El otoño de Adriana Hoffmann
Fue una pionera. Adriana Hoffmann abrió el camino de la divulgación científica en una época donde el conocimiento quedaba guardado en las universidades. Fue una activa defensora del bosque nativo y apuntó con el dedo a las plantaciones forestales. Y se atrevió a dirigir la Conama, cuando las mujeres no tenían demasiado espacio en política y en medio de un fuego cruzado que la dejó herida para siempre. A punto de cumplir 82 años y con algunos problemas de salud, la botánica más influyente del país reitera su amor por la naturaleza, mientras sus cercanos relevan su legado. “Siempre hemos visto a Adriana como un regalo invaluable para el país”, dice Kris Tompkins. Pero, tal vez, no sea este su cumpleaños más feliz. “El mundo ambiental la tiene botada”, apunta su hija Leonora.
Adriana Hoffmann mira fijamente por una ventana. Sus ojos color miel reconocen fácilmente las firmes hojas de los árboles mientras hacen fotosíntesis. “Ese es un boldo”, dice. “El de más allá es un castaño, el de acá es un tilo y ese es un liquidámbar”. Luego deja en claro que tiene una preferencia. “Me gusta más el boldo, porque es nativo”.
La botánica más trascendente del país usa frases cortas y tiene silencios largos. Su mirada es la misma de siempre: fija la vista y, después de unos segundos, sonríe.
Adriana -que cumplirá 82 años el 29 de enero- dice que su cabeza está bien, que está leyendo harto, incluso en inglés. Pero se ve frágil. “La veo triste, cansada, en el olvido… Después de su gran labor en tantas áreas, hoy son pocos los que la recuerdan”, dice la fotógrafa y realizadora audiovisual Leonora Calderón, una de sus cuatro hijos.
El Covid no fue amable con ella y se contagió hace un año y medio, cuando las vacunas no estaban disponibles. Aunque no fue necesario hospitalizarla, el virus se hizo notar. “En dos años mi mamá se ha ido para abajo”, cuenta Leonora. “Estuve revisando algunas fotos de hace pocos años y se me partió el alma”.
Adriana no quiere hablar mucho del virus. Prefiere mirar los árboles por la ventana.
-Has dedicado tu vida a la naturaleza, ¿Qué has aprendido de ella?
-El amor. La naturaleza me ha dado amor.
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Desde siempre Adriana se sabe amante de la naturaleza y de la libertad, y en sus primeras fotos ya aparecía rodeada de flores y plantas. Le gustaba caminar hasta perderse, la mayoría de las veces sola. “Caminaba horas y me metía por distintos senderos. Subía, bajaba, me tiraba en los pastizales con hierbas. Me gustaba estudiar los bichos y pasaba horas observando paisajes”, cuenta en “Homeostasis”, el libro de Felipe Monsalve. “Cuando chica me maravillaba esa capacidad de tranquilidad y de protección que me entregaba la naturaleza, en especial los bosques. Imaginaba que ahí se guardaban secretos milenarios, y que solo algunos pocos tenían la capacidad de encontrarlos. Yo creo que, en eso de caminar largas horas por la naturaleza y de andar observando bichitos, inconscientemente tenía la intención de andar buscando los secretos escondidos de los bosques”.
La actriz Gabriela Hernández es su amiga desde los 10 años, cuando llegó al Liceo Manuel de Salas. Junto a Silvia Hernández eran un trío inseparable. “Adriana era un encanto. Era la más pequeña del curso, porque era un año menor, y después se convirtió en una mujer alta y guapísima”.
Gabriela recuerda los veranos en la casa de los Hoffmann en Lago Vichuquén. “Todos los días salíamos a recorrer, hacíamos herbolarios, nos metíamos al lago en un bote que se llamaba La Pichanga y nadábamos en el medio del lago. Nos subíamos a las carretas de bueyes que pasaban por la casa y llegábamos hasta donde fueran, y después nos devolvíamos cantando y recogiendo flores. Fue una niñez y una adolescencia preciosas”. En esos paseos Adriana demostraba osadía. “Si había que cruzar una quebraba, ella siempre iba adelante. Era una intrépida en la naturaleza, diría yo”, agrega la actriz.
Ese amor por el mundo natural es herencia de sus padres: el médico Franz Hoffmann y la siquiatra y guía espiritual Helena Jacoby, más conocida como Lola Hoffmann. “La Lola y mi abuelo Franz incentivaron en mi madre el amor a la naturaleza, a la investigación, a la seriedad con que siempre enfrentó todos sus desafíos. Ambos eran grandes científicos y amantes de la belleza natural de Chile”, cuenta Leonora.
Lola fue una maestra para su hija. Adriana recuerda que su madre leía libros sobre el planeta, la naturaleza, el deterioro de la calidad de vida y la emocionalidad de las personas, temas de los que, hasta ese momento -los años 60-, nadie hablaba en Chile. “Recién en esa época la gente, especialmente las mujeres, empezamos a preguntarnos por el destino de nuestras vidas y del planeta. Y también comenzamos a ver en el trabajo de mi mamá una referencia importante, metódica, científica. Y reflexionamos: cómo vamos a seguir en el estado en que estamos. Ahí mi mamá, junto a muchos jóvenes, entre ellos yo, iniciamos un movimiento de reflexión y acción, que luego pasaría a llamarse “La Casa de la Paz”, dice en “Homeostasis”. Adriana estuvo ahí hasta que sintió que lo institucional y los intereses personales carcomieron el espíritu reformador y colectivo con el que se creó el proyecto. “La especie humana es bien precaria, muy fácil de sucumbir a sus deseos más mezquinos”.
Adriana cursó un año de Agronomía en la Universidad de Chile, pero se salió porque los temas relacionados con la ganadería no le gustaron. Entonces estudió Botánica y siguió con Paisajismo. Pero la naturaleza no era su única pasión.
“Adriana es una especie que ya se agotó, que tiene que ver con el Renacimiento, con la multidisciplina. Sabía de literatura, de arte, era fanática de las cantatas de Bach”, cuenta el fotógrafo de flores, Felipe Orrego. “Eso tiene mucho que ver con sus padres, que sabían de todo. Entonces, lo que define a la Adriana, más que todo, es esa cosa multidimensional de su cabeza”.
“Estar con ella era vivir el conocimiento”, agrega.
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Lo que más la hacía feliz era salir de excursión.
“Adriana era una persona de terreno, ahí era impresionante. No solo metía los pies en la tierra, era de ponerse de rodillas en el suelo mirando cada cosita, cada hojita, cada especie vegetal”, dice el ecologista Juan Pablo Orrego, quien colaboró estrechamente con ella cuando dirigía la ONG Defensores del Bosque Chileno.
Desde comienzos de los 90, Adriana y el fotógrafo Felipe Orrego recorrieron Chile entero en auto buscado flores y plantas. “Era muy, muy vital en terreno. Llegábamos a lugares por sobre los 4 mil metros de altura y, si en una ladera por ahí, aparecía una manchita roja 600 metros más arriba, la Adriana partía y arañando los cerros llegaba hasta allá”.
Felipe Orrego explica que su compañera de viaje tenía una conexión potente con la naturaleza: “Si había una planta extremadamente escasa y difícil de ver, ella la encontraba sin ningún esfuerzo. Ella sentía las plantas”, dice. Para él, esos viajes fueron una aventura de descubrimiento permanente. “Viajar con ella era conocer una enorme cantidad de plantas nuevas. Era una aventura mágica”.
Parte importante de esos descubrimientos quedaron plasmados en los 12 libros que publicó sobre naturaleza e identificación de flora de distintas zonas del país. Adriana llevó la botánica a la gente en una época en que la ciencia no se comunicaba y quedaba en las universidades. Ella traspasó esa frontera: sus libros son pioneros y muchas generaciones aprendieron con ellos. “Los libros de Adriana Hoffmann siempre han sido libros de cabecera para mí, desde que estaba en pregrado estudiando Botánica y también mientras hacía mi magíster en Ecología”, cuenta Nélida Pohl, directora de comunicaciones del Instituto de Ecología y Biodiversidad. “Los usaba todos los días para identificar plantas, no había otros. Lo he usado durante toda mi vida”.
De vacaciones en La Araucanía, Nélida cuenta que por estos días ha estado revisando los libros de la flora de esa zona. “A lo largo de estos últimos 20 han aparecido muchas guías de campo, pero no cubren toda la flora de Chile. Entonces los libros que generó hace ya tanto tiempo Adriana Hoffmann siguen siendo importantes. Ella sigue siendo una pionera”.
Sus libros contaban con un atractivo adicional: los dibujos del destacado ilustrador de naturaleza Andrés Jullian, quien había colaborado en la revista científica “Expedición a Chile”, publicada en los 70. “Trabajar con Adriana fue una experiencia muy enriquecedora. Ella era muy llana a compartir sus conocimientos y me abrió todo un mundo en la parte botánica, a la que yo no había entrado”, dice Jullian, desde su casa en Las Cruces.
Pero no solo fue una adelantada con sus publicaciones. Juan Pablo Orrego destaca que ella tomó la opción de Adriana de no quedarse en la academia para involucrarse en el mundo de la sociedad civil. En esa línea, Adriana fue también pionera en la defensa del bosque nativo: “Fue muy valiente, porque al emprender esta defensa del bosque nativo destapó el conflicto gigantesco de las plantaciones”, dice el ecologista.
La periodista Malú Sierra -quien coescribió con Lola Hoffmann el libro “Sueños. Un camino al despertar”- fue su compañera de ruta en esa lucha y juntas crearon la ONG Defensores del Bosque Chileno. Malú recuerda que “nos íbamos a los bosques del sur en un jeep de ella que saltaba. Lo pasamos muy bien. Es muy inteligente la Adriana y aprendí muchísimo de ella”. Pero ese trabajo tenía un lado poco amable. “Lo peor era pelear con los dueños de las plantaciones. En ese tiempo que nosotras partimos sustituían los bosques por plantaciones y osaban llamarlos bosques. Esa guerra era atroz… Muy desagradable la gente de Arauco sobre todo”.
Orrego destaca ese legado de Adriana: “¿Quién no sabe hoy sobre la importancia del bosque nativo? El país los sigue destruyendo, pero ese es otro tema”.
Con el tiempo, los que apoyaban la ONG dejaron de hacerlo. Adriana no supo bien por qué se fueron quedando solas y los proyectos quedaron a mitad de camino. Para ella, fue un capítulo frustrante y triste.
Pero un día llegó un ofrecimiento improbable.
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Ricardo Lagos y Adriana Hoffmann habían participado en las reuniones que dieron origen a la Concertación, pero no se conocieron hasta 1998 cuando la ecóloga lanzó el monumental libro “La tragedia del bosque chileno”.
El 11 de marzo de 2000, Lagos asumió como Presidente y le pidió dirigir la Comisión Nacional de Medio Ambiente (Conama), entidad ambiental anterior al Ministerio de Medio Ambiente, creado recién en 2010.
-¿Usted está chiflado? Nada que ver yo ahí, le dijo Adriana a Lagos, ante el ofrecimiento.
La Conama no tenía ningún peso político para oponerse a la aprobación de iniciativas invasivas para la naturaleza y eran tiempos de un fuerte activismo ambiental contra proyectos como la central hidroeléctrica Ralco, en Alto Biobío, y los forestales Trillium, en Tierra del Fuego, y Cascada, en la Región de Los Lagos.
Felipe Orrego recuerda que el día antes de que asumiera en Conama la llamó por teléfono y le dijo: “‘Por favor, Adriana, di que no. No te metas en el gobierno’”. Y la respuesta de ella fue tan tierna: ‘Mira, si yo sé, pero Ricardo me lo pidió personalmente’. Ella se sintió emocionalmente ligada a ese proyecto, pero la pusieron ahí para quemarla”.
Lagos la convenció o Adriana se dejó convencer. Ella creyó que, desde ahí, podría colaborar para impulsar políticas ambientales, como la Ley de Bosque Nativo, que había ingresado al Congreso en abril de 1992 (y que se aprobó tras 16 años de tramitación, recién en 2008). Y entonces dio el sí.
-Fue la peor decisión que pude haber tomado en mi vida, dijo Adriana en “Homeostasis”.
En una entrevista a Tendencias, de La Tercera, hace cinco años, Adriana reflexionó: “Yo asumí porque sentí que tenía una responsabilidad, pero se me tiraron todos encima desde el principio, los empresarios, sobre todo. Yo trataba de buscar alianzas con ellos, pero era muy difícil. Y, por el otro lado, los ambientalistas me trataban de vendida. Fue tremendo. Lo pasé mal desde el primer día”. También recordó la tirante relación con Álvaro García, ministro secretario general de la Presidencia, y el maltrato del entonces diputado Guido Girardi: “Me hizo la vida imposible. Iba a mi oficina a fastidiarme. Terrible”.
En octubre de 2001, Adriana dejó el cargo. “Yo le dije que saliera de la Conama con una statement potente: ‘Esto no es ambiental, esto es pura política, plata y negocios, no se puede trabajar aquí’. Pero prefirió no hacerlo”, recuerda Juan Pablo Orrego.
Los 19 meses en el gobierno le pasaron la cuenta. “Después de la Conama, mi madre se enfermó y nunca se recuperó”, dice Leonora. “El mundo ambiental la tiene botada. A lo mejor quedaron decepcionados de que ella no hubiera utilizado su cargo para hacer cosas más drásticas”.
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“Este libro está dedicado a las araucarias y a los alerces; a los queules y a los pitaos; al belloto del norte y al belloto del sur; al ruil y al raulí; a los coigües, los lingues, los cipreses de las Guaitecas, los ulmos. A todos los maravillosos árboles de nuestro país y a todos los organismos que los acompañan en el bosque.
Pero en forma más amplia, está dedicado a toda la biodiversidad”.
Esta dedicatoria es el punto de partida de las 400 páginas del libro “La tragedia del bosque chileno”, un libro que da cuenta del estado de amenaza y degradación de los bosques y que contiene reflexiones y ensayos de intelectuales como el filósofo Gastón Soublette, el biólogo Humberto Maturana, la posterior Premio Nacional de Ciencias Mary Kalin o el académico de la Universidad Austral de Chile Antonio Lara. Este último dice que ese libro, con sus textos y sus impresionantes fotos, sirve como una línea de base para entender el estado de los bosques: “Permite medir en qué se mejoró, lo que está igual y en los nuevos problemas que han aparecido para los bosques, por ejemplo, la escala que han alcanzado los incendios, la muerte de bosque esclerófilo debido a la sequía asociada al cambio climático o los movimientos de tierra por la especulación inmobiliaria”.
“La tragedia del bosque chileno” fue una idea de su gran amigo Douglas Tompkins, a quien Adriana conoció Estados Unidos, incluso antes de que el empresario llegara a Chile con la idea de comprar tierras para hacer conservación. En los años 90, la gran cantidad de hectáreas que iba comprando Tompkins provocó desconfianza en algunas autoridades, sumado a que el empresario financiaba activismo ambiental. El gobierno de Eduardo Frei, que hostigó al movimiento ambiental, se empecinó en sacar al empresario norteamericano del país a cualquier costo.
“Con Adriana, nosotros le vimos el alma a ese hombre (Tompkins) y siempre supimos que lo que decía que quería hacer, que era regalarles parques a Chile, era verdad”, dice Juan Pablo Orrego. “Vimos que era una persona íntegra y Douglas nos entregó su amistad”.
El ecologista recuerda que a finales de los 90 viajaron en avioneta junto con Adriana y el fotógrafo Felipe Orrego al fundo Reñihué, en la Región de Los Lagos -el primer proyecto de conservación de los Tompkins- para afinar los detalles finales del libro “La tragedia del bosque chileno”. Justo el día que debían regresar a Santiago cayó una tormenta. “Imagínate lo que es quedarse pegados en la casa de Douglas y Kris en Reñihué. Una casa toda de madera reciclada, ubicada en el fiordo de Reñihué con el río corriendo al lado, con un bosque prístino en el otro lado y de fondo el Volcán Michimahuida. Todas las paredes cubiertas de libros de arte, de naturaleza, de esto y de lo otro”, dice Orrego. La lluvia los dejo ahí cinco días y ese episodio fue clave para conocer íntimamente a Douglas.
Doug y Adriana hablaban mucho sobre botánica, áreas protegidas y cómo restaurar de bosque nativo, un objetivo primordial para Tompkins en las tierras que compraba en la Patagonia, donde había bosques quemados o erosión producto de la ganadería.
“La visión común entre Adriana y Doug era la conservación y desde los inicios de su amistad, los unió la preocupación por el estado del bosque nativo en Chile”, cuenta Kris Tompkins, desde su casa en California, Estados Unidos. “En ese entonces, el mundo medioambiental era muy pequeño en Chile, prácticamente entrábamos todos en una casa. Doug admiraba mucho el activismo de Adriana, él solía decir que ‘el sentimiento sin acción era la ruina del alma’ y esa energía los movilizó a editar el libro ‘La tragedia del bosque chileno’, una obra lúcida y visionaria sobre la degradación de los bosques y la preocupante ausencia de políticas forestales que los protejan”.
La inesperada muerte de su amigo por un accidente de kayak en 2015 fue otro golpe duro. “Fue tremendo, tremendo”, dice Leonora. “Ellos eran realmente buenos amigos. Douglas la apoyó muchísimo en el tema de la defensa del bosque y su muerte le afectó muchísimo, estaba muy triste”.
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Una de las cosas que nunca pudo entender Adriana Hoffmann es que Chile no ha sido un país sensible a los temas medioambientales. A pesar de tener tanta riqueza natural, para ella no se nota un interés por proteger y conservar “los tesoros naturales” del país. “Falta educación ambiental a todo nivel. Los niños chicos son los que están mejor en ese plano, porque son como una esponja que va captando la profundidad de las cosas”, dijo en La Tercera.
Su cruzada le dio algunos réditos. A mediados de los 90, Adriana fue reconocida como una de las 25 líderes ambientalistas de la década por las Naciones Unidas. Muchos años después, en 2015, el Ministerio del Medio Ambiente creó la Academia de Formación Ambiental Adriana Hoffmann en su honor. Y una de sus últimas alegrías fue ver concretar uno de sus sueños: la inauguración del centro de educación ambiental en el Parque Natural Cantalao, ubicado en la precordillera de Peñalolén, con el apoyo de Fundación Cosmos.
Sobre su legado, Kris Tompkins dice: “Siempre hemos visto a Adriana como un regalo invaluable para el país por sus tempranas lecciones sobre la importancia del mundo natural, aquí en Chile y en todo el mundo”.
Mientras mira al boldo por la ventana, Adriana piensa y responde:
-¿En tu vida hiciste todo lo que quisiste hacer?
-Creo que sí.