No importa si hablamos de barrios de China, Italia o Chile. Faltan dedos para enumerar las veces en que hemos visto cómo camiones y grupo de trabajadores con overoles rocían desinfectantes a mansalva, tanto en calles, veredas, plazas y parques. El temor a contagiarse con COVID-19 es tanto que, incluso, casi dos kilómetros de playa fueron rociadas con cloro diluido en España.

Lejos de ser una medida útil, que pareciera más bien apuntar hacia una sensación de seguridad, este tipo de prácticas revisten numerosos riesgos no solo para la salud humana, sino también para los vapuleados ecosistemas. Por ello, distintas entidades internacionales y científicos han alertado sobre los potenciales impactos del uso excesivo, inadecuado y al aire libre de los desinfectantes. Esta práctica no solo tiene poca o nula efectividad en superficies de espacios abiertos, sino que, además, aumenta la acumulación y distribución de estas sustancias en el medioambiente. De esa manera, podría acarrear más consecuencias negativas que beneficios en un escenario donde las buenas decisiones son fundamentales para enfrentar de la mejor manera esta pandemia.

Sanitización (referencial) ©Rafael Urdaneta Rojas | Pixabay
Sanitización (referencial) ©Rafael Urdaneta Rojas | Pixabay

“Los desinfectantes nos han salvado la vida, pero es muy diferente usarlos de manera masiva. Uno podría decir que depende de la dosis, del cuerpo receptor, entre otras cosas, pero es importante aplicar el principio precautorio. Cuando uno ocupa estos desinfectantes en mucho menor volumen, como lo hacemos diariamente en nuestras casas, ya puede generar ciertos problemas. Imagina lo que podría provocar al rociarlo en lugares al aire libre, como lo hicieron en España donde rociaron hipoclorito de sodio en una playa, lo que sin duda es garrafal”, advierte el ecotoxicólogo Ignacio Rodríguez, director ejecutivo del Centro de Humedales Río Cruces, y presidente de la Sociedad de Toxicología Ambiental y Química (SETAC) en Latinoamérica.

En ese sentido, los expertos señalan que sólo se justifica el uso selectivo de estos desinfectantes en áreas específicas que sí pueden convertirse en reservorios de virus, como los pasamanos, manillas, transporte público, entre otros espacios en recintos cerrados.

El académico de la Universidad de Concepción y director del Centro Eula, Ricardo Barra, coincide: “Los desinfectantes en primer lugar deben ser utilizados siguiendo las recomendaciones de la autoridad sanitaria y de los fabricantes. Recientemente, viendo las aplicaciones masivas de estos productos, la OMS claramente recomendó su utilización solo en áreas esenciales, indicando que la aplicación en áreas públicas (parques, plazas, calles) era muy poco eficiente, porque lo que se requiere antes de desinfectar es limpiar muy bien las superficies, y eso no ocurre necesariamente en dichos espacios”.

Vereda ©Horacio Lozada | Pixabay
Referencial ©Horacio Lozada | Pixabay

En efecto, a mediados de mayo la Organización Mundial de la Salud desaconsejó rociar o fumigar espacios exteriores, como calles o mercados, ya que el desinfectante es inactivado por la suciedad y los escombros, y no es factible limpiar y remover manualmente toda la materia orgánica de esos espacios.

“Incluso en ausencia de materia orgánica, es poco probable que la pulverización química [spray] cubra adecuadamente todas las superficies durante el tiempo de contacto requerido para inactivar los patógenos. Además, las calles y aceras no se consideran reservorios de infección para COVID-19. Adicionalmente, rociar desinfectantes, incluso en exteriores, puede ser perjudicial para la salud humana”, señaló el organismo internacional en un documento.

También se han sumado advertencias desde China, donde algunos científicos han señalado en algunos medios que las superficies al aire libre, como carreteras, plazas y el césped no deben rociarse con desinfectantes ya que contaminan estos sitios, como recoge un artículo de la revista Science. En ese sentido, las medidas más efectivas siguen siendo el distanciamiento social, la cuarentena en casa, y el lavado frecuente de manos.

A pesar de estos llamados, estas prácticas continúan, disminuyendo de paso la disponibilidad de estos productos para su uso en superficies bajo techo, como hospitales y hogares, donde sí son efectivos y cruciales para la desinfección.

En cuanto a la arista ambiental, uno de los mayores riesgos radica en que toda sustancia aplicada, ya sea a nivel domiciliario, al aire libre y de forma masiva, será arrastrada inevitablemente por el agua, arribando tarde o temprano a ecosistemas como ríos, humedales, entre otros.

©Squirrel Photos | Pixabay
©Squirrel Photos | Pixabay

Rodríguez explica que “todo lo que apliquemos en las superficies va a llegar a los cuerpos de agua, porque el agua los transporta. La contaminación química se mueve en conjunto con el ciclo del agua, llueve, cae de nuevo, se arrastra por la lluvia, etc. Y eso es para todo, desde el aceite que cae de nuestros autos, o el hollín del smog que se deposita en los techos. Por eso hay que ser más cuidadosos y aplicar el principio precautorio”.

Recordemos que elementos como el amonio cuaternario y el cloro son biocidas, es decir, eliminan, contrarrestan, neutralizan, o impiden la acción de diversos tipos de microorganismos considerados nocivos para el ser humano.

Sin embargo, su uso indiscriminado y poco selectivo también afecta a otros microorganismos beneficiosos que cumplen roles fundamentales en la naturaleza.

Cabe destacar que no disponemos en Chile de información acabada que nos permita conocer con rigurosidad las concentraciones de desinfectantes que está recibiendo el ambiente tras las jornadas de sanitización, así como los impactos que podría provocar en las distintas especies y ecosistemas.

Por este motivo, los potenciales riesgos que revisten para el medioambiente cobran especial relevancia en el actual contexto de crisis socioambiental global, la cual está estrechamente vinculada con la pandemia del coronavirus.

“Muchos de estos productos se transforman en el medio ambiente en sustancias altamente peligrosas para los organismos acuáticos y las especies que allí viven. En el corazón de esta pandemia está la relación que como especie humana hemos establecido con la naturaleza en las últimas décadas. En aquellos lugares donde se ha utilizado en forma masiva estos compuestos que usted menciona la recomendación desde la ciencia es realizar los estudios del impacto de la utilización de estos compuestos sobre los cuerpos de agua, durante y después de la pandemia”.

Sanitización ©Municipalidad de Santiago
©Municipalidad de Santiago

Pero ¿qué nos dice la evidencia disponible sobre la utilización de estos desinfectantes?

Un caudal de riesgos

En general, existe abundante literatura científica sobre los efectos negativos del amonio cuaternario y cloro utilizados en volúmenes pequeños, ya sea para la desinfección domiciliaria y hospitalaria. Así también, hay información relevante a nivel internacional sobre los efectos que pueden desencadenar en ecosistemas naturales, previa a esta pandemia que ha sacudido al mundo entero.

Por un lado, los compuestos de amonio cuaternario son utilizados como ingredientes en variados productos, que van desde los suavizantes de telas, desinfectantes, detergentes, entre otros destinados al cuidado personal e higiene. Si bien pueden ser degradados en condiciones aeróbicas, estas raramente ocurren cuando se aplican de manera masiva al aire libre, ya que su absorción en el sistema natural supera su proceso de degradación. Para hacerse una idea, la vida media de algunos amonios en cuerpos de agua, es decir, la degradación de la mitad del producto aplicado, depende de las condiciones aeróbicas y puede variar entre uno a 18 días.

Es aquí cuando se erige un riesgo que enfrentamos a escala global como es la resistencia a los antimicrobianos, la cual se produce cuando los microorganismos, sean bacterias, virus, hongos o parásitos, adquieren la capacidad de fortalecerse y resistir los fármacos. Esto ocurre por el uso inadecuado y excesivo de medicamentos y también biocidas como los desinfectantes, lo que pone en peligro el tratamiento futuro de múltiples enfermedades.

“Este es un tema muy relevante, se estima que para 2050 la resistencia a antibióticos será una de las grandes causas de mortalidad para la especie humana. Sin duda un uso indiscriminado genera efectos no deseados como lo es la aparición de resistencia de bacterias presentes en el ambiente, esto ya ha sido demostrado en la literatura científica a nivel internacional. En Chile, ya existen estudios que demuestran por ejemplo el rol de las plantas de tratamiento de agua servidas como fuente de tener resistentes a antibióticos”, detalla Barra.

Representación coronavirus ©Pete Linforth | Pixabay
Representación coronavirus ©Pete Linforth | Pixabay

En efecto, el uso prolongado de amonio cuaternario se ha asociado con la generación de resistencia antibiótica, como señala un estudio que analizó las concentraciones de este elemento en los suelos debido a la actividad agrícola.

Precisamente, la aplicación de estas sustancias también aumentaría el riesgo de contaminación de productos agrícolas destinados al consumo humano, ya sea por su menor degradación en plantas de tratamiento o por el arrastre directo desde caminos, o a través de canales de regadíos cercanos a dichos caminos. El amonio cuaternario también puede llegar concentrado en biosólidos provenientes de plantas de tratamiento cuando estos son usados para fertilizar campos.

Asimismo, se ha observado que el uso masivo de amonio cuaternario disminuye la efectividad de las plantas de tratamiento para depurar el agua, debido al efecto biocida que ejerce sobre las bacterias que actúan sobre ella.

Al respecto, el director del Centro de Humedales Río Cruces puntualiza que “cuando hay un volumen muy grande de desinfectantes a nivel domiciliario, lo que ocurre es que el tratamiento de las aguas servidas se ve comprometido porque son las bacterias las que degradan los compuestos de estas aguas, por ende, el flujo que se libera del agua servida a los cuerpos de aguas naturales también va a tener otra carga de contaminantes”.

En cuanto a los impactos ambientales, se sabe que el amonio es tóxico para peces, anfibios y otros organismos que sustentan la vida en ecosistemas acuáticos. Lo anterior puede producirse en concentraciones variables, que van desde los 0,2 mg por litro a los 10 mg por litro. De acuerdo con algunos estudios, realizados por instituciones de China y Australia, es capaz de mantenerse en los sedimentos afectando la vida acuática, tanto en los ríos como en el mar.

Por otro lado, el cloro (o hipoclorito de sodio) ha sido otro de los elementos altamente demandados para evitar el contagio del COVID-19, derivando también en su empleo en espacios abiertos. Pese a ello, no existe evidencia de que el cloro funcione de forma efectiva en estos ambientes, particularmente debido a que se “rompe” – o degrada – cuando se expone a la luz solar, por los rayos ultravioleta (UV).

©Ali Güler | Pixabay
©Ali Güler | Pixabay

También es de amplio conocimiento que el cloro genera un efecto irritante de las mucosas, por lo que también puede causar problemas respiratorios tanto en los trabajadores que lo aplican como en los transeúntes, aumentando su susceptibilidad a enfermedades respiratorias.

¿Y en el ambiente?

Cuando el cloro reacciona con la materia orgánica, es capaz de producir, a partir de esta reacción, los compuestos orgánicos halogenados absorbibles en carbón activado (AOX), los cuales son altamente tóxicos para las especies acuáticas y, a diferencia del cloro, pueden permanecer por largo tiempo en el medio ambiente.

También se ha concluido que el cloro es tóxico para el fitoplancton, organismos esenciales para la trama trófica de los ecosistemas acuáticos. Por ejemplo, investigaciones realizadas en India y Taiwán han mostrado que los residuos de cloro pueden inhibir completamente, y en solo minutos, el desarrollo del fitoplancton con concentraciones menores a 5 milígramos por litro.

Entonces, ¿qué podemos hacer?

Aunque suene de Perogrullo, las medidas más recomendadas son la cuarentena, el aislamiento social, el lavado prolijo de manos, el uso de mascarilla para cuando se deba salir, y la limpieza de superficies en recintos cerrados.

Rodríguez reitera que “lo primero es evitar el uso masivo al aire libre, sobre todo en superficies como tierra, playas, pastos, y lo segundo es aplicar estos desinfectantes de manera enfocada y bajo techo, en dosis pequeñas, ya sea en manillas, pasamanos, etc.”.

Lavado manos ©Ivabalk Pixabay
©Ivabalk Pixabay

Para evitar el ingreso de patógenos a través del calzado de las personas o vehículos, se recomienda emplear pediluvios y rodaluvios, respectivamente, los cuales son más efectivos y menos dañinos para la salud humana y el medio ambiente. “Si te interesa no entrar con partículas virales a tu casa, sácate los zapatos o utiliza un pediluvio que es un recipiente bajo con cloro, bajo techo para que la luz no lo degrade. Puedes empapar una toalla con cloro dentro de un recipiente, para mojar los pies ahí y luego entrar. Hay muchas formas de hacerlo”, agrega el presidente de la Sociedad de Toxicología Ambiental y Química.

Además, el director del Centro Eula asegura que “debemos por una parte mejorar los protocolos de usos de estos productos, y aquí las recomendaciones de la autoridad deben ser los más claras posibles, hemos observado durante los últimos meses poca claridad en las recomendaciones y hasta discusiones publicas entre los municipios y la autoridad sanitaria sobre el uso, por ejemplo, de los denominados túneles sanitarios, hoy contraindicados por la OMS”.

Para Barra también es necesario mejorar los protocolos del registro de esto productos en Chile, así como evaluar los impactos ambientales de estos productos a través de la incorporación de requisitos de evaluación de toxicidad para organismos que no son el “blanco” u objetivo de la acción de estos agentes químicos. De esa manera, se podría conocer el comportamiento, duración y cuán móviles son estos biocidas entre el suelo, agua y aire.

“Dichos requisitos hoy no son contemplados cuando se registran estos compuestos por la autoridad sanitaria. En fin, una adecuada gestión del registro y utilización de estos productos con equipos multidisciplinarios para la evaluación de riesgos es altamente necesaria para la seguridad de todos”, concluye.

 

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