Aturdidos por la dualidad
Hoy compartimos una columna de opinión de nuestro colaborador Felipe Monsalve. En ella, reflexiona sobre los acontecimientos que hemos vivido en el último tiempo, aludiendo a que seguimos aturdidos en una dualidad que anula, imposibilita y no reconoce. «Este es el tiempo de espiritualidad. Si queremos expandir la conciencia, esta no se conseguirá con la dialéctica filosófica, sino que solamente si estamos dispuestos a bucear profunda y metódicamente al interior de nosotros mismos, pudiendo, incluso, cambiar nuestro propio sistema filosófico o de creencias», comenta. Lee la columna completa aquí.
No se es un desalmado por creer que ha sido muy oportuno y positivo lo que está ocurriendo con el Coronavirus. Más allá de la desinformación, dudosas cuarentenas y las lamentables muertes (que no han sido más que en otras pandemias o gripes estacionales severa que azotara a la humanidad), el virus nos puso en pausa cuando el planeta ardía o se congelaba o se inundaba; y los muertos por hambruna, contaminación, desplazamientos, enfermedad o pobreza morían en total anonimato y abandono, sin ser contados ni despertar mayor interés en los miles de comentaristas, columnistas, autoridades y terapeutas que si se han vistos muy conmovidos con la realidad que va apareciendo con todos sus dobleses. Claro que resulta curioso ver la capacidad humana de querer sacar algún beneficio con realidades dolorosas, pero de todas maneras el movimiento energético que se inició está corriendo velos profundos en nuestra cultura, haciéndonos conectar con lo que ya existía y también con lo que se está asomando, ya sea como lo principal, accesorio o colateral. Porque no siempre lo que parece ser, es, y lo que no se ve a primera vista, se puede lograr ver después. Así, por ejemplo, nos vamos dando cuenta que las muertes por Coronavirus no son tanto por el virus en sí, sino más bien por las enfermedades asociadas a la alimentación industrializada y a las consecuencias de la vida moderna: estrés, sedentarismo, diabetes, hipertensión; o también entender que toda pandemia se hace más posible por el quiebre medio ambiental y el deterioro de los ecosistemas y la biodiversidad. De tal manera que somos muy afortunados de vivir en esta época de mayor apertura, conexión y purificación que deberá dejar en el colador un nuevo y más beneficioso modelo cultural.
El virus también supo poner en pausa un estallido social que logró visibilizar un arraigado sistema desigual y segregador que había erosionado la dignidad y la confianza de los miembros de esta comunidad, pero que al ser conducido por la rabia y la violencia había perdido parte de su sentido y legitimidad. El sistema político no supo ni pudo conducir esta legítima expresión ciudadana, y evidenció su obsoleta estructura orgánica: por un lado, los arcaicos reductos partidarios conservadores (de ambos sectores); por el otro, los nuevos cuadros políticos ideologizados sin propuestas refrescantes ni visión integradora de largo plazo. Tristemente, la mayoría de los miembros que componemos este Estado quedamos atrapados en las redes de intereses pequeños, sesgados y particulares. Y volvimos a bailar con esa música de buenos o malos, apruebo o rechazo, ningún cambio o todo de nuevo; un proceso imposible, infantil y sin sentido que no nos permite conectar con lo esencial y urgente, ni mucho menos con la estabilidad y equilibrio, que es de lo que al final se trata todo esto.
No es beneficioso para nadie seguir aturdidos en la dualidad que anula, imposibilita y no reconoce. La vida no puede tratarse de virus o vacuna; crisis social o inamovilidad; naturaleza o progreso; hombre o mujer; derecha o izquierda; sino de como somos capaces de aportar desde nuestra individualidad a lo colectivo, sabiendo integrarnos al todo de manera amorosa, honesta y consciente, entendiendo que estamos interconectados.
Es interesante escuchar que es “tiempo de la filosofía”, pero siento que es necesario precisar que la filosofía siempre ha llegado más tarde que la espiritualidad. Y sin querer ser excluyente ni dual, me parece que en estos momentos, más que ser los tiempos de la filosofía (que siempre será bienvenida), es el tiempo de la ESPIRITUALIDAD, así con mayúscula. Si queremos expandir la conciencia, esta no se conseguirá con la dialéctica filosófica, sino que solamente si estamos dispuestos a bucear profunda y metódicamente al interior de nosotros mismos, pudiendo, incluso, cambiar nuestro propio sistema filosófico o de creencias.