Es un hecho que los gobiernos y las industrias no han sabido anteponerse al cambio climático. Ante esta falta de acciones por el clima y, tomando en cuenta que, según estudios del Programa de Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos, en 2030 el 60% de la población se asentará en la ciudad, es esperanzador saber que han surgido iniciativas desde variadas urbes y comunidades alrededor del mundo que buscan palear los efectos de esta situación.

Una de estas prácticas son los que en Chile llamamos ecobarrios, que son territorios dentro de la ciudad diseñados para disminuir la huella ecológica y responder a necesidades sociales colectivas. Este tipo de espacios buscan generar comunidad, crear conciencia sobre la producción de alimentos, el cuidado del agua y abaratar costos en la alimentación familiar. En los ecobarrios, por ejemplo, se construyen huertos, puntos limpios, se generan espacios de intercambio y se organizan charlas ambientales y workshops.

©Florencia Sánchez
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Un ejemplo es un ecobarrio que está en la ciudad de Melbourne, Australia. Este espacio se llama Ceres y está ubicado a 6 km del centro de la ciudad. Actualmente cuenta con 4,5 hectáreas y fue creado en 1982 con la ayuda de cientos de voluntarios y el gobierno de Victoria (Estado al cual pertenece Melbourne). Este espacio se describe como un espacio natural con una comunidad diversa y vibrante que busca ser un lugar de encuentro y de educación ambiental. Además, ofrece la venta justa de alimentos mediante una producción sustentable.

©Florencia Sánchez
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El día en que visité Ceres me llamó mucho la atención que había mucha gente en el lugar. Era la mañana de un sábado y destacaban una feria de productos locales, charlas, gente trabajando la tierra y varias familias paseando y tomando desayuno en el café ubicado en el centro del terreno. Llegar a un lugar tan verde en medio de la ciudad sorprende, pero más aún con esa participación. De hecho, Ceres recibe a 500 mil visitas anualmente y está catalogado como el centro ambiental comunitario más visitado en Australia. 

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¿Qué ofrece?  

Uno de los espacios más populares de Ceres es el taller de bicicletas. Desde lejos llama la atención la torre de llantas y bicicletas viejas que pronto serán reutilizadas. Junto a la ayuda de dos voluntarios puedes armar una bici con cientos de piezas recicladas. Lo bueno es que es un trabajo en conjunto que intenta entregar los conocimientos básicos de cómo arreglar alguna futura falla.

©Florencia Sánchez
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Por otro lado, Ceres cuenta con una fuerte área educacional, razón por la que recibe diariamente cursos de niños. Pero no solo hay espacio para ellos, sino que cualquier persona puede acceder a cursos de diversas áreas como de permacultura, paisajismo, horticultura, creación de huertos, entre muchos otros. La oferta de actividades que existe en Ceres lo hace ser un lugar popular porque permite a cualquier visitante, pagando un precio razonable, aprender prácticas amigables con el medio ambiente.

El lugar funciona con energía renovable, conserva y recicla su agua y desechos.

Otra de las iniciativas más populares es el espacio de los huertos. Ceres dispone parte del terreno para que grupos de personas tengan un pedazo de tierra a su disponibilidad. A simple vista parece que no hay gran organización ni orden, pero es todo lo contrario; ellos facilitan también a un experto para orientar el trabajo de la tierra y el mantenimiento del huerto. Luego del acompañamiento inicial el grupo de personas se organiza y preocupa del resto. Se generan turnos para el riego y diversas tareas que necesite el espacio para que finalmente logren cosechar los alimentos que consumirán en sus casas.

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Este es un ejemplo de miles de proyectos alrededor del mundo, pero es un proyecto que por su antigüedad, el espacio geográfico envidiable donde se ubica, y la ayuda gubernamental que recibe, ha logrado sobresalir y se visto, de cierta manera, como un ejemplo de ecobarrios. Pero más allá de las diferencias, prima la esencia y objetivo de estos proyectos: el volver a armar tribu. Esa linda sensación de compartir con el vecino, darle valor al ser parte de una comunidad y entender  el proceso de los alimentos que luego comeremos.

Proyectos así son esperanzadores porque a pesar de que la vida en la ciudad carece de espacio y tiempo, hay comunidades que lo están logrando sin necesitar de muchos metros cuadrados y recursos económicos. Lo que prima son las ganas de mejorar la calidad de vida y de transmitir a las nuevas generaciones el cuidado por el medio ambiente.

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