apenas 2 a 3 mm de diámetro, cortamente rastrero y cubierto por escamas de color castaño oscuro. Sus frondes, de entre 10 y 40 cm de largo, presentan láminas bipinnadas cuyos segmentos están cubiertos de pelos blanquecinos, un rasgo característico que le da origen a su nombre común.

Es una especie nativa de Chile y Argentina. En nuestro país se distribuye desde la provincia de Antofagasta hasta Cautín, en un rango altitudinal que va de los 10 a los 1.700 metros. Habita principalmente en ecosistemas xerófitos, creciendo con frecuencia entre piedras y en ambientes secos.

Doradilla (Cheilanthes hypoleuca). Crédito: ©Fabian EGL
Doradilla (Cheilanthes hypoleuca). Crédito: ©Fabian EGL

En la medicina popular, se emplea la planta completa en infusión, a la que se atribuyen propiedades como diurético —utilizado tradicionalmente para eliminar cálculos renales— y emenagogo, en el tratamiento de problemas menstruales.

En cuanto a su conservación, la doradilla se encuentra clasificada como de Preocupación Menor (LC), según el Reglamento de Clasificación de Especies (RCE) del Ministerio del Medio Ambiente de Chile.

Limpia plata (Equisetum bogotense)

También conocida como yerba de platero o kelü-lawen, la limpia plata (Equisetum bogotense) es un helecho perenne que se caracteriza por su rizoma subterráneo muy ramificado y por sus tallos aéreos delgados y débiles, de entre 10 y 60 cm de alto, con nudos y entrenudos notorios. Estos tallos, de 1 a 2 mm de diámetro, presentan 4 a 6 costillas a lo largo del entrenudo, generando profundas valéculas. Sus hojas, muy pequeñas, miden de 3 a 6 mm de largo, están soldadas lateralmente y forman una vaina alrededor del tallo, con una costilla central que prolonga la del tallo.

Es una especie nativa de Chile, donde crece en lugares húmedos, a orillas de arroyos y vertientes, especialmente en sectores donde el agua es abundante. Se distribuye desde la provincia de Arica hasta Aysén, en un rango altitudinal que va desde el nivel del mar hasta los 3.200 metros, y también se encuentra en América Central y Sudamérica.

Limpiaplata (Equisetum bogotense). Crédito: ©Bruno Avilez
Limpiaplata (Equisetum bogotense). Crédito: ©Bruno Avilez

La limpiaplata es una de las plantas medicinales más valoradas en la tradición chilena. Se prepara comúnmente en infusión para tratar cálculos renales y vesicales, gracias a sus reconocidas propiedades diuréticas, astringentes y hemostáticas.

Su uso popular abarca múltiples afecciones: desde problemas urinarios como retención de orina, cistitis y uretritis, hasta enfermedades del sistema osteoarticular como reumatismo, gota, osteoporosis y artritis, debido a su capacidad de aportar silicio, un mineral clave en procesos del colágeno y los huesos.

Limpiaplata (Equisetum bogotense). Crédito: ©Emily Scherer
Limpiaplata (Equisetum bogotense). Crédito: ©Emily Scherer

También se emplea para detener hemorragias internas y externas, incluidas las intestinales, rectales, vaginales y nasales, así como en heridas y úlceras. Además, la población le ha dado un uso tradicional en casos de malestares estomacales y hepáticos, diarreas, bronquitis, tos, asma y congestiones pulmonares, e incluso para aliviar menstruaciones abundantes o eliminar la caspa.

En cuanto a su conservación, esta especie no se encuentra clasificada según el Reglamento de Clasificación de Especies (RCE) del Ministerio del Medio Ambiente de Chile.

Thyrsopteris elegans 

Endémico del Archipiélago de Juan Fernández, Thyrsopteris elegans es un helecho arborescente que puede alcanzar hasta 2,5 metros de altura y posee un rizoma macizo que forma un tronco de hasta 20 cm de diámetro, cubierto de tricomas y restos de pecíolos caídos. Las frondas, agrupadas en el extremo del tallo, tienen pecíolos acanalados y cubiertos de pelos café claros, y miden entre 2 y 3,5 metros de largo.

Esta especie pertenece a un género monotípico, es decir, es la única especie conocida dentro de su género. Sin embargo, se conocen muestras fósiles del Jurásico atribuibles a este género en Inglaterra, Spitzbergen y Amur, lo que indica que hace unos 150 millones de años sus ancestros tuvieron una distribución geográfica mucho más amplia, otorgándole características arcaicas y considerándose un relicto de floras antiguas.

Thyrsopteris elegans. Crédito: ©Benjamín Saucedo
Thyrsopteris elegans. Crédito: ©Benjamín Saucedo

Habita bosques húmedos y matorrales, entre 700 y 1.000 metros de altitud.

En cuanto a su estado de conservación, se encuentra clasificada como En Peligro (EN) según el Reglamento de Clasificación de Especies (RCE) del Ministerio del Medio Ambiente de Chile.

Costilla de vaca (Parablechnum chilense)

También conocido como quilquil, la costilla de vaca (Parablechnum chilense) es un helecho perenne con rizoma erecto y escamoso, de 3 a 5 cm de diámetro; que en ejemplares grandes puede formar un pequeño tronco de hasta 50 cm de alto y 15 cm de ancho. Sus hojas son dimorfas: las estériles miden de 0,5 a 1,5 m de largo y 10 a 40 cm de ancho, con lámina pinnada de contorno oval-lanceolado; las fértiles son algo más largas, con pinnas más delgadas que apuntan hacia el ápice.

Es nativa de Chile y Argentina, y en Chile se encuentra desde la provincia de Limarí hasta Magallanes, incluyendo el Archipiélago de Juan Fernández (Robinson Crusoe y Alejandro Selkirk). Crece en lugares muy húmedos, a lo largo de cursos de agua y en pantanos, formando asociaciones con otras plantas de humedales.

En medicina tradicional, se ha utilizado para tratar afecciones a la vista y heridas del cordón umbilical, mientras que la médula del tronco se emplea como alimento, al igual que los brotes que se pueden comer crudos o cocidos. Además, se cultiva como planta ornamental en jardines, siempre que el suelo sea húmedo.

En cuanto a su estado de conservación, la costilla de vaca está clasificada como Vulnerable (VU) en el Archipiélago de Juan Fernández y Preocupación menor (LC) en Chile continental., según el Reglamento de Clasificación de Especies (RCE) del Ministerio del Medio Ambiente de Chile.

Huperzia fuegiana

Huperzia fuegianaes un helecho con hábito de hierba perenne. A diferencia de otros helechos de su género, sus tallos no se diferencian en rastreros o erectos: todos son similares y crecen hacia arriba.

Tiene un rizoma corto y erecto, del que surgen tallos numerosos y rígidos, de 7 a 10 cm de alto, con ramas que se dividen pocas veces. Sus hojas son similares entre sí, delgadas, alargadas, firmes y pegadas al tallo, con el extremo algo puntiagudo. La parte superior de los tallos alberga la zona fértil donde se producen las esporas.

Huperzia fuegiana. Créditos: ©Lucas Oyarzún Contreras
Huperzia fuegiana. Créditos: ©Lucas Oyarzún Contreras

Es nativa de Chile y Argentina, y en Chile solo se encuentra en el lado oeste de Tierra del Fuego y el sur de la Región de Aysén, creciendo en lugares húmedos, a menudo junto al musgo Sphagnum magellanicum.

En cuanto a su estado de conservación, está clasificada como Vulnerable (VU) según el Reglamento de Clasificación de Especies (RCE) del Ministerio del Medio Ambiente de Chile.

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