En los meses más calientes de 2024, un año en el que México y el mundo alcanzaron temperaturas récord, Yanine Quiroz empezó a sentir una fatiga y una angustia que le impedía trabajar por el día. “Sentí mucho miedo de ver esa escasez de agua y cómo toda mi familia y mis amigos estábamos sufriendo”, cuenta esta periodista de 33 años de Ecatepec, uno de los municipios que más padece la sequía del Estado de México, aledaño a la capital, donde el año pasado se temió por la llegada del inminente “día cero”, en el que se acabaran las reservas de agua potable.

Diversos estudios han confirmado que la exposición prolongada al calor afecta a la salud física y mental, aumenta el riesgo de agotamiento, insolación, trastornos del estado de ánimo, ansiedad e incluso provoca pensamientos suicidas. En el caso de Quiroz, a las preocupaciones relacionadas con el clima se sumó un episodio de ansiedad aguda que ya padecía, y comenzó a tener ataques de pánico, que le llevaron a solicitar un permiso por incapacidad en su trabajo. También buscó ayuda profesional que le ha ayudado a hablar más abiertamente sobre su salud mental.

Quiroz cree que estaba sufriendo lo que se ha denominado ecoansiedad, un estado de agitación, inquietud o zozobra del ánimo frente a la crisis climática. Aunque todavía no se reconoce formalmente como una afección médica, este concepto, popularizado por la Asociación Americana de Psicología (APA) en 2017 en su informe Salud mental y nuestro clima cambiante, se refiere a la angustia y el malestar emocional que una persona experimenta debido a la preocupación por el estado del medioambiente y los desastres climáticos.

Personas de la comunidad de Aguas Blancas, en el estado mexicano de Guerrero, bañándose en un río en noviembre de 2023 después de que sus casas fueran destruidas por el huracán Otis. Créditos: Luis E Salgado / ZUMA Press Wire / Alamy
Personas de la comunidad de Aguas Blancas, en el estado mexicano de Guerrero, bañándose en un río en noviembre de 2023 después de que sus casas fueran destruidas por el huracán Otis. Créditos: Luis E Salgado / ZUMA Press Wire / Alamy

Es una sensación que, según se ha observado, afecta principalmente a las nuevas generaciones y a quienes trabajan en temas ambientales. Un estudio de 2021 publicado en la revista médica The Lancet arrojó que más de la mitad de sus diez mil encuestados, todos jóvenes de entre 16 y 25 años y de diez países diferentes, experimentaron emociones negativas como ansiedad e impotencia ante el cambio climático.

Con desastres más potentes y frecuentes, y un clima más errático que amenaza con sequías, inundaciones y olas de calor a las comunidades, es urgente que los profesionales de la salud comprendan el impacto del cambio climático en la salud mental, explica la doctora Ana Laura Torlaschi, asesora de la Organización Panamericana de Salud (OPS) para proyectos sobre salud y cambio climático. “Puedes tener un profundo conocimiento sobre enfermedades, pero si no reconoces que una persona está expuesta a factores ambientales que la afectan, no podrás ofrecer la ayuda adecuada”, afirma.

La salud mental en los desastres climáticos

Estudios han demostrado que las personas que viven un desastre natural de primera mano están expuestas a sufrir impactos agudos en su salud mental. Ese fue el caso de Diana Ruiz, de 35 años, y su madre, que no alcanzaron a prepararse para la llegada del huracán Otis en 2023, la peor tormenta en golpear el Pacífico mexicano en más de tres décadas, que arrasó con el balneario turístico de Acapulco.  

Otis solo tardó doce horas en pasar de tormenta tropical a un huracán categoría cinco, la mayor posible, algo inédito. Ante el rápido fortalecimiento del ciclón, madre e hija no alcanzaron a evacuar, y no les quedó más remedio que encerrarse en el baño de su casa en Acapulco con su gato a la espera de que pasara.

“Fue un shock. Estábamos asustadas. Intentamos dormir, pero había un ruido muy extraño del viento”, recuerda Diana. Por la mañana, ilesas, pudieron hacer recuento de daños: su casa estaba muy dañada y habían perdido el local en el que vendían accesorios y ropa. En las siguientes semanas, el reto fue conseguir comida y evitar que los ladrones entraran a su casa, ya que los robos se hicieron frecuentes tras la tormenta. “Mi mamá se aguantaba muchas cosas, dolor. No lloramos”, recuerda la hija. “Tiempo después, te empiezan a caer las cosas y te das cuenta de cómo pasaron”.

Costera tras el paso del huracán Otis en Acapulco. Créditos: Gio Antonio
Costera tras el paso del huracán Otis en Acapulco. Créditos: Gio Antonio (Imagen referencial)

Tras ese huracán, psicólogos de Médicos Sin Fronteras (MSF) y del Estado de Guerrero llegaron para atender la salud mental de las personas en Acapulco y Coyuca de Benítez, dos de los municipios más afectados. “Llegamos dentro de lo que se considera la fase inmediata posterior al desastre”, explica Berzaida López, encargada de la intervención en salud mental de MSF tras Otis. Según explica, en esa etapa prevalece la sensación de incredulidad, y los afectados sienten como si estuvieran viviendo una pesadilla.

“El estrés está muy elevado en esos primeros días. Las personas hablan de dificultad para dormir, de tener sobresaltos o estar en constante vigilancia”, dice López. “Si venía un viento fuerte que provocaba ruidos que se asocian con el huracán, la gente volvía a experimentar el trauma”, agrega. Estos flashbacks, revivir el huracán, son señales de estrés agudo.

La importancia que se le da a la salud mental y el hecho de que existan profesionales que atiendan a las personas en desastres es relativamente nuevo. En 2011, después del terremoto de Sendai, Japón, que dejó más de 18.000 muertos y problemas agudos de salud mental a los supervivientes, se creó el Marco de Sendai para la reducción del Riesgo de la ONU, que recomienda mejorar los planes de recuperación y ofrecer apoyo psicosocial a los afectados.

Aunque es emergente, especialmente en América Latina, la evidencia de que estos eventos pueden aumentar los riesgos de depresión, ansiedad, trastorno de estrés postraumático, abuso de sustancias y comportamiento suicida resalta su importancia. La organización de Médicos sin Fronteras, por ejemplo, lleva desde la década de 1990 implementando intervenciones de salud mental como parte de su labor de emergencia.

A más de dos años de Otis, la salud mental todavía es un reto para Diana y su mamá. Ella tiene secuelas por el dengue que sufrió tras Otis, una enfermedad que se disparó tras el desastre, que también infligió un golpe a la economía local y que llevó a Diana a trasladarse a la Ciudad de México.

Ciudad de México. Créditos: Multimedios DS
Ciudad de México. Créditos: Multimedios DS (Imagen referencial)

Más allá del desastre: el dolor de perder el paisaje

La ecoansiedad también le afectó a Regeane Oliveira Suares, una joven indígena terena que dejó su comunidad en Nioaque, en el estado brasileño de Mato Grosso do Sul hace más de cinco años para estudiar medicina en la capital del estado Campo Grande. Para muchos de los pueblos indígenas latinoamericanos, cuyas tradiciones, culturas y medios de vida suelen basarse en una estrecha relación con su entorno, la ecoansiedad también puede ser una respuesta a un paisaje y un clima cambiantes.

“Salí de un pequeño municipio donde todos se conocían y la rutina era diferente. Cuando comencé a vivir en la ciudad, mi salud mental sufrió mucho. Empecé a desarrollar depresión y ansiedad”, recuerda. En su aldea, todo le daba sensación de libertad. Podía caminar o montar en bicicleta sin peligro. Pero si dejar su comunidad fue un reto, describe que también lo fue volver a Nioaque y ver que la tierra y el paisaje habían cambiado. “Noté cambios drásticos en los cultivos, la falta de lluvias empobreció el suelo y el fuerte sol acabó con la mayor parte de lo que se sembraba para comer o vender”. El río cada vez estaba más seco y muchas veces incluso desviado, generando un paisaje que describe como “triste”.

Rio Miranda en Nioaque. Créditos: Vanderlei Bissiato
Rio Miranda en Nioaque. Créditos: Vanderlei Bissiato (Imagen referencial)

Tanto Mato Grosso como su vecino del sur, Mato Grosso do Sul, se encuentran entre los estados agrícolas más importantes de Brasil por sus productos como cereales, caña de azúcar, ganado y soja. Sin embargo, en las últimas décadas, esta posición también ha llevado a los estados a situarse entre los diez primeros estados líderes en deforestación ―en parte ilegal―, lo que ha provocado cambios en el paisaje y otros impactos en los ecosistemas. En los últimos años, algunas zonas de estos estados y los rendimientos de algunos cultivos también han sufrido los efectos de condiciones meteorológicas extremas, como las sequías provocadas por el fenómeno de La Niña.

Al desarraigo, a Oliveira se le sumó lo que el filósofo Glenn Albrecht bautizó en 2005 como solastalgia, “un dolor que se experimenta cuando se reconoce que el lugar en el que se reside y se ama está sometido a un asalto”. Es una especie de duelo por la pérdida del lugar conocido y un fenómeno que varios estudios, incluida la investigación de Albrecht, han tratado de explorar más a fondo.

Pienso que mis hijos tal vez no verán de qué fui parte, en dónde crecí. Esto me deprime aún más, porque, poco a poco, vi que ese lugar se estaba desmoronando ante nuestros ojos”, comenta.

En 2021, Oliveira participó en una investigación de la Escuela de Medicina de la Universidad Estatal de Mato Grosso do Sul (UEMS), donde ella misma estudia, liderada por el profesor Antonio Grande que buscaba explorar las acciones que se necesitan para mejorar la salud mental de los indígenas en relación con el cambio climático. “Estos pueblos están perdiendo su perspectiva de vida, la esperanza, así que, para ellos, todo lo que sucede tiene un significado más profundo”, asegura Grande en una videollamada. “En este punto, todo tiene que ver con el cambio climático. Las tierras han sido devastadas y ellos ya no se pueden comunicar con la naturaleza. Incluso algunos hablan de que ya no la pueden escuchar”. 

Estudios y organizaciones internacionales, incluidas la ONU y la Organización Panamericana de la Salud, han puesto de relieve el aumento de los problemas de salud mental en las comunidades indígenas de todo el mundo, a menudo relacionados con la expropiación de tierras y los cambios medioambientales.

Campo deforestado para plantación de soja en Querência, estado de Mato Grosso, Brasil. Mato Grosso y Mato Grosso do Sul se encuentran entre los diez estados brasileños con mayor deforestación. Créditos: Flávia Milhorance / Dialogue Earth
Campo deforestado para plantación de soja en Querência, estado de Mato Grosso, Brasil. Mato Grosso y Mato Grosso do Sul se encuentran entre los diez estados brasileños con mayor deforestación. Créditos: Flávia Milhorance / Dialogue Earth

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