El legado de las semillas tradicionales: las oportunidades y desafíos para la alimentación en Chile
Históricamente, diversos pueblos se han esforzado en conservar semillas tradicionales no solo como sustento diario, sino también por su relevancia social y cultural. Sin embargo, su sostenido reemplazo por semillas comerciales, los monocultivos y el sistema agroindustrial imperante han propiciado su acelerada pérdida en el mundo. Chile no es la excepción, por lo que diversas personas se han dedicado a rescatarlas y resguardarlas, en especial mujeres campesinas e indígenas. Por este motivo, muchos abogan por una serie de cambios, que podrían materializarse incluso en la futura Constitución, para asegurar la soberanía alimentaria en tiempos de crisis. Por Juan Manuel Rivera Uribe.
¿Cuántos colores de maíz has comido? ¿Cuántas formas de tomates reconocerías? Tal vez vienen a tu mente dos o tres imágenes. Sin embargo, la biodiversidad alimentaria del planeta, es decir, las variedades de vida a nivel genético, de especies y de ecosistemas que contribuyen a la agricultura y la alimentación, nos entrega un mundo muchísimo más diverso, el cual ofrece no solo exquisitos sabores, sino además la evolución, cultura e historia de la humanidad. Pese a ello, esta herencia peligra, pues el 75% de la diversidad genética de los cultivos se ha perdido en los últimos cien años en todo el mundo, según advierte la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
De hecho, el proceso anterior –conocido como erosión genética – ha adquirido una velocidad sin precedentes en el mundo. Algunas de sus causas, según un estudio publicado en la revista Agroecología de la Universidad de Murcia, son la implantación masiva de cultivares mejorados, la especialización y control de las multinacionales de los mercados de semillas, y la homogeneización de los agroecosistemas a través del monocultivo, que han reemplazado a los paisajes diversos.
En consecuencia, el modelo agrícola convencional ha propiciado la vulnerabilidad para una de las bases de la agrobiodiversidad y la vida en general: nos referimos a las semillas, y en particular, aquellas que son catalogadas como tradicionales.
Para hacerse una idea, en los últimos 40 años se ha perdido el 95% de las variedades nativas de trigo en Grecia. Mientras que en la Región de la Araucanía, donde se siembran un total de 190 variedades de semillas tradicionales, el 32% se encuentra en estado escaso y el 48% en riesgo de desaparecer.
Por ello, resulta apremiante poner en el centro del debate la contribución de este tipo de semillas en Chile, no solo por las urgencias derivadas de la crisis medioambiental, sino además por las oportunidades que ofrece el actual proceso constituyente.
De partida, una nueva Constitución posibilita la reevaluación de las garantías existentes para evitar que sigan desapareciendo recursos filogenéticos tradicionales. También podría sentar las bases para un nuevo paradigma de producción alimentaria, que ayude a mitigar la degradación de la naturaleza detonada por la agricultura intensiva que predomina en la actualidad. De esa manera, se abre una oportunidad para fomentar la conservación de la agrobiodiversidad y, con ello, el legado ancestral de pueblos indígenas y comunidades campesinas, que se han encargado de rescatar, reproducir y proteger uno de los elementos esenciales en esta senda. Nos referimos, precisamente, a las semillas tradicionales.
Resguardadoras de semillas
“De aquí se ve la famosa planta de Agrosuper”, dice la señora Hortensia Lemus (56 años), cuando miramos hacia el horizonte casi llegando a su casa, ubicada en Tatara Alto, comuna de Freirina, en la Región de Atacama. A unos cuantos kilómetros de lo que sería la planta faenadora de cerdos más grande de Sudamérica y el lugar donde se desarrolló uno de los principales conflictos socioambientales en 2012, se ubica el primer semillero comunitario funcional en Chile de las comunidades indígenas y campesinas, administrado por Hortensia.
El semillero alberga cerca de mil variedades de semillas tradicionales, conjugando decenas de colores, texturas y formas en un espacio que no es muy grande, pero sí muy importante para evitar que siga desapareciendo la biodiversidad de los campos, mesas y mercados.
La señora Hortensia es dirigente y preside la Asociación Indígena del Pueblo Diaguita por la Biodiversidad Alimentaria, Territorial y Patrimonial de la Provincia del Guasco. Viene de una familia criancera y agricultora, y hace aproximadamente unos 20 años comenzó, junto con su amigo Esteban Órdenes, la investigación y recuperación de semillas tradicionales en el valle del Huasco, trabajo realizado por mucho tiempo de forma silenciosa ante las amenazas que suponía la privatización de las semillas.
“La ley chilena [19.342] tiene un vacío legal que dice que, si tú eres un investigador y encuentras una semilla que no es notoriamente conocida, tú la llevas y supuestamente la mejoras, entonces, tienes el derecho a patentarla. Por eso cualquier extranjero, Bayer, Monsanto, Syngenta, cualquiera, puede venir y hacer eso. Y lo hacen. Entonces está ese vacío legal y nosotros bajo esa amenaza trabajamos hartos años, buscando en silencio (…) después teníamos mucha información, y qué dice la ley también, que si no es notoriamente conocida cualquiera la puede patentar”, comenta. Por eso Esteban publicó en 2015 el libro “Biodiversidad de la provincia de Huasco” en colaboración con diversos profesionales y comunidades indígenas y campesinas, para así fomentar el conocimiento y protección de estas variedades.
Dice que ella se dedica a lo que le apasiona, que el concepto de cuidadora de semillas no es el idóneo: “La semilla no hay mucho que cuidar, nosotros más que nada la protegemos, porque la semilla se cuida sola (…) lo que nosotros hacemos es ampararla, tenerla, mostrarla, hacerla visible”. Para Hortensia, las semillas tradicionales son un patrimonio de todos y de nadie, que deben volar a los campos, que no se saca nada coleccionándolas. En este sentido, destaca la necesidad de tomar conciencia sobre la soberanía alimentaria.
La soberanía alimentaria, concepto desarrollado por el movimiento Vía Campesina en 1996, aboga para que los pueblos, países o uniones de Estados, definan su política alimentaria y agraria, priorizando la agricultura y economía local sostenible como fuente de alimentación para la población. Además, busca impulsar una reforma agraria con el fin de democratizar el acceso a la tierra, el agua y las semillas libres, y promueve el derecho de los consumidores a decidir lo que quieren consumir y cómo/quién lo produce, entre otras políticas.
Para Hortensia, este concepto es mayor libertad, al “no depender de ir a comprar semillas a estas semilleras, sino hacer lo que se hacía antes, que el campesino sembraba y guardaba sus semillas y al otro año tenía”.
“Según la cosmovisión nuestra, la tierra, el agua y la semilla van juntas, es como la trinidad, no se pueden separar, pero el Estado chileno ha separado todo, entonces a ti te hace dependiente de todo, tienes que comprar pedazo de terreno, derechos de agua y más encima semillas, porque se ha encargado de disgregar todo lo que era nuestro patrimonio y hacernos dependientes”, asevera Hortensia.
Por ello espera que en la nueva Constitución “se le quiten las aguas a quienes se las han entregado a perpetuidad”, y que ésta vaya de la mano con los intereses de los territorios y sus ecosistemas. “Mientras no haya ese respeto, tenemos que seguir haciendo la lucha. Esto es lucha, es resistirse, con algo visible, que se note, que deje huella, no podemos dejarnos que todo pase y no hacer nada, tenemos que nosotros crear un cambio para que los demás puedan ver el cambio”, asegura.
Primer semillero de guarda en La Araucanía
Las semillas de porotos, quínoas y ajíes representan algunas de las más de 500 variedades rescatadas y mantenidas por Claudia Mellado Ñancupil (37 años), huertera Mapuche Lafkenche, apicultora y una de las gestoras del primer semillero de guarda del sur del país, ubicado en Nueva Imperial, Región de la Araucanía.
Dice que la agricultura ha sido algo intrínseco en su vida y que se internalizó en el resguardo de semillas tradicionales por la influencia de su abuela y las personas que fueron apareciendo en su camino. Otro motivo fue el afán de conocer la historia y memoria contenida en cada variedad. Afirma que le hizo mucho sentido la diferencia entre la semilla tradicional frente a las categorizadas como convencionales o comerciales.
Recalca la contribución milenaria que este legado alimenticio ha tenido con los pueblos y las personas en general. “La semilla tradicional tiene un potencial adaptativo, porque tiene memoria genética, ha estado toda su vida enfrentando cambios climáticos, va de la mano con la historia de la humanidad (…) no se muere fácilmente, viaja de un territorio a otro y lo va reconociendo, va despertando y se adapta”, detalla Claudia. Precisamente, por estas cualidades ha sido declarada patrimonio por diversos organismos internacionales.
“Lo otro que tiene es su capacidad nutricional que está completa, no alterada. Además, la semilla tradicional no te demanda tanta agua porque el monocultivo en sí, para poder vivir, necesita mucho de agroquímicos. La semilla comercial viene con un pack de agroquímicos para subsistir, que son los agrotóxicos, y esas cosas le exigen un mayor consumo de agua, y como consumen más agua, tienen más agua que valor nutricional”, agrega.
Otro aspecto de interés son los convenios sobre derechos de propiedad intelectual, como la Unión Internacional para la Protección de las Obtenciones Vegetales (UPOV). Si bien Chile suscribió al acta de 1978 (UPOV 78), la posible aprobación de la versión de 1991 (UPOV 91) ha generado debate, con distintos argumentos a favor y en contra.
Al referirse al patentado de recursos genéticos, la huertera argumenta que “hoy en día están todos con el tema del TPP 11 (Tratado Integral y Progresista de Asociación Transpacífico) y hablan de todo lo que se va a patentar. La realidad en Chile es que tiene ratificado el UPOV 78, que suena bonito, pero son los que patentan, y ese convenio y la misma ley no protege las semillas tradicionales (…) Si se aprobase el TPP o el UPOV 91, que es más nefasto todavía, cualquier empresario que tenga derecho de obtentor puede reclamar lo que reconozca como su propia variedad en los campos si la gente los está cultivando. Por eso es importante que la gente pueda diferenciar entre una variedad que tenga derecho de obtentor y una variedad que es libre, que en este caso sería la semilla tradicional, para que no caiga también en ese juego”.
La lógica de Claudia, al igual que la señora Hortensia, es que, al hablar de este tipo de semillas, se hace referencia a un concepto colectivo, “no puede ser que estén encerradas en bancos de germoplasma en el caso mundial. En el caso de Chile, encerradas en el INIA (Instituto de Investigaciones Agropecuarias). No puede ser que solamente sean asequibles para centros de investigaciones para generar estas variedades híbridas, comerciales, variedades con derechos de obtentor. No puede ser que sólo se vayan a la industria de alimentos, farmacéutica y cosmética”.
A pesar de la desaparición acelerada de variedades locales, como los porotos barbucho y cristal, reconoce que este tipo de semillas se revalorizan cada vez más, junto con la agricultura tradicional que han practicado las comunidades desde tiempos remotos. En este sentido, la pandemia ha fomentado el florecimiento de huertos y la creciente necesidad de reconectarse con la tierra. “La vinculación es una oportunidad de volver a acercarnos, que los niños puedan reconocer estas variedades para poder alimentarse”.
Confía en que ciertos constituyentes puedan proteger a “la verdadera agricultura, no la de cuello y corbata, sino la que es familiar, campesina, la que tiene el pueblo indígena, no la de las grandes ligas que lo único que hacen es explotar la tierra”. Además, “viendo la diversidad también debiese haber un artículo que haga una protección a los recursos filogenéticos que tienen los pueblos indígenas en Chile, para de ahí proteger sui generis, como se dice, a la semilla frente a todos los tipos de privatización que puedan llegar a haber”.
Las cosechas que podría traer la nueva Constitución
El 4 de julio de 2021 se instaló la Convención Constitucional y 155 ciudadanos/as asumieron la importante misión de redactar una nueva carta magna. Por el Distrito 5 (Región de Coquimbo) fue electa Ivanna Olivares (Pueblo Constituyente – Movimiento Territorial Constituyente), quien es presidenta de la Comunidad Diaguita Taucán, activista del Movimiento de Defensa por el acceso al Agua, la Tierra y la Protección del Medioambiente (MODATIMA) Choapa, y profesora de Historia. Para ella el resguardo de las semillas tradicionales es un acto que mantiene la ancestralidad y reproducción de las culturas que “en este momento resisten la hegemonía de la cultura capitalista, que ve a la semilla como una posibilidad de transacción económica para sostener un tipo de sistema agroalimentario industrial que desconecta a las comunidades de las formas de perpetuar sus saberes y las particularidades culturales vinculadas a sus geografías, sus territorios”.
En la construcción de un nuevo Chile, afirma que la agroindustria y las grandes casas de semillas tendrían que adoptar un papel más bien complementario o secundario al sistema de producción, el cual debiese ir en la línea de la soberanía alimentaria. Asimismo, esta lógica debiera aplicarse en el país para sostener la seguridad alimentaria, la cual hace referencia, según la Cumbre Mundial sobre la Alimentación (1996), a cuando las personas tienen en todo momento acceso físico, social y económico a alimentos suficientes, inocuos y nutritivos que satisfagan sus necesidades energéticas diarias y preferencias alimentarias para llevar una vida activa y sana.
En cuanto al UPOV 91 y TPP 11, precisa que a través de mesas representativas de la Convención aún no hay una proclamación clara frente a la arremetida de estos tratados, sin embargo, explicita su rechazo.
El derecho a la alimentación adecuada en Chile
Como una manera de poner en valor la producción tradicional, la protección del patrimonio alimentario y la semilla nativa, Ivanna argumenta que se debe consagrar y detallar muy bien el derecho a la alimentación adecuada en Chile, el cual está reconocido implícitamente en el país, pero no consagrado de forma explícita en la Constitución actual. De acuerdo con la FAO, comprende “la disponibilidad de alimentos en cantidad y calidad suficientes para satisfacer las necesidades alimentarias de los individuos, sin sustancias nocivas, y aceptables para una cultura determinada; [y] la accesibilidad de esos alimentos en formas que sean sostenibles y que no dificulten el goce de otros derechos humanos”.
Bajo la perspectiva de la constituyente, este derecho debiese tener una orientación hacia la soberanía alimentaria y sostenida en principios como la autodeterminación de los pueblos. “Esto lo hablamos en la Comisión de Derechos Humanos y en esta comisión levantamos la prioridad de declarar los derechos de la naturaleza (…) Por otro lado, en la Comisión de Reglamento, como propuesta, han declarado una comisión de medioambiente y derechos de la naturaleza y dentro de los temas que proponemos está la soberanía alimentaria y el derecho a la alimentación adecuada”, detalla Ivanna.
“Con tantos cambios políticos, económicos y climáticos, como lo estamos enfrentando hoy, no garantizar explícitamente la alimentación saludable, efectiva, inocua y sostenible a todas y todos, deja un mensaje claro que las desigualdades asociadas y reproducidas por la pobreza no son una prioridad”, sostiene en tanto Eve Crowley, representante de la FAO en Chile.
Los próximos desafíos alimentarios para Chile
Para Eve, las personas dedicadas al cuidado de semillas tradicionales, especialmente las mujeres campesinas, cumplen un rol trascendental para la seguridad y soberanía alimentaria de los pueblos y hacen efectivo el derecho a la alimentación adecuada.
Al hablar sobre los desafíos que Chile debe enfrentar en esta materia, la representante de la FAO se enfoca en tres. De partida se encuentra el cambio climático, como uno de los más importantes y de mayor impacto para los territorios y la productividad agrícola. El segundo consiste en el aumento de la demanda de los alimentos a nivel mundial por el crecimiento de la población, lo cual es un problema dado los recursos limitados y prácticas productivas intensivas no sostenibles. El tercero se refiere a la inseguridad alimentaria y malnutrición por exceso (obesidad o sobrepeso), realidad que aqueja a tres de cada cuatro personas mayores de 15 años .
“Para enfrentar esos desafíos, la agricultura tradicional, campesina e indígena, juega un rol fundamental, conserva un conocimiento cultural y ambiental apropiado para la producción de alimentos en base a técnicas que permiten restituir al entorno, buscando conservar la fertilidad de los suelos, la calidad del agua y la biodiversidad. Las personas y los ecosistemas, básicamente, han evolucionado juntos, entonces las prácticas culturales y los conocimientos autóctonos y tradicionales ofrecen, además, mucha experiencia que puede inspirar a pensar y a buscar soluciones innovadoras en el futuro, porque ellos son en gran parte los guardianes de la agrobiodiversidad”, explica.
Devenir agroecológico
Tomando en cuenta los problemas que suscita el actual modelo agroindustrial, la severidad de la crisis medioambiental y las demandas de la población, pensar e implementar alternativas de desarrollo alimentario y agrícola es prioritario. Dentro de las opciones, la agroecología ha tomado una creciente notoriedad en Latinoamérica.
La agroecología, según describe la FAO, es una disciplina científica, un conjunto de prácticas y un movimiento social que estudia cómo los diferentes componentes del agroecosistema interactúan. Además, busca la sostenibilidad agrícola para optimizar y estabilizar la producción; promueve la justicia social, nutre la identidad y la cultura, y refuerza la viabilidad económica de las zonas rurales.
Tomás Ibarra, ingeniero agrónomo e investigador del Centro UC de Desarrollo Local (CEDEL) y del Centro de Estudios Interculturales e Indígenas (CIIR), precisa que la agroecología tiene sus raíces en la remota agricultura tradicional campesina e indígena. También impacta en las vinculaciones locales y socioculturales de un territorio, pues las personas, insumos, ventas y todos los componentes de este movimiento están asociados a un conocimiento, y redes de reciprocidad y confianza local.
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Destaca que las semillas tradicionales son fundamentales para los sistemas agroecológicos porque “guardan historias culturales, pero a su vez, guardan genes que han sido a través de muchos años de generaciones seleccionados por la práctica agrícola, por la experimentación de agricultores y agricultoras, para estar localmente adaptadas a los climas, a los mercados, a las interacciones ecológicas y sociales que ocurren en los territorios”.
El investigador sostiene que la soberanía alimentaria es un “complemento absolutamente indispensable para desarrollar la agroecología”, apuntando al necesario fortalecimiento de los sistemas agroalimentarios que deben tener los territorios, en contraposición al actual énfasis agroexportador que tiene el país.
“Hoy día dependemos en algo así como 70% u 80% de la importación de lentejas desde Canadá, por ejemplo, y zonas lentejeras tradicionales de Chile se han ido perdiendo en la capacidad productiva. Se han ido perdiendo las variedades por dar mayor prioridad a un modelo agroexportador que, de alguna u otra forma, afecta a esta soberanía alimentaria local”, afirma.
Finalmente, enfatiza que “nosotros, seres humanos, niñas, niños, hombres, mujeres, somos naturaleza, y básicamente, como dice Donna Haraway, o devenimos con otras, con otros, con la naturaleza de la cual somos parte o no habrá futuro absolutamente para nadie, y yo creo que la ecología, la agroecología, tiene mucho que aportar en eso, en el cómo devenimos de forma colectiva; con la naturaleza y en cómo construimos un presente, un eterno presente y futuro que sea más justo, más sano, más ecológico”.
Este trabajo fue producido en marco del proyecto Cambio Climático y Nueva Constitución de FES Chile, Climate Tracker y ONG FIMA.