Expedición virtual: un recorrido por el Parque Nacional Natural Amacayacu en Colombia
En esta nota realizada por Mongabay, se da a conocer el trabajo realizado en el Parque Nacional Natural Amacayacu, que se fundó hace casi cincuenta años y es el primero que se creó en Colombia para proteger la biodiversidad de la región amazónica.
La gran cantidad de especies residentes y migratorias, su vegetación diversa e impresionante alimentada por grandes cuerpos de agua, además de su importancia cultural para los pueblos indígenas, hizo que diversas organizaciones ambientales, científicos e instituciones se preocuparan, hace casi cinco décadas, en trabajar en la creación del Parque Nacional Natural Amacayacu, la primera área protegida en la región de la Amazonía colombiana.
El parque, ubicado en el interfluvio de los ríos Putumayo y Amazonas –donde comparte múltiples elementos con los países vecinos de Brasil y Perú– se creó en 1975 para proteger toda la riqueza que lo caracteriza.
De acuerdo con Parques Nacionales Naturales de Colombia, este sitio existe para preservar ecosistemas sobresalientes y representativos del patrimonio natural nacional, conservar bancos genéticos, investigar los valores de los recursos naturales, cuidar a largo plazo muestras representativas de comunidades bióticas al igual que especies de fauna silvestre, así como mantener la diversidad biológica y el equilibrio ecológico.
Hoy cuenta con 267,300 hectáreas de selva húmeda tropical cálida y bosques inundables, que representan casi el 40 % de la superficie total del Trapecio Amazónico. Este sorprendente ecosistema es esencial para la conservación de primates y especies amenazadas, como el tití leoncito (Callithrix pygmaea) –el primate más pequeño de América– y del delfín rosado (Inia geoffrensis), ambos En Peligro de extinción, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).
Además, el parque se superpone, comparte y gestiona en un 18% con territorios indígenas ancestrales, mayormente del pueblo Tikuna –además de Yaguas, Cocamas y familias mestizas.
Mongabay Latam te invita a un recorrido por sus asombrosos escenarios.
Primera parada: el paisaje
En Amacayacu convergen los ecosistemas de bosque húmedo tropical, los bosques inundables, bosques de tierra firme y pantanos, además de ciénagas, humedales como las madreviejas y sistemas fluviales representativos de la selva amazónica.
Su área está rodeada de cuerpos de agua: se extiende desde los ríos Cotuhé al norte, hasta la orilla colombiana del Amazonas por el sur, entre las desembocaduras del río Amacayacu y la quebrada Matamata. También limita por el occidente con el río Amacayacu y las quebradas Cabimas y Pamaté, y por el oriente con la quebrada de Lorena o caño Murcia, el río Purité y la quebrada Matamata.
Para Eliana Martínez, quien hasta junio pasado se desempeñó como jefa del Parque Nacional Natural Amacayacu, es muy importante que la persona visitante de Amacayacu pueda observar los tres mundos del parque: el del agua, el de tierra firme y uno que suele perderse de vista, el de las alturas, donde están las aves.
“Es muy importante, por ejemplo, que el visitante tenga la oportunidad de ver esta zona inundable del río Amazonas y ojalá tuviera la oportunidad de verla en aguas altas y en aguas bajas, porque el paisaje cambia totalmente”, explica Martínez.
La experta recomienda buscar la oportunidad de ver el encuentro de las aguas de las pequeñas quebradas con el río Amazonas, pues allí es donde se puede captar al delfín rosado o a las nutrias, que hoy en día han dejado de ser esquivas ante la presencia del hombre, pues fueron víctimas de la caza durante mucho tiempo.
“Además, poder caminar en el bosque, ver esa diferencia entre el bosque inundable y lo que llamamos el bosque de tierra firme, es donde el visitante va a encontrarse con unos hermosos árboles gigantescos, inmensos, que pocas personas hemos tenido el privilegio de encontrar”, describe. “En la zona inundable hay un árbol característico: el renaco (Ficus citrifolia) que, en la tradición tikuna, se dice que es ‘el árbol que camina’, porque tiene muchas raíces al estilo del mangle, en la parte marina. Luego, en la parte de la altura, encontramos grandes árboles como la emblemática ceiba (Ceiba pentandra), que puede llegar a los 30 o 40 metros de altura y ser muy, muy longeva”.
En cuanto a lo que ocurre en las alturas, en términos de biodiversidad, el Amacayacu ha sido declarado como un Área Importante para la Conservación de las Aves y la Biodiversidad (AICA). “Para los observadores de aves es un paraíso”, dice Martínez. “En verano, se van a ver ciertas aves, se van a poder ver migratorias, aves playeras (…) y en aguas altas se van a ver de otro tipo. Es muy importante hacer esas salidas y ojalá acompañados de los intérpretes locales que se han ido capacitando y que tienen tanto las historias de origen de esas aves, como la información científica básica”.
Segunda parada: los animales
Parques Nacionales Naturales de Colombia señala que los bosques de Amacayacu son representativos de una región donde se encuentra la mayor diversidad de primates del mundo. En ellos se han registrado 12 especies de entre las cerca de 38 que existen en todo el país y puede encontrar, por ejemplo, al mico volador (Pithecia monachus), al mono aullador (Alouatta seniculus) y al mono churuco (Lagothrix lagothricha).
En cuanto a mamíferos, se han registrado más de 150 especies. Entre los terrestres se encuentran doce especies de primates y entre los acuáticos, que resultan más peculiares, están el delfín rosado (Inia geoffrensis), el delfín de río o “Tucuxi” (Sotalia fluviatilis) y el manatí (Trichechus inunguis).
Las aves cuentan con más de 468 especies registradas, pero se estima que podrían ser hasta 600. Este número significaría casi un tercio del total de las aves del país. Aquí destacan los crácidos –pavas o paujiles– como la pava hedionda (Opisthocomus hoazin) y se encuentran once especies de garzas y garzones.
Además, en Amacayacu habita el mayor número de reptiles en el país entre los que destacan los caimanes, las anacondas, las boas y diversas tortugas. Asimismo, es posible encontrar peces de las diferentes familias pertenecientes a los seis órdenes factibles de encontrar en la región Amazónica y los anfibios registrados tienen un gran número de especies donde sobresalen las ranas y los sapos.
“También hay belleza en una gran diversidad de insectos”, agrega Martínez. “Entonces, esa caminata por el bosque debe hacerse mirando con cuidado donde se pisa, porque es la oportunidad de ver unos seres espectaculares; a veces pienso que muchas de las películas de ciencia ficción se basan en esos pequeños seres que encuentra uno en la selva”, dice la especialista.
Tercera parada: la vegetación
En esta selva se estima que hay más de 5000 especies de plantas. Algo particular para ver, es la vegetación flotante característica de las zonas acuáticas del parque.
Según Parques Nacionales, el bosque que permanece transitoriamente inundado –conocido como várzea o varillal– ocupa amplios sectores de la cuenca del río Purité, al oriente del parque, y las orillas de los grandes ríos. Además, gran parte del parque está cubierto por el bosque de altura, donde pueden encontrarse árboles más longevos, grandes y fuertes. Entre las especies arbóreas más importantes están el cedro rojo (Cedrela odorata), el caucho (Hevea brasiliensis), el achapo blanco (Cedrelinga catenaeformis) y la ceiba (Ceiba pentandra), entre muchos otros.
“En cuanto a la regulación climática, dentro del parque Amacayacu tenemos unas grandes zonas de humedales donde están lo que conocemos en la región amazónica como aguajales o cananguchales, que es donde está la palma Mauritia flexuosa”, agrega Eliana Martínez. “Son enormes áreas que tienen una dinámica muy especial y otros humedales que se denominan varillales, que son muy especiales porque, a nivel espiritual y a nivel tradicional, se asocian con la conexión con el mundo de abajo”.
Cuarta parada: el trabajo comunitario indígena para la conservación
Amacayacu cuenta con múltiples actividades ligadas a la investigación y la conservación. En él confluyen disciplinas como la biología, ecología, primatología, ornitología, botánica, antropología, sociología, economía, turismo, que lo han tomado como objeto de estudio. Sin embargo, ocurre algo fundamental: la mayoría de sus trabajos incluyen la participación y la aprobación de las comunidades indígenas y sus autoridades tradicionales.
Dentro de sus márgenes existe, por ejemplo, la Fundación Maikuchiga. En el Resguardo Indígena de Mocagua, esta organización del pueblo indígena Tikuna centra sus actividades en el rescate y rehabilitación de micos víctimas del tráfico ilegal de fauna, pero también en la concientización de la comunidad y la educación ambiental. Dentro del parque, se puede aprender sobre la diversidad de primates de la zona y conocer sus historias, lo que, a la vez, contribuye a su estudio y conservación.
“La conservación se hace de la mano con las comunidades indígenas que también están en este territorio, porque esa conservación de los servicios ecosistémicos son los que le dan soporte a las culturas indígenas, por eso tenemos que hacer un esfuerzo más fuerte, porque las presiones están aumentando”, asegura Martínez. “Al estar en la zona fronteriza, somos un poco vulnerables: el tema del narcotráfico aumentó durante la pandemia y pues deberíamos coordinar de mejor manera los esfuerzos binacionales y transnacionales”.
Por ello, frente a otras presiones como la tala, la minería y la cacería ilegal, así como el turismo sin regulación, se ha involucrado a la comunidad en su conjunto, dice Martínez. Desde los abuelos sabedores hasta los más jóvenes trabajan no solo como participantes sino como orientadores de los procesos de monitoreo y vigilancia, investigación, ecoturismo y otras actividades relacionadas.