Elizabeth Kerr: la fascinante y poco conocida historia de la científica que recolectó más de 500 aves en Colombia a inicios del siglo XX
Mientras investigaban para una expedición, un equipo de científicas colombianas encontró información sobre la señora Kerr, una norteamericana que a principios de 1900 recorrió el Valle de Magdalena y el Chocó en busca de la avifauna colombiana. Las investigaciones sobre Kerr indican que esta exploradora, considerada la primera ornitóloga en Colombia, estuvo en ese país entre los años 1906 y 1912.
El nombre de Mrs Kerr —señora Kerr— aparecía apenas como una referencia en el libro La distribución de la avifauna en Colombia: una contribución a un estudio biológico de América del Sur, escrito por Frank Chapman en 1917. Específicamente, en una breve descripción de las “colectas auxiliares” de aves que se habían hecho en Colombia a principios del siglo XX.
Este trabajo científico buscaba entonces sumar especies a las investigaciones que hacía Chapman, como líder de las expediciones promovidas por el Museo Americano de Historia Natural, para estudiar la biodiversidad de Colombia.
“Fue la eureka histórica encontrar esta inicial de ‘Mrs’, pues nos indicaba que era una mujer”, dice la ornitóloga Juliana Soto, científica del Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt y estudiante de doctorado en la Universidad de Illinois, en Urbana-Champaign, Estados Unidos. Soto recuerda que encontró ese dato mientras revisaba el libro de Chapman durante la preparación de una expedición al Valle de Magdalena, como parte de los cinco recorridos programados a los lugares visitados hace 110 años por los expedicionarios del Museo Americano de Historia Natural.
Este hallazgo llevó al equipo de mujeres del proyecto Expediciones BIO Alas, cantos y colores —iniciativa del Instituto Alexander von Humboldt y del Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de Colombia— a buscar información sobre aquella mujer que tan solo figuraba con su apellido en un documento escrito por un naturalista un siglo atrás.
Lo que encontraron fue la historia de la primera mujer que viajó por Colombia colectando aves y mamíferos. “Como teníamos programada esta expedición, vimos que era una gran oportunidad para saber más de su trabajo. Así encontramos un lugar que ella potencialmente habría recorrido y organizamos la expedición para estudiar las aves, pero también rescatar la memoria de esta mujer cuya historia había estado escondida entre los libros”, cuenta Soto.
El resultado ha sido una expedición en Tolima, integrada por cinco mujeres ornitólogas, quienes además acaban de publicar El otrora legado invisible de Elizabeth L. Kerr, naturalista de principios del siglo XX, y sus aportes a la ornitología colombiana, una investigación científica que cuenta la historia de Kerr y del recorrido que realizaron las cinco científicas en el año 2020.
Una pionera de la ornitología en Colombia
En el libro de Chapman se contaba que en 1908 el Museo Americano había comprado de una mujer americana, la señora Elizabeth Kerr, 194 aves que ella había colectado en Colombia, al oeste de Honda, en el Valle de Magdalena y en las laderas orientales de los Andes Centrales, a una altitud de 3000 pies (914.4 metros).
El documento también menciona que “posteriormente la señora Kerr fue comisionada para colectar especímenes en el Valle de Atrato y las 200 aves colectadas por ella y catalogadas de acuerdo a los lugares que visitó, son las únicas recolectadas de esta región, excepto aquellas que fueron colectadas por Miller y Boyle en Dabeiba y Alto Bonito”. Los detalles contados en el libro de Chapman fueron solo el inicio de una serie de descubrimientos que las investigadoras colombianas hicieron sobre Kerr.
“Ella no fue parte de una expedición sino que andaba sola, era una recolectora freelance de aves que luego vendía. Es impresionante que una mujer, a inicios de 1900, viajara sola en la selva, pues, además, los lugares que ella visitó son, incluso hoy en día, de difícil acceso”, cuenta Natalia Ocampo-Peñuela, investigadora del Instituto Humboldt; profesora de la Universidad de California, en Santa Cruz, Estados Unidos y líder del proyecto Expediciones BIO Alas, cantos y colores.
Soto, Ocampo y el equipo de mujeres involucradas en el proyecto, se embarcaron en una búsqueda de información para conocer a esa mujer que en entre 1906 y 1912 —según los datos encontrados— se internaba en la selva de Colombia con un rifle al hombro, algo de comer, una carpa y algunos otros utensilios para sobrevivir sola en el “paraíso de los naturalistas”, como llamó a Colombia en un artículo autobiográfico que escribió en 1912 en Collier’s Magazine. “Tal abundancia de formas animales no he encontrado en ningún otro lugar”, sentencia Kerr en el artículo autobiográfico Una mujer naturalista: un relato personal del trabajo y la aventura de una mujer coleccionista en el desierto de la América tropical.
“Una mujer debe tener dos cualidades para ser una naturalista exitosa. Debe amar la naturaleza y no debe tener miedo”, escribe Kerr al empezar su artículo, como una descripción de su valentía al recorrer sola los bosques tropicales de Colombia.
La búsqueda de información llevó a las investigadoras a encontrar otros documentos que han dado alguna información sobre esta pionera cuyo legado y aportes a la ornitología y la mastozoología permanecieron prácticamente ocultos durante más de un siglo.
“Desde el Museo Americano nos mandaron las fotos de los especímenes que recolectó Elizabeth Kerr y en la correspondencia de Frank Chapman encontraron un set de cartas enviadas entre Kerr y Chapman. Fue emocionante ver las cartas escritas a mano por Kerr, y leer sobre esta enigmática persona”, agrega Ocampo-Peñuela.
Historias de cómo pasaba las noches subida en un árbol en “compañía de monos” debido a la presencia cercana de alguna “bestia salvaje”; de cómo viajaba desde Cartagena, donde tenía una casa, hasta su cabaña junto al río Atrato para quedarse semanas buscando aves en este lugar, son parte del artículo que escribió para la revista Colliers. En este artículo también se puede leer una descripción detallada de la “especie más rara y más difícil de cazar que encontró en Colombia”: el jabiru (Mycteria Americana). Además, describe los planes que tenía de hacer una expedición por la Costa del Pacífico hacia la zona de San Blas, donde “ningún hombre blanco ha entrado jamás”.
“Cuando leía esos documentos, sobre todo el artículo autobiográfico en esta revista, me emocioné porque describe todo muy bonito. Creo que el mundo, por mucho tiempo, negó la posibilidad de este tipo de percepciones de las mujeres, no solo las capacidades técnicas y profesionales que podamos tener, sino también la sensibilidad de interpretar y ver el mundo que es, creo, único y diferente al de los hombres”, dice Juliana Soto cuando habla del artículo de Kerr y las cartas a Chapman.
Siguiendo los caminos de Kerr
Según las investigaciones de las científicas colombianas descritas en el documento académico que acaba de ser publicado, Kerr estuvo durante dos periodos capturando aves y mamíferos en Colombia, además que colectó algunas especies en México y Costa Rica.
Durante la primera etapa, entre 1906 y 1907, la norteamericana recorrió el Valle del Magdalena y los Andes Centrales cerca de Tolima. “La mayoría de los especímenes están etiquetados como provenientes del Tolima (departamento en Colombia), y Honda (pueblo del Tolima), o Valle de Magdalena (ecorregión). Unos pocos especímenes comparten la localidad 20 millas al oeste de Honda”, se menciona en el paper que publicaron las ocho científicas del proyecto Expediciones BIO Alas, cantos y colores .
Además de los 194 especímenes adquiridos por Chapman, en la base de datos del Museo Americano se encuentran 280 ejemplares recogidos por Kerr en esta zona, que corresponden a 128 especies.
Y ha sido esta misma zona la que recorrieron cinco científicas colombianas en el 2020, un equipo conformado solo por mujeres para recordar y en cierta forma rendir homenaje a la expedicionaria norteamericana que sin tener formación científica ni ser una naturalista entrenada se atrevió a desafiar los cánones de su época. Se trata de una historia fascinante que se escribió en un tiempo en el que a las mujeres no se les permitía participar de las actividades científicas ni de muchas otras actividades consideradas solo para hombres.
“Lo que más nos impresiona es el coraje de esta mujer, la valentía de ir sin miedo a estas selvas y quedarse sola durante días y semanas en estos bosques. Impresionante, porque además en ese tiempo no había hombres que hicieran lo mismo, pues siempre iban en equipo”, señala Ocampo-Peñuela, líder de la expedición de las cinco científicas del Instituto Humboldt, de la Universidad Nacional de Colombia y de la Universidad del Tolima.
Para Ocampo-Peñuela, quien en el momento de la expedición tenía siete meses de embarazo, “fue una experiencia fascinante” integrar una expedición formada solo por mujeres, en la que “todo funcionaba como un reloj”. La ornitóloga del Instituto Humboldt comenta que las expediciones científicas siempre son mixtas o está integrada por una mujer rodeada de muchos hombres, por lo tanto, esta experiencia ha sido muy gratificante, sobre todo —dice Ocampo-Peñuela— por las mujeres más jóvenes que participaron del viaje.
Para la expedición al Valle del Magdalena, el equipo de 12 integrantes, en su mayoría mujeres, se dividió en dos grupos. Uno de ellos visitó el lugar al que originalmente viajó Chapman. El otro equipo, formado por cinco mujeres, se dirigió a la localidad que recorrió Elizabeth Kerr. “Estuvimos cuatro días en una finca donde la gente nos acogió con mucho cariño y mucha ayuda. Fue muy bonito el hecho de reconocer las capacidades que como mujeres tenemos en la ciencia y en el trabajo de campo”, comenta Soto.
La segunda ruta de Kerr fue por el Pacífico Norte de Colombia, zona que carecía de representación en la colección del Museo Americano de Historia Natural, razón por la que Chapman le encomendó esa tarea a Kerr. Fue en este viaje que exploró el valle del río Atrato y colectó aves y mamíferos de varias localidades de los departamentos de Bolívar, Córdoba, Magdalena y Chocó.
La mayoría de los especímenes datan de 1912, pero alrededor de 70 están fechadas entre 1909 y 1911. Chapman informa sobre 200 especímenes, pero la base de datos del museo tiene alrededor de 400 individuos de unas 200 especies. “Las exploraciones de Kerr de las dos regiones en Colombia, y en particular los especímenes obtenidos del Chocó, siguen siendo de las pocas investigaciones sobre la avifauna de este remoto e inaccesible territorio increíblemente diverso”, se indica en la investigación sobre la vida y el trabajo de la naturalista norteamericana.
No se debe dudar de las habilidades de tiro de Kerr —dice en la investigación académica publicada recientemente. Sus especímenes incluyen una miríada de especies que son difíciles de observar y fotografiar. “Sus colecciones incluyen tinamús, aves rapaces, tucanes, hormigueros e incluso el escurridizo y enigmático cuco terrestre de vientre rufo (Neomorphus geoffroyi), que tiene muy pocas observaciones en Colombia”, menciona el documento.
Para Soto, los recorridos que hizo Kerr por las dos regiones de Colombia —el Valle del Magdalena y el Pacífico Norte— fueron parte del “rompecabezas” que inició Chapman con las expediciones organizadas por el Museo Americano. “Me gusta considerarlo como un rompecabezas que se logró armar con muchas piezas, algunas fueron las expediciones de Chapman, pero además, y aquí me gusta hacer la analogía de lo que significaron las piezas de Kerr, porque pueden haber sido solo unas fichas pero si lo vemos a nivel geográfico, ella aportó con dos regiones que, en términos de biodiversidad, son muy importantes, sobre todo la región del Pacífico Norte que en ese momento, y aún hoy, son selvas prístinas de acceso complejo”.
Y es justamente esta segunda ruta de Kerr el siguiente proyecto de las investigadores del Instituto Humboldt, quienes no solo van en busca de la avifauna colombiana, sino que también quieren seguir abriendo las puertas para que más mujeres se dediquen a la ciencia y para que se continúe desterrando las limitaciones que incluso ahora, en pleno siglo XXI, se imponen a muchas mujeres científicas.
El legado de Kerr
“El Valle del Magdalena ha representado mucho en mi carrera desde que empecé a estudiar biología, porque mis primeras aproximaciones al trabajo con las aves se dieron en esta zona. Todo mi aprendizaje como bióloga y ornitóloga empezó aquí”, dice Estefanía Guzmán-Moreno, ornitóloga de la Universidad del Tolima, que integró el equipo de las cinco científicas de la expedición por la ruta de Kerr.
En las cinco expediciones del proyecto BIO Alas, cantos y colores participaron jóvenes científicas de los lugares que iban a recorrer. En el caso del Valle de Magdalena, en el que se dirigieron a la localidad de Honda, en Tolima, donde Kerr estuvo hace más de cien años, Guzmán-Moreno acompañó la expedición.
“Para mí fue una sorpresa saber que Elizabeth [Kerr] estuvo aquí hace más de cien años y que además fue una de las personas que más especímenes ha colectado en el departamento de Tolima”, agrega la joven ornitóloga. Era increíble imaginarme cómo eran los bosques en ese momento —dice Guzmán-Moreno— pues ahora son bosques bastante intervenidos por diferentes actividades humanas.
Siempre hemos querido enviar mensajes para destacar el trabajo de la mujer en la ciencia —comenta Soto— sobre todo para que las jóvenes y niñas tengan referentes que nosotras no hemos tenido. En la época en la que vivió Kerr —agrega— las condiciones sociales definían los roles de las mujeres como amas de casa e incluso no tenían el derecho al voto. Sin embargo, así como sucedió con Elizabeth Kerr, hay otros ejemplos de mujeres que empezaron de muchas maneras a romper con esos estereotipos. “Sin duda era muy difícil que las mujeres fueran aceptadas socialmente en este tipo de actividades, pero poco a poco se fueron abriendo caminos para que nosotras pudiéramos dedicarnos a estas profesiones”.
Natalia Ocampo-Peñuela agrega que cuando descubrieron la historia de Kerr lo primero que pensó fue que debía ser contada para que otras mujeres en la ornitología tuvieran también la misma inspiración de una mujer recolectando aves en tiempos en los que a las mujeres no se les permitía participar en esas actividades científicas. “Era darle a las niñas y mujeres que vienen detrás de nosotros ese modelo a seguir que nosotras no tuvimos”.
Ocampo-Peñuela menciona que aún existe el sexismo como parte del sistema, y que las mujeres aún tienen que luchar para ser reconocidas por sus logros. “Todavía hay mucho en el sistema que se debe cambiar para que las mujeres se sientan bienvenidas en un sistema académico científico y que no sientan como que no forman parte en las mismas condiciones que los hombres”. Incluso menciona que alguna vez a ella le dijeron que debía dedicarse a otra actividad.
Sin embargo, dice Ocampo, está en aumento la cantidad de mujeres que se dedican a carreras como biología o ecología. “Todavía nos falta algunas décadas para que las mujeres lleguemos a posiciones de liderazgo de forma equitativa con los hombres, pero cada vez estamos entrenando y apoyando más mujeres. Veo que vamos en una trayectoria positiva y creo que las niñas ahora están mucho más inspiradas en estudiar carreras de ciencia”.
El paisaje que vio Kerr hace más de cien años ha cambiado en Colombia, dice Ocampo-Peñuela, muchas de las especies que recolectó ya no están, hay deforestación y los bosques que describe Kerr en el Valle del Magdalena ahora son zonas agrícolas. Sin embargo, durante la expedición por los caminos de la norteamericana, las científicas colombianas recolectaron 89 especies y 26 de ellas eran las mismas que recolectó Kerr en 1907.
“Hay muchas fincas, muchas casas y sobre todo mucha agricultura. El paisaje ha cambiado bastante, sin embargo, en esa pequeña expedición encontramos una ave endémica de Colombia y tres de distribución restringida. Aunque ha cambiado mucho el paisaje todavía en esos relictos de bosque quedan algunas especies importantes para la conservación”, menciona Ocampo.
El último registro que encontraron de Elizabeth Kerr fue una carta de Chapman enviada en mayo de 1913. Lo qué pasó con ella después se desconoce, pero las investigadoras colombianas están decididas a seguir indagando sobre esta mujer considerada la primera ornitóloga en Colombia, además de buscar a otras pioneras que quizás permanezcan incógnitas o apenas mencionadas en medio de cientos de páginas de investigación científica escritas por hombres.