Cholitas escaladoras se preparan para el Everest: ¿quiénes son y en qué están las representantes indígenas de la escalada femenina?
La agrupación de escaladoras aymara, las «cholitas» saltó a la fama luego del debut de su premiado documental en 2019 y tiene como próximo proyecto escalar la montaña más alta del mundo. Reportaje por Cristina Correa Siade
Es el último día del septiembre más caluroso que ha vivido La Paz, el reloj marca medianoche. Turistas y guías afinan los últimos detalles para ascender por una vía marcada que cruza el gran glaciar de noche. Adelante camina Cecilia Llusco, con su colorida pollera sobre los pantalones técnicos y crampones. En vez de mochila lleva el tradicional morral, lo que no entorpece su paso y el cariño con que anima a Juliana, la carioca a quien guía hasta la cumbre de Huayna Potosí, a 6088 msnm, la más visitada de la capital boliviana. Cerca de las seis de la mañana alcanzamos la cima y tomarnos fotos para celebrar. De bajada, Ju le pide a Cecilia que pose para las fotos: “¡eres una película!”, le dice con su acento brasileño.
Así es, la vida de Cecilia es una película y una parte de ella se puede ver en el documental “Cholitas”, de Pablo Iraburu y Jaime Murciego, que ha ganado una veintena de premios en distintos festivales, incluyendo el de mejor film en el reputado Festival de Cine de Montaña Banff. Ahí también aparece Lidia (50), la mayor del grupo de escaladoras aymara quien partió con la idea de llevarlas a la cumbre. Y ahora esta película rodará un nuevo capítulo que las llevará a intentar la cumbre más codiciada del mundo, gracias a la gestión de Senobia, la menor de las hermanas Llusco. Las tres conversaron sobre este proyecto y el legado de las Cholitas Escaladoras con Ladera Sur.
Cecilia Llusco: no tengo miedo
Cecilia nació en Chucura, una localidad cercana a Illampu en la región de La Paz. “Mi papá fue uno de los primeros guías de trekking, a través de él conocí este trabajo. Cuando tenía 6 años, ya nos vinimos a vivir a El Alto. A los 8 años fui por primera vez al campo base del Huayna Potosí y ya no quería volver al pueblo. Papá me decía ‘eres muy niña y no tienes equipo, pero algún día lograrás tu sueño’. A los 14 años ya comencé a ir al campamento alto como porteadora. Ahí en la montaña conocí a mi esposo, Eloy. Él me propuso ser cocinera de alta montaña. Ahí conocí a otras cholitas que subían como porteadoras y cocineras y nos preguntamos ‘¿por qué no podemos ir a la cima?’”.
El 17 de diciembre de 2015, junto a otras diez mujeres aymara Cecilia alcanzó por primera vez la cima del Huayna Potosí, el cerro que miraba de niña. “Ahí mismo dijimos: ‘no nos vamos a quedar acá, vamos a seguir escalando montañas’ porque nos encantó estar tan arriba que casi puedes tocar el cielo y sentirnos libres. Es como estar volando entre las nubes. Entonces, nos pusimos como proyecto hacer otros seismiles de Bolivia”.
Subieron al Acotango (6052 msnm), Illimani (6438 msnm), Parinacota (6380 msnm), Pomerape (6282 msnm) y Sajama (6542 msnm). Esas primeras cumbres fueron autofinanciadas, por lo que algunas de las cholitas a veces no podían sumarse a las expediciones. Se organizaron e inscribieron el nombre “cholitas escaladoras”. Actualmente, son catorce las mujeres que forman parte de este grupo. Sin embargo, también se han gestado otros dos grupos de cholitas escaladoras que nacieron del original, incluyendo el de Elena Quispe, quien visitó Chile en octubre.
En 2018 vino el proyecto de escalar la montaña más alta de América y con eso el documental que las filmó en el Aconcagua. “He viajado mucho gracias a la película. También empecé a guiar. Nunca pensé que iba a dar entrevistas, solo pensaba que quería subir las montañas”, confiesa esta valiente cholita que incluso subió hasta los 5500 msnm en el Illimani cuando tenía 8 meses de embarazo. No es de extrañar que sus dos hijos (18 y 20 años) sean también montañistas y una lleve también con orgullo sus polleras a la montaña.
“Nuestro sueño más grande es ir a Nepal, tenemos ese proyecto para 2024. Iremos a la montaña más grande del mundo para llevar nuestra cultura y nuestras coloridas polleras. Me siento orgullosa de no perder la cultura de la pollera, aymara, indígena, de mis raíces. Nunca la voy a perder, no me la sacaré. Cuando sembrábamos papas, me la subía y lo mismo hago cuando tengo que escalar en hielo. Eso sí, he cramponeado hartas polleras”, dice con una risa contagiosa.
Doña Lidia: la pionera
Fue Lidia Huayllas quien tuvo la idea de desafiar a sus compañeras ese diciembre de 2015: “Podemos escalar, vamos a ver cómo es la cima”, las azuzó con esa autoridad que le daban sus cincuenta años, “al comienzo las compañeras no creían. Nos animamos cuatro en un inicio y cuando las demás se dieron cuenta que subimos, ya se sumaron. Para el Acotango fuimos dieciséis”.
Así, con sus largas trenzas y su falda de cholita paceña hizo historia: “¡Vamos a subir con pollera!, así como estamos. Y hasta nos puse el nombre, ‘vamos a ser las cholitas escaladoras’, dije. Fue muy emocionante y por eso nos hemos hecho conocidas con nuestra cultura, no hemos perdido esa identidad”. En ese momento germinal antes de la primera cumbre, Doña Lidia, como la llaman las demás escaladoras, sabía lo importante que era llevar con orgullo su vestimenta indígena a la cima.
La pollera es el mayor símbolo del mestizaje en las culturas andinas bolivianas, según el antropólogo Freddy Maidana. El atuendo, que tiene una versión distinta en cada región, fue adoptado por las mujeres indígenas durante la colonia, cuando las forzaron a dejar sus atuendos originarios por las faldas con enagua y botines con tacón. Esta vestimenta fue adaptada por las indígenas y se convirtió con los años en un símbolo identitario, que tuvo un resurgimiento en la primera década del nuevo milenio, gracias -en parte- a la llegada de Evo Morales al poder en 2006, quien nombró a tres ministras con pollera en su gabinete, junto con la promulgación en 2010 de la ley contra el racismo y toda forma de discriminación. “Ahora la pollera está de moda, hasta las mujeres ‘de vestido’ la quieren usar”, dijo Zenobia Huiza (44), propietaria de la tienda de faldas en La Ramada, en un artículo publicado en El País, con el título de “La revolución de las cholas” (2015), que afirmaba que el atuendo tradicional de las indígenas bolivianas ha pasado de representar un estigma a suponer un rasgo de reivindicación étnica.
“En Bolivia la pollera está más en uso que el vestido. Una cholita es bien vestida, lleva sus joyas, un sombrero, una buena parada, su manta. La cholita paceña cuesta mucha plata y no podemos olvidar que así representa su herencia Aymara”, comenta Lidia, quien llega a esta conversación luego de terminar sus clases para aprender a escribir en su lengua materna porque “todos nos enseñaron a hablarlo, pero no a escribirlo y lo necesitamos”. No es de extrañar que existan pasarelas para esta moda y que haya sido incluida en la semana de la moda de Nueva York en 2016. Asimismo, la premiada investigación “Chola paceña: ícono de la moda”, de Valeria Salinas, comprueba que desde inicios del siglo XXI en La Paz existe una creciente industria de la moda de la chola. A esto se suman los grupos de cholitas luchadoras y skaters que incluso tienen su propio documental en Youtube.
Si te cruzas a Lidia por la calle con su sombrero de media copa es difícil imaginarla como una deportista de alta montaña, sin embargo, cuando calza los crampones y el piolet es capaz de subir cualquier montaña que se proponga. “Las cholitas tenemos una condición especial, estamos preparadas, aclimatadas. Vivimos a 4200 metros, nuestros pulmones están desarrollados”, cree esta montañista nacida y criada en El Alto que cumplió 58 años y recuerda con nostalgia su primer ascenso: “subí con unas botas viejas, unos crampones deshechos y amarrados con alambre, no teníamos chaquetas técnicas. Fue toda una aventura”.
Luego de la película y el reconocimiento que han tenido después de su estreno, Lidia llegó a ser subalcaldesa de El Alto y siente que su mayor hazaña es dejar un legado a las nuevas generaciones, para que más mujeres con pollera se atrevan a practicar el montañismo. “A todas las mujeres les digo que siempre hay machismo, pero me gustaría decirles que todas las mujeres que hay que hacer los sueños realidad. Ya hemos dado el paso y vamos a demostrar que las mujeres podemos llegar a las cumbres que nos proponemos. Ahora mi sueño es ir al Everest junto a mis compañeras”, cuenta sobre esta pasión que practicará hasta que sus pies le pidan parar.
Senobia Llusco: Para nosotras la montaña es una persona
Senobia Llusco siguió los pasos de su hermana, primero fue porteadora y a los 16 ya era cocinera de alta montaña. “Portéabamos unos 25 kilos por viaje. Una vez llegué a llevar más de 50 kilos al campamento alto de Huayna Potosí, a 5200 msnsm. Nos pagaban a un boliviano el kilo, ese día hicimos el trayecto tres veces y quedábamos felices, pero eso no era siempre”, relata sobre los tiempos en que añoraba subir a la cima de un Huayna que lucía un manto de nieve llegaba hasta el campamento base y hasta se podía esquiar. “Es triste cuando has visto cómo era antes. Cuando era pequeña el glaciar llegaba hasta campo base, ahora se está acabando la nieve, lo que para nosotras es muy triste”, comenta.
En 2017, Senobia viajó junto a su hermana a Ausangate donde trabajaron junto a National Geographic en la instalación de una estación metereológica. Antes de subir al Nevado de 6384 msnm, hicieron el ritual con que pidieron permiso al achachila, divinidad aymara que vive en las montañas. Dispuso hojas de coca y una botellita de alcohol en un pequeño altar, mientras quemaba palo santo y recitaba una oración aymara. “La montaña es como una persona para nosotras. Siempre hemos sido agradecidas con las achachiles. Les llevamos su coca, alcohol, para que no haya incidentes ni cansancio”, dice la menor de las hermanas Llusco, sobre la veneración de su pueblo a estas deidades.
Gracias a uno de los científicos a cargo de la expedición al Ausangate, es que están ahora buscando el financiamiento para ir a la cima del Everest. “Ya tuvimos una primera reunión y tenemos la idea de invitar también a mujeres del Tíbet. Ahora estamos en la etapa de encontrar el financiamiento para consolidarlo y hacer una película. En principio íbamos a hacerlo en 2023 pero por el tema financiero ahora lo estamos planificando para 2024”, explica.
Para Senobia subir al Everest significa la coronación del camino que comenzaron las cholitas escaladoras hace ocho años. Sin embargo, esa sensación de libertad que tiene al llegar a una cima muchas veces se ve opacada por la falta de apoyo y discriminación que han sufrido entre sus colegas guías. “Nosotras no nos dejamos humillar. A veces nos preguntan por qué queremos competir con los hombres y piensan que no tenemos que subir, que las mujeres tenemos que estar en la cocina. Nos decían: ‘¿por qué han venido del campo estas cochinas?’ Hay tanto egoísmo en Bolivia…”, dice con el orgullo de lo que han logrado.
“Queremos que nos conozcan, que nos reconozcan también, queremos demostrar que las mujeres aymaras somos fuertes. Por eso vamos a ir a la montaña más alta del mundo”, declara la hermana menor de las Llusco porque sabe que está representando la cultura aymara en su esfuerzo por llevar a las polleras al Himalaya. Por eso, no decaerá en sus hasta que lo logre. “Muchas de las primeras cholitas se han desanimado porque los costos son altos. Muchas veces nos conseguimos equipo con nuestros maridos guías o con extranjeros que nos donan, pero no es fácil conseguir apoyo”, confiesa esta montañista de 32 años y asegura que su pasión por escalar superará todos esos obstáculos: “cuando voy a la montaña todos los problemas se me olvidan, floto sobre un cielo maravilloso y me siento aliviada. No lo voy a dejar jamás”, concluye.