Gabriel León, comunicador científico: “No vengo a enseñar ciencia, sino a contar buenas historias”
De naturaleza curiosa, Gabriel León supo desde niño que la ciencia iba a ser lo suyo. En los inicios de su carrera le apasionaba la investigación, pero con el paso de los años colgó su delantal y cerró su laboratorio para dedicarse a la comunicación de la ciencia. Eso, luego de una serie de eventos que lo llevaron al camino en el que sigue hasta hoy. En esta entrevista, el autor del famoso libro “Ciencia Pop” —y conductor del podcast homónimo— hace un recorrido en sus inicios como comunicador científico, con los importantes hitos que marcaron su vida y lo llevaron a escribir grandes éxitos como “¿Qué son los mocos? Y otras preguntas raras que hago a veces” o “Ciencia Oscura”, así como las claves y desafíos de la comunicación de la ciencia. Gabriel será uno de los speakers que estarán en el Festival Ladera Sur, a desarrollarse entre el 10 y 12 de noviembre en el Parque Santa Rosa de Apoquindo.
Gabriel León era un niño curioso y tenía una familia que siempre lo motivó a aprender. Si quería saber cómo funcionaba la radio de su abuelo, iba y la desarmaba con las herramientas de su papá. Quizás no encontraba la respuesta que buscaba, pero el ímpetu de explorar siempre estuvo en él. Y lo sigue estando hasta hoy.
Bioquímico de profesión, con un doctorado en Biología Celular y Molecular, en 2015 Gabriel dejó su vida como científico para dedicarse al incipiente mundo de la comunicación de la ciencia en Chile, haciendo un giro de 180° grados en su vida.
Siendo un apasionado lector, incursionó en el mundo de la escritura —para niños, jóvenes y adultos— teniendo, hasta el día de hoy, más de 10 famosos libros que hablan de ciencia en las librerías chilenas. Además, conduce segmentos en programas de radio, tiene su propio podcast “Ciencia Pop” y continuamente da charlas en colegios.
Esta es la historia de un joven lleno de preguntas que soñaba con ser científico. De un adulto al que le sucedieron cosas que nunca imaginó. De un escritor con la pasión contar historias fascinantes. Y de un narrador con habilidades comunicativas innatas. Todos son la misma persona: Gabriel León.
El niño curioso que se convirtió en científico
A sus 13 años, Gabriel ya sabía que quería ser ingeniero genético. Acostumbraba a leer revistas de divulgación científica y encontró que de grande podía dedicarse a un área que le resultaba alucinante. Así, siendo tan joven, ya estaba decidido. “Eso fue suerte” —comenta, y volverá a repetirlo muchas veces más refiriéndose a los hechos claves de su vida— “toparse tan chico con algo que a uno le llame la atención y tener claro que eso era lo que quería hacer”.
Entonces, años después, averiguando qué tenía que hacer para ser ingeniero genético, descubrió que estudiando bioquímica llegarían todas las herramientas para lograrlo. “Con el tiempo, me di cuenta de que la investigación científica era fascinante. Y no solo eso, lo más gratificante era poder contestar preguntas que nadie antes había podido y así descubrir cosas. Descubrí que lo que yo en realidad quería era ser científico”.
Desde ahí supo que lo suyo era la ciencia y entró a su doctorado, “la etapa más linda de su vida”, según explica. Se dio cuenta de que aprendía cosas que nadie más sabía y que, incluso, todavía los libros no documentaban. Entonces se convirtió en científico.
Un accidentado con talento para narrar historias fascinantes
En 2011, jugando fútbol, Gabriel se cortó el tendón de Aquiles. La dolorosa situación lo llevó a una cirugía y eso a dos meses de licencia en cama. Esto, para un curioso y activo científico, era una verdadera condena al aburrimiento.
En ese entonces, Gabriel se dedicaba a la investigación científica y la academia. Fue vicepresidente del Comité de Bioética de la Universidad Andrés Bello y, con el tiempo, empezó a tener conflictos con el ejercicio de la comunicación científica en un contexto universitario. Entre otras cosas, se debía a que tenía un gran laboratorio con 15 estudiantes a los que no tenía el tiempo suficiente para atender. Evidentemente, se sintió cada vez más alejado de la ciencia que tanto amaba.
Con su accidente, buscando qué hacer, decidió escribir. Primero intentó con una novela policial, pero, en sus palabras “fue como querer pintar la Mona Lisa”. Entonces buscó algo más a su estilo y decidió narrar todas esas historias de ciencia que encontraba fascinantes. No era lo que uno encontraba en los libros de textos de ciencia, sino de la historia de grandes e interesantes descubrimientos científicos. “Yo consideraba eso fundamental porque nos permitía entender contextos, motivaciones y la naturaleza humana, porque la ciencia es eso: una actividad humana”, explica.
Empezó a escribir un blog. Ese blog fue la entrada al mundo de las comunicaciones. A partir de eso, periodistas lo contactaron para programas de radio, televisión o escribir artículos en diarios. Un editor llegó al blog y, con eso, llegó la oportunidad de hacer lo que creía un buen libro.
En 2011 empezó a escribir. Sus intereses cambiaron. En 2015 asumió como director del Centro para la Comunicación de la Ciencia en la Universidad Andrés Bello. En 2017 publicó su primer libro. Y en 2018 empezó a trabajar como comunicador científico independiente.
—¿Cuándo fue el fin del científico?
—Alcancé a ser director de dos proyectos Fondecyt, que son los fondos de investigación individual más importantes de Chile. Cerré mi laboratorio el año 2015. Ese año yo decidí no continuar con mi carrera científica. Fue una decisión que tomé durante el año en que era director del Centro para la Comunicación de la Ciencia y seguía dirigiendo mi laboratorio en paralelo. Decidí colgar mi delantal y dedicarme de lleno a la comunicación de la ciencia. Era una decisión que no fue fácil, pero que al mismo tiempo a muchos de mis colegas les costó entender porque no se imaginaban de qué iba a vivir. Eso fue lo que más les llamó la atención, porque en el fondo uno estudia ciencia en Chile, se convierte en científico y sabe dirigir un laboratorio, hacer investigación, contestar preguntas o dirigir tesis visionaria (…). Mi decisión coincidió con un momento muy favorable de interés por la divulgación científica en Chile. En 2017, además, me di cuenta de que la universidad era un espacio muy rígido para la versatilidad que yo buscaba y así me pegué el segundo salto: ser comunicador científico independiente.
¿Divulgación o comunicación de la ciencia?
“Gabriel, tú eres un científico raro”, le dijo la periodista Rayén Araya después de una entrevista. Él le preguntó por qué y la respuesta de ella fue clara: “porque se te entiende lo que dices”.
Esa fue una de las primeras experiencias en radio de Gabriel, luego de escribir su blog. Continuó yendo todas las semanas al programa también conducido por Álvaro Escobar. En ese entonces, todavía era científico, pero iba absorbiendo todos los conocimientos necesarios en relación con la comunicación.
“Fui desarrollando habilidades que ya tenía, me ofrecieron una columna semanal en el diario, que hice por tres años. Me invitaron a muchas entrevistas. Le perdí el miedo a la cámara, aprendí a hablar, modulando bien y manejando mis tiempos. En fin, aprendí todo un oficio (…). Entonces, cuando me independicé no di un salto al vacío, sino que con un set de herramientas y, si bien no tenía la certeza de que me iba a ir bien, sí era probable que pudiera seguir viviendo bien porque tenía con qué partir”, explica.
Al mismo tiempo, estas invitaciones demostraban el creciente interés por el conocimiento de la ciencia en Chile. Antes podía resultar árida, aburrida y lejana. Sin embargo, algunos científicos —como José Maza o María Teresa Ruiz— demostraron que la forma de contarla era todo: podía ser entretenida, dinámica o incluso linda.
“Entonces se empezó a buscar este contenido activamente en los medios. Todo partió con la divulgación, que es una forma más vertical de explicarte el mundo. Luego de eso se pone más compleja la discusión. Cuando aparecen controversias, por ejemplo, las vacunas, no puedo llegar y decir: ‘no seas estúpido, vacúnate”. No voy a convencer a nadie sin empatía. Hay que entender de dónde viene ese temor y eso es un ejercicio distinto que requiere otras herramientas. No solo el bombardeo de información. Ahí juega un papel la comunicación. Entonces, cuando tomé mi decisión en 2015, había un boom en los medios y el mundo editorial por la divulgación científica, inicialmente, y al menos en mi caso eso me lleva al mundo de la comunicación de la ciencia”, dice Gabriel.
—Actualmente, ¿crees que estamos más enfocados en comunicación o divulgación?
—Yo creo que la divulgación sigue siendo la reina y por una razón también muy clara, y es que la tecnología permitió romper la hegemonía de los medios tradicionales. Antiguamente, si tú querías escribir algo, necesitabas un medio. Los blogs, Facebook, Tik Tok, X e Instagram se convirtieron en plataformas multiuso que permiten hacer divulgación. Se democratizó el acceso a herramientas de comunicación que antes sólo podían pertenecer a grandes canales de televisión o radios. Lo que nos falta ahora es profesionalizar esa divulgación. En Chile, a pesar de que existe la ACHIPEC, por ejemplo, que es la Asociación Chilena de Periodistas y Profesionales para la Comunicación de la Ciencia, muchos científicos interesados en divulgar y comunicar ciencia todavía no tienen una formación adecuada en esta área, porque las mallas todavía no lo reconocen como algo relevante. (…). Tengo la sensación de que la maduración de la divulgación científica para trasladarse al mundo de la comunicación de la ciencia un poco más técnica y un poco más compleja es algo que todavía está en marcha. La divulgación tiene límites, pero también es muy entretenida. Uno aprende, produce fascinación, enganche, y cumple con un montón de requisitos que son importantes para la cultura científica. Yo diría que la comunicación de la ciencia es un área más reciente, más compleja y particularmente útil cuando se discuten controversias científicas a nivel social.
—¿Cuáles dirías que son las claves de una comunicación efectiva de la ciencia?
—La clave es entender que no todo depende de los hechos científicos. En el fondo, si alguien me dice que no se quiere vacunar porque las vacunas causan lo que sea, yo no puedo mandarlos a leer y decir: “oye, infórmate, edúcate”. El conocimiento que adquirió puede ser que lo leyó en la basura más horrenda de internet, pero no importa, ya lo aprendió. Por lo tanto, yo tengo que reconocer ese hecho y entender desde dónde viene. Muchas veces te das cuenta que es miedo. Es muy interesante porque el miedo es la misma razón que hace que yo sí vacune a mi hija, porque me da terror que se enferme. Entonces, es un miedo que está mal puesto. Le tienes miedo a lo que no deberías tenerle miedo y, por lo tanto, si yo no logro entender eso, si no tengo esa empatía, no voy a poder comunicarme efectivamente con esa persona. Entonces, la comunicación efectiva de la ciencia depende, sí, de los hechos, pero sólo, por una parte. Lo otro es la capacidad de comprender, de tener empatía intelectual contigo y de persuadir. A partir de ahí, construir un relato (…).
Las audiencias que marcan la comunicación de la ciencia
Hace algunos años, la pequeña hija de Gabriel se daba un baño, de esos en que la espuma sirve para hacer coronas en la cabeza y los niños echan a volar la imaginación. Ella se miraba las manos con curiosidad mientras su papá cocinaba. En eso, lo llamó. Cuando él llegó, ella lo mira y le pregunta: “Papá, ¿por qué se arrugan los dedos cuando uno está en el agua?”.
Gabriel estaba listo para darle su respuesta científica. Pero se dio cuenta de que no lo sabía. Quedó en investigar y darle una respuesta a su hija. Al día siguiente lo hizo. “Estuve una mañana entera leyendo de dedos arrugados y me di cuenta de que era una pregunta activa en la investigación científica porque es algo fascinante. La pregunta de mi hija era súper compleja. Entonces le expliqué lo que descubrí y me queda mirando y me dice: ‘papá, tu deberías escribir un libro sobre las cosas humanas que le pasan al cuerpo’. Y se fue”, recuerda Gabriel.
Al comunicador la idea le pareció tan buena que, desde entonces, empezó a anotar todas las mejores preguntas que le hacían los niños en las charlas escolares. En eso recibió una llamada de la editorial en la que trabajaba, que ahora tenía la idea de proponerle un libro de ciencia para niños. Él les dijo que ya lo tenía en mente: la historia de una niña curiosa y un papá científico. Entre ambos tratan de contestar preguntas raras sobre el cuerpo. A la editorial le encantó la idea y el trabajo se centró en escribir el libro como si el narrador fuera la niña de ocho años. “Empecé a copiarle a mi hija: sus modismos, expresiones y formas de hablar. Así le di vida este personaje que es una niña muy curiosa, con preguntas raras, que al final son de niños y niñas de todo Chile”, explica Gabriel.
Así nació “¿Qué son los mocos? Y otras preguntas raras que hago a veces”, el primer libro infantil del comunicador y el más exitoso, pensado en que tanto niños y sus padres puedan aprender sobre el cuerpo humano. A ese le siguieron “¿Por qué los perros mueven la cola?”, sobre animales; “¿Por qué me sigue la luna?”, sobre el entorno; “¿Cuánto mide un metro?”, sobre cómo interactuamos con el entorno; “Recetas con ciencia”, de cocina; y “¿Cómo fabricar un gas”, sobre experimentos.
—También tienes libros más enfocados en adultos, como “Ciencia Oscura” o en jóvenes como “Ciencia Pop”. En ese sentido, ¿qué hay que tener en cuenta para comunicar a niños vs mayores?
—Justamente ahí es donde la comunicación se vuelve importante. La teoría de la comunicación es algo que los científicos nunca aprenden en la universidad y que tiene que ver con distinguir audiencias y las necesidades de ellas. Sin lugar a duda, el lenguaje es una de las consideraciones más importantes. No puedo usar palabras complejas con niños porque no me van a entender. La historia tiene que ser cotidiana, tienen que poder sentirse reflejados. En el caso de “Ciencia Pop”, es un libro de corte más bien juvenil y se necesita cierta base. Tiene un tono mucho más relajado, pero aborda temas que son un poquito más complejos. Para los libros de niños uno asume que están en segundo o tercero básico y eso es lo que saben. Finalmente, en libros como “Pandemia” o “Ciencia Oscura” abordo temáticas que son mucho más complejas, particularmente en el último, donde se hay temas más complicadas desde el punto de vista ético y moral, por lo tanto, apuntan claramente a un público más bien adulto. Son historias más oscuras. En el caso de los niños me interesa que aprendan, se entretengan o rían. Pero en el caso de los jóvenes y adultos es dar insumos para discutir temas complejos en la vida. Yo no vengo a enseñar, sino a contar buenas historias que generan discusión. Y, al final, el rol de la comunicación de la ciencia es no intervenir de manera paternalista a enseñarte ciencia. Es decir, mira, aquí hay una discusión que como sociedad tenemos que abordar y una ciudadanía informada participa de los debates de mejor manera. Ese es el propósito de los libros.
—En ese sentido, se habla de que los niños tienen mentes mucho más abiertas que los adultos. Entonces, ¿qué es lo más difícil de hacer esta comunicación con estos últimos?
—Le he dado muchas vueltas y tiene que ver con un hecho bien sencillo. Al final a los adultos les da vergüenza preguntar y eso es algo que pasa en todas las charlas que yo hago. Si es para niños, se aburren de preguntar. En el caso de los adultos son uno o dos. Normalmente algunos se acercan al final y me preguntan en voz baja. Siempre es por la misma razón: porque la pregunta es muy tonta. ¡Nunca lo es! Yo creo que eso tiene que ver con haber crecido en una cultura escolar donde la ignorancia es castigada. Es un desafío interesante y por eso no abordo mis actividades desde el punto de vista de la enseñanza. Es decir, no vengo a enseñar ciencia, les vengo a contar buenas historias. A eso le llamo ciencia de contrabando, que es un concepto que tomé prestado del divulgador científico argentino Diego Golombek, que se refiere a una ciencia sutil que permea a través de historias entretenidas que cuentan cómo ocurre la ciencia (…).
—Ciencia hay en muchas áreas, ¿Hay algún tema o área en particular que a la gente le guste más escuchar?
—Tengo la sensación de que, en Chile, hay un interés muy grande por el tema astronómico. Eso tiene que ver con el hecho de que hay condiciones naturales para hacer astronomía de primer nivel, con muchos observatorios y convenios de acceso a la observación en esos lugares. Eso ha hecho que crezca la comunidad astronómica y hay investigación de primera calidad. Además, hay algo en la astronomía: hay imágenes muy bonitas. Estas hacen que se generen preguntas que conectan con el conocimiento. Yo tengo la sensación de que la astronomía tiene un lugar particularmente privilegiado en la comunicación de la ciencia y en la divulgación científica. Por todas las razones que te mencioné, que tiene una belleza intrínseca, pero que además es cercana, porque basta con salir a caminar en una noche despejada en el campo y aparece el cielo, ese cielo que está oculto en las grandes ciudades.
Los próximos proyectos
La vida como comunicador científico independiente no tiene un día igual a otro. Normalmente, Gabriel se despierta a las 6 y media de la mañana en búsqueda de su preciado café recién molido. Curiosamente, el celular no entra a la escena hasta después del desayuno, y su uso es para la actualización diaria de noticias. Luego de la ducha, Lucas —el famoso perro de sus libros con capa amarilla, que resulta ser su mascota en la vida real— exige su paseo y ya a las 8 am empieza el día.
Se lee, se actualizan las noticias científicas, se responden correos, se organiza el día. Después se escriben historias y estudian otras. Siempre se lee. Entre medio, hay un partido de tenis para ver y luego, una charla en un colegio. A la vuelta, se entrevista un científico y su fascinante trabajo en la radio y se vuelve a la casa a almorzar. Después la escritura sigue y un ladrido de Lucas significa que el día laboral termina. Viene el paseo, la comida y la serie nocturna. La semana siguiente la rutina puede trasladarse al sur, o incluir muchas actividades.
Pero siempre, la ciencia es el centro.
—¿Qué nos puedes adelantar de tus próximos proyectos?
—Viene una serie de televisión que es un delirio. Se llama Humanos y la van a estrenar probablemente a fin de este año en NTV, el canal cultural de TVN. Es un proyecto al que me invitaron a participar hace un tiempo, del cual no puedo contar mucho, pero yo actúo ahí y es una locura. La pasé increíblemente bien rodando esa serie y ahora en octubre comenzamos el rodaje de otra serie nuestra y que está basada en los libros y en el podcast, donde intentamos contar historias de ciencia dando saltos narrativos, vinculando temas que a lo mejor no parecen estar vinculados. Vamos a estar grabando hasta marzo probablemente. Tengo tres proyectos de libros nuevo, uno para niños y dos para público juvenil y adulto, que probablemente van a ver la luz durante el 2024.
—Y bueno, en noviembre nos vemos en el Festival Ladera Sur
—Me gusta mucho la idea porque conecta a la ciencia con la naturaleza y la comunicación. Hay temas súper urgentes que comunicar que están vinculados con el cuidado la naturaleza, con la crisis climática, cómo la estamos abordando con la sostenibilidad, con lo que se está haciendo en Chile, con los desafíos, etc. Yo creo que es importante el espacio de conversación de naturaleza, no solo porque uno va a enterarse de cosas, sino que creo también adquirir insumos para movilizar estas conversaciones. Es muy importante que estos temas no se hablen solo en festivales como el que ustedes organizan, sino que también en la familia, en los colegios, con los colegas, en el trabajo, en los asados; que en eventos sociales también sean parte de nuestra conversación.