Ganderats en tres miradas: Adiós al Cronista de la Tierra
El pasado domingo 5 de junio, a los 82 años, Luis Alberto Ganderats partió a su viaje definitivo. En este humilde tributo de Ladera Sur, su hija Eloísa, su discípulo Ricardo Astorga y la periodista Verónica López, comparten el recuerdo y celebran el legado de un maestro que defendió, recorrió y retrató el planeta como nadie. Egresado de la primera generación de periodismo de la Universidad Católica, se desempeñó como director -entre otras funciones y cargos en diversos medios- del diario El Metropolitano y de las revistas Domingo de El Mercurio, Viajar Latino, Volare y Muy Interesante, además del Departamento de Prensa de Canal 13. Escribió un libro de astronáutica y, aunque era completamente agnóstico, uno sobre Juan Pablo II y otro acerca de San Alberto Hurtado. Editó, en cuatro tomos, la obra completa de Gabriela Mistral. Este artículo fue escrito por el periodista Rodrigo Hernández del Valle
Luis Alberto Ganderats fue un profesional romántico, riguroso y destacado. Egresado de la primera generación de periodismo de la Universidad Católica, se desempeñó como director -entre otras funciones y cargos en diversos medios- del diario El Metropolitano y de las revistas Domingo de El Mercurio, Viajar Latino, Volare y Muy Interesante, además del Departamento de Prensa de Canal 13. Escribió un libro de astronáutica y, aunque era completamente agnóstico, uno sobre Juan Pablo II y otro acerca de San Alberto Hurtado. Editó, en cuatro tomos, la obra completa de Gabriela Mistral.
Como un cazador de experiencias, recorrió el mundo desde sus majestuosos escenarios hasta los más insospechados rincones, capturando con sensibilidad única todo lo que encontrara a su paso, para liberarlo genuinamente a sus lectores y así transportarlosa viajar de su mano.Más allá de su magistral pluma, Ganderats fue parte de la literatura misma, a través de una vida y personalidad propias de una novela.
Los siguientes tres testimonios son, apenas, una invitación a aproximarnos a su imaginario y leyenda.
Verónica López: “Luis Alberto escribía con los cinco sentidos y, si hubieran existido ocho, habría utilizado los ocho”
A fines de la década del ‘60, Luis Alberto Ganderats publicaba, en la Revista del Domingo, artículos titulados, por ejemplo, “S.O.S. de la Tierra” o “El Bosque Malherido”, sin temor a enfrentarse a las industrias salitrera, maderera, o a la que recibiera el merecimiento, ni a quien estuviera en desacuerdo en el diario El Mercurio.
La periodista Verónica López, fundadora de seis revistas -una en Colombia-, entre las que se cuentan Caras, Cosas y Sábado, coincidió con el cronista como estudiante en la Universidad Católica y siguió de cerca su carrera. La también presidenta de la Asociación Nacional de Mujeres Periodistas de Chile, destaca que dicha cualidad de pionero ecológico “lo hace trascender como un profesional vigente, único en su trayectoria y un adelantado a su época, mucho más allá de su talento narrando historias”. Y así es como lo recuerda:
“Lo que aprendí de él, y también leyendo sus crónicas, es que vivía lo que escribía, y eso marcó una gran diferencia. Luis Alberto fue discípulo del escritor Guillermo Blanco, nada menos, con quien era muy cercano. Fue su profesor y su gran influencia. Los dos tenían una forma de redactar más poética, distinta a la fórmula del periodismo duro del ‘qué, quién, cómo, dónde, por qué’. Ellos vivían de una forma más libre.
Nuestra generación se formó fundamentalmente en el periodismo escrito. Los profesores eran grandes maestros que nos llevaban a hacer prácticas a los diarios en que trabajaban como editores. En ese ambiente, Ganderats siempre fue admirado por todos dentro de la universidad, una pluma muy considerada, que iba más allá de la nota siete que los demás nos pudiéramos sacar. Siempre escribió más novelesco, sin perder por un segundo la parte periodística. Tenía un estilo parecido a cómo alistan los pintores la tela de sus cuadros. Él preparaba su lienzo desde antes. Podía estar sentado en Tailandia mirando la puesta de sol pero, en el fondo, estaba dibujando en su cabeza antes de escribir. El periodismo convencional obliga a la rapidez, pero él imaginaba, investigaba y, finalmente, se sentaba a redactar, probablemente con mucha facilidad, porque ya tenía interiorizadas las situaciones, las había vivido y tenía atados todos los cabos. Sus reportajes comenzaban con una historia, algún cuento, antes de empezar a aportar datos. Usaba los cinco sentidos y, si hubieran existido ocho, habría utilizado los ocho: el olor; el sabor; la visión del lugar, todo lo compaginaba en estos artículos que eran como un gran cuadro. Reporteaba a fondo porque viajaba adentrándose en los espacios, mucho más allá de lo que pudieran sugerir el guía o los libros.
Luis Alberto, en la universidad, inspiraba calma. Era muy simpático y de trato fácil, pero a la vez, muy alejado del grupo, no quería tanta fiesta. Sin perder el encanto, en el tiempo se fue poniendo enojón, de arrebatos cortos, porque se sentía seguro de lo que hacía y no le gustaba que le vinieran a dar clases de nada.
Tuvo la suerte de poder especializarse en viajes y mantenerse en eso, lo que es muy difícil en los medios. Fue maravilloso cómo volvió a viajar y a publicar poco antes de morir, conservando su estilo e impronta. Eso fue un golpe a la cátedra”.
Ricardo Astorga: “Aprendí todo de él”
El documentalista Ricardo Astorga, conocido principalmente por su serie “La Ruta”, de TVN, regresó a Chile siendo un veinteañero en 1978, desde Ecuador, país en el que durante cuatro años se desenvolvió como fotógrafo para medios canadienses. Buscando oportunidades de trabajo, se presentó en la Revista del Domingo, ofreciéndole al director Luis Alberto Ganderats un texto sobre el pueblo amerindio de los Huaorani. Aquel fue el comienzo de una relación laboral que se extendió por más de una década:
“Lo que le entregué a Luis Alberto debe haber estado pésimamente redactado, pero creo que le gustaron mis fotos y mi espíritu. Inmediatamente, me di cuenta de que estaba frente a un genio con gran visión y antena periodística, que funcionaba a 360 grados, mientras los demás estábamos en veinte. Pero lo que más le interesaba era que se escribiera bien. El primer reportaje que me pidió fue acerca de los cien años de la ciudad de Traiguén, y aunque me esforcé mucho y creía que había escrito una historia fantástica, me senté frente a él y a los tres minutos mi artículo estaba completamente destrozado. Sus opiniones a veces eran descarnadas y grandes periodistas se retiraban destruidos de su oficina, hasta el mismísimo Enrique Lafourcade, a quien alguna vez vi salir derrumbado, entre tiras de papeles colgando. Recuerdo un halago suyo a uno de mis reportajes, que me hizo vivir feliz durante diez años.
A los que no teníamos talento para escribir nos enseñó a ser hijos del rigor, a estudiar y comprarnos diccionarios. No soportaba los adjetivos si no se elegía el que fuera perfecto y despreciaba el término ‘increíble’. Como entrevistador, punto aparte, era una bestia. Recuerdo haberlo visto dejar sin habla al presidente de Costa Rica en una rueda de prensa, porque no le venían con cuentos.
Luis Alberto dejó de fumar cuando empezó a hacer campañas, por ejemplo, contra el cigarrillo, en contra del alcohol y, principalmente, contra quienes se burlaban de los que no tomaban. En realidad, hacía campañas por todo, hasta en contra del ‘espanglish’, a tal punto que provocó que el otrora centro comercial Parkennedy pasara a llamarse Parque Arauco. Le gustaba mucho pelear. Fue tomando fuerza como opositor a la dictadura y posiblemente esa fue una de las razones por las que salió de El Mercurio, cuando probablemente iba camino a ser director del diario.
Yo aprendí todo de él. Me hizo completo como profesional, viajero, aventurero, y caminar y describir nuestro país completo, además de cultivar un periodismo ecológico. Otras de sus campañas, que le trajeron conflictos, fueron la protección del alerce, reportajes contra la depredación del mar, la defensa del agua del lago Chungará.
Era duro pero divertido, respetuoso y democrático. Tremendamente culto. Un caballero. No siempre se da la suerte de que el jefe sea un líder”.
Eloísa Ganderats: «Mi papá estaba enamorado de Chile»
Eloísa Ganderats es la cuarta de cinco hijos de Luis Alberto, quien se casó cuatro veces. Fue ella quien le regaló el dominio “ganderats.cl”, un auténtico tesoro y banquete, en el que se puede revisar gran parte de su obra, entre reportajes, columnas, entrevistas y perfiles. La también periodista recibe a Ladera Sur en su departamento, donde nos enseña fotos de su papá, un libro de Pablo Neruda con dedicatoria de puño y letra para él y un video con un saludo de cumpleaños que Gabriel Boric le envió a Ganderats el 12 de marzo, al día siguiente de ser electo presidente, agradeciéndole su apoyo a pesar de la difícil enfermedad por la que el cronista ya atravesaba. Lo primero que le preguntamos a Eloísa es si Luis Alberto Ganderats, como padre, era tan exigente como con los reporteros de la revista. Se ríe y comienza:
“Mi papá era súper estricto, buscaba la excelencia en todo y todos, desde sus hijos hasta la gente con la que trabajaba. Viví con él desde los doce años, por problemas de salud de mi mamá, hasta que me independicé. A Isidora -la hermana con la que crecí- y a mí, no nos dejaba salir de noche ni ver televisión, con excepción de las noticias, hasta los 18 años. De tener pololos, ni hablar. Cuando llegaba a la casa, ponía las manos arriba del televisor, para ver si estaba caliente porque lo hubiéramos encendido. Así que aprovechábamos sus viajes para ver toda la tele que quisiéramos y hacer fiestas en la casa.
Mi hermana y yo estudiamos, respectivamente, hasta octavo y sexto básico, en el colegio Saint George, pero nos cambió al Liceo 7 para sacarnos de esa burbuja y mostrarnos otro mundo, una decisión dura en su momento, pero que hoy le agradezco un montón. Cuando éramos más chicas, mi mamá trabajaba en publicidad, por lo que con Isidora salimos en fotos en un par de revistas. En cuanto mi papá notó que estábamos apareciendo muy seguido, cortó eso de raíz, porque quería que nos validáramos por ser mujeres inteligentes, íntegras, justas, cultas y que jamás nuestro físico fuera lo que nos distinguiera.
Por otro lado, era un papá cariñoso, no de mucho contacto físico, pero sí de harta preocupación. Le dio siempre gran valor a la familia, a los almuerzos los fines de semana, a que fuéramos todos cercanos. Sus hijos tenemos tres mamás diferentes, pero nos sentimos todos hermanos, no medios hermanos.
Mi hermana decía, cuando chica, que el papá trabajaba ‘haciendo maletas’. Pasaba unos seis meses al año afuera y cuando llegaba era una verdadera celebración. Lo que más me llamaba la atención es que volvía con barba, porque en Chile siempre estaba afeitado, y que venía cargado de historias y objetos raros de todas partes del mundo, como lanzas, telas, jarrones o figuras talladas en madera. Su casa era como un museo.
Las vacaciones con él eran viajes al sur por la carretera, adentrándonos en bosques, nunca alojando en hoteles, sino ojalá en casas de lugareños, comiendo comida casera, siempre en contacto con la tierra y la gente. Tenía una conexión con la riqueza geográfica de Chile, estaba enamorado de su país. Iba todos los domingos a La Vega, sagradamente, a comprar comida, ropa y a almorzar. Nos enseñó a no mirar a nadie hacia arriba ni para abajo, las personas que trabajaron en nuestra casa siempre se sentaron a la mesa con nosotros.
Afrontó la muerte con mucha tranquilidad. Lo que más le afectó fue no poder seguir viajando”.
Al final de este viaje
Avanzaba la primavera del año 2021 y Ricardo Astorga escribía un libro acerca de la Patagonia. Una mañana, se decidió a llamar por teléfono a Ganderats para invitarlo a participar del proyecto. Luis Alberto le contestó con voz cansada y, pidiéndole reserva, le reveló que estaba enfermo y que le quedaban apenas algunos meses de vida.
Corrieron las semanas y Astorga recibió un prólogo precioso de parte de Ganderats, quien no le cobró un peso por aquello ni por la revisión del libro. Días después, lo contactó y le contó que estaba agotado, solicitando si podía ayudarlo a conseguir el dato de alguna casa para arrendar en las afueras de Santiago. Astorga, radicado en Chiloé, le dijo que tenía una cabaña en el Cajón del Maipo, y que podía disponer libremente del espacio: “Con una humildad y gratitud tremendas, se fue a pasar varios días allá y me escribía bien seguido, fascinado con la naturaleza, contándome acerca de mis perros y ese tipo de cosas. Hasta que me mandó un mensaje diciéndome que se había descompensado y que el doctor le había recomendado volver a la ciudad. Luego perdimos el contacto durante aproximadamente un mes, hasta que su señora respondió uno de mis whatsapps. Me dijo que él no se encontraba muy bien y que quería verme. Pero lamentablemente murió tres días después”.
En el funeral de su padre, Eloísa le dedicó algunas palabras, agradeciéndole “haberme enseñado el valor de la familia, la intolerancia frente a la injusticia, la conciencia del prójimo, la sencillez y la honestidad”.
El 1 de mayo de 2022 se publicó el último reportaje de Luis Alberto Ganderats, acerca de las Islas Galápagos, en su querida Revista del Domingo.