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Cuncunas espinosas a la vista: Los impactos de una especie que ha defoliado miles de hectáreas de lenga en Chile
En la Patagonia chilena, los bosques de lenga (Nothofagus pumilio) enfrentan una creciente amenaza: la polilla Ormiscodes amphimone, cuya población ha explotado a través de diversos brotes debido al cambio climático. Aunque esta especie es nativa, los frecuentes y masivos brotes de sus larvas, que defolian grandes áreas de bosque, están alterando gravemente el equilibrio del ecosistema. Las altas temperaturas han alterado su ciclo de vida, exacerbando el problema. Este fenómeno no solo compromete la regeneración de los bosques, sino que también su futuro en cuanto a mortalidad de árboles adultos. En esta nota te contamos todo lo que necesitas saber sobre esta problemática y sus posibles soluciones.
En los bosques milenarios de la Patagonia chilena se está desarrollando una batalla silenciosa, pero devastadora. En los territorios remotos y aislados de la Región de Aysén, los majestuosos bosques de Nothofagus pumilio, conocidos como bosques de lenga, están siendo sometidos a un asedio anómalo. Se trata de la explosión poblacional de la polilla Ormiscodes amphimone que, a pesar de ser nativa de la zona, ha desatado un fenómeno que amenaza la estabilidad de estos ecosistemas, así como su futuro.
«Es una polilla nativa, es un género que tiene muchas especies, bastante común y que, básicamente, puede vivir en cualquier parte que tenga población arbórea. En Patagonia no es raro encontrarla en los parques o donde sea. Desde más o menos Santiago hasta Coyhaique se puede encontrar», afirma Sergio Estay, académico de la Universidad Austral y del centro CAPES-UC, quien estudió los impactos de O. amphimone en dicho territorio.
«Tiene una larva que es bien llamativa, que tiene estos pelos urticantes. Mucha gente si la toca se va a enronchar, puede llegar a tener una reacción más o menos importante, nada muy grave. Lo que la caracteriza es que se alimenta de tejido vegetal, cualquier cosa verde. Puede llegar a comerse casi cualquier cosa si lo necesita. Si llegado el momento no hay comida, pero sí pasto, entonces se come el pasto. No tiene mayor problema. Como es una polilla, es nocturna. Probablemente mucha gente la haya visto, pero no la ha podido identificar», agrega.
Los primeros rastros de estos brotes comenzaron a visibilizarse a fines del siglo XX, cuando se reportaron pequeñas zonas afectadas por las larvas de O. amphimone en la zona, pero desde el año 2000, la situación ha alcanzado niveles que hoy son imposibles de ignorar. El último brote que se ha registrado, justamente durante este mes de enero, podría ser uno de los más importantes hasta ahora.
«Estábamos trabajando en un proyecto colaborativo para estudiar cambios en la estructura del bosque producto de estos brotes, usando tecnología LiDAR y drones multiespectrales junto a un equipo conjunto de nuestro LabGRS y el Lab. of Quantitative Forest Ecosystem Science del investigador Kim Calders de la Universidad de Gante de Bélgica y la Corporación Nacional Forestal (CONAF), en el sector sur del lago General Carrera, en El Furioso, lugar donde frecuentemente ataca esta cuncuna, cuando nos avisaron que estaba ocurriendo un brote en otro sector del Parque Nacional Patagonia, en Jeinimeni. Partimos a revisar la situación junto al equipo de CONAF Oficina Provincial Lago General Carrera y decidimos movilizar a nuestro equipo de terreno y los instrumentos a esa zona para registrar el brote que está pasando allí, que es tremendo. Haremos una investigación particular de este brote aprovechando la oportunidad de registrarlo en terreno», cuenta Roberto Chávez, PhD Geo-information science and remote sensing de la Universidad de Wageningen, Países Bajos, profesor adjunto del Instituto de Geografía de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, director del Laboratorio de Geo-información y Percepción Remota (LabGRS), e investigador del Instituto de Ecología & Biodiversidad.
«Toda nuestra investigación este verano la hemos hecho en el Parque Nacional Patagonia. Ahora, cuando supimos de este brote, pensamos que quizás no era tan grave, ya que estos lugares que son tan visitados suelen tener más registros, puesto que son más visibles y causan mucha impresión. Entonces, le pedí al equipo del Lab GRS PUCV que está trabajando en Valparaíso que hicieran un análisis con las últimas imágenes de la Agencia Europea Espacial, que son imágenes con una buena resolución y que aparecen cada cinco días. Con eso pudimos cuantificar el brote, y nos dimos cuenta de que era un brote mayor. El último análisis que hicimos el 19 de enero, había 714 hectáreas con brote, de las cuales 221 estaban con una defoliación total. Cuando estábamos en terreno, el 16 de enero, las imágenes que había en ese momento, que fueron las primeras que vimos, correspondían al 14 de enero, y el área afectada era de 548 hectáreas. Entonces, eso quiere decir que consumieron 33 hectáreas diarias estas cuncunas. Una velocidad de avance sorprendente», agrega.
En este sentido, cabe destacar que los bosques de Aysén no son los únicos que se han visto afectados por estos brotes, en la Región del Maule también se han realizado registros de este tipo, sin embargo, los casos en dicho territorio no son tan frecuentes, aunque en su momento la defoliación llevada a cabo por esta cuncuna tuvo también grandes impactos.
«Lo que pasó el año 2017 o 2019, no recuerdo bien en qué año fue, es que se produjo una explosión de estas cuncunas y se comieron más de 30.000 hectáreas de lenga. Lo que pasa es que en un árbol adulto no llega a ser un problema muy grave, porque se recupera y vuelve a tirar una segunda hoja, y esa segunda hoja parece que no, según algunos estudios que se han hecho, resulta tan agradable para esta cuncuna, por lo que no se la come. El problema son los árboles pequeños, que van surgiendo en el bosque, esos no sobreviven. Le comen todas las hojas y el árbol se muere, entonces no hay una renovación del bosque. Se van quedando los individuos más viejos, adultos, y eso puede causar problemas a la larga. Si no se produce una variación genética de los bosques, no se han mezclado entre sí diferentes especímenes, puede ser que el bosque termine desapareciendo», profundiza Antonio Cabrera, doctor en Ciencias de las Producciones Vegetales, miembro del Centro de Investigación y Estudios Avanzados del Maule (CIEAM), y académico de la Universidad Católica del Maule (UCM), quien estudia este insecto con el apoyo de CONAF.
Es así como, en la actualidad, miles de hectáreas de bosque de lenga han sido defoliadas, pero: ¿cómo es posible que una especie nativa como esta se haya transformado en un problema tan devastador? La respuesta está en el cambio climático. A medida que las temperaturas en la Región de Aysén se elevan, el ciclo de vida de O. amphimone se ve afectado positivamente. La polilla, que depende de las temperaturas cálidas para su desarrollo, ha experimentado una explosión poblacional, provocando estos brotes masivos que han llegado a defoliar grandes áreas de bosque. Este fenómeno no es aislado ni esporádico, por el contrario, parece ser solo el inicio de una tendencia preocupante. Las evidencias sugieren que, en las próximas décadas, el cambio climático podría potenciar aún más la actividad de esta polilla, exacerbando sus efectos sobre los ecosistemas de Nothofagus pumilio.
Consecuencias ecológicas de las defoliaciones
Entre los años 2000 y 2015, más de 164.000 hectáreas de bosques de Nothofagus pumilio fueron defoliadas debido a los brotes de O. amphimone, y se estima que el área afectada podría ser incluso mayor si se consideran zonas de difícil acceso. Los eventos más extensos han ocurrido en el valle del río Furioso, donde en 2015 alrededor de 25.000 hectáreas de bosques de lenga fueron completamente despojadas de sus hojas por las larvas de la polilla. Solo en el valle del Furioso 55.193 hectáreas fueron afectadas en 2019 y 62.344 en 2022 según un estudio reciente, constituyendo uno de los brotes de insectos más extensos registrados en Patagonia y en todo el cono sur.
«Lo que nosotros hemos estado investigando son distintos eventos de defoliación que han existido. Primero lo que hicimos fue reconstruir la historia de esto. Hemos registrado principalmente ahí en el sector del río Furioso, cerca de Mallín Grande, en la Región de Aysén. En ese sector nos dimos cuenta de que, a partir de los años 80 aproximadamente, ha habido varios eventos de defoliación masiva, pero a principios del siglo pasado y en el siglo 19, casi no hay evidencia de estos eventos», comenta Álvaro G. Gutiérrez, profesor asociado del departamento de Ciencias Ambientales y Recursos Naturales Renovables, de la facultad de Ciencia Agronómicas de la Universidad de Chile, e investigador principal del Instituto de Ecología & Biodiversidad.
«Detectamos que, por ejemplo, en 1880 hubo un brote masivo parecido y luego no hubo ninguno hasta el año 1967 aproximadamente. Ahí tenemos dos eventos, y después, desde el 83 hasta hoy, hemos detectado más de 10 eventos. Al parecer la ocurrencia de estos brotes está muy relacionada con el aumento de las temperaturas en la Región de Aysén. Hemos determinado que los años con los brotes más grandes, es decir, 2012, 2015 y 2019, están todos relacionados con temperaturas anómalas en la región. Incide entonces la temperatura y la cantidad de días que se acumulan con altas temperaturas durante el año», agrega.
De acuerdo con lo anterior, existen diversos modelos climáticos que plantean que las temperaturas en la Región de Aysén aumentarán entre 0,6°C y 0,8°C para el año 2045. Este aumento, aparentemente pequeño pero significativo, probablemente tendrá efectos importantes en el ciclo vital de O. amphimone, ya que esta especie, al ser ectotérmica, depende de las temperaturas cálidas para completar su ciclo de vida. Los inviernos más suaves y las primaveras más tempranas proporcionan las condiciones ideales para que las larvas de O. amphimone se desarrollen en mayor número y con mayor rapidez, lo que aumenta la frecuencia de los brotes y, por ende, el impacto de esta polilla en los bosques de lenga.
«La temperatura juega un rol fundamental en todo su ciclo de vida. Permite la supervivencia de los huevos. La emergencia de las larvas está muy relacionada con las condiciones del invierno que tuvieron que soportar. Del mismo modo, la actividad del insecto, o sea, cuando ya es cuncuna y después para producir la pupa y la polilla misma, también está relacionada con la temperatura. Cuando hay más temperatura en el fondo tienen mayor posibilidad de moverse y hacer más cosas», explica Gutiérrez.
«Como buen ectotermo, a medida que tienen más temperatura el ciclo tiende a ser más corto. Entonces, los ciclos tienden a ser más cortitos, pero siempre es uno al año en la zona central y en el sur. Una cosa que es importante para lo que está pasando hace más de 25 años, es que el invierno lo pasa como huevo. Ahí está la razón, según lo que nosotros sabemos y hemos visto, de por qué ahora se están produciendo estos brotes, porque los inviernos están siendo demasiado benignos. Tradicionalmente, lo que pasaba, es que los inviernos, sobre todo los más fríos, con nieve, mataban una proporción de los huevos más o menos alta, entonces, era difícil tener veranos con tantos individuos comiendo. Lo que está pasando hoy es que, al ser los inviernos menos fríos y húmedos, la sobrevivencia de los huevos es muy grande y eso está generando esta cantidad enorme de larvas en un momento dado», cuenta Estay por su parte.
En este contexto, las defoliaciones masivas provocadas por O. amphimone tienen una serie de repercusiones ecológicas graves. Si bien históricamente se ha considerado que los brotes de esta polilla no causan la muerte de los árboles adultos, las investigaciones recientes indican que las defoliaciones recurrentes pueden tener efectos considerables, no solo para los árboles jóvenes, sino que también para los adultos. Las defoliaciones prolongadas reducen el crecimiento radial de los árboles, lo que debilita su estructura y los hace más susceptibles a otras perturbaciones, como sequías, enfermedades y plagas adicionales.
También se ha demostrado que los árboles que sufren una defoliación recurrente experimentan una reducción en su capacidad fotosintética, lo que disminuye sus reservas de carbono y afecta su capacidad para resistir otros factores de estrés. De esta forma, si el crecimiento de los árboles se reduce durante varios años, especialmente bajo condiciones climáticas adversas, la probabilidad de que estos árboles sobrevivan a largo plazo disminuye significativamente.
«Cuando ocurren estas defoliaciones, el crecimiento del árbol disminuye mucho, o sea, se produce un daño muy evidente de bajo crecimiento del bosque. Eso quiere decir que al final todo el bosque disminuye en su productividad. Esto lo podemos ver en los anillos de crecimiento de los árboles y también usando sensores remotos, a través de imágenes satelitales. Estas disminuciones de crecimiento pueden generar un efecto en el ciclo de carbono, además como hay mayor consumo y descomposición de estos mismos insectos, también podrían influir en los niveles de carbono, pero eso no se ha estudiado, es una hipótesis», profundiza Gutiérrez.
«Otro efecto también que puede generar es la contaminación del agua. La descomposición de estos insectos cambia su composición. Nosotros hemos hecho algunos estudios y trabajos con las comunidades aledañas. Hemos determinado ahí que efectivamente durante esos días hay mayor contaminación. El agua tiende a ponerse más negra, entonces eso te indica que es algo que está sucediendo anómalamente en el ecosistema, lo cual también requiere de más estudios», agrega.
Además de la mortalidad directa, las defoliaciones recurrentes alteran la regeneración del bosque. La falta de hojas durante el período crítico de crecimiento impide que los árboles jóvenes reciban suficiente energía para desarrollarse. Es así como el crecimiento de nuevos individuos se ve comprometido, lo que podría alterar la estructura y composición del bosque en el futuro. En términos más amplios, este fenómeno puede dar lugar a cambios en las sucesiones vegetales, ya que las especies más resistentes a los brotes de O. amphimone podrían reemplazar a N. pumilio, transformando la composición de estos ecosistemas.
«En el peor escenario el bosque de lenga va a tender a desaparecer, no ahora, pero bueno, en 100-200 años puede suceder, porque se les agota la comida y se comen la regeneración. Vamos a publicar dentro de poco, que es capaz de matar árboles, que era una duda que teníamos. Se sabía que había problemas de estructura y biomasa, pero no que era capaz de matar. Es una mortalidad bien explosiva. Por lo mismo, en un escenario malo, podríamos tener un cambio en la estructura del bosque, e incluso un reemplazo de la forma, de la fisonomía del bosque», afirma Estay.
«Dentro de los problemas que ha habido también es que algunas personas han reportado que estos brotes han afectado su capacidad para recibir visitas. Mucha gente veía esto y se iba. Sabemos que eso pasó, tenemos una pequeña encuesta sobre eso. Fue bastante perjudicial para el ingreso de algunas personas. También afectan a las personas que tienen ganado, porque se acumulan en los cursos de agua, por lo que tuvieron problemas con las vacas, las que al tomar agua se urticaban y dejaban de comer, por lo que bajó la producción de leche», agrega.
Las sinergias del cambio climático y las perturbaciones bióticas
Uno de los aspectos más preocupantes de la interacción entre el cambio climático y los brotes de O. amphimone es la creación de sinergias destructivas. Por ejemplo, la combinación de brotes masivos de O. amphimone con condiciones de sequía ha demostrado ser letal para los árboles de Nothofagus pumilio. Esto es sumamente preocupante, sobre todo si tomamos en cuenta que, en los últimos años, la Región de Aysén ha experimentado un incremento en la frecuencia e intensidad de eventos climáticos extremos, tales como olas de calor y sequías prolongadas, lo que agrava la situación de los bosques.
Estos eventos climáticos, junto con la pérdida de hojas, provocan que los árboles tengan menos reservas de agua y menos capacidad para hacer frente al estrés hídrico. Como resultado, los árboles se vuelven más susceptibles a la desecación y, en consecuencia, a la muerte. Del mismo modo, la defoliación masiva aumenta la cantidad de biomasa seca, lo que no solo debilita los árboles, sino que también crea las condiciones perfectas para que los incendios forestales se propaguen rápidamente.
Además, el aumento de la mortalidad de los árboles debido a las defoliaciones recurrentes contribuye a la liberación de carbono almacenado en los bosques, lo que exacerba el cambio climático. Estos procesos crean un ciclo vicioso: el cambio climático favorece el aumento de las plagas, que debilitan los bosques, mientras que la pérdida de árboles adultos contribuye al calentamiento global, lo que a su vez agrava la situación. Frente a este panorama, se hace urgente la implementación de estrategias de conservación y manejo adaptativo para mitigar los impactos de O. amphimone sobre los bosques de Nothofagus pumilio.
«Nosotros nos hemos dado cuenta de que generalmente la densidad de los árboles del bosque está relacionada con los lugares donde hay mayor ataques de esta cuncuna. Entonces, debe haber una relación entre el manejo del bosque y la explosión de las cuncunas, pero hasta ahora no se ha hecho mayor investigación respecto a qué medidas de manejo podrían evitar o controlar estas explosiones, pero sí sabemos que tiene que ver con bosques que son menos sanos, que han sido reiteradamente explotados o sobreexplotados, donde han ocurrido históricamente incendios forestales y que después han quedado en un estado de degradación. Probablemente, si uno hace medidas de manejo que apunten a mejorar el estado sanitario de los bosques, a tratar de rejuvenecer los bosques de alguna manera, evitar las cortas selectivas o el mal manejo del bosque, podría ser una estrategia que disminuya el impacto o las explosiones de este insecto», comenta Gutiérrez.
«Estamos ahora mismo ejecutando un proyecto, que está financiado por el Fondo de Investigación del bosque nativo de CONAF, en el que estamos poniendo unas trampas para capturar las polillas, para evitar que pongan huevos. Son de feromonas, de confusión sexual, pero no hay una feromona específica para este tipo de especie, entonces estamos probando», explica Cabrera por su parte.
En relación a otras formas de controlar estas explosiones de cuncunas, aún se están investigando diversas alternativas, como es el caso de, por ejemplo, controladores biológicos. Existen propuestas que sugieren la presencia de parasitoides como los principales depredadores naturales de las larvas y los huevos de estas especies. Algunas teorías plantean que dichos parasitoides podrían haberse extinguido en algún momento, lo que explicaría el descontrol de la población de estos insectos; sin embargo, estas son meras suposiciones, ya que no existen suficientes pruebas que respalden esta hipótesis.
«Si bien no hay antecedentes sobre un manejo integrado de esta especie, existen estudios que documentan la existencia de varios enemigos naturales que atacan distintos estadios de vida de la cuncuna y que podrían ser efectivos en reducir la severidad y/o frecuencia de los ataques. Entre los enemigos naturales se destacan los parasitoides de huevo (pequeñas avispas de los géneros Horismenus y Paridris) y los parasitoides larvales (avispas del género Apanteles e Hyposotery una especie de nemátodo). También se han registrado importantes niveles de depredación durante el período pupal, pero no se han identificado a los posibles depredadores. Si las cuncunas están afectando alguna planta especifica que se desea defender se las puede remover golpeando las ramas, ya que con el movimiento repentino de las hojas se dejan caer, y luego habría que eliminarlas en el suelo. También se puede pulverizar soluciones de agua con ajo o pimienta de cayena sobre las plantas afectadas para disminuir el ataque», ahonda Cabrera.