Comunidades forestales defienden una de las murallas verdes que aún sobreviven en el Valle de México
Una treintena de ejidatarios, junto con sus hijos y hasta nietos, donan su tiempo de fin de semana para hacer lo que llaman faena, un trabajo para el beneficio de la comunidad y el bosque. Este día su labor es podar árboles. “Los podamos para que crezcan más derechos, más rápido y para que el tronco engruese”, explica Gregorio Martínez Sandoval, ejidatario y jefe de la brigada de vigilancia del bosque comunitario de San Juan Totolapan, en el municipio de Tepetlaoxtoc de Hidalgo, en el Estado de México. El ejido San Juan Totolapan tiene 99 ejidatarios y 746 hectáreas de bosque en el que sobresalen los pinos (Pinus sylvestri) y los oyameles (Abies religiosa). Aquí, aún es posible encontrar especies como el gato montés (Felis silvestris). Hace 20 años, la comunidad realiza manejo forestal. Para ello cuenta con un programa de aprovechamiento, que le permite producir madera en forma sostenible y que está autorizado por la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat). A hora y media de la Ciudad de México, comunidades de los municipios de Texcoco y Tepetlaoxtoc, en el Estado de México, han hecho del manejo forestal una herramienta para tener sustento y conservar sus bosques. Este reportaje del periodista Andrea Vega para Mongabay Latam relata la experiencia conmovedora de estas comunidades y sus tradiciones y actividades en torno al cuidado de un bien preciado: el bosque, su ecosistemas y la biodiversidad que alberga.
Es sábado, casi medio día, y en el bosque del ejido de San Juan Totolapan no se escucha el canto de las aves. Por lo menos, no en este momento. Lo que ahora se oye es el ruido de las motosierras, el golpe de los machetes al clavarse sobre las ramas de árboles y los gritos de la gente. Contrario a lo que podría pensarse, esos sonidos no son sinónimo de tala ilegal.
Aquí nadie está destruyendo la zona forestal. Todo lo contrario.
Una treintena de ejidatarios, junto con sus hijos y hasta nietos, donan su tiempo de fin de semana para hacer lo que llaman faena, un trabajo para el beneficio de la comunidad y el bosque. Este día su labor es podar árboles.
“Los podamos para que crezcan más derechos, más rápido y para que el tronco engruese”, explica Gregorio Martínez Sandoval, ejidatario y jefe de la brigada de vigilancia del bosque comunitario de San Juan Totolapan, en el municipio de Tepetlaoxtoc de Hidalgo, en el Estado de México.
En esta comunidad, a hora y media de la Ciudad de México, los ejidatarios se organizan en brigadas para hacer los trabajos para mantener su bosque saludable: podas, chaponeos (retirar la hierba) y apertura de brechas cortafuego. También hacen rondines de vigilancia para evitar la tala clandestina.
Cada fin de semana, un grupo de 30 personas sube al monte para hacer las labores. Los cuatro asesores técnicos contratados por el ejido indican en qué área del bosque se trabajará.
Mantener esta área forestal de 746 hectáreas, así como los otros bosques que aún se encuentran en esta región cercana al área metropolitana, es una acción que se debe reconocer, explica Aurelio Bastida, profesor de la Universidad Autónoma de Chapingo y especialista en sistemas silvícolas y producción forestal.
“En un lugar cercano a una zona tan antropizada (transformada por el hombre), como el área metropolitana, todo lo que se pueda hacer para conservar los bosques, los lugares donde se capta agua y donde se hace un manejo forestal que permite tener árboles jóvenes, que son los que más captación de carbono hacen, es muy importante, no solo para estas comunidades”, sostiene Bastida.
Inversión en la comunidad, gracias al bosque
El ejido San Juan Totolapan tiene 99 ejidatarios y 746 hectáreas de bosque en el que sobresalen los pinos (Pinus sylvestri) y los oyameles (Abies religiosa). Aquí, aún es posible encontrar especies como el gato montés (felis silvestris).
Hace 20 años, la comunidad realiza manejo forestal. Para ello cuenta con un programa de aprovechamiento, que le permite producir madera en forma sostenible y que está autorizado por la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat).
En ese programa se establece cuánta madera se puede extraer al año y en qué zonas, de acuerdo con el seguimiento que realiza el técnico forestal. Además, en el área donde se hace el aprovechamiento maderable, también se contemplan trabajos de regeneración del arbolado.
“Ahorita se acaba de terminar el programa de una década y estamos en los estudios técnicos para el (programa) que sigue”, explica Víctor López, presidente del comisariado ejidal.
Los recursos que se obtienen por la venta de la madera se reparten entre los ejidatarios, pero también se ocupan para comprar los materiales necesarios para el cuidado del bosque y realizar inversiones en la comunidad.
“Se han pavimentado calles, se mejoró la primaria, se construyó el salón ejidal; si hay un difunto, de ahí sale para apoyar con el sepelio y lo mismo para alguna urgencia que tenga algún ejidatario”, dice Javier González Chávez, uno de los cuatro asesores técnicos en manejo forestal que tiene contratados este ejido.
López, el presidente del comisariado ejidal, explica que el manejo forestal también implica el cuidado el bosque: “Reforestamos donde haga falta, aunque solo se siembra planta en caso necesario, porque se prefiere que el bosque se regenere solo, que caigan las semillas y nazcan los nuevos árboles”.
Para eso también se hace lo que llaman “acordonamiento de residuos”: una vez que se talan los árboles autorizados por Semarnat en una zona, se limpian con rastrillos todos los residuos, se levantan y se deja limpio el espacio para que las semillas, que producen los árboles de los alrededores, encuentren el suelo en buenas condiciones.
Para las comunidades no es fácil realizar manejo forestal. El especialista en bosques y profesor de la Universidad de Chapingo, J. Carmen Ayala Sosa, destaca que además de todos los permisos y la burocracia que enfrentan, también deben lidiar con quienes no conocen sobre cómo se realiza el aprovechamiento forestal: “La gente de fuera (de la comunidad) los anda denunciando porque creen que se están acabando el bosque. No saben que tienen autorización para aprovecharlo”.
El esfuerzo de los ejidatarios de San Juan Totolapan ha dado frutos: su bosque comunitario luce frondoso y cuidado. Aquí, a diferencia de otras comunidades vecinas que hacen manejo forestal, no se tienen actividades de ecoturismo.
Proveedor de hongos y plantas medicinales
“Hasta ahí ya”, grita el asesor técnico González Chávez, para indicar hasta donde se deben podar los árboles. Mañana domingo se hará la poda en otra zona del bosque.
Metros más abajo, cinco ejidatarias preparan la comida. Prenden el fogón. Sobre el comal caen las cebollas, los chiles, los nopales y la carne. A un lado van poniendo las tortillas.
“Nosotras no subimos a hacer faena porque sí es pesado, pero le pagamos a alguien para que haga por nosotras el trabajo que nos toca y, por supuesto, participamos en las asambleas, vamos, nos enteramos de qué hace falta para que esté bien nuestro bosque y participamos en las decisiones de qué se va a hacer”, explica la ejidataria María López García.
El asesor técnico Javier González dirá después que ella es de las más participativas y aguerridas en las asambleas. “Ella opina y cuestiona. Ya le han pedido que sea presidenta del comisariado, pero dice que no, porque hay mucho machismo todavía, pero yo creo que pronto se anima”.
Las encargadas de preparar la comida comentan sobre los beneficios que les da su bosque comunitario. Además, del oxígeno, el agua y la madera, de la zona forestal obtienen alimentos y plantas medicinales.
En época de lluvia, entre junio y julio, la gente, sube al monte (al bosque) a recolectar hongos comestibles. Hay quienes los venden en Texcoco; otros los utilizan para hacer trueque: “Los cambian por queso, carne o lo que haga falta”, dice María López.
El bosque también es como una farmacia para los ejidatarios; ahí encuentran las plantas medicinales que utilizan para aliviar la tos, los dolores de cabeza o de estómago.
“Aquí nosotros tenemos gordolobo (Verbascum thapsus), hierba u hoja de aire (Kalanchoe pinnata), la jarilla (Larrea cuneifolia). Nuestros antepasados conocían y usaban muchas plantas más. También por eso es importante cuidar estos lugares, porque nos aportan estas plantitas para curarnos”, explica la ejidataria Guadalupe Martínez.
El bosque —dice la ejidataria María Esteban— es como el agua: “Nos da vida. Nos da muchas cosas. Mientras lo cuidemos, vamos a tener oxígeno y todos sus beneficios, si dejamos de hacerlo, vamos a terminar en la nada”.
Tributo a los duendes
“Abra los brazos con las palmas hacia atrás para que el viento se lleve todo lo malo”, recomienda uno de los ejidatarios en el mirador del Parque Recreativo El Cedral, del ejido San Pablo Ixayoc, en el municipio de Texcoco, en el Estado de México, a unos 45 minutos de San Juan Totolapan.
Los 125 ejidatarios de esta comunidad conservan 896 hectáreas de bosque en donde es posible encontrar encino (Quercus rugosa), oyamel (Abies religiosa) y pino (Pinus sylvestri). En 42 de esas hectáreas crearon un parque ecoturístico. Para este ejido, este proyecto es una alternativa económica, además del aprovechamiento de la madera.
De varios árboles de El Cedral cuelga heno, planta que crece en sitios húmedos, tanto en regiones templadas como tropicales. Esas tiras grisáceas brindan un aire misterioso a este lugar, lo hacen ser un escenario ideal para escuchar las leyendas sobre los seres fantásticos que, dicen, se encuentran en este bosque.
Los pobladores cuentan que entre estos árboles habitan duendes, también conocidos como chaneques. Por eso, dicen, les colocan aguardiente y comida, ofrendas que son un tributo para agradecer que les permitan tomar el agua de su manantial.
Si algún visitante del parque se atreve a llevarse alguno de los jarritos de barro que hay en la ofrenda —advierten los pobladores—, los duendes lo acosaran todas las noches.
Al igual que en San Juan Totolapan, los ejidatarios de San Pablo Ixayoc hacen aprovechamiento forestal con un programa de manejo autorizado por la Semarnat. “La extracción (de madera) se hace por polígonos y por metros cúbicos autorizados. Después se deja que las áreas se recuperen, si es posible de forma natural, sino se reforesta. Acabamos de reforestar con 9 500 plantas de pino”, explica Armando Hidalgo, presidente del comisariado ejidal de esta comunidad.
Unión de ejidos forestales
San Pablo Ixayoc, Santa Catarina del Monte, Santa María Nativitas, Tequexquináhuac, San Dieguito Xochimanga y San Miguel Tlaixpan integran la unión de ejidos cuyos terrenos forman parte del macizo forestal del volcán Monte Tláloc. En esta montaña se ubica el centro ceremonial prehispánico más alto de Mesoamérica (4 120 metros sobre el nivel del mar), alineado al sur con los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl y al este con La Malinche y el Pico de Orizaba.
Cada mes las autoridades ejidales de toda la unión se reúnen para evaluar los trabajos que se han hecho en sus bosques y lo que se necesita para mantenerlos. Se habla sobre la vigilancia, el control del turismo, los incendios, y la tala ilegal.
Regular el turismo es importante, señalan, porque no todos los visitantes tienen conciencia de que el bosque se debe cuidar. “Llegan con sus cuatrimotos y quieren pasar por todos lados, porque dicen que el bosque es de todos. Pero no es así. El bosque tiene dueño, aunque es un ecosistema que le aporta beneficios a todos”, explica J. Carmen Ayala Sosa, profesor de la Universidad de Chapingo.
“Aquí en San Pablo cuidamos mucho nuestro bosque. Ahorita estamos metiendo mangueras para regar, porque la sequía nos estaba afectando, se estaba generando plaga, hicimos trabajos de saneamiento”, explica Hidalgo, el presidente del comisariado ejidal de esta comunidad.
Álvaro Monsalvo Espejel, asesor técnico del ejido, dice que en el bosque había alrededor de tres o cuatro hectáreas afectadas con la plaga del descortezador, un pequeño escarabajo que hace surcos en el tejido del árbol e impide que le lleguen el agua y los nutrientes.
Además de las plagas, los incendios son otro problema que enfrentan los bosques.
Por eso en la zona forestal del ejido San Pablo Ixayoc, como medida de prevención, se realizan brechas de unos cinco metros de ancho. En caso de que se presente un incendio, estas franjas evitan que el fuego se propague y permiten que sea más fácil sofocarlo.
“Se van a hacer 400 metros de brecha cortafuego y se van a podar los árboles colindantes para evitar que, en un caso de siniestro, el fuego suba alto”, explica Artemio Pineda, ejidatario y suplente del comisariado ejidal.
Pineda recuerda que hace cuatro años se presentó un incendio en una comunidad vecina: “Aquí lo logramos parar, gracias a los trabajos que se hacen en el bosque. De hecho, les ayudamos a sofocar el fuego a esa comunidad (Catarina) y al particular que se les estaba quemando sus terrenos”.
Los trabajos que realizan las comunidades por sus bosques son muchos y arduos.
“A veces la gente no lo entiende, cree que estamos talando sin autorización, pero no, todo lo tenemos reglamentado. También se hace saneamiento del bosque, por las plagas. Nosotros no cortamos así como así, aprovechamos el bosque, sí, pero lo cuidamos, y no solo por nosotros, esto es para todos, para los muchachos que vienen, para el medio ambiente”, dice el ejidatario Andrés Espejel.
Para que los más jóvenes aprendan a cuidar el bosque, en San Juan Totolapan, los ejidatarios llevan a sus hijos y nietos a las faenas en el monte. Este sábado, a ellos también se les mira participando en la poda de los árboles.
Los más jóvenes realizan el trabajo casi como un juego: cuando una rama está muy alta, brincan para alcanzarla, la jalan para bajarla y otro se encarga de cortarla. Se retan para ver quién salta más alto. Están aprendiendo que el bosque es trabajo, unión, convivencia y vida.
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