En el océano abierto del norte de Chile, entre Arica y Vallenar, es posible encontrar zonas que los científicos han denominado de mínimo oxígeno (ZMO) e incluso zonas anóxicas, es decir, que no tienen oxígeno. Se trata de áreas de interés para la ciencia, porque funcionan como un laboratorio natural para entender cómo se comportan los microrganismos que habitan ahí.

Cristian Vargas, investigador de la Facultad de Ciencias Ambientales de la U. de Concepción y del Instituto Milenio de Oceanografía (IMO), explica que los estudios que se han realizados en los últimos años indican que estas zonas se están expandiendo en el planeta. “Los cambios en la temperatura están calentando el aire y la superficie del océano, y al ocurrir esto, la columna de agua se estratifica y no se mezcla, sobre todo las aguas superficiales oxigenadas que reciben los rayos del sol. Es parecido a lo que ocurre en una piscina, cuando el agua está muy tibia en la superficie y muy fría en el fondo», agrega el biólogo marino.

Expedición / Gentileza Instituto Milenio de Oceanografía (1)
Expedición / Gentileza Instituto Milenio de Oceanografía 

Según Vargas, no es una buena señal que estas zonas se vayan expandiendo alrededor del planeta. El investigador explica que, al igual como ocurrió hace millones de años a finales del período cretácico -145 a 65 millones de años atrás-, el océano se está calentando y los estudios recientes señalan que este calentamiento podría reducir la ventilación u oxigenación del océano, lo cual favorecería la acumulación de CO2, más que su remoción, haciendo que las aguas se vayan tornando más ácidas y corrosivas. “Lo que estamos observando hoy en estas zonas bajas en oxígeno es una alerta más del calentamiento global y por eso se las considera áreas centinelas de los efectos del cambio climático”, dice.

Expedición / Gentileza Instituto Milenio de Oceanografía
Expedición / Gentileza Instituto Milenio de Oceanografía

Pero la ausencia de oxígeno no significa que no haya vida en esas zonas: existen comunidades microbianas que están adaptadas para habitar ambientes sin oxígeno. Dos expediciones científicas realizadas a bordo del buque científico AGS-61 Cabo de Hornos, en noviembre del 2015 y febrero del 2018, lograron recolectar muestras de las profundidades del norte del país. Luego, un equipo de científicos liderado por Vargas combinó mediciones físicas, químicas y biológicas, además de análisis isotópicos, para estudiar los procesos químicos y biológicos que ahí ocurren.

La principal conclusión de este análisis es que las comunidades microbianas que habitan estos ambientes desprovistos de oxígeno son capaces de fijar o utilizar el CO2 acumulado a dicha profundidad. “Las comunidades microbianas asociadas al ciclo del nitrógeno y el azufre usan este CO2 para crecer, como fuente de energía”, explica Vargas.

Cristian Vargas / Gentileza Instituto Milenio de Oceanografía
Cristian Vargas / Gentileza Instituto Milenio de Oceanografía

Este rol podría ser comparado al de las algas marinas, que cumplen un papel relevante contra el cambio climático porque absorben dióxido de carbono (CO2). “Es un proceso similar al que ocurre en la superficie del océano, donde las plantas microscópicas , como microalgas o fitoplancton, capturan el CO2 de la atmósfera usando como energía la luz solar, pero en este caso está fijación de CO2 ocurre en aguas profundas, entre los 200 y 400 metros de profundidad, usando energía química, ya que es un ambiente donde no llega la luz, y donde además las aguas carecen naturalmente de oxígeno, son ácidas y altamente corrosivas (bajo pH). Es decir, estos organismos capturan CO2 en condiciones extremas y lo mantienen en el fondo del océano”, explica Vargas.

Expedición / Gentileza Instituto Milenio de Oceanografía
Expedición / Gentileza Instituto Milenio de Oceanografía

Los resultados de este estudio, que fueron publicados recientemente en la revista Nature Communications, sugieren la importancia de considerar el papel que juegan las comunidades microbianas que habitan estas masas de agua sin oxígeno y que utilizan el CO2 que se acumula en ellas. “Necesitamos revisar en mayor detalle cuán frecuentes y qué tan intensos son estos eventos de fijación de carbono en oscuridad y cuál es su distribución en el océano global. Así podríamos saber si esta capacidad de capturar CO2 y enterrarlo en el fondo del océano reduce el impacto del calentamiento global”, señala Vargas.

 

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