Animales asilvestrados y su impacto en la biodiversidad: una amenaza urgente de atender
¿Por qué animales domésticos, como gatos, perros o cerdos, se vuelven ferales o “asilvestrados”? ¿Cuánto impactan realmente en la diversidad biológica y los ecosistemas? ¿Nos estamos haciendo cargo? De todo esto conversamos con Tomás Ibarra, investigador del Centro para el Impacto Socioeconómico de las Políticas Ambientales (CESIEP).
La pérdida de biodiversidad es uno de los grandes problemas socioambientales de nuestra época. Factores como la contaminación, la pérdida y el deterioro de los hábitats, la sobreexplotación, la introducción de especies exóticas que se convierten en invasoras y el cambio climático, año a año, amenazan a miles de especies en todo el mundo. Sin embargo, existe un factor menos conocido, e incluso subestimado, que se suma a lo anterior: el creciente impacto de los animales domésticos ferales –también conocidos como «asilvestrados» o «baguales»-, en la biodiversidad y los ecosistemas rurales.
Actualmente, los animales domésticos han alcanzado números colosales en el planeta: mil 400 millones de ganado bovino, 58 millones de caballos, 18 mil 500 millones de aves de corral, 986 millones de cerdos y entre mil 200 y mil 500 millones de perros son las cifras que estiman hoy los expertos. ¿Pero cómo animales que han convivido desde hace cientos o miles de años con el ser humano se vuelven ferales? ¿Cuánto impactan realmente en la diversidad biológica y los ecosistemas?
Para José Tomás Ibarra, investigador del Centro para el Impacto Socioeconómico de las Políticas Ambientales (CESIEP) y autor, junto a Cristián Bonacic y Rocío Almuna, del artículo “Biodiversity Conservation Requires Management of Feral Domestic Animals” recientemente publicado en la prestigiosa revista Trends in Ecology & Evolution (TREE), la respuesta es muy clara: los animales domésticos se vuelven ferales por la acción del ser humano. “Cuando los animales domésticos no son cuidados, están desatendidos, son abandonados o no son bien manejados, comienzan a deambular libremente por zonas rurales, volviéndose muchos de ellos ferales y causando una amplia gama de impactos negativos sobre la biodiversidad, los ecosistemas y las poblaciones rurales humanas”, dice.
Esta gama de impactos negativos en zonas rurales puede incluir, entre otros, la erosión del suelo, causada por cerdos; el sobrepastoreo, por causa de caballos ferales; la transmisión de enfermedades, y la depredación de vida silvestre por causa de gatos o perros. Cabe señalar que sólo en Estados Unidos los gatos matan entre 1.4 y 3.7 billones de aves al año, y en África, especies como el lobo etíope (Canis simensis) han disminuido su población en torno al 75% producto de las enfermedades, principalmente rabia, transmitidas por perros en las últimas dos décadas.
“En el caso de Chile, los animales domésticos ferales constituyen una creciente amenaza para especies como el huemul, el pudú, los lobos marinos, gatos guiñas y chucaos, y afectan incluso los intereses de las personas que habitan en zonas rurales, cuyos animales muchas veces son atacados por jaurías de perros. Sin embargo, no existe un mecanismo de control efectivo para enfrentar el problema”, explica Ibarra.
Un problema que crece
La proliferación de animales domésticos ferales se ha visto favorecida por cambios en el paisaje inducidos por el ser humano y una población cada vez más urbana. De acuerdo al investigador, “un mundo crecientemente urbanizado gatilla dos procesos: por una parte, cada vez más animales son abandonados por el ser humano en zonas periurbanas y, por otro, las decisiones sobre el manejo de los animales no se toman en el campo sino en la ciudad, sin considerar necesariamente el bienestar de las personas y ecosistemas en zonas rurales”.
Pero sin duda, es el factor cultural uno de los más complejos de este entramado. Según explica Ibarra, la profunda diferencia de puntos de vista y creencias –éticas e incluso religiosas–, de las personas respecto a qué debe hacerse con estos animales, complejiza el proceso de toma de decisión y formulación de políticas públicas en la materia. “Por ejemplo, los conservacionistas apoyan fuertemente la gestión de animales domésticos ferales para minimizar el daño ecológico pero, al mismo tiempo, algunos grupos de derechos de los animales luchan por protegerlos a cualquier costo. Como resultado de esta presión, en varios países las políticas están cambiando hacia la protección de los animales ferales”, afirma.
A nivel local, continúa, ejemplo de ello es la nueva Ley sobre Tenencia Responsable de Mascotas y Animales de Compañía, más conocida como “ley Cholito”, que establece una serie de obligaciones para quienes deciden mantener una mascota o animal de compañía, pero no contempla el control de animales ferales. También lo es la controvertida modificación al Decreto 65 de la Ley de Caza, que eliminó la posibilidad de dar muerte a perros ferales.
En este escenario, las aproximaciones participativas, que consideren a los distintos grupos de interés en las sociedades, parecen ser la mejor respuesta para acercarse a la formulación de políticas para manejar a los animales domésticos ferales, asegurando la protección de la biodiversidad, el funcionamiento de los ecosistemas, y el bienestar social y ecológico en las zonas rurales. Para Tomás Ibarra, “esta respuesta requiere convicción política y una mirada de largo plazo que no tenga un horizonte nublado por las próximas elecciones, sino que en la sustentabilidad del patrimonio natural y cultural de nuestro país en el futuro”.