El sol marcaba el inicio de un día primaveral en un cerro de Pudahuel. María José Arce, ilustradora, llegó a allí con la misión de encontrar a la oreja de zorro (Aristolochia chilensis), una planta rastrera, tan conocida por su olor fuerte como por su corola cubierta de pelos. La misión era recolectarla para el puntapié inicial de una ilustración que sería parte de un gran proyecto editorial.

“Yo la había visto en el desierto un par de veces. También en la costa. Pero intenté ubicarla cerca de donde vivo. Es muy distinto el tamaño de la hoja y de la flor dependiendo dónde esté, y no era la primera vez que iría en su búsqueda”, explica.

Aristolochia chilensis. María José Arce
Aristolochia chilensis. María José Arce

Llegó al lugar gracias a un registro de INaturalist. Iba equipada con lo necesario: su libreta, lápiz, agua, papel de diario, guantes y alguna bolsa para meter la planta. “A veces tomas apuntes, otras solo observas. Primero hay que encontrar la planta, es el mayor desafío, y luego colectarla”, explica. Posteriormente tomaría las fotos.

La primera vez, vio solo hojas. Unos meses después, con la llegada de más calor, se sumaron las flores, junto con la amiga infaltable de esta planta: la mariposa Battus polydamas archidamas, conocida como la mariposa de alas doradas. “La mariposa pone sus huevos ahí y es única de esta planta. Si llegase a desaparecer la Aristolochia, también lo hace la mariposa”, dice María José. Un año después, para la siguiente floración, volvería al lugar. La recibirían nuevamente los aleteos los lepidópteros que tanto la encantaron la primera vez.

Las tres visitas serían clave para la ilustración de una de las 51 especies que forman parte del recientemente lanzado libro “Plantas endémicas de Chile mediterráneo”, impulsado por la Fundación Chilco, con el apoyo del Real Jardín Botánico de Edimburgo y la Corporación Chagual.

Se trata de la continuación del libro “Plantas y árboles de los bosques de Chile” (2015), que esta vez reúne el talento de 10 ilustradores de Chile, encargados de retratar uno de los ecosistemas más únicos y amenazados del mundo, a través de la representación de sus especies endémicas. De esta forma, se buscó mostrar las obras de artistas botánicos chilenos en un volumen de gran formato.

“Con el libro anterior, ya habíamos establecido los protocolos para hacer un libro de esta envergadura usando acuarelas. El pasado se realizó con artistas turcas, pero siempre dijimos que era un libro de Chile, Escocia y Turquía. Nuestra promesa para nosotros mismos y para Chile fue hacer otro volumen que incluyera solo artistas chilenos”, asegura Martin Gardner, botánico británico especializado en flora chilena e investigador asociado del Real Jardín Botánico de Edimburgo.

Austrocactus spiniflorus. Ilustración de Andrés Jullian.
Austrocactus spiniflorus. Ilustración de Andrés Jullian.

 “Queríamos dar cuenta de la tradición que hay en Chile de ilustración botánica, mostrando una diversidad de estilos”, agrega Josefina Hepp, agrónoma, directora de la Fundación Chilco, coordinadora y editora del libro. “La idea era que pudieran seguir todo el ciclo de la planta, por lo que no era un trabajo que se pudiera apurar. La ilustración botánica no captura las particularidades de un individuo, sino de una especie. Por lo tanto, el artista mira varias plantas y captura, ilustra y representa lo que hace característica a una especie”, dice Josefina.

Se trató de un proyecto de cinco años, que involucró a diseñadores, botánicos e ilustradores, entre un gran equipo multidisciplinario. Las ilustraciones siguieron los propios ritmos de la naturaleza, siendo un trabajo que mezcló la rigurosidad científica con la un arte que representó la sensibilidad y fragilidad de la flora chilena.

La particularidad del clima mediterráneo

“No hay otro país como Chile”, asegura Martin Gardner. Con fascinación, dice que se debería enseñar en todas las escuelas que este país no solo es el más largo del mundo, sino que tiene una característica extraordinaria: el 46% de sus plantas son endémicas. Es decir, únicas de un territorio que dialoga entre el océano Pacífico y la Cordillera de Los Andes. “La mayoría de esas especies, se encuentran en lo que llamamos Chile mediterráneo”, dice.

Existen solo otras cuatro regiones climáticas similares en todo el mundo, ubicadas en la cuenca del Mediterráneo, California, el Cabo Occidental de Sudáfrica y el suroeste de Australia. En Chile, aunque existen varias definiciones para su influencia, en esta oportunidad los investigadores la delimitaron desde Coquimbo hasta Osorno.

Nicolás Lavandero, biólogo, taxónomo y editor científico del libro, explica: “La definición más clara de este clima es que tiene veranos cálidos y secos, con inviernos fríos y húmedos. Es un clima al que la gente de Chile central está súper acostumbrada, pero es relativamente escaso. A las personas les gusta este clima, por lo que está expuesto a una gran presión antrópica porque una población no menor vive en la zona.  Eso significa que ha habido una disminución grande de superficie que antiguamente tenía esta vegetación natural, reemplazada por cultivos o ciudades. Por ello, es muy importante darle una nueva relevancia a un ecosistema que nos acompaña día a día y que, por lo mismo, está súper amenazado”.

Así, la misión era retratar plantas que para gran parte de la población en Chile son muy cercanas, pero que no todos conocen a detalle. No se trataba solo de presentar las “joyas” botánicas, es decir, aquellas difíciles de acceder y ver. Más bien, lo que se buscó fue presentar una diversidad de flora, bajo ciertos criterios. “Necesitábamos cubrir la biodiversidad visual de las plantas de este clima. Por lo tanto, había que tener árboles, arbustos, trepadoras, geófitas, algunas bulbosas y helechos. Luego, tenían que ser visualmente atractivas y adecuadas para este libro de gran formato, para lo que ayudó mucho Jacqui Pestell, directora de arte del Jardín Botánico de Edimburgo. El mayor desafío para los artistas era la composición”, explica Martin.

Lobelia excelsa
Lobelia excelsa. Ilustrado por María Jose Arce.

De esta forma, lo que empezó con las ganas de hacer una serie del primer gran libro, se transformó concretamente en un proyecto. El punto de partida serían aquellas reuniones para elegir las 50 especies preliminares a ilustrar, que finalmente incluyeron helechos, geófitas, orquídeas, herbáceas, trepadoras/epífitas, parásitas, cactáceas, bromelias, arbustos y árboles. Luego, se eligió a los artistas. Algunos de ellos habían asistido a cursos impartidos en Chile por las artistas turcas que ilustraron la primera edición junto a sus mentores del Real Jardín Botánico de Edimburgo.

El equipo final de ilustradores lo integran Andrés Jullian, Francisco Ramos, Constanza Obach, María José Arce, María José Perez de Arce, María Jesús Delfau, Antonia Plaza, Lorena Sánchez, Andrea Ugarte y Francisca Espinoza.

Libro. Créditos Josefina Hepp.
Libro. Créditos Josefina Hepp.

Junto a ellos, los coautores fueron Martín Gardner, Josefina Hepp, Nicolás Lavandero y Sabina Knees, botánica e investigadora asociada del Real Jardín Botánico de Edimburgo. Constanza Obach y Jacqui Pestell fueron encargadas de la dirección y coordinación de arte.

Un trabajo de investigación

El tahay (Calydorea xiphioides) no es una planta fácil de encontrar. Sus flores son de corta duración y florecen en octubre, pudiendo durar un día o menos resplandeciendo sus pétalos. La misión de Nicolás Lavandero era llevar a la ilustradora María Jesús Delfau a la planta, logrando coincidir los tiempos de ambos junto con la acotada floración.

“Era la segunda semana de noviembre y no lográbamos coincidir. Un amigo que vive cerca de Curicó me dijo que vio un cerro con tahay y fuimos. Fue un paseo de día entero de búsqueda y encontramos las últimas en floración. Entonces, está esta mística de tratar de encontrar estas plantas como los viejos tiempos, cazando plantas, para ilustrarlas de mejor manera”, explica Nicolás.

Ellos fueron en un día nublado de primavera, llegando hasta la cumbre de un cerro de 700 metros para poder comprender dónde crece la planta. La colectaron y la pusieron en alcohol para ilustrar con más detalle. También sacaron fotos e hicieron algunos bosquejos. Con eso, la ilustradora empezó proceso.

Al respecto, María José Arce comenta: “El primer paso es el boceto, el esquema, el dibujo a lápiz. Ver la paleta de colores y las texturas (…). Después se hace el estudio, lo que demora. Hay que sacar fotos a las plantas, tomar las medidas, los tamaños, ver si están bien las escalas, etc. Es armar la composición de una parte y otra. Cuando ya está muy avanzado el boceto se manda a la comisión, que eran Jaquie Pestell, Constanza Obach y Sabina Knees ”.

Cistanthe grandiflora. Constanza Obach.
Cistanthe grandiflora. Constanza Obach.

Después de enviar el boceto digitalizado, se puede volver al terreno. Se ven aquellas cosas que no se observaron primero y se vuelve a colectar. Puede haber pasado un año más esperando otra floración. Con el boceto digitalizado aprobado, se traspasa el boceto al papel original y se procede al color.

“Tienes dos velocidades en el tiempo. El registro y la espera de los procesos biológicos. Eso es el valor agregado que le da la ilustración y que no podría tener una foto. La foto muestra un momento y la ilustración muestra todo el proceso. Nosotros registramos una especie, no un individuo. La ilustración inglesa tiene la característica de incorporar los accidentes de los modelos. Si hay una hoja rota o un bicho caminando, lo encuentran parte del activo. Y eso parte de lo que nos pidieron integrar. Eso solo se logra con el dibujo; podemos hacer corte, ampliación, silueta y elementos que la fotografía no da. Eso es parte de la mano de cada artista”, explica Francisco Ramos, reconocido artista chileno.

Francisco Ramos ilustrando.
Francisco Ramos ilustrando.

“Los ilustradores tienen esa gran capacidad de poder transmitir lo que ellos ven en un dibujo. Pero en el contexto de una ilustración botánica hay que hacer un énfasis en ciertas cosas, que no son obvias, que son estructuras importantes para la identificación de la especie. En eso uno como científico y taxónomo también ayudó, viendo cosas que pueden estar pasando de largo”, explica Nicolás.

Por otro lado, cada ilustración se acompañó de un texto sobre la especie. Esa redacción estuvo a cargo de Martin, Sabina, Nicolás y Josefina. La edición científica de abarcó, además, la revisión de ellos, corroboración de información y el complemento que fuese necesario.

“Había que corroborar ciertas cosas con colegas, sobre todo de conservación, relaciones evolutivas y propagación de especies. Es difícil encontrar eso en algunos casos. Hay plantas que nadie propaga o solo lo hace una persona, por lo que había que ir a la fuente primera en algún grupo de Facebook y averiguar. Hay muchos detalles en este libro, sobre todo el tema de la interacción entre especies”, continúa Nicolás.

Al mismo tiempo, al estar vinculada estrechamente con el trabajo en terreno, la lista inicial de especies también se fue modificando. Por ejemplo, la hierba del tabo (Astragalus trifoliatus), sugerida por el destacado ilustrador Andrés Jullian, se transformó en la especie número 51. “Está en peligro de extinción y crece únicamente en el ecosistema dunario de Gota de Leche. Le planteé a Josefina incluirla, patudamente, porque era anecdótico o importante que apareciera para la zona. Por eso hay 51 especies, es como un capricho, pero para mí era importante”, explica el artista.

“Seguimos la misma línea del libro anterior, hablando de la etimología, su descripción, distribución en Chile, con las especies que se asocia, si tiene usos tradicionales, qué polinizadores se asocian, etc. Incluimos ilustraciones en distintos formatos, incluyendo las de acuarela y encargamos a Andrés Jullian 12 dibujos en blanco y negro que van en la página del texto. Nos dividimos los textos los cuatro autores, nos revisamos y tradujimos algunas al español. Decimos que es un libro hecho por humanos, con el sello de cada persona que participó de él, y eso nos gusta. Hay mucho cuidado en cada proceso”, precisa Josefina.

Reconocer el arte nacional

Cuando me invitaron, fue una alegría, un reconocimiento. Me dije: ahora puedo morir tranquilo. Hice una publicación de primer nivel”, comenta Francisco Ramos. Él es ilustrador científico desde 1977, cuando empezó su carrera en la Revista Expedición a Chile, para continuar en el equipo de ilustradores de los libros de Adriana Hoffmann. Ese camino lo siguió con Andrés Jullian, quien también es parte de la reciente obra editorial.

Andrés Jullian
Andrés Jullian

Andrés habla del Expedición a Chile como “el inicio de la ilustración naturalista en Chile” y Francisco de los libros de Adriana como una iniciativa que generó “culto por la ilustración y la botánica”. Ambos, pioneros y maestros de varios artistas actuales, algunos presentes en este proyecto, son parte de esa primera generación de ilustradores científicos del país. Por ello, Francisco alude a que son de la camada antigua del grupo de ilustradores. “Hay buenos ilustradores en Chile”, dice Francisco, “son mujeres y principalmente con trabajo en acuarela, con muy buen nivel”. Andrés sigue en la misma línea: “Hay excelentes ilustradores en Chile, principalmente mujeres que llevan la batuta en estos momentos”.

Según se explica en la introducción del libro, este trabajo celebra al profesor Carlos Muñoz Pizarro (1913–1976) y su histórica publicación Flores silvestres de Chile, publicada en 1966, que incluye 50 láminas en acuarela ilustradas por el científico español Eugenio Sierra Ráfols (1919–1999). En ese sentido, seguir la tradición de la ilustración para hablar sobre especies y hacerlo en acuarela fue un paso importante. En la práctica, cada artista dejó su propia huella.

Lobelia excelsa
Lobelia excelsa. Ilustrado por María Jose Arce.

“Cada uno le pone énfasis a diferentes técnicas y formas para componer las láminas. Cada ilustración es un mundo nuevo. Yo no me caso con una técnica, me gusta que las cosas hablen por sí mismas, pero para mí la composición es súper importante. Eso fue un desafío en el libro porque había un formato definido, vertical, y las plantas tienen escalas muy diferentes. Y eso son decisiones del artista y le da riqueza al libro. El requisito era usar acuarela, de la clásica escuela de ilustración botánica. Pero se trabajó de diferentes formas”, explica María José Arce.

Por ejemplo, Francisco es pintor y sus ilustraciones tienen la característica de la calidad pictórica, según él mismo explica: “me quedo con la sensualidad, el brillo, la anécdota de la luz jugando con el modelo. Dentro de los dibujantes del libro que conozco, hay diferentes capacidades de dibujo también. Se va notando la mano, hay más duros, más estructurados, pero la observación siempre está asegurada porque trabajamos junto a los científicos que nos dicen que el material es fidedigno. Se ven las distintas manos. En el primer libro también las chicas tienen distintos lenguajes”.

Azara petiolaris. María José Pérez de Arce.
Azara petiolaris. María José Pérez de Arce.

“Este trabajo, a pesar de que pedían un modo de usar acuarela, nunca le pusieron un pero a mis ilustraciones. Yo usé mi técnica y me aceptaron tal cual soy”, dice Andrés Jullian, quien utilizó acuarela y témpera. Él ilustró 17 de las ilustraciones del libro más 12 pequeñas en blanco y negro. 

Dialogando entre especies

Un quintral del quisco (Tristerix aphyllus) parece la flor de la cactácea (Leucostele chiloensis) desde donde se luce. Pero no es su floración, sino su parásito. Cerca, vuela su único polinizador, el picaflor chico (Sephanoides sephaniodes). Esa es una relación única de la zona mediterránea de Chile, en la que el quintral extrae nutrientes de su hospedero, al tiempo que atrae polinizadores y dispersores de semillas que lo benefician. Apenas vieron esta ilustración, los coautores decidieron que tenía que ir en la portada.

Puya chilensis. Constanza Obach
Puya chilensis. Constanza Obach

Este fue uno de los tres cactus que Andrés ilustró para el libro. A él le trajo recuerdos de su trabajo con Adriana Hoffmann, cuando ella llegaba de los cerros con las plantas colectadas para repartir el trabajo. “Fue lindo revivir eso, además de que había una variedad de ilustraciones, incluyendo flores, plantas más pequeñas y árboles, con sus relaciones”, dice Andrés.

“Queríamos transmitirle al lector que no se puede observar ninguna forma de vida, incluyéndonos a nosotros, de forma aislada. Eso aplica a las plantas. En unas diez ilustraciones incluimos otras especies que dependen de la planta o viceversa. Eso lo representa maravillosamente la ilustración del colibrí. A no ser que se lea el texto, pocos saben que el quintral no es su flor sino el parásito, que depende del cactus y el picaflor”, dice Martin.

“Lo más destacado del libro es la capacidad de encontrar diversas miradas de un tema como las plantas del Chile Mediterráneo, dando como resultado una publicación que une ciencia, horticultura y arte. Es lindo ver un trabajo tan destacable como este”, dice Nicolás.

Por lo mismo, la observación y composición de los artistas era clave. No solo para incluir plantas de distintos tamaños, sino que también hacerlo con sus frutos e interacciones. Finalmente, hace un año las ilustraciones se entregaron y se avanzó en la diagramación, para luego finalizar con la impresión, que se desarrolló en Bélgica.

Austrocactus spiniflorus. Ilustración de Andrés Jullian.
Austrocactus spiniflorus. Ilustración de Andrés Jullian.

«En 2021 partimos trabajando, pero había sueños iniciales desde antes de antes. Fue un proceso largo y ya estamos con el libro en las manos. Es súper emocionante», finaliza Josefina.

De momento, el libro se encuentra en su semana de lanzamiento, con la visita de sus autores y parte del equipo en Chile. Más adelante, con la idea de resaltar la información y las ilustraciones, se busca gestionar una exposición para más adelante.

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