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Explorando el mundo del cactus San Pedro: una “planta visionaria” de las culturas precolombinas de América Latina
El San Pedro (Trichocereus macrogonus), también conocido como wachuma, achuma, gigantón y aguacolla, es un cactus arborescente, nativo de Ecuador y Perú que puede alcanzar hasta los 4 metros de altura y que destaca entre las cactáceas por sus hermosas flores de color blanco, las cuales pueden tardar hasta 10 años en florecer por primera vez y que no suelen durar más de 48 horas. No obstante, el San Pedro también se destaca por su importante rol en las culturas precolombinas de Sudamérica. Debido a sus propiedades psicoactivas, desde hace miles de años, incluso hasta la actualidad, este cactus ha formado parte importante de las manifestaciones mágico-religiosas de diversas culturas, siendo utilizado como una gran herramienta para comprender el mundo. Actualmente, se sigue usando como parte de la medicina tradicional andina y su consumo también se da con fines recreativos y turísticos, siendo buscado para experimentar sus efectos alucinógenos. Si quieres saber más sobre este cactus y sus distintos usos en la cultura latinoamericana, a continuación te contamos todos los detalles.
De un tono verde azulado y costillas anchas y redondeadas, este cactus se irgue entre los matorrales secos y zonas andinas con alta pluviometría donde destaca por sus hermosas flores blancas, las cuales son tan efímeras que nos hacen pensar que hay cosas en esta vida que son tan fantásticas, que no pueden durar más de un día.
Hablamos del cactus San Pedro (Trichocereus macrogonus), también conocido como wachuma, achuma, gigantón y aguacolla, un cactus arborescente, nativo de Ecuador y Perú, que puede alcanzar hasta los 4 metros de altura y que crece de forma natural principalmente en biomas tropicales de clima estacionalmente seco, en altitudes entre los 2.000 y 3.300 m.s.n.m.
Vale decir, que la especie T. macrogonus incluye las variedades Trichocereus macrogonus var. pachanoi (Britton & Rose) Albesiano & R.Kiesling y Trichocereus macrogonus var. macrogonus. Ambas variedades son conocidas como “San Pedro”, o como “San Pedro hembra” y “San Pedro macho,” respectivamente. El primero se caracteriza por la escasa presencia de espinas.
Es un hermoso cactus con abundante ramificación que destaca entre las cactáceas por sus hermosas flores grandes y de vida corta, las cuales pueden tardar hasta 10 años en aparecer por primera vez, florecen de noche y no suelen durar más de 48 horas. Sin embargo, esta planta también sobresale por sus roles ecológicos y por las interacciones que posee con su entorno.
Por un lado, sus flores están adaptadas a polinizadores crepusculares y nocturnos, como los esfíngidos, que son los principales visitantes florales. No obstante, durante el día también reciben visitas de polinizadores como abejas, por lo que este cactus podría desempeñar un rol importante en la polinización. Vale decir que, en plantas grandes, “la floración puede ser masiva y prolongarse entre 4 y 5 meses”, puntualiza el Dr. Pablo Guerrero, profesor del Departamento de Botánica de la Facultad de Ciencias Naturales y Oceanográficas de la Universidad de Concepción.
Mientras que sus frutos – bayas dehiscentes con pulpa ácida y numerosas semillas pequeñas de color negro- sirven como un importante alimento y refugio para una gran diversidad de especies como aves, insectos y pequeños mamíferos.
Como señala el Dr. Guerrero, quien también es investigador principal del Instituto de Ecología y Biodiversidad (IEB), y del Instituto Milenio en Biodiversidad de Ecosistemas Antárticos y Subantárticos (BASE): “Sus frutos proporcionan vitaminas y otros nutrientes valiosos para la fauna, lo que atrae a animales frugívoros que contribuyen a la dispersión de semillas. Las plantas de San Pedro, por su gran tamaño, generan interacciones adicionales al ofrecer refugio entre y bajo sus ramas para diversas especies animales. Además, algunas aves, como los picaflores, utilizan estas plantas como espacios protegidos para la construcción de nidos”.
Asimismo, el Dr. Guerrero puntualiza que, como cactácea, “el San Pedro contribuye al ecosistema mediante la producción de biomasa vegetal, con una importante capacidad de secuestro de carbono.”
Una de las cualidades de esta planta es que puede propagarse fácilmente mediante esquejes, que tienen un alto porcentaje de enraizamiento. Esta facilidad de propagación, junto con su uso ceremonial, recreativo y ornamental, debido a su bajo consumo de agua y profusa floración, ha llevado a que sea ampliamente transportada y cultivada en Sudamérica. Se encuentra introducida en Argentina, Bolivia, Colombia, Chile y Venezuela.
“Desconozco la posibilidad de poblaciones asilvestradas; lo descarto en Chile, pero no tengo información sobre otros países. A nivel de especie (Trichocereus macrogonus), es ampliamente cultivada en América del Norte, las Islas Canarias y algunos países de África, Asia y Europa”, agrega el investigador del IEB.
Según la Lista Roja de la IUCN (2011), bajo el nombre Echinopsis pachanoi, está clasificado como de Preocupación Menor, con poblaciones estables. Sin embargo, su extracción silvestre para usos rituales, ornamentales y recreativos podría representar una amenaza, aunque también es ampliamente cultivado.
El San Pedro en la cultura andina
El San Pedro, además de ser una especie icónica de los Andes, se destaca por su importante rol en las culturas precolombinas de Sudamérica. Desde hace miles de años, incluso hasta la actualidad, este cactus ha formado parte importante de las manifestaciones mágico-religiosas de diversas culturas, siendo utilizado como una gran herramienta para comprender el mundo.
“El San Pedro tiene una larga y continua historia con los pueblos andinos. En Ecuador se denomina «Aguacolla», mientras que en Perú es conocido como «achuma» o «wachuma», nombre posiblemente de origen quechua. Según la RAE, este término tiene tres significados: 1) especie de cardón (cactus arborescente), 2) bebida elaborada con el zumo de esta planta, y 3) el fruto de la misma. Estas acepciones reflejan su importancia en la cultura andina, tanto entre los pueblos quechuas como aimaras”, comenta el Dr. Guerrero.
Debido a sus propiedades psicoactivas -contiene mezcalina como principal alcaloide psicoactivo- este cactus ha sido utilizado históricamente por los chamanes como una “planta visionaria”, que permite entrar un trance y “viajar” a espacios alternos y otras maneras de ser, con el fin de alcanzar objetivos específicos, como el diagnóstico, cura o control de afecciones causadas por “espíritus patógenos”, predecir el futuro o encontrar respuestas a situaciones de la comunidad.
Debido a sus propiedades psicoactivas -contiene mezcalina como principal alcaloide psicoactivo- este cactus ha sido utilizado históricamente por los chamanes como una “planta visionaria”, que permite entrar en un trance y “viajar” a espacios alternos y otras maneras de ser, con el fin de alcanzar objetivos específicos, como el diagnóstico, cura o control de afecciones causadas por “espíritus patógenos”, predecir el futuro o encontrar respuestas a situaciones de la comunidad.
“El principal compuesto activo es la mezcalina, un alcaloide presente en concentraciones de 0.8–2.4% en el extracto seco. Este compuesto induce efectos psicoactivos como alteraciones en la percepción, la afectividad y la conciencia. Desde épocas prehispánicas, se ha utilizado en rituales mágico-religiosos para inducir visiones y diagnósticos chamánicos”, agrega el investigador del Instituto Milenio BASE.
Según indica un informe del Instituto de Salud Pública (ISP), los síntomas relacionados con los efectos de la norepinefrina y epinefrina corresponden a un aumento de la temperatura, mareos, náuseas, dilatación de las pupilas, sudoración, sequedad en la boca y ansiedad. Además, se experimentan síntomas de alteración de la coordinación, hipertensión y contracción de intestino y útero. Otros síntomas psicoactivos corresponden a la alteración de percepción temporal, las alucinaciones visuales, olfativas, auditivas y del gusto, intensificación de los estímulos, además se puede presentar psicosis y agitación en algunos casos.
Vale señalar que la cantidad de mezcalina varía de planta en planta y por lo tanto la severidad y duración de los síntomas también puede variar. Para que logre su efecto se necesitan entre 200 y 500 mg de mezcalina como dosis mínima, se estima que los síntomas comienzan a los 30 minutos aproximadamente, con un peak entre 1 a 3 horas después del consumo y la duración de los efectos va de las 10 a las 12 horas.
En ese sentido, este cactus ha formado parte de la cosmovisión de diversas culturas precolombinas desde hace miles de años, siendo relevante en las culturas Chavín, Paracas, Nazca, Mochica, Chimú, e Inca.
“Sabemos que tenía una importancia bastante grande a nivel simbólico en algunas culturas y aparece bien tempranamente representado. Por ejemplo, se ha interpretado que muchos de los diseños que hay en algunas esculturas de piedra de la cultura Chavín de Huántar en Perú, más o menos en el 1.000 antes de Cristo, representan al cactus San Pedro. Y esta representación es muy parecida a lo que después se va a conocer como la chakana, que es esta especie de rombo escalonado con un círculo al centro al que le llaman la cruz andina, que representa la unión entre el mundo humano y el cosmos. Esto se ha interpretado como el San Pedro ya que cuando cortas el cactus transversalmente te queda de esta forma de estrella con un círculo al centro. También en el museo tenemos una pieza muy bonita de la cultura Jama Coaque, de Ecuador, que es un personaje que tiene las manos como unas estrellas y también se ha interpretado que es como si tuviera las manos de San Pedro.”, explica Diego Artigas, arqueólogo y curador educativo del Museo Chileno de Arte Precolombino.
Vale señalar que los primeros usos de este cactus datan de la costa centro-norte del Perú, donde se evidencia en esculturas de piedra de la cultura Chavín (900-300 ac) o las antiguas cerámicas Cupisnique (1000 ac). Sin embargo, existen indicios indirectos entre el 2.000 y 1.500 A.C que podrían evidenciar el consumo de esta planta mucho antes.
Como puntualiza el curador educativo del Museo Chileno de Arte Precolombino: “Antes del 1.000 a.C tenemos indicios indirectos del consumo del San Pedro en imágenes de personajes que representan seres que están en un estado de trance, con los ojos hacia arriba, los dientes apretados, entre otras características. Y, además, encontramos imágenes de personajes que son como una mezcla entre humanos y felinos. Esto nos dice desde el 1500 a.C e incluso antes, ya había consumo de sustancias. No sabemos directamente si el San Pedro era una de ellas, pero sabemos que en ese tiempo ya se consumían sustancias psicodélicas”.
Si bien hay una copiosa literatura etnográfica referida al uso actual del San Pedro, existe un vacío en lo que respecta al conocimiento del rol y significado de esta planta en la época previa a la Conquista.
Como explica Diego Artigas: “Hay cosas que no podemos saber a nivel de arqueología, por ejemplo, no sabemos si el cactus se secaba o se cocinaba o se consumía recién cortado. Lo que conocemos del uso del San Pedro lo sabemos por las representaciones y también por un tema de tradición que se mantiene hasta la actualidad. El uso del del San Pedro siempre está vinculado a elementos rituales. El arte también está muy vinculado a las prácticas rituales ya que es la mejor manera de representar una experiencia que es «sobrenatural». Entonces que aparezcan representaciones del San Pedro en el arte nos habla de que ahí hay un discurso que es importante y que ellos están rescatando a nivel simbólico”, agrega el arqueólogo.
En ese sentido, la connotación que se le daba a estos rituales varía dependiendo de la cultura. “Por ejemplo, en el caso de Chavín de Huántar sabemos a ciencia cierta que un elemento central de la práctica religiosa era el consumo de sustancias enteógenas. Se sabe que el consumo era por varios días y que permitía tener una vivencia personal con alguna divinidad o espacio espiritual. El punto culmine de la experiencia era enfrentarse a una escultura de un solo monolito de piedra, que se conoce como el lanzón de Chavín, que es un personaje medio humano, medio felino, medio lagarto y que habla un poco de esta experiencia que generan los enteógenos en donde las cosas parecen estar vivas, se mezclan y eso es lo que se conoce como la permeabilidad, en el fondo, no hay límites entre un elemento y otro”.
Hay que indicar que el chamanismo no es una religión. Es un fenómeno en que comunidades con poca o nula estratificación social tienen un chamán -que tenía un nombre particular en cada una- que viajan a espacios alternativos, lo que los distingue, por ejemplo, de sacerdotes. Esos viajes les entregan herramientas para aprender y adquirir información que luego aplican “a su vuelta”. Así, un chamán interactúa y se comunica con los antepasados, los seres del bosque y entidades de la montaña, y es capaz de traspasar los conocimientos adquiridos al resto de la comunidad.
Actualmente, el San Pedro sigue siendo utilizado como parte de la medicina tradicional andina, especialmente en los rituales de la mesa norteña de la costa y sierra norte de Perú, y el sur de Ecuador. De hecho, en Perú esta práctica es considerada como Patrimonio Cultural de la Nación.
Por otra parte, actualmente, su consumo también se da con fines recreativos y turísticos, siendo buscado para experimentar sus efectos alucinógenos.