Paisaje de un verano azul
Son tiempos de profunda conexión con el paisaje. Paso los días y noches del verano, escuchando y observando el entorno en donde me encuentro. Como cada día, hay largos tiempos entregada a la escritura, y cada tanto, me detengo un momento, salgo a tomar aire fresco, esperando que los pensamientos florezcan mientras voy descubriendo qué hay de nuevo en el jardín de Camila, donde he venido a pasar un tiempo y a cuidar de su hogar. En el encuentro, pienso constantemente en las decisiones que han sobrevolado las elecciones de cada especie que Camila ha ido plantando, en la ubicación que les ha dado y en el tiempo que ha acompañado cada uno de los procesos. Observar y conectarse con lo esencial de la naturaleza, y a través de ella, ir captando cada gesto implícito en el fabuloso ciclo de la vida y también, el de la muerte.
Cambio mis lugares de contemplación según la hora del día. En la mañana, sentada cerca de la puerta que sale a la terraza, tomo algo de sol mientras bebo un agua que preparo con algunas de las hierbas que el jardín ofrece. El cedrón, mi favorito, algunas veces, mezclado con hojas de menta. Mucha melisa por la noche. Crecen por allí también una ruda, tomillo, romero, borraja, perejil, orégano y quizás otras que están aún por ser descubiertas. A excepción del cedrón, todas las demás se encuentran en la parte delantera de la casa, junto a unos rosales, un membrillo, un lúcumo, un limón, un laurel, todos árboles viejos que debieron de haber sido plantados por los primeros dueños, quienes construyeron los cimientos de este hogar. Agapantos de flor de un violeta pálido y un nuevo chirimoyo crecen un poco más allá. Una bugambilia se ubica en una esquina cerca del laurel, es de flor de un violeta profundo y con tronco firme. A su lado, una pequeña huerta desde donde he estado comiendo zanahorias y lechugas. Descubro el placer bonito en el acto de alimentarse del cultivo propio, cuidar de ellos y verlos crecer. Siento la profunda experiencia de la vida a través de un jardín, y creo que, en el labrar la tierra del huerto se va también labrando la tierra interior.
Por la tarde, con el sol tamizado, el paisaje se vuelve mucho más calmo y cálido. Cada dos días es el turno del riego, me preparo para una cita importante. Una hora antes de que se esconda el sol, voy una por una poniendo su alimento. El agua les sienta tan bien y como si se tratase de un momento sagrado, voy notando poco a poco sus pequeños cambios, si los hay. Es el momento de prestar atención, detenerme y ver si hay algo que debemos trabajar.
Hay unas nuevas plantas de zapallo que Camila grácilmente ubicó en un rincón amplio de la fachada trasera. Parecieran emerger de la misma casa y se han ido metiendo entre medio de la arquitectura de madera que separa los espacios. En su crecimiento, van dibujando una larga y orgánica línea que fluye libre y suelta por el suelo. Como si se tratase de una planta art noveau, los tallos despliegan unas especies de hilos verdes, muy delgados y encrespados, que le van permitiendo adherirse para continuar avanzando. Hojas verdes amplias y redondas nacen por doquier y entre ellas se asoman flores amarillas en forma de tulipa que alimentan abejas y embellecen el paisaje. A los zapallos, este jardín les encanta, y a mí, me encantan ellos.
Cerca del centro del terreno, se forma un triángulo con una alfombra de alyssum, pequeñas y numerosas florecitas de color blanco y rosado violeta con olor a miel que dan mucha alegría. Las acompañan algunas antirrhinum o “perritos”, nombre común que se les ha dado por la forma de sus flores. De color magenta, aportan al colorido a este rincón. También está ella, una especie poco común en este país, la bella feijoa. Un árbol de tonos grises pálidos, con hojas de color verde grisáceo y brillante a la luz del sol, perfectas y sencillas, elípticas y gruesas. Exótica, su floración debe ser un momento maravilloso de este jardín.
Los tomates de Camila me ocupan energía. Varias matas crecen afirmadas a los troncos de madera del muro que delimita el jardín. Sin orientación puse agua encima de sus hojas y fue demasiada. Sus hojas se resintieron y descubrí que son delicados, que se riegan solo en la raíz y que no necesitan mucha agua. Ya recuperados, su fruto maravilloso está listo para la cosecha por estos días. A su lado, algo de trigo, que me hace pensar en los simbolismos que repletan este jardín, y así vuelvo a Camila, una vez más. Hay tardes en las que me gusta sentarme alrededor del espacio destinado a la fogata. Siento el aire pasar por mi cara. Siento el sonido del movimiento de los árboles. Cierro los ojos queriendo sentir. Huelo, respiro profundo. Y pienso en la vida, y en mis recuerdos afectivos más vívidos.
Abrir los ojos y detenerse un largo rato en el estanque que hay muy cerca de allí. Depositar la mirada en el movimiento de sus pobladores. Camila puso dentro de él, dos papiros egipcios y tres flores de loto que flotan sobre el agua verde oscura. Cuatro pequeños peces y una colonia de pirigüines viven dentro. Los pájaros llegan cada tanto a alimentarse y también las mariposas blancas algunas veces pasan por aquí. Y como lograr describir en palabras el efecto sensible que las flores de loto ofrecen en el jardín. Planta sagrada en la India, China y el antiguo Egipto, cuanta simbología en estas pequeñas flores. No es mentira si dijo que me emocionan. Su flor de color rosa pálido que emerge elegante desde un centro amarillo cálido. Sus pétalos, que se abren y cierran al compás de la salida y la entrada del sol. Un tiempo calmo acompaña mi mirada, mi pensamiento, depositado sobre ellas y en su lentísimo ritmo de vida diaria. Pureza del cuerpo y del alma. Elevación espiritual. Sí que es posible sentirlo.
Al despertar, salto de la cama, cojo un abrigo, bajo las escaleras y abro esas ventanas que dan a este jardín desde donde escribo estas líneas. Y escribiendo pienso que quizás debería llamarlo un verano verde dentro del paisaje azul. Y también pienso que sí, que la vida es como un jardín. Un jardín que hay cuidar, en donde aprender acerca del dar y recibir. Un jardín que requiere compromiso. Un jardín donde es posible sanarse.
Gracias Camila.