Entrevista a Rod Walker, considerado uno de los padres de la educación al aire libre en Chile
Rod Walker está instalado desde los 90’ en un refugio del Santuario el Cañi, en la Región de la Araucanía, desde donde ha traspasado sus conocimientos y compartido con visitantes y locales que emprenden rumbo hacia el bosque de araucarias. Considerado por muchos como el “padre de la educación al aire libre en Chile”, Rod fue uno de los primeros en implementar metodologías de aprendizajes outdoor que aprendió desde su amor por las montañas en Escocia, formando así, el primer Centro de Educación al Aire Libre en Chile en 1967. En esta entrevista, Rod reflexionó sobre la educación y conciencia ambiental en el país, los aprendizajes que entrega la conexión con la naturaleza, su protección, la energía especial del Santuario el Cañi y los pasos que lo definen en la actualidad.
Sábado, 10:30 de la mañana. Rod Walker, a sus más de 80 años, ya se despertó, tomó desayuno y se sienta a planificar su día desde su hogar, un refugio en el Santuario el Cañi, en la Región de la Araucanía. A su alrededor, la vista se adorna del paisaje característico del lugar, en el que las araucarias deslumbran, inmersas en un paisaje de colores otoñales. Y se respira ese aire propio de estar alejado de lo urbano y en cercanía con el bosque.
En medio de este panorama, Rod contesta el teléfono. Dice que tiene tiempo, que está en su casita -que llama así con cariño y la que hace algunos años se vio afectada por un incendio forestal- y que puede hablar. En su voz se transmite una calma y un carisma que más de alguien ha sentido en persona. Es que él ha formado a muchas personas en Chile, razón por la que es para muchos considerado como el “padre de la educación al aire libre”. Les enseñó sobre la importancia de la educación ambiental, de -literalmente- poner los pies en la tierra y a escuchar: a ellos mismos, a las culturas ancestrales y a la espiritualidad, entre otras cosas. A sentir que la conexión que tenemos con la naturaleza es la energía que nos mantiene vivos.
Rod, te has descrito como un amante del montañismo y la naturaleza. Y sin duda, has sido considerado para muchos, como uno de los impulsores de la educación al aire libre en Chile. ¿Dónde naciste y qué te trajo a Chile?
Me parece mucho más interesante el mensaje que el mensajero, en realidad. Yo nací en Liverpool, Inglaterra, pero mi alma es de las tierras altas de Escocia. Eso lo menciono porque fue una conexión de toda la vida y con la Tierra. Tenía muy claro que la montaña era la vía directa a la conexión con la Tierra. Así que a los 13 años hice un trato con mi madre. Yo era un buen alumno, lleno de distinciones y esas cosas que, para mí, en el fondo eran un sistema de control bajo otra apariencia. No estaba feliz cumpliendo con órdenes. Imagínate, Inglaterra es un país que tiene historial de imperio, entonces nunca estuve cómodo con eso. El trato que hice fue: de lunes a viernes cumplo, porque no quería desentonar con nadie, pero viernes, sábado y domingo que no me buscaran porque estaba en la montaña. Esa realidad me llevó a las montañas de Escocia, después fui a la Antártica y llegué a Chile (…). Pasé dos años y algo más en la Antártica, haciendo viajes en terreno por la península y conocí a jóvenes argentinos que me decían: ‘Gringo, tenés que conocer Chile porque es una maravilla’. Eso me transmitió una enorme curiosidad y fue casi como una adicción porque no hay un país igual en belleza y eso todos lo sabemos.
¿Has visto algún cambio desde esa vez que llegaste a Chile?
¡Sí, de todas maneras! Chile ha sido maltratado a nivel colectivo. Cuando yo llegué era un país humano que funcionaba, con cariño, con gente en el campo y todo lo demás. Era un beneficio indirecto a la naturaleza, pero ahora está todo convertido en fuentes de dinero que es casi irreconocible. Se le ha sacado los valores ambientales en lo colectivo, pero en lo individual pasa algo contrario. Las personas ahora se están abriendo a la calidad de vida, pasando por la escala del materialismo. Particularmente trabajando con jóvenes uno ve que están virando al otro lado del materialismo y cada vez más están usando tecnologías más bondadosas, por decirlo de alguna forma, de cómo construir, relacionarse, vender, comprar, plantar, etc. (…) Esas son maravillosas noticias también: lo colectivo se ha cuestionado a favor de un énfasis cada vez más creciente de lo individual en cuanto a la relación con la tierra.
Una vida en la educación ambiental: la importancia del respeto y la conexión
En 1967, Rod Walker plantó una semilla en la educación ambiental de Chile. Previamente, y luego de cumplir la promesa con su madre y estudiar Derecho, había seguido su pasión por el montañismo y las actividades al aire libre, desempeñándose como instructor del primer centro especializado de montaña en Escocia. Esta formación y su paso por la Antártica, lo llevaron a los Andes Centrales de Chile para formar el Centro de Experiencias al Aire Libre (CEAL), el cual recibió reconocimientos internacionales por cursos asociados a dos organizaciones mundiales, los Colegios del Mundo Unido y el Bachillerato Internacional.
Antes de eso, en el país no existían metodologías de enseñanza al aire libre.
¿Por qué elegiste Chile para empezar a promover una cultura de la educación ambiental? ¿Qué te impulsó a fundar el Primer Centro de Educación al Aire Libre en el País?
En el 67’ (en Chile) había un horizonte donde no existía nada de educación ambiental. Ocupé mi experiencia en una entidad que se dedicaba a eso en Escocia y lo ocupé como una especie de modelo para poder aplicarlo aquí. Después empecé a ver que el concepto de educación y medio ambiente es diferente, y traté de organizar una especie de práctica de programa que podría hacer que se hiciera realidad en este sector del planeta. Lo pasé muy bien haciéndolo porque había que ir desde cero y hacer propuestas basadas en experiencias. Años después, en 1973, se produce un golpe de estado, pero también se publicó un libro que se llama “Lo pequeño es hermoso”, escrito por un escritor británico que se llama Ernst Schumacher y predica todo lo que es sano en la visión indígena de práctica, pero desde un punto de vista de una persona que pertenece a la cultura occidental. Ahí identifica antivalores de una insaciabilidad de consumo que se instalaron en una Constitución que no pudo ser cambiada hasta el día de hoy. Esos son 50 años, entonces muestra la naturaleza y motivación verdadera del país colectivo y eso va muy en diferentes sentidos que los anhelos principales de las personas que naturalmente aman a su propia madre, que es la Tierra. Bueno, quería seguir trabajando y no encontré nada escrito sobre los valores que realmente deberían primar en la educación ambiental. Hasta que tuve que escribir un librito yo, que llamé Metamorfosis, porque es una cosmovisión lo que tiene que cambiar.
¿Qué fue lo que te conectó con este mundo de educación al aire libre?
Aquí hay un asunto de hipocresía en nuestro querer de la tierra. Hablamos mucho de proteger y surge la pregunta ¿Quiénes somos para proteger? Vivimos bajo techo en casas calefaccionadas, cómodamente, excesivamente, etc. Hay una imagen que me gusta que es un elefante en la pieza, que nadie se atreve a realmente moverlo o sacarlo porque la puerta es demasiado chica (…) La mejor forma de darse cuenta de esto, es viviéndolo al aire libre, con simpleza, no buscando siempre más, no buscando figurar, es la forma de ver qué es lo importante (…) Somos una especie fundamentalmente dañina, en ese sentido de decir una cosa y hacer otra, es una inconsecuencia demasiado profunda en nuestro comportamiento. Hay gente tratando de que esto cambie, de que hay un elefante en la pieza, va a ser una cosa generacional, va a demorar mucho tiempo antes que el ser humano empiece a comportarse adecuadamente en respeto con la tierra.
¿Crees que ha evolucionado el tema de la educación al aire libre en Chile?
De todas maneras, mucho, pero no a nivel colectivo. A ese nivel está muy lento y es por razones económicas, no ecológicas y los chicos lo tienen claro. No todos, por supuesto, pero quienes han ido innovando, que están aprendiendo a sembrar, a cosechar, a vivir con respeto a la tierra (…) Estamos realmente en peligro de nuestra propia falta de comprensión colectivamente. Y la esperanza está en dos direcciones. Una es en los viejos, los ancianos, las culturas indígenas. Y las otra es en el espíritu del joven que no cree en los viejos discurso. Así que sí, hay grandes cambios, desordenados, pero hay gente que trabaja a todo corazón para mejorar esta situación.
Rod, personas que han visto tus enseñanzas han comentado que una de las primeras cosas que enseñas es a poner los pies en la tierra. A sentir el bosque. Actualmente han surgido iniciativas como los conocidos baños de bosque, que, de cierta forma llevas practicando hace muchos años. ¿Cuál es para ti la importancia de sentir la naturaleza, los bosques, de estar sin zapatos tocando el piso?
Esto está claro como el agua. Es muy interesante, una señora o un hombre Mapuche se ríen con esta pregunta. Esto es contacto directo al corazón. Yo sueño, y siempre me han mirado raro, con un tiempo en que las actividades al aire libre sean a pata pelada. Que las personas se atrevan a sentir un poco de humedad, de frío, a lo mejor calor cuando quema. Pero es real (…). Creo que el daño más fuerte que se ha creado actualmente es no ha sido físico a la Tierra, sino en un plano espiritual (…). Hay gente que tiene esto clarísimo y son los mejores educadores porque hacen las cosas. Por ejemplo, el personal de Conaf (Corporación Nacional Forestal) que se involucra con los lugares, o las comunidades indígenas.
Conectando con la energía del Cañi
Rod conoció a Douglas Tompkins por casualidad. En ese entonces, trabajaba como rector en un colegio de habla inglesa en Punta Arenas y Doug visitó la zona con sus amigos, todos andinistas. Rod recuerda que la noche que lo conoció vio a alguien fuera de lo común, en relación a su “empuje heroico para llegar a cumbres”. Evidentemente, dice, era alguien especial.
En los 90, cuando las circunstancias de la vida llevaron a Rod al Santuario El Cañi, el respeto por el empuje de Doug por las causas ambientales, su éxito y su calidad de liderar, lo inspiraron. Fue, en esa época, cuando hablaron de ambientalismo. “Fue en Pucón. Él tenía mucho coraje, en ese momento destaqué todo su empuje por parar las represas en el río Biobío. No pararon ninguna represa, pero sí se permitió aumentar la conciencia de la necesidad de hacerlo. Eso fue gracias a los recursos de Doug”, comenta.
En este sentido, dice que es muy claro en la educación ambiental que dejan ejemplo aquellos que se mueven, los que forman legado. Posterior a la visita en Pucón, Doug lo invitó a la Patagonia a formar parte de su grupo educativo, al que no accedió por la lejanía y porque para Rod, su trabajo siempre ha sido más individual. Es una especie de guía que acompaña en una búsqueda espiritual.
Así, decidió quedarse en el Cañi. Conversar con quienes van al bosque, algunos que, dice, van en un peregrinaje para reencontrarse con ellos mismos: “Ahí el trabajo es con cada uno, eso es interesante. Muestra esta búsqueda de proteger la Tierra. Así es a la vez un viaje espiritual, donde la persona que sube al Cañi para llegar a la cumbre puede buscar trascender, conocerse a sí mismos y eso es un viaje sagrado”.
Así, en sus más de 25 años dando vuelta el cerro del Cañi, se ha dado cuenta, dice, de que el hilo conductor es la trascendencia, lo que debería destacarse en la educación. Algunos no saben lo que buscan, sino que lo sienten en silencio, al lado de un lago o arroyo: “La dinámica es que cerca de la naturaleza cada uno se empieza a dar cuenta de la riqueza de cada persona. En la experiencia en el bosque empiezan a darse cuenta de la enormidad del ser humano. No me refiero al ego, simplemente a la preciosura de la conciencia humana. Ahí no se necesitan agrupaciones grandes, sino compromiso individual”.
Así, ha ayudado en este lugar a formar guías locales de ecoturismo, aportando al desarrollo local. Se trata de una iniciativa que fue reconocida por la Asociación Ashoka de emprendedores sociales, que nombró a Rod como Fellow en 1997.
A propósito de la espiritualidad del Cañi, dicen que este lugar tiene una energía especial. Poderosa. ¿Crees que es así? ¿Qué es lo que tiene este lugar que hace que las personas perciban esto?
Vivimos en una zona de montañas, de mucho movimiento telúrico y también de mucha claridad de consciencia humana. En las culturas locales hay mucha claridad. Este lugar es especial. Hablando del fenómeno de conexión, lo que se relaciona con eso de andar a pie pelado, la gente viene y se conecta a todos niveles. Cuando uno realmente experimenta una conexión con la tierra, lo hace en todos los niveles del ser. En mi libro lo comento. Entonces no es una energía especial. Es LA energía especial que nos mantiene vivos, entonces cuando la personas están suficiente abiertas como para conectarse en estos diferentes niveles que van desde lo más físico a lo más espiritual, es una experiencia envolvente totalmente holística.
¿Por qué decidiste quedarte en la Región de la Araucanía, específicamente en El Cañi?
Bueno, como todas las cosas de luz y sombra, se gatilló con la muerte de mi hijo en el año 90, que fue el año de la compra del Cañi y una sincronía donde yo viajé en un momento muy sentido de mi vida, desde la zona central, en el Cajón del Maipo. Vine para acá a ver dos amigos que se habían casado y juntos hicieron la compra de lo que ahora es el Santuario el Cañi. Nos juntamos un montón de personas muy interesadas en esta posible compra. Yo no quería ese nivel de compra de tierra, pero sí trabajar como educador. Fui el único que se quedó trabajando en un proyecto de educación ambiental porque era para mí era poco menos que ir al cielo quedarme acá, aunque sin recursos, y seguir el sendero de la educación ambiental. Me encontré en un lugar y situación ideal, y me quedé.
Ayudaste también a formar a los guías locales.
Todo ha sido muy informal. Yo partí con un gesto, un refugio, y el comienzo de ese financiamiento del refugio base -que ahora es la administración- fue gracias a mil dólares que aporto Doug Tompkins al vender una foto que yo saqué arriba en el santuario en el año 89 o 90. Ese primer poquito de dinero fue suficiente para poner una estructura y empezar el techo. Ahí partió, yo me involucré con todos mis estudiantes y teníamos un refugio que es geográficamente una sintonía muy interesante. No era tiempo de grandes proyectos, ha sido muy de a poquito.
Tocar la Tierra
Una vida de educación ambiental le ha dado a Rod diferentes ocupaciones, que ha enumerado en el pasado como instructor de esquí, rector de colegios británicos, carpintero, corredor de maratones, instructor de Reiki -Gaia-, consultor, y conferencista en varios países, entre otras disciplinas. Todas disciplinas que algunas veces formaron parte de su vida, que ahora se resumen a una sola: Toca Tierra.
Según explica Rod, actualmente tiene el pequeño placer de decir que no se define con ningún cargo. Y recuerda, hace algunos años, cuando fue a una conferencia donde tenía que presentarse, que, junto a unos argentinos que organizaban el evento llegaron a apodo de «Toca Tierra». Es un invento. No tiene ningún titulo legal, aunque en su minuto sí lo tuvo. Pero que define totalmente su dedicación. “La tierra lo podemos ver como queramos. Puede ser la Tierra sola. O también el Universo que te habita a ti”, dice. Así, siempre que le preguntan, esa es su respuesta.
Desde su refugio, dice que se está preparando para el invierno. Su cama pasa del dormitorio a la cocina, porque el gas sube y las temperaturas bajan. Lo llama el “cariño del clima” que siente a dos kilómetros del Cañi. Mientras tanto, espera un día volver a la cumbre del Cañi, ya que un accidente de bicicleta hace algunos años, en el que se golpeó la cabeza, significó no poder volver a subir por su cuenta. Pero llega hasta su casa, donde combina la educación ambiental con lo espiritual a través del Reiki Gaia. “Aquí es donde logro llegar y se ha definido en lo que hoy se llama Toca Tierra”, finaliza.