En los fiordos y canales de la Patagonia encontramos una de las redes interconectadas de algas pardas de relevancia única en el planeta. Estos bosques acuáticos sostienen una gran parte de la vida marina del territorio y se configuran como un hábitat estructurador ofreciendo refugio, alimento para una gran cantidad de especies, mejoran la calidad del agua y tienen un importante rol en la mitigación y adaptación al cambio climático. Desde tiempos ancestrales, esta vegetación han sido el sustento de comunidades costeras, alimento y medicina para los primeros asentamientos humanos del sur. 

Cuando hablamos de algas, solemos agrupar bajo un mismo nombre a organismos muy distintos entre sí. En realidad, estas pertenecen a diferentes reinos y linajes evolutivos: no forman un único grupo biológico, pese a que comparten ciertas características, como vivir en ambientes acuáticos y realizar fotosíntesis gracias a la clorofila. 

Existen las microalgas, invisibles a simple vista pero fundamentales, ya que producen gran parte del oxígeno del planeta. También están las macroalgas, visibles y familiares en las costas chilenas —como el cochayuyo y el luche — que se clasifican en tres grandes grupos según sus pigmentos: verdes, rojas y pardas. 

Independiente del tipo de algas que sea, estas son fundamentales en nuestras vidas y en la conservación de los ecosistemas, tanto es así, que nosotros no existiríamos sin ellas. 

Créditos: Costa Humboldt.

“Las algas son responsables del origen de la vida tal como la conocemos hoy en día. Hace más de 3.000 millones de años, las primeras cianobacterias comenzaron a liberar oxígeno a la atmósfera, cambiando para siempre las condiciones del planeta”, menciona el investigador Erasmo Macaya, destacado ficólogo chileno y académico de la Universidad de Concepción (UdeC), que dirige el Laboratorio de Estudios Algales (Algalab), enfocado en la ecología, diversidad y biología molecular de las macroalgas. 

Sin esas algas primitivas, los animales —y los humanos— jamás habrían existido. “De hecho, hay un evento que se llama la gran oxigenación, que es precisamente la gran abundancia de estos organismos lo que hace que comience a cambiar la estructura del planeta, se genere la atmósfera, aumente la cantidad de oxígeno y aparezcan organismos que dependen de él”, añade Macaya. 

Miles de años después, las algas también fueron protagonistas de la historia humana. La teoría del Kelp Highway sostiene que los primeros habitantes de América se desplazaron siguiendo la costa, alimentándose de los recursos que ofrecían los bosques submarinos de algas pardas. Evidencias arqueológicas en Monteverde, cerca de Puerto Montt, muestran que hace 14 000 años ya se consumía cochayuyo y luga roja, no solo como alimento, sino posiblemente también como medicina, menciona el ficólogo. 

Créditos: Costa Humboldt.

Bosques de algas pardas: sostenedores de vida 

Los bosques de algas pardas son extensas agrupaciones de macroalgas que crecen desde el fondo marino y se elevan hacia la superficie. Funcionan de manera similar a los bosques terrestres: generan oxígeno, capturan carbono, absorben nitrógeno, fósforo disuelto, acumulan metales pesados, y ofrecen refugio, alimento y espacio de reproducción a una enorme diversidad de especies marinas. Son ecosistemas clave para el equilibrio de la vida en el planeta, para la salud del océano, y como sustento clave de comunidades costeras y economías globales. 

En Chile los bosques de algas pardas se componen principalmente por tres géneros representativos: Lessonia (huiros negros y palo), Macrocystis (sargazo o canutillo) y Durvillaea (cochayuyo). 

“Los bosques de algas cumplen la misma función que los árboles en la tierra prácticamente, son muy importantes para mantener los niveles de biogeoquímicos en el ciclo del carbono en el ciclo del oxígeno y en muchos otros más ciclos”, menciona Laura Ramajo, bióloga y doctorado especialista en cambio global, investigadora adjunta del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR2) en Chile. 

Laura comenta que los bosques de algas pardas cumplen un rol clave frente al cambio climático. Aunque no son plantas, realizan fotosíntesis, lo que les permite producir oxígeno y absorber CO₂, ayudando a mitigar la acidificación oceánica y regulando el pH en zonas sensibles como los fiordos. Además, sus extensas estructuras actúan como barreras naturales que reducen la fuerza de marejadas y hasta los efectos de tsunamis, protegiendo a la costa de la erosión y la destrucción de infraestructura. 

“Los bosques de huiro (Macrocystis pyrifera) tienen decenas de metros de profundidad y las hojas son enormes. Se ha visto que cuando estos desaparecen, los efectos de los tsunamis y los de las marejadas generan erosión y pérdida de playa. Hay algunos ejemplos de adaptación al cambio climático que están intentando restaurar estos ecosistemas al lado de los puertos, para disminuir los efectos del oleaje, etcétera. O sea, con mayor razón el tema de la conservación de los bosques es vital”, enfatizó Ramajo. 

Por otra parte, y en relación con la biodiversidad que albergan estos bosques, Erasmo Macaya se refiere en particular al cochayuyo: “Posee una estructura interna en forma de panal lleno de aire que le permite flotar al desprenderse, formando verdaderas islas marinas que viajan miles de kilómetros arrastradas por corrientes y vientos; algunos ejemplares han recorrido más de 20.000. Y al igual que otras algas pardas, se adhiere a las rocas mediante discos adhesivos —estructuras que actúan como “zapatos” que lo fijan al sustrato— y que funcionan como refugios para numerosas especies. De este modo, tanto en los bosques que forman como en estas zonas de fijación, el cochayuyo se convierte en un verdadero hábitat de alta diversidad”. 

Fiordos y canales de la Patagonia como laboratorios naturales 

Los fiordos patagónicos son considerados laboratorios naturales porque en ellos confluyen glaciares, hielo y aguas turbias que generan gradientes ambientales únicos. Los bosques de algas que se encuentran en este territorio, hacen que pese a los impactos del cambio climático, podrían sobrevivir en buenas condiciones a diferencia de lo que sucederá, según las predicciones científicas, en otras latitudes. Estas condiciones permiten estudiar hoy fenómenos que en otros lugares del mundo podrían ocurrir recién en 50 o 100 años, ofreciendo una ventana al futuro de los ecosistemas frente al cambio climático, agrega Macaya. 

“Los bosques de algas que hay en la Patagonia son los mismos que miró Darwin hace cerca de 200 años, quien escribió varias páginas alabando los bosques marinos de Magallanes”.  Esos bosques están intactos, tal cual los vemos hoy en día son como los vio Darwin. Entonces sabemos que esos bosques se han mantenido y ojalá se mantengan por varios años más”, menciona el ficólogo Erasmo Macaya. 

El difícil acceso y por ende las escasas expediciones, han hecho que los bosques de algas pardas de estos territorios no hayan sido suficientemente explorados. Sin embargo, estos bosques siguen maravillando a muchos científicos que hoy recorren los fiordos patagónicos en busca de mayor conocimiento sobre estos ecosistemas marinos que hay que resguardar. 

Para Luciano Hiriart-Bertrand, biólogo marino, fundador de Costa Humboldt menciona: “el sistema de fiordos y canales de la Patagonia es clave para el equilibrio del planeta. Aún nos cuesta asumir que tenemos la obligación de mirar este gran ecosistema con la altura y responsabilidad que se merece. Las características únicas de los fiordos y canales, con gradientes tan pronunciados temperatura y salinidad, han gatillado que las especies que allí ocurren hayan evolucionado de forma muy específica, y este proceso se debe en muy buena parte a la existencia de un sistema interconectado de algas pardas inmenso”.  

Supervivencia de las algas  

Las algas pardas se procesan para obtener alginatos y otros compuestos muy demandados por la industria cosmética y alimentaria. La presión mundial sobre este recurso es enorme y  su extracción continua amenaza su sostenibilidad. En Chile, pese a la existencia de leyes y regulaciones, la limitada fiscalización abre espacio a la extracción ilegal, lo que pone en riesgo especies fundamentales para la ecología y la economía del país. 

Erasmo Macaya advierte que los bosques de algas enfrentan dos grandes amenazas: el cambio climático, que ya provoca su retroceso en países como Australia y Nueva Zelanda, donde se proyecta que podrían desaparecer en los próximos 100 años, debido al aumento de temperaturas de esa zona; y la presión humana sobre estas especies. “Si bien el cambio climático está acabando los bosques de algas en Australia, en Chile nosotros lo estamos acabando, particularmente en el centro o centro norte del país”, enfatiza. 

Macaya explica que a diferencia de otras partes del mundo donde el calentamiento global está eliminando los bosques marinos, en Chile las aguas tenderán a enfriarse, lo que favorece su permanencia. Sin embargo, advierte que en el centro y norte del país los bosques están desapareciendo por la intensa explotación humana, sobre todo del huiro negro, cuya extracción desde praderas naturales es la más alta del mundo y ha llevado a Chile al primer lugar global en este tipo de actividad. En contraste, en el sur y particularmente en Magallanes, la extracción es baja y existen vedas temporales de varios años impulsadas incluso por comunidades locales, lo que junto a las condiciones ambientales más frías ha permitido mantener los bosques en mejor estado. 

Otro problema es la extracción en temporadas de veda. En regiones como Coquimbo, es común encontrar camiones llenos de huiros obtenidos de forma ilegal, especie sobreexplotada en Chile, menciona Laura Ramajo. 

Créditos: Pharsys.

Cultivos y conservación sostenible de algas pardas: 

Existe una gran fascinación por las algas pardas en todo el mundo. También conocidas como quelpos (kelp), en Canadá Louis Druehl, de 84 años, es pionero en el estudio de estas especies. En 1972, fue uno de los fundadores del Centro de Ciencias Marinas de Bamfield (Canadá). Desde entonces ha investigado la evolución, ecología y fisiología de estas macroalgas. Las ha cocinado y escrito sobre ellas: su libro “Pacific Seaweeds: A Guide to Common Seaweeds of the West Coast” es un referente en el tema. Y una especie de alga, la Saccharina druehlii, fue nombrada en su honor.

Druehl explica que: “El potencial de los bosques de algas es enorme. Una es, por supuesto, el ecosistema que proporcionan las algas: los peces y los invertebrados que sustentan. Eso es muy importante. Y luego, desde la perspectiva humana, la captura de carbono. Además de considerar el uso del material natural de algas como un posible biosustituto del plástico derivado del petróleo y de ser alimento para humanos”. 

Conocido como el Abuelo Kelp, Druehl comenzó en 1982 a cultivar algas pardas, y lleva más de 55 años dirigiendo el barco Kelp Express a lo largo de la costa de Kelp Bay. Las cosechan a pequeña escala, pasando de la playa hasta la venta del producto con un pequeño procesamiento entre medio. Druel afirma que en British Columbia, la mayor parte del desarrollo del cultivo de algas marinas se centra en las Primeras Naciones, los primeros pueblos indígenas que habitaban las tierras que hoy forman parte de Canadá, el cual es un elemento importante de su economía. “Aquí existen empresas que colaboran con las comunidades indígenas nativas, para el cultivo de algas marinas y utilizan procesamientos sin químicos, centrándose en el producto” y afirma que mientras más personas se sumen a esta industria, más voces tendrá”. 

Convencidos de la relevancia de los bosques de algas y de la necesidad de desarrollar estrategias avanzadas de conservación en conjunto con las comunidades costeras es que Costa Humboldt, ha estado trabajando en el escalamiento para la restauración y el cultivo de algas. Los primeros pasos comenzaron hace dos años en la localidad de Caulín, Chiloé, donde junto a la comunidad empezaron a trabajar en la construcción de capacidades e infraestructura para avanzar en la restauración y cultivo de algas liderado por las propias comunidades. 

Javier Naretto, co-fundador de Costa Humboldt explica que en Caulín, las comunidades algueras han dependido históricamente del pelillo, un alga usada en la industria cosmética y farmacéutica para la producción de agar-agar. Sin embargo, en los últimos años su crecimiento se ha visto afectado por el aumento de la temperatura del mar, lo que ha favorecido la proliferación de otras algas y el desplazamiento del pelillo. Frente a esta situación, surge la necesidad de buscar soluciones que permitan diversificar y complementar los usos de las algas locales. 

En este contexto, las algas pardas como la Macrocystis aparecen como una alternativa con gran potencial. Aunque actualmente no tienen mercado directo, las comunidades las aprovechan como fertilizante natural al mezclarlas con la tierra en sus huertas. Naretto destaca que existe una tradición alguera en la zona capaz de adaptarse al cambio climático, explorando nuevos usos de las algas pardas como alimento, medicina o abono, e incluso favoreciendo especies marinas como el erizo, que se alimenta de ellas.

De acuerdo a Jorge Rivas, académico de la Universidad Santo Tomás de Puerto Montt y  bioquímico que se dedica a comprender el comportamiento metabolómico de macroalgas, por medio de proyectos biotecnológicos se pueden dar nuevas alternativas de uso a las algas, más allá de la simple extracción, aprovechando compuestos de alto valor que hacen rentable y sostenible su cultivo. Esto permitiría avanzar en Chile hacia sistemas de producción similares a los que ya existen en países como Corea, Japón o China. 

Jorge Rivas menciona: “Al ser extractivo el sistema de utilización de las algas va entonces a afectar el medio ambiente, la ecología de un determinado sector, pero los sistemas de cultivos no, porque al generar la parte inicial en laboratorios y luego el desarrollo y el crecimiento de esta misma alga en el mar, claramente los efectos van a ser muchos menores. Entonces, desde el punto de vista ambiental. Las iniciativas existentes en Chile actualmente para generar sistemas de cultivo son fundamentales. Tenemos cientos de especies de algas y muchas de ellas tienen aplicaciones que ya se utilizan; entonces por qué no fomentar el cultivo de algunas especies de mayor utilización y también de otras”. 

“Los bosques de algas pardas de la Patagonia chilena representan uno de los últimos grandes refugios marinos prístinos del planeta y un testimonio vivo de la historia evolutiva del océano. Su valor ecológico, cultural y económico es inmenso, y su futuro depende de las decisiones que se tomen hoy. Necesitamos fortalecer la investigación, promover prácticas de manejo sostenible y consolidar alianzas con las comunidades costeras. Proteger estos bosques no solo significa resguardar un ecosistema único, sino también asegurar una fuente de resiliencia frente al cambio climático y una gran oportunidad de desarrollo sustentable para futuras generaciones”, menciona Luciano Hiriart-Bertrand.

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