Carpinchos en peligro: cuando la urbanización pone en jaque a la naturaleza
Nordelta se construyó sobre humedales. Ahí viven 45 mil personas, en unas cuatro mil casas de clase alta. Y también, desde mucho antes, en este lugar habitan los carpinchos, que se adaptaron a un ambiente urbanizado. Sus poblaciones aumentan al 20% por año, lo que generó que el encanto de estar «acompañados» por estos animales en un principio, se transformara en solicitudes para que sean trasladados de su hogar. El asunto trae, nuevamente, un tema a la palestra: los impactos de la urbanización en espacios como los humedales. Revisa más detalles en la nota de Emiliano Gullo, desde Buenos Aires.
Una familia de carpinchos camina tranquila entre los arbustos. Otros toman del agua cristalina que se suspende en una de las piscinas. Algunos, más allá, solo se dejan caer mientras sobre sus cuerpos golpea suave un sol de invierno. Un carpincho grande como un rottweiler mastica unos pastizales quebrados y desperdigados en el piso. Es, podría decirse, un día normal en la vida del carpincho. Podría decirse, si no fuera porque el humedal en el que viven estas familias ya no es un humedal sino un nuevo pueblo llamado Nordelta, un núcleo urbano instalado sobre una gran zona verde donde ahora lucen más de 4 mil casas de clase alta, que en total suman unas 45 mil personas.
Nordelta fue construido sobre los humedales de la zona norte de Buenos Aires, puntualmente en el partido de Tigre, por el empresario Eduardo Constantino y el ingeniero italiano Julián Astolfoni, y se transformó en un boom inmobiliario, un éxito de mercado que atrajo a las personalidades más exitosas de todos los ámbitos. Futbolistas, empresarios, estrellas de cine, músicos consagrados, productores, ricos en general. Todos los que querían tener una casa rodeada de verde, con acceso cercano -pegado, privado- a lagos, a riachuelos. Un ambiente natural, parcelado, cimentado y organizado por los empresarios. Y, sobre todo, seguro y cerca, a 40 minutos de la Ciudad de Buenos Aires.
La posibilidad de trabajar en el centro de Buenos Aires y volver a un ambiente relajante de naturaleza y agua. La posibilidad de tenerlo todo. “Los ricos no piden permiso”, se llamaba una serie argentina producida en 2016, que duró una sola temporada y tuvo más memes que éxito.
Así, fue que, en 1999/2000, llegaron las primeras personas al humedal tapizado de concreto sin pedir permiso ni perdón a las especies preexistentes de la zona. Patos, coipos, liebres. Y carpinchos, entre otros. Era el encanto que tenía el lugar. La venta de los lotes se hacía aún más apetecible. Comprar verde con animales incluido, cerca de tu trabajo, no tiene precio.
Los primeros habitantes de Nordelta disfrutaban de ver cómo sus vecinos paseaban por el frente de sus casas. Por los lagos artificiales. Pero a medida que las construcciones fueron creciendo, la urbanización fue avanzando, la caza furtiva se trasladó a otras zonas de la provincia, y los carpinchos comenzaron a reproducirse con mayor libertad (y cantidad).
Este núcleo urbano cuenta con más de 24 barrios, con 4.400 casas ya construidas y unos 100 proyectos activos. Además de 50 consorcios, una gran comunidad educativa con colegios de todos los niveles, varios centros médicos, polos comerciales, circuitos gastronómicos, áreas náuticas, centro cívico con sede de la Iglesia Católica y un Templo Judaico.
Fue justamente para la construcción del centro cívico -en 2021- que se realizaron desmontes en una nueva zona y se impulsó el copamiento total de los carpinchos de forma masiva en áreas donde antes no habían merodeado. Era la última zona que todavía mantenía intacto su humedal. La construcción se transformó en un disparador y el resto de Nordelta se inundó de los animales. Como un chiste de la propia naturaleza.
Horrorizada por la invasión natural, la comunidad de Nordelta se organizó para pedir que el Estado trasladara los carpinchos hacia reservas naturales. Cosa que nunca se produjo.
Comenzaron a organizarse para pedirle a las autoridades de la provincia y a los administradores de los barrios de Nordelta que tomasen medidas para limitar el libre albedrío de las familias de carpinchos. A muchos ya les había dejado de dar gracia y ternura cómo los animales tomaban agua en sus piscinas, se bañaban en sus aguas, comían sus plantas, o simplemente se tiraban a tomar sol en sus parques. Naturaleza sí, pero tampoco tanto…
Los especialistas que siguen de cerca el fenómeno calculan que, con las condiciones actuales, la población de carpinchos de la zona crece, año a año, cerca de un 20 por ciento.
La veterinaria María José Corriale es docente de la Universidad de Buenos Aires, Investigadora de CONICET y especialista en este tipo de fauna. Explica: “La urbanización, específicamente la presencia humana, hace que los carpinchos presenten algunos cambios comportamentales, como por ejemplo aumento de la actividad nocturna en detrimento de la actividad diurna”.
Corriale señala que “utilizan más intensamente sectores con menor actividad humana como lotes desocupados. La ausencia de depredadores y la disponibilidad de forraje durante todo el año permite una alta tasa de reproducción y alta supervivencia de las crías”.
La descripción técnica dice que el carpincho es un roedor herbívoro semiacuático. Usa el agua para distintas necesidades. Para copular, para escapar de los depredadores y, además, para regular la temperatura de su cuerpo. Suele habitar las zonas más bien altas, perderse en los pastizales, donde puede esconderse y descansar.
Se alimenta, especialmente, de pastos y hierba, y pueden comer hasta 3.5 kilos. Pueden llegar a medir hasta 65 centímetros hasta la cruz, 1.30 metros de largo y a pesar entre 55 y 65 kilos. Por lo general, suele desarrollar mayor actividad durante el atardecer y se mueve en grupos.
Los vecinos de Nordelta pueden verlos merodear sus jardines, usar sus piletas, y comer sus plantas. Son el escenario ideal para su desarrollo y reproducción que, si las condiciones son buenas, puede darse en cualquier estación, hasta dos veces por año. Suelen tener en promedio cuatro crías aunque puede llegar hasta ocho.
La veterinaria remarca que esta superposición entre humedal y urbanidad no es un problema para la subsistencia de la especie.
“La alta plasticidad de los carpinchos ha permitido que se adapten a estos ambientes y toleren la presencia humana. De hecho la población de carpinchos en el conurbano bonaerense se encuentra en expansión”, afirma.
Los que parecen no tener la misma plasticidad son los habitantes de Nordelta, que llegan a pagar más de 3 mil dólares el metro cuadrado para vivir en el barrio de los carpinchos. Aunque ahora no los quieran cerca.
La Secretaría de Ambiente, Turismo y Deporte intervino en su momento para advertir que la causa de todo este descalabro era el desarrollo inmobiliario. En su cuenta de X, dijo que “el avance de la urbanización sobre los humedales afecta a nuestra fauna nativa de manera directa. Como consecuencia, especies como el carpincho han quedado excluidos de su ecosistema, como en el caso de Nordelta”.
Argentina tiene cerca del 21,5 por ciento de su territorio cubierto por humedales. Es decir, un total de 5,8 millones de hectáreas. Sin embargo, estos ambientes están bajo constante amenaza por los negocios vinculados a la agricultura, la ganadería, la deforestación y, por supuesto, al desarrollo urbano. La preocupación no sólo es nacional. En el mundo se calcula que ya se perdieron alrededor del 87 por ciento de los humedales.
Existe un proyecto para convertir en La Ley de Humedales que busca establecer las bases a nivel nacional para la protección y el uso sostenible de esos ecosistemas. Qué determine qué actividades productivas se podrían hacer en cada área y cuáles no. Y, además, a nivel judicial se convertiría en un instrumento clave para -entre otras cosas- frenar los incendios intencionales previos a muchos desarrollos inmobiliarios. Según un informe del Ministerio nacional de Ambiente, en 2020 se produjo una de las oleadas de incendios más grandes de los últimos años, cuando quemaron -en el período de enero a diciembre- aproximadamente 487 mil hectáreas del Delta e Islas del Paraná, algo así como la mitad de la comuna de Valdivia.
La Ley ya tiene 12 años de vigencia. Sin embargo, parece cada vez más lejos de concretarse, y el proyecto perdió estado parlamentario por tercera vez consecutiva, aunque ya lo volvieron a presentar.
Enrique Viale, abogado y militante ambientalista, dice que el proyecto «tiene un triple lobby en contra. La especulación inmobiliaria que es muy poderosa. Pero también está la minería y agronegocio que avanza sobre humedales. La minería en los minerales alto andino con el litio, el agronegocio sobre todo en el litoral argentino, a través de la ganadería, arroz y otros cultivos avanzando sobre humedales».
Viale pone la crítica sobre el actual Gobierno pero no se olvida de las gestiones anteriores, supuestamente afines a estos temas. «Ahora la ley está en un limbo. Veníamos discutiendo leyes de Siglo 21 y con Milei estamos discutiendo leyes del Siglo 19. Es una de las grandes deudas que dejan los progresismos que estuvieron en los gobiernos, como el gobierno anterior que incluso lo había prometido en campaña».
En el texto, se considera un humedal a todos “los ambientes en los cuales la presencia temporaria o permanente de agua superficial o subsuperficial causa flujos biogeoquímicos propios y diferentes a los ambientes terrestres y acuáticos. Rasgos distintivos son la presencia de biota adaptada a estas condiciones, comúnmente plantas hidrófitas, y/o suelos hídricos o sustratos con rasgos de hidromorfismo”.
Además, el proyecto de ley propone la creación del Inventario Nacional de Humedales y el Ordenamiento Territorial de Humedales. Para los autores del texto, sería “el punto de partida para la evaluación de cualquier política que alcance estos ecosistemas. Aún más, la medida es una acción directa en los pasos que necesariamente deben darse hacia el Ordenamiento Ambiental del Territorio previsto en la ley 25.675. Su importancia radica en la necesidad de contar con información sobre la distribución espacial y las características de los humedales para su monitoreo, evaluación, gestión y ordenamiento territorial”.
En el último tiempo, los defensores de los animales recibieron denuncias por atentados incluso de carpinchos muertos con armas de fuego. Algunos optaron por colocar enrejados electrificados y otras protecciones extras para delimitar el ingreso.
Pero el problema no es sólo intencional de algunos vecinos. Los propios carpinchos terminan atrapados en lugares exóticos como alcantarillas, encerrados en estacionamientos, u otros lugares de las casas que, una vez adentro, no logran escapar.
Entre todos estos centros y edificios, entre las calles pavimentas y los espacios parquizados, entre arroyos naturales y los espejos de agua artificiales, habitan -desde siempre- unas 69 especies de aves, zarigüeyas, lechuzas, caranchos y lagartos overos, además de los carpinchos, los coipos, los patos y las liebres.