Gastón Oyarzún: más de 50 años junto a grandes montañas
Partió en el montañismo a finales de los años 60. Logró, junto a sus cordadas, grandes hitos como la primera ascensión a Cerro Castillo, el Cuerno Central de las Torres del Paine, la pared sur del Acocangua y haber sido parte del primer grupo de chilenos en conocer la Cordillera del Himalaya y tener el desafío de ascender a algún ochomil (montaña que supera los ocho mil metros de altura). Se trata del alpinista Gastón Oyarzún, quien a sus más de 70 años calcula haber subido más de 400 montañas y recorrido más de 100 mil kilómetros, los que le han dado la experiencia suficiente para enseñar a jóvenes montañistas y soñar con seguir conociendo nuevos lugares. En esta entrevista, nos comparte algunas de sus anécdotas, reflexiona sobre el montañismo en la actualidad y transmite el valor de la aventura, la exploración y tener claro que “el montañismo no es turismo aventura”.
Hace dos días que no para de llover en Malalcahuello. Las gotas caen tanto, que se logran escuchar a través del teléfono de Gastón Oyarzún. A sus 75 años, él vive ahí, en su casa de la Región de la Araucanía, lejos de la corriente eléctrica e internet. Su única compañía son sus “ovejitas”, como les dice con cariño, y sus gallinas, en un paisaje en las cercanías del Parque Nacional Conguillío.
Con la simpleza de sus palabras que invitan a escuchar la lluvia y su característico sentido del humor, Gastón hace en menos de una hora un rápido repaso de su vida. Habla con naturalidad de sus primeros ascensos, como el de Cerro Castillo o el Cuerno Central de las Torres del Paine; de la experiencia de ser parte de la primera expedición de montañistas chilenos que emprendió rumbo a la Cordillera del Himalaya y sus conocidos ochomiles; y de los riesgos de un deporte como el montañismo que deben ser considerados por quienes quieren empezar por este rumbo.
Con sus cerca de 400 montañas en la sangre y más de 150 mil kilómetros recorridos, esta historia nos transporta a algunas “primeras veces” y experiencias desde finales de los años 60.
Los primeros pasos de un montañista
Gastón Oyarzún nació en Osorno, en la Región de los Lagos. Se crió en el campo junto a sus abuelos. Recuerda el río que pasaba por ahí, a los bosques a los que se escapaba a caminar y lo cercano que estaba con la naturaleza en su niñez. Pero ahí, a lo lejos, estaban las montañas: el volcán Osorno lo acompañaba en su lejanía, casi como si fuese el planeta Marte. Así de lejano era para él.
No fue hasta finales de los años 60, cuando entró a estudiar Veterinaria, que se acercó a las montañas. En sus primeros años en la Universidad de Chile, lo invitaron a participar en una rama de montaña y aceptó. Entrenó, conoció las montañas y la nieve que nunca había tocado. Partió con el cerro San Ramón, en Santiago. Sin equipo ni experiencia. Pasó frío, pero dice que “fue una experiencia preciosa”.
Así, los pasos se fueron incrementando hasta su hito en Cerro Castillo. “Fue la primera ascensión a este lugar. Mi primera ascensión importante. Duró varios días, semanas, nunca nadie antes había tocado este cerro. Era el estar ahí y conocer la Patagonia. Me sentía en otro país”, cuenta Gastón. Luego de esto, la siguiente primera ascensión fue en el Cuerno Central del Paine, a lo que le siguió la pared sur del Aconcagua, lo que implicó mucha destreza técnica. Ningún chileno había logrado esto antes.
Así fue como apareció el Himalaya en los planes. “A la Federación de Andinismo se le ocurrió organizar una expedición chilena. Eso nos demoró un año y medio, más o menos, en entrar, preparar y reunir el equipo. La expedición misma duró dos meses y fue tremendamente novedosa para todos los que fuimos. Primero, nadie del equipo había estado en el Himalaya, nadie conocía Pakistán, nadie había conocido un país musulmán, entonces había muchas cosas muy distintas para nosotros, fue una experiencia bien importante”.
Esta expedición fue a escalar el Gasherbum II (G2) en 1979. Años más tarde, la travesía sería ir al Monte Everest.
¿Después de cuánto tiempo fueron al Everest?
Fuimos en 1983. Fue un salto que, mirando en retrospectiva, fue un poco largo. Creo que deberíamos haber tenido más experiencia después del G2 (8.035 msnm) para ir al Everest (8.849 msnm). Pero con mucho entusiasmo dijimos: “no, vamos al Everest sin oxígeno, estamos listos, sin sherpas” y ese impulso fue un poco inofensivo. Mirando ahora en el tiempo, fuimos al Everest y no hicimos la cumbre. Tuvimos algunos accidentes, problemas, creo que nos faltaba un tiempo más de preparación.
¿Qué diferencias hay con las expediciones actuales a ese lugar?
En el Himalaya hay un cambio tremendo en los últimos 20 años, que es muy poco tiempo. Ahora hay una serie de agencias y recomendaciones de otros países que comercializan todo, hay rutas comerciales ya conocidas. Los locales te dan un apoyo tremendo, que son los sherpas (en Nepal) y otras personas en Pakistán. Ahora hay un apoyo muy distinto, hay tecnología, que en ese tiempo nunca tuvimos. No existían teléfonos satelitales, menos internet, es decir, no teníamos ni comunicaciones o la información directa de la meteorología. Todo eso ahora ayuda mucho. Ahora en los campamentos base del Himalaya tienes todo eso, las rutas están muy conocidas y desgraciadamente, para mi gusto, muy equipadas. Por ejemplo, el Everest que ahora es una ruta comercial y tiene muy poco deportivo, prácticamente hay cuerdas fijas desde el campo base a la cumbre, o sea hay 3 kilómetros de cuerda, donde llegan los turistas y se enchufan ahí, siguen este pasamanos. Cuando fuimos al Himalaya, en el G2 estuvimos dos meses solos y no nos encontramos con nadie, no había ninguna expedición cerca nuestro. En el Everest había una expedición más, que estaba en otra ruta. Nos vimos una vez y nunca más.
En ese tiempo, cuando había menos información sobre estos ochomiles, ¿cómo fue la reacción de tu familia y amigos cuando les contaste que ibas a partir a otro continente a escalar las montañas más extremas y altas del mundo?
Bueno fue un motivo de orgullo, satisfacción, envidia positiva. El ir al Himalaya y conocer ya era importante, y después intentar un ochomil también era una cosa bien seria. Yo estaba recién casado, mi hija no había nacido todavía y quedan esos sentimientos de que me tengo que cuidar mucho y de que no me puede pasar nada. Ese sentimiento uno siempre lo tiene, pero ahí además es importante porque íbamos a un lugar muy lejano y sabíamos perfectamente que íbamos a estar solos en un país en que nadie hablaba ni siquiera el idioma.
¿Crees que quizás fue algo que marcó tu vida?
Sí, me marcó porque conocí el Himalaya. Yo conocía los Andes que son gigantes y preciosos, pero después de conocer el Himalaya, a los Andes los miras en menos. Bueno, son hermanos chicos, eso es bien importante, y yo en ese entonces tampoco pensé que iba a guiar grupos al Himalaya, eso fue posterior.
La aventura y la exploración
Años 70, Cordillera en San Fernando, Región de O’Higgins. Gastón venía bajando junto a su cordada, en un proceso de abrir ruta. Se había hecho de noche y no tenían linternas frontales, pero los acompañaba una luminosa luna llena. Bajaban con sus cuerdas y, de repente, todo se oscureció. Llevaban dos semanas en su misión y no tenían información de que se iban a enfrentar a un eclipse. Al no poder avanzar, lo contemplaron desde ahí. Esperaron una hora bajo el frío, viviendo el eclipse en medio de la naturaleza. “Fue hermoso, pero nos agarró en un lugar complicado”, recuerda con humor.
Así guarda en su memoria las historias le han traído las casi 400 montañas que ha subido, según él ha estimado, entre las que están las 38 veces que ha subido el Aconcagua y las 18 de los Ojos del Salado, en Chile.
“Tengo experiencias que no son muy agradables, algunos accidentes, medias chistosas no me acuerdo ninguna. Como experiencia te puedo decir que me tocó el terremoto de Nepal. Estábamos arriba en la montaña con un grupo que estábamos guiando y vino el terremoto y fue dramático. Lo interesante fue que yo andaba con un grupo de chilenos y como estamos acostumbrados, lo tomamos de una forma bastante natural, seguimos caminando y no fuimos a la ciudad porque sabíamos que ahí estaba la escoba, nos quedamos arriba y seguimos el viaje. Pero los sherpas, que son tremendos montañistas, son de la zona, estaban asustados porque nunca habían vivido un terremoto. Imagínate, nosotros calmándolos y consolándolos, los pobres temblaban de susto. Y claro, accidentes he participado en algunos, me ha tocado sacar personas muy cercanas a mí muertas, ir a recatarlos, cosas bien fuertes también”, relata Gastón.
Con todo esto en tu experiencia, ¿qué es lo que más te gusta de las montañas?
Las montañas me impresionan mucho porque son gigantes entonces me hacen ponerme a mí en un lugar mínimo, como una hormiga y eso es como bien interesante: ver la grandiosidad que tienen. Y lo segundo es que siempre hay un desafío interior que, aunque uno lo esconda es el: ¿seré capaz de ir arriba?, ese desafío está siempre, hasta en los cerros más chiquititos. El: ¿voy a alcanzar?, ¿se me va a torcer el tobillo? siempre está esa duda que es como un aliño bien interesante del no saber que tú vas a llegar a la cumbre porque no lo sabes. Esos son los atractivos más serios, y lo otro que he sentido los últimos años es que te enseña a vivir en forma más segura y ordenada de tu vida, te impone una disciplina importante porque aquí hay problemas de riesgo de tu vida. Si no eres disciplinado o no haces las cosas bien, te puedes accidentar. Así es más fácil, no puedes cometer errores, entonces esa escuela de vida me ha ayudado mucho a tener en otras cosas, enfrentar y resolver, o tratar de resolver problemas cotidianos, habituales, porque los aprendiste a resolver en la montaña, en condiciones adversas, digamos, y eso en condiciones de vida también, me ayuda mucho, porque ahora me ayuda a vivir en el sur, en mi casa, en un lugar bien inhóspito.
¿Cuál crees que es la esencia central del montañismo, aquello que lo hace tan especial?
Primero creo yo que la montaña tiene lo más íntimo que son el sentido de aventura y de exploración, estos dos conceptos. Más que el sentido deportivo, de competencia pura, con el cronómetro en la mano. Tiene que ver con explorar, conocer lugares nuevos, otras zonas y que haya un poco de elemento de aventura, que le da sabor. Eso es lo más íntimo y lo segundo es enfrentarse a una cosa de la naturaleza grande y grandiosa y un poco lo mismo, decir, bueno ¿seré capaz? esas son las partes más internas para mí del montañismo.
Sobre Chile, ¿cómo evalúas la cultura de montaña en un país con una geografía como la que tiene?
Chile es una cordillera. Si tú te elevas en un avión ves una cordillera en Arica y termina en Tierra del Fuego y entre medio hay unos valles chicos, con vaquitas y huasitos. Pero es una cordillera gigante, al lado del mar, en el sur los glaciares llegan al mar. Yo creo que eso como país no lo vemos, ni siquiera las autoridades. Siento que hay mucha incultura e ignorancia en nuestro de nuestra geografía; no existe la cultura de montaña. Entre otras cosas también, muy poca gente en Chile vive en la montaña, la mitad vive en otras ciudades grandes. El resto de lo que ves en la montaña son o empresas mineras o empresas hidroeléctricas, el resto de la cordillera está prácticamente inhabitada. No creo que haya una conciencia de nuestra geografía en Chile.
¿Y qué opinas del tema del acceso libre a las montañas?
Eso debería ser fundamental. No te digo que sea libre para hacer todo lo que uno quiera dentro, no es como ir arriba, saco un glaciar y me lo llevo para la casa. El acceso de llegar, de acercarse a estos lugares, aunque tengan legalmente propiedad. En el Himalaya, todo está abierto, hay parques nacionales, hay controles, hay guardaparques que te controlan, eso está perfecto, pero las montañas están abiertas. La preciosa Cordillera Blanca de los peruanos, es un parque nacional gigante, hay accesos controlados por los guardaparques. Está bien, es libre y aquí hay muchos lugares preciosos a los que no puedes entrar, ya sea porque hay alguna actividad industrial metida ahí, porque hay un señor que no deja entrar, eso para mí hay que cambiarlo, la gente tiene que poder acceder a los lugares de su geografía.
Las nuevas cumbres de Gastón Oyarzún
En un año sin restricciones de movilidad, como las que ha traído consigo la pandemia, no falta en los veranos de Gastón el hacer expediciones guiadas al Aconcagua, los Ojos del Salado y Nepal. Pero, adaptándose a las condiciones actuales, su tiempo completo es en su casa en Malalcahuello. Aquí dice, aunque muchos crean que puede estar durmiendo todo el día, igual “afortunadamente” le falta tiempo.
Él se levanta temprano, le abre a sus ovejas, alimenta a sus gallinas, toma desayuno y se pone a escribir su noveno libro. Cuando termina, ve que el agua afuera no se haya congelado, limpia sus paneles solares y almuerza. Limpia, lava sus platos, lee y, si tiene tiempo, hace alguna actividad física alrededor. Toma su bicicleta, camina, o si el día es como de verano, sube el volcán Lonquimay. Si es invierno, se abriga y guarda todo a las 17:30. Quizás el día seguirá de la mano de un buen libro.
¿Cómo ha sido el cambio que ha tenido tu vida en un año que ha estado con restricciones de movilidad para poder viajar?
No solo para mí ha sido, sino que, para los guías de montaña en todo el mundo, super complejo. Entonces ha sido pésimo, pero también tenemos esa herramienta para afrontar problemas que nos da la montaña, entonces sabemos enfrentarlo de otras maneras. Es grave, pero que lo vamos a solucionar. Es como, un vivac largo que hay que pasar toda la noche ahí sin carpa, muertos de frío por 10 horas. Bueno, esto va a durar dos años, ya va a pasar y hay que tomarlo así. Y bueno, lógicamente, ocupar el tiempo para hacer otras cosas. Tú no te puedes quedar por ahí sentado, llorando.
A propósito del libro que estás escribiendo, ¿Qué es lo que te ha motivado a compartir tus experiencias a través de la literatura? ¿En qué se centrará este último libro?
Los ocho libros anteriores en general han sido más bien educativos, con mucha fotografía, de los glaciares, de la montaña, del Altiplano, de la Patagonia de Chile. Con muchas fotos, pero los últimos años, conversando con mis alumnos, mis clientes sobre montaña, me empecé a dar cuenta de que a la gente le encantaría saber más cosas de mí y ahí empecé a engendrar este libro en mi cabeza, igual me da un poco de vergüenza. Enfoqué el libro en mi vida, pero parte también de esto es la montaña qué es, la historia del alpinismo, parto con la historia de esto en Chile, los primeros y después cómo me fui involucrando y participando en expediciones, de ahí para adelante.
¿Existe alguna montaña en tus sueños para poder conocer?
Sí, así como futuras siempre tengo miles de planes. Entonces siempre las voy cumpliendo, por ejemplo, en los últimos años venía con la idea de que quería conocer Islandia. Me encanta la historia de los vikingos y fui. Y ahora me gustaría ir a Mongolia. Lo tengo muy escondido, no se lo dije a nadie. Quiero tratar de ir cuando se pueda y pasar todo esto, no sé si solo, y conocer Mongolia.
También como profesor universitario, ¿qué consejo le darías a alguien que quiere iniciarse en el mundo del montañismo?
Lo tomo como una cosa muy seria, es una actividad grave. El montañismo no es turismo de aventura, es de riesgo. Hay que tomarla como tal, prepararse, estudiar, ojalá que alguien te enseñe algunas cosas. Hay muchas cosas que yo aprendí solo, pero la pasé muy mal de repente. Además, hay que tener el equipo adecuado y partir con lo más básico: salir a hacer caminatas largas, muy planificadas, siempre pensando de que tú eres responsable de tu seguridad, que no puede depender de afuera. Llegar y devolverme temprano, antes de que oscurezca, llevar los zapatos adecuados, una botella de agua, etcétera. Planificar tu partida, aunque sea cortita y no decir: “como tengo buen estado físico, entonces voy a subir el Plomo en un día y nunca he subido un cerro”. Para ahí. Si empeora el clima arriba no vas a tener idea de cómo bajar. Hay que ir lentamente, entonces ándate con calma, no hay apuro.
Paso a paso.
Exacto, tiene que ser lento el camino. No corto y con probabilidad de morir. Eso es estúpido. Ninguna cumbre vale un dedo o una uña, lo más importante es su seguridad.