El Conjunto residencial Belo Horizonte, compuesto de seis edificios ubicados a lo largo de la calle Galvarino Gallardo, desde Pedro de Valdivia hasta Ricardo Lyon, fue construido en los años 60 por el arquitecto Pedro Mira Fernández.

En esa época, los números hablaban de un crecimiento importante en la ciudad, alcanzando los casi 2 millones de habitantes. Comenzaba, entonces, a existir una conciencia de la idea del “Gran Santiago” y de su regulación para el desarrollo conjunto de los habitantes de la capital.

En este contexto, Mira dibujaba el proyecto de 100 departamentos con una clara expresión de arquitectura moderna. Esto, con una estructura de hormigón armado y un módulo de ventanas que definían los dos tamaños de departamentos existentes, acompañados por jardineras de mosaicos de colores. El patrón se repetiría en cinco de los edificios de forma idéntica, mientras que el primero, (ubicado en Pedro de Valdivia con Galvarino Gallardo), contaría con ascensor y balcones. Y así fue.

Desde entonces, el conjunto sigue intacto y aunque sea difícil de creer, está más vivo que nunca. Todo gracias a la comunidad que allí reside, ya que se ha organizado para llevar a cabo un mantenimiento y mejoramiento ejemplar del lugar.

Rodrigo Piwonka, arquitecto y parte del comité de administración integrado por Paula De Ferrari, Ángela Ibañez, Valeria Acevedo, Juan Pablo Ureta y Rodrigo Piwonka, parece convencido de que Belo Horizonte es un tesoro de los 60′. Dice que “pese a que en los planos se leían como viviendas económicas, en su inauguración y durante 15 años contaron con calefacción central por losa radiante, alimentada desde una gran caldera en el subterráneo del primer edificio, algo que probablemente era inusual para la época”.

Además “los interiores son de parquet de eucaliptus, las ventanas de acero y los edificios están emplazados de forma perpendicular a la calle, dando espacio a pequeñas plazas entre ellos, que otorgan un ritmo y escala a la calle y generan un aporte verde al sector”, explica. Algo que sin duda se agradece en la actualidad, en comunas urbanizadas como lo es Providencia.

Por todas estas razones Piwonka decidió juntar a algunos vecinos que quisieran conformar el comité de administración, que se ha enfocado en proponerle a los demás residentes varias ideas con el fin de sacarle el mayor partido a los edificios, a través de los sistemas de impulsión de agua, la manutención de jardines, la restauración de fachadas y la recuperación de un espacio que parecía estar completamente abandonado.

Se trata de la antigua sala de máquinas, donde antes estuvieron las calderas, un verdadero sucucho oscuro, sucio y desordenado. Se habilitó este espacio sin tener claro cuál sería su uso y se transformó, como por arte de magia, en un espacio para practicar clases de baile. “De hecho, este es el segundo semestre de un exitoso programa implementado por una de las vecinas, Amelia Ibáñez,  llamado temporada de baile”, cuenta Piwonka. Las clases funcionan semanalmente y asisten tanto vecinos del conjunto como personas externas.

Financiamiento inteligente

Explica Piwonka, que “como en cualquier edificio, conseguir los fondos para hacer las mejoras no ha sido fácil”. Aunque bien se las ingeniaron en Belo Horizonte para conseguir los recursos. “Después de una larga negociación con empresas de gas y varias reuniones con los vecinos, se acordó el cambio a gas natural, esto no sólo nos permitió contar con ciertos fondos para realizar las mejoras, sino que además se revisaron el 100% de las instalaciones de gas de todos los departamentos y redes comunes, lo que nos  dio mayor seguridad en edificios que tienen instalaciones de más de 50 años”. Por si fuera poco, con el acuerdo lograron también disponer de los dos espacios donde antes se emplazaban los balones de gas.

Uno de estos fue utilizado para guardar plantas pequeñas que serían plantadas en los jardines, pero como les quedó gustando la idea, esta es la segunda temporada que funciona como huerto vecinal. Algunos residentes aportan con plantas y el huerto es mantenido por los conserjes en conjunto con los vecinos interesados,  además tiene un compost que se alimenta de todas las hojas de las plazas.

“Se ha construido muy de a poco y genera un polo de interacción entre los vecinos que siempre tendrán alguna hierba fresca para sumar en su cocina. Más adelante se podría pensar en ese huerto como el vivero de las 5 plazas y construir lo que falta para un pequeño invernadero”, asegura.

Por otra parte, la sala de máquinas pretende convertirse en un espacio para eventos, reuniones o presentaciones que inviten a los vecinos a vivir la cultura, pero además a valorar el patrimonio. Sin duda, un ejemplo de comunidad que ha logrado concretar interesantes proyectos con miras hacia el futuro.

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