Diego Peñaloza, una vida dedicada al cuidado animal: desde los rescates de circo a la fauna nativa
Desde pequeño, Diego Peñaloza sintió curiosidad por el mundo animal. Era fanático de las revistas del profesor Rossa, le encantaba observar la fauna en cerros de Machalí y, más grande, hizo un par rescates improvisados de aves. Siempre supo que tenía que dedicarse a ayudar a los animales. En el colegio empezó como voluntario en el Parque Safari, lo que mantuvo en paralelo con sus estudios de medicina veterinaria. Fue parte del rescate y cuidado de animales de circo, para luego dedicarse casi en su totalidad a la fauna nativa chilena. Hoy, dice que no se imagina su vida sin tratar de hacer algo para resaltar la importancia de los animales silvestres, aportando desde los diferentes frentes que pueda, desde la rehabilitación hasta la gestión. Lee aquí su entrevista completa.
Como buen niño nacido en los 90’, para Diego Peñaloza, la famosa revista “Los secretos del profesor Rossa” era un imprescindible. Su papá se la leía cuando él todavía no sabía hacerlo. Con ella, supo por primera vez curiosidades de animales que no vivían en Chile, como las jirafas y primates. Le alucinaban.
También recuerda bien lo que veía cuando visitaba los cerros de Machalí, en la Región de O’Higgins, donde siempre ha vivido. Se detenía a ver lagartijas, arañas o, ya en su casa, los “pololos”, que ahora no son tan comunes de ver en la ciudad. “Siempre me llamaron la atención desde la curiosidad. No les tenía fobia. Me gustaba mucho”, asegura.
No tuvo muchas mascotas. Pero sí guarda en su memoria que las pocas que tuvo, fueron curadas por veterinarios. Ya más grande, encontraba, rescataba y reinsertaba aves heridas. “Algo que ahora claramente está normado”, aclara. Pero su intención siempre fue generar algún tipo de aporte para su bienestar. “Quería ayudar en el conocimiento para esos animales que de pequeño conocí en libros y que cuando fui creciendo conocí en la realidad”, dice.
Lo logró. Desde 2007 trabaja en rehabilitación y conservación de fauna en el Parque Safari, siendo ahora director de la fundación Safari Conservation. Es vicepresidente del Colegio Médico Veterinario y miembro de la Asociación de Médicos Veterinarios de Fauna Silvestre. Investigador en terreno de la ONG Ranita de Darwin. Parte del departamento de Áreas Protegidas de la Corporación Nacional Forestal (Conaf). Además, ha sido asistente de diversos proyectos de conservación en terreno en Chile y académico de la Universidad Andrés Bello, U. de O’Higgins y U. Mayor.
Los animales del circo
Diego trabajó con animales desde antes de entrar a estudiar Medicina Veterinaria en la Universidad Andrés Bello. Ya en el colegio sabía que quería dedicar sus estudios a ellos. Pensó en ingresar a Zoología, pero tendría que viajar a Argentina porque la carrera no se impartía en Chile. Osciló por Biología Marina. Pero, finalmente, se dio cuenta de que podía ayudar en conservación siendo médico veterinario. Además, estudiar esa carrera le daba las facilidades para poder seguir trabajando en el Parque Safari, que en ese entonces era una granja educativa en la que él ayudaba desde los 17 años. Es decir, empezó a trabajar por la fauna cuando cursaba enseñanza media.
“Había un par de animales domésticos y uno que otro animal rescatado de circos que no tenían otro lugar para dejarlos. Esos los tenía el parque en custodia temporal (…). Decidí estudiar en una universidad pionera en conservación, iba complementando esos aprendizajes con los animales que llegaban al parque. Fue una línea de desarrollo, porque a medida que avanzaba en la universidad, el ‘Safari’ iba teniendo más desafíos y distintos animales. Por ejemplo, en mi primer año de U, llegaron dos jirafas y yo era de las únicas personas que estaban a cargo de su cuarentena, que era el tiempo para descartar cualquier enfermedad antes de que tuvieran un acercamiento al público”, explica.
—Los animales que llegaban en ese entonces, ¿eran todos rescatados del circo?
—Las jirafas eran de criadero. Pero había muchos de circo. Definitivamente los leones tenían historias muy malas, producto del maltrato que ocurría en ese momento en los circos. Ahora ya no existe ese funcionamiento itinerante de circos con animales grandes. Por ejemplo, les cortaban las garras de las manos y eso, muchas veces, por no decir la gran mayoría, se hacía sin un procedimiento médico. Lo hacían en algunos casos con un alicate cuando eran cachorros (…). También hay osos, que todavía están porque son animales longevos, que les quemaban las patitas para que bailaran con la música, entonces quedan con traumas.
— ¿Cuál era el cuidado clave para estos animales que ya venían con trauma?
— En este caso sería más etológico, que es de la conducta e incluye temas psicológicos. Los animales con trauma a nivel etológico tenían, por ejemplo, estereotipias, que son movimientos repetitivos cuando los animales se acostumbran a estar en un espacio pequeño y se mueven. Entonces, de acuerdo con el animal, los tipos de enriquecimiento ambiental que se hacían. En ese sentido, nosotros también nos fuimos capacitando en instancias con profesionales de otros zoológicos, para poder ir complementando el trabajo que hacíamos, ya que mucho era nuevo. Tuve la suerte de poder compartir con etólogos a nivel nacional como internacional (…), para mejorar la calidad de vida en los distintos espacios, porque una cosa es el tipo de espacio para estos animales, pero otra también es cómo se enriquece ese espacio. Que no sea aburrido para ellos.
En 2011, el Parque Safari recibió a la famosa elefanta Ramba, conocida como la última elefante de los circos de Chile. Se trataba de una elefanta asiática de 54 años, víctima de maltrato por parte del circo que la tuvo por más de 20 años. Diego fue uno de los encargados de su cuidado en el parque, aun estando en la universidad. “Es uno de los casos que más me marcó, especialmente por la envergadura y el nivel de alianzas que hubo que hacer para rescatarla”, explica Diego.
Ramba era dócil. Por las marcas en su cuerpo, lo más seguro es que estuvo amarrada de una pata durante su cautiverio. Además, tenía cicatrices de golpes punzantes, probablemente realizados por sus antiguos adiestradores para que el animal obedezca. Por otro lado, sus exámenes indicaban que claramente no era alimentada como debía serlo. Fue maltratada. Por ello, una alianza entre médicos veterinarios, agrupaciones animalistas y el Parque Safari logró construir un recinto para la elefanta en este último. Estuvo ahí dos años con cuidadores, hasta que fue trasladada a un santuario de elefantes en Brasil, donde vivió sus últimos años antes de fallecer.
—¿Qué relación tenías con Ramba?
—La recuerdo con mucho cariño porque cuando uno está recién estudiando es muy apegado a los libros y a la ciencia. Pero Ramba me ayudó a desarrollar la sensibilidad con estos animales bajo el cuidado humano, en el sentido de que teníamos que conectar con ella para que pudiera ser entrenada con estos refuerzos positivos. Los elefantes son animales súper inteligentes, entonces si uno no está identificando sus mensajes, cómo se comunican, seguramente puede estar haciendo algo mal y el elefante va a estar aprendiendo eso mal o también se va a aburrir y se va a ir. Uno no los puede obligar en el entrenamiento, tiene que ser algo voluntario. Era una elefanta que tenía una personalidad muy dócil. A pesar de todo, nunca manifestó señales de agresión, a lo más levantaba un poco la oreja cuando algo le molestaba. Y era muy inteligente, a sus 54 años, tenía muchas capacidades para poder aprender lo que le íbamos enseñando.
El paso a la rehabilitación de fauna nativa
Una tortuga ingresó al centro de Rehabilitación del Parque Safari. En su primera evaluación, todo estaba en orden. Nadaba bien, las radiografías se veían normales y había defecado. Al día siguiente, inesperadamente, falleció. Le hicieron necropsia. Vieron una lesión crónica por una tapa de jugo plástica que le perforó el estómago y el hígado.
“Seguramente tenía mayor movilidad en la piscina y eso desencadenó alguna falla sistémica. Eso me marcó a nivel personal, en el sentido de ser más conscientes de lo que consumimos (…)”, explica Diego. En ese tiempo, ya trabajaba como médico veterinario en el centro de rehabilitación del Parque Safari, que vio sus primeras luces en 2017. Ahí ya había empezado su camino con la fauna nativa.
En este sentido, su carrera profesional ha tenido una evolución similar a su vocación personal. Esto es, de ser un apasionado por todos los animales silvestres del mundo y trabajar con animales silvestres de zoológicos rescatados de circos y otras instancias, pasó de a poco a enfocarse prácticamente solo en fauna nativa.
“Hubo un momento en que nos juntamos con el directorio del Parque Safari y dijimos que bueno, ya habíamos hecho el rescate de animales de circo. Sin embargo, ya no había tanto circo con animales. Entonces, si bien la función era aportar en el bienestar de los animales que ya están, hay que ver cómo ayudar en el contexto actual”, explica.
En eso, notaron que había ciertos animales que traían con frecuencia al parque. Identificaron, sobre todo, aves, reptiles y mamíferos. Los derivaban al Servicio Agrícola Ganadero (SAG), institución que los llevaba al centro de rehabilitación más cercano, que en ese entonces era del Comité Pro Defensa de la Flora y la Fauna (CODEFF), en el Cajón del Maipo.
“Decíamos que esa distancia entre nosotros y el centro era bastante amplia y que debíamos tener un rol en el lugar que estábamos. Obtuvimos los documentos y formamos el Centro de Rehabilitación de Fauna Silvestre y, hasta la fecha ha sido un constante aumento de ingreso de pacientes y casuísticas. Eso es seguramente porque la gente conoce más sobre fauna nativa y está preocupada, pero también porque hay más amenazas hacia ella. Efectivamente ahora trabajamos casi en un 95% con animales nativos que requieren apoyo”, dice Diego.
Empezaron enfocándose en fauna terrestre, lo que norma el SAG con la Ley de Caza. Recibieron principalmente aves, como loros, por tráfico ilegal. Asimismo, aves rapaces por traumas o intoxicaciones, y mamíferos, por enfermedades infecciosas. Con el tiempo, decidieron abarcar más fauna e incluir especies marinas, lo que regula el Servicio Nacional de Pesca y Acuicultura (SERNAPESCA). Entonces, se hicieron las gestiones para un centro de rehabilitación de fauna marina.
“Si bien estamos a varios kilómetros de la costa, la casuística ha aumentado y hemos tenido varios casos de éxito. Principalmente ingresan pingüinos, lobos marinos y una cantidad no menor de tortugas. Estos ejemplares son los que creo que nos demuestran de forma más impactante lo que significa estar nosotros como humanos en la Tierra, porque dependemos de forma muy significativa del plástico. Más que eso, nos excedemos en el consumo. Ahora digo plástico, pero puede ser llevado a otros residuos del mar”, explica.
—¿Con qué otros animales que llegan quedan más en evidencia las amenazas a la fauna en general?
— Yo diría que hay múltiples amenazas, pero dentro de los animales que uno podría decir que son más emblemáticos desde el punto de vista de lo que está ocurriendo, yo diría: las tortugas marinas por el tema de contaminación; las aves rapaces producto de la planificación territorial, porque hay electrocutadas, víctimas de choques, disparos e intoxicación; en el caso de los mamíferos diría que la tenencia responsable, porque muchas llegan atacados por perros o por gatos. Los que llegan por gatos son más pequeños, por lo general marsupiales, como yacas, por ejemplo. O ya zorros atacados por perros, además de ser víctimas de atropellos.
—Ustedes tienen esta parte del centro de rehabilitación, pero también se ve la parte turística del safari. ¿Cómo se equilibra esta balanza?
—Es un poco también describir cómo es el origen de los zoológicos, que partieron como este show de las bestias en Francia, creo que del siglo 18. Era la gente que iba a ver animales en un cubículo para entretenerse y con el tiempo ha ido cambiando el paradigma. Uno de ellos es que el bienestar animal tiene que ser el pilar y eje de la conservación. Tanto en educación, entretención, investigación. Nos pasó que cuando nosotros partimos, era mucha entretención solamente, y ahí dijimos que teníamos que dar un paso más y ser agentes de educación. Con el tiempo eso puede aportar a la conservación. Por lo tanto, desde que comenzó el parque hasta ahora se ha dado una transición en donde no es tan solo ir a ver animales, sino que contar historias y que además estas historias sirvan para reflejar un poco lo que está pasando en nuestro territorio el día a día (…).
Vida y trabajo por la fauna
Una ranita de Darwin no supera los 30 milímetros. Habita solo en Chile, en el bosque templado austral del sur de Chile y Argentina. Su color es verde intenso e incluso café oscuro, lo que hace que junto a su forma similar a una hoja, pase inadvertida al ojo humano, si es que no se observa con detención. Además, está clasificada en Peligro de Extinción. Por ello, verla puede ser un momento inolvidable para muchos, en especial para Diego Peñaloza.
“En la universidad vi muchos estudios de esta especie, pero nunca la había visto en persona. Estaba apoyando en terreno a la ONG Ranita de Darwin y me topé con este pequeño que no había visto en persona. Era el animal de la foto. Pequeña y súper amenazada. Si la tortuga me hizo querer generar cambios a nivel individual y replicarlo, con la ranita dije que solo salvando animales no vamos a lograr cambios, sino que tenemos que preocuparnos de los ecosistemas. Porque la ranita de Darwin, por más que podamos tenerla en cautiverio, si su ambiente se deteriora, porque es de un ambiente muy reducido, se va a la extinción. Eso me llevó a generar conciencia del poder de gestión”, explica Diego, apuntando a que si bien existe una estrategia binacional de Chile y Argentina en la conservación de esta especie con claras directrices, todavía falta una mayor regulación en la destrucción del hábitat de esta especie.
—¿Cuáles dirías que son los principales desafíos para la rehabilitación de la fauna silvestre chilena?
—Uno, el tema económico porque no hay un financiamiento del Estado para realizar esta actividad. Por lo tanto, es muy heterogéneo el cómo se realiza la rehabilitación en las distintas partes del país, dependiendo de quién financia este tipo de actividades. Es uno de los mayores desafíos porque el conocimiento, las máquinas, implementos, tienen que ver con recursos. Y otro desafío también es la comunicación entre los centros. De hecho, estamos ahora generando una iniciativa entre alrededor de 18 centros de rehabilitación a lo largo de Chile para poder generar una asociación para tener una comunicación fluida respecto a cosas que están ocurriendo en los distintos territorios, y también así poder generar eh alguna mayor demanda a nivel estatal de una tarea que se hace de manera voluntaria en la mayoría de los casos.
—¿Qué es lo que más te cautiva en el rescate de la fauna silvestre?
—Yo creo que el llegar a tiempo y ver todos los esfuerzos que se dan en esta cadena de apoyo. Es donde más veo esperanza en nosotros como humanidad. Porque como hay personas que lamentablemente generan daño, ya sea directa o indirectamente a la fauna, también hay gente que está súper comprometida, partiendo por quienes trabajan en el centro de rehabilitación, por ejemplo, que a veces se queda hasta muy tarde esperando animales o si hay una emergencia. También personas que en los servicios públicos son muy comprometidas. Ya sea en el SAG o SERNAPESCA, acá a nivel regional hemos tenido muy buenas experiencias de trabajo en equipo. También hacen las gestiones para poder llegar a tiempo. Hemos tratado de generar esta instancia, sobre todo cuando los animales se reinsertan en su medio, que participen agrupaciones animalistas, ambientalistas, servicio público y que se vea que gracias al esfuerzo de todas ellas, ya sea desde el punto de vista de llevar el animal, tratarlo, o tan solo difundiendo lo que está ocurriendo, pueden aportar para esta tarea.
— A nivel personal, ¿Cuáles han sido los aprendizajes que tú has tenido de la fauna silvestre?
— Personalmente me gusta mucho la observación. De hecho, una de las cosas que más me llamaba la atención de los animales al principio, era que se movían mucho. Los comportamientos son muy azarosos en algunos casos, pero en otros siguen patrones que son muy lógicos para su supervivencia y, en ese sentido, lo que más me llama la atención es que, uno nunca termina de aprender de ellos. Uno puede trabajar siempre con una especie, pero no todos los individuos de esa especie van a ser iguales y el desafío es encontrar esa diferencia para también otorgarles un mejor cuidado del punto de vista de su recuperación. El desafío está en saber cuándo un animal tiene dolor y poder entenderlo. Yo lo veo como un lenguaje, que los animales están hablándonos todo el rato. No solo se habla con palabras, está el lenguaje corporal o los olores. Es como conversar con ellos de una manera que no es comparable.
—¿Eso se va aprendiendo más en la práctica?
—Sí, también siendo muy humilde. A mí me gusta mucho conocer las realidades de otras culturas. Del punto de vista de la cultura indígena, esa relación que ha existido con la naturaleza no es algo que es de la suerte nomás, sino que también va de la mano de la observación. Si uno va desde la humildad y no del saber todo acerca del animal, es como que los animales constantemente nos están enseñando cosas también que son aplicadas a la medicina después y a su recuperación. Esta coexistencia no es tan solo la ciencia, sino que también los territorios. Lo que está ocurriendo con el impacto de nosotros es un desafío interdisciplinario en realidad, porque tampoco la medicina veterinaria tiene la única solución.
—Estás involucrado siempre en muchos eventos y actividades relacionados con la fauna. ¿Qué crees que es eso que te apasiona tanto de los animales?
—Es un estilo de vida en realidad. Los animales me han entregado mucho desde tan solo el hecho de existir y poder apreciarlos hasta poder conocer otros lugares, personas y experiencias. Entonces siento que es como devolver un poco la mano. Si bien yo trabajo con ellos, también conviven con otros seres. Entonces siento que es una señal de agradecimiento a esos ecosistemas, porque nosotros como especie podemos estar vivos gracias a eso. La verdad no me imagino una vida sin que estuviera tratando de hacer algo por resaltar la importancia de estos animales. También en el camino me he ido encontrando con personas que están en las mismas ganas, pero en otros frentes. Eso es súper enriquecedor.
—¿Cuáles son tus próximos pasos?
— Idealmente poder aportar a la nueva institucionalidad ambiental que se viene, el Servicio de Biodiversidad y Áreas Protegidas desde, ya sea el frente de la fauna silvestre o de la gestión de áreas protegidas, para poder aportar en esta legislación ambiental nueva que se viene.