Alejandra Mora, creadora del primer mapa de bosques submarinos: “Chile es una potencia mundial de macroalgas”
Un día desempolvó de su librero “El viaje del Beagle”, de Charles Darwin, y leer solo unas líneas cambió el rumbo de su vida. Esta doctora en Geografía y Medioambiente de la Universidad de Oxford desentrañó el estado de los bosques de algas que había descrito el naturalista inglés y se llevó una sorpresa. Hoy asegura que no existe una protección real para los bosques de huiros de la Patagonia ni del resto del país, y que para conservarlos de manera efectiva se requiere la creación de más áreas marinas protegidas y el retiro de actividades contaminantes o extractivas cerca de bosques de algas, como la salmonicultura.
Corría 2017. Alejandra Mora (39), geógrafa de la U. de Chile, se desempeñaba como académica de media jornada en una universidad capitalina y destinaba el resto del tiempo a sus hobbies: dibujar, tejer, tocar el acordeón y leer. En su librero había un título que había comprado en un viaje a Inglaterra, pero que estaba entre los “pendientes”. Hoy no recuerda qué la impulsó a darle una oportunidad a “El viaje del Beagle”, el libro que Charles Darwin publicó en 1839 y que hace referencia a la expedición de cinco años del naturalista inglés a bordo del Beagle. Pero ese libro lo cambió todo.
En el capítulo sobre su paso por Tierra del Fuego, unas líneas capturaron su atención: “Solamente puedo comparar esos grandiosos bosques acuáticos del hemisferio sur con los bosques terrestres de las regiones intertropicales”, leyó Alejandra. “Esa sola idea me voló la cabeza. ¿Cómo era posible que en la Patagonia existieran bosques submarinos tan increíbles como decía Darwin y nadie estuviera hablando de eso?”, explica la investigadora desde la ciudad de Victoria, en la provincia canadiense de Columbia Británica, donde realiza un posdoctorado. “Cada vez que Darwin analizaba un huiro hacía una descripción completa de todo lo que encontraba. Por eso dice que los bosques de huiros le parecen tan diversos y abundantes de vida como los bosques que encuentras en lugares como la selva amazónica. Para mí esa idea era alucinante”, agrega.
Con esa imagen en la cabeza, Alejandra ideó una línea investigación de doctorado aprovechando su expertise en sistemas de información geográficos. “Fue uno de esos momentos de inspiración en que todo te hace sentido. Pensé: si tengo una base en el uso de imágenes satelitales y los bosques de huiros son requete importantes, ¿qué tal si hago un mapa de todos los huiros que hay en la Patagonia?”, dice. Pero ese fue sólo un punto de partida.
Alejandra desarrolló finalmente un mapa mundial de bosques submarinos.
Hasta ese momento, el océano era algo que a Alejandra le interesaba de manera tangencial. Pero una vez embarcada en la investigación de los huiros, recordó que en su infancia alguna vez le había mencionado a su madre que quería aprender a bucear. “Como Jacques Cousteau”, le respondió su mamá.
“Es que en ese tiempo no había referentes femeninos en este mundo”, dice Alejandra, quien se declara admiradora de varias exploradoras marinas, partiendo por la oceanógrafa Sylvia Earle: “Me encanta ella. La encuentro muy pionera, valiente y apasionada. Por sus palabras se desprende que ama mucho lo que hace”. También menciona a las fotógrafas submarinas Cristina Mittermeier y Nadia Aly, y a la bióloga marina Diva Amon entre sus modelos a seguir, destacando también a su amiga Catalina Velasco, exploradora y divulgadora científica.
Registros de buceo de Alejandra. El primero es de los bosques del Estrecho de Magallanes y el segundo es la fauna de los fiordos de los canales patagónico ©Alejandra Mora
De alguna manera, la confección de este mapa mundial de distribución de la especie Macrocystis también convirtió a Alejandra en una exploradora de los océanos, porque necesitaba corroborar en el agua lo que mostraban las imágenes satelitales. Para eso se asoció con el Centro de Investigación Dinámica de Ecosistemas Marinos de Altas Latitudes (IDEAL), con el Centro de Investigación en Ecosistemas de la Patagonia (CIEP) y con el South Atlantic Environmental Research Institute (SAERI). «Perdí la cuenta de cuantos buceos hice por los canales patagónicos, el canal de Beagle y el estrecho de Magallanes”, dice.
-¿Cuál fue la principal conclusión de este mapa?
-Fue un cambio completo de paradigma, porque descubrimos que en Chile se encuentra un tercio de la distribución global de Macrocystis en el mundo, y eso es muchísimo. Eso quiere decir que somos una potencia mundial de macroalgas. Lo otro es que estamos hablando también de un ecosistema que es super fundacional: donde existen bosques de huiros existe la fundación para que puedan instalarse otras especies. Son reservorios de vida.
-¿Qué aprendizajes emergieron con este mapa?
-Logramos hacer visible lo invisible. Aprendimos sobre la distribución de una especie y también algo que es muy bonito: cuando publicamos este mapa en el artículo científico orientamos todo hacia el sur, es decir, con el sur apuntando hacia arriba, entonces ves las islas subantárticas, Patagonia, Cabo de Hornos, el sur de Sudáfrica y Namibia y el archipiélago de Tristan da Cunha en el océano Atlántico, las islas Kerguelen en el océano Índico, Tasmania y Nueva Zelanda… Así te das cuenta de que existe una conexión global de estas poblaciones de algas.
-¿Qué ha pasado con estos ecosistemas a través del tiempo, desde que los vio Darwin hasta que elaboraste el mapa?
-Han persistido en el tiempo por lo menos 200 años. Eso lo descubrimos comparando las cartas náuticas hechas en 1834 con imágenes satelitales y un algoritmo de alta resolución. Esta situación de persistencia nos habla de bosques que, no es que hayan vivido 200 años, sino que ocupan el mismo espacio: por 200 años hay huiros que nacen, crecen y que están ocupando el mismo nicho ecológico. Eso significa que existen condiciones muy adecuadas para la vida marina en los canales y los fiordos patagónicos, el Estrecho de Magallanes, el Cabo de Hornos y también en Las Malvinas y las islas de South Georgia, donde igualmente realizamos esta investigación.
-¿Cuáles son las principales amenazas para los bosques de algas patagónicos?
-La presencia de la salmonicultura. Al haber jaulas existe la posibilidad de que los salmones se escapen y que afecten la cadena trófica de los bosques de algas. También puede incidir el cómo son alimentados o mantenidos a través de antibióticos, porque esos elementos se dispersan en la columna de agua y terminan afectando a los bosques de algas. Por el momento han sido muy resilientes, pero estos elementos pueden generar perturbaciones a largo plazo en estos bosques de algas y, por lo demás, todavía hay un montón de cosas que no sabemos de los canales y fiordos patagónicos. En otros lugares del mundo -por ejemplo, acá en Columbia Británica- se está eliminando la presencia de la salmonicultura como la vemos en Chile porque está afectando la presencia del salmón salvaje, que acá es muy importante. Pienso que todos estos elementos hay que meterlos dentro del debate, con un conocimiento informado y con más ciencia, que siempre es necesaria.
Uno de los principales problemas que enfrentan los bosques de algas en Chiles es el barreteo, la técnica de extracción que ha contribuido a la deforestación de bosques submarinos. “No existe una protección real para los bosques de huiros. No existe cuidado. La gente llega y los saca mientras que en otros lugares están gastando millones para reforestación marina, que imagínate lo caro y complejo que es”, dice.
-A propósito del barreteo, hace unos días comentaste en redes sociales que “la extracción de algas es tan dañina como la deforestación de un bosque nativo”. ¿Podrías explicar esa comparación?
-El barreteo es dañino porque los huiros están llenos de vida. Desde la parte basal, donde el huiro está afirmado a la roca, hay diversos organismos: larvas que buscan un lugar donde crecer, especies como estrellas de mar, peces de roca y moluscos de todo tipo. Además, se producen interacciones de un montón de otros animales: a los lobos marinos les gusta buscar peces entre los huiros y a los delfines les encanta meterse a jugar a los bosques de algas. Entonces, al sacar un huiral estás sacando la fundación misma de un ecosistema. Por eso es análogo a talar un bosque nativo de tierra.
-También dijiste que “nuestros bosques submarinos deberían considerarse patrimonio nacional, un símbolo de vida y belleza… Se merecen la categoría de monumento natural”. ¿Cuál es el beneficio de proteger estos bosques de algas?
-El primer beneficio es la biodiversidad, por todas las especies que viven en un bosque de algas. Algunas de ellas pueden ser el alimento de comunidades costeras y comunidades indígenas más tradicionales. Además, las algas varadas en la orilla son fuente de alimentación por sí mismas.
Otro servicio ecosistémico es la mitigación del calentamiento global. Chile ha suscrito compromisos para mitigar los efectos de la crisis climática y eso se alcanza a través de la conservación de los ecosistemas naturales: bosques nativos terrestres y de bosques nativos submarinos, que también absorben enormes cantidades de carbono atmosférico, así deberían formar parte de una estrategia nacional de mitigación.
Los bosques de huiros también pueden moderar la entrada de las olas: los huirales producen la bifurcación de las olas en miles de direcciones, entonces una ola puede llegar a full velocidad y al encontrarse con un bosque de algas se produce un efecto de amortiguación. Eso es muy relevante para eventos extremos, como grandes marejadas e inundaciones.
Otra cosa es el tema de los nutrientes: un bosque de huiros necesita agua fría, pero también nutrientes derivados del nitrógeno y del potasio. Esos nutrientes están en el mar por sistemas naturales, como fecas de mamíferos marinos y de aves, entonces al ser utilizados por las algas se hacen parte del ciclo natural de estos nutrientes.
Además, está el beneficio cultural: donde existen bosques de huiros estamos hablando de espacios de interacción con humanos durante miles de años. La teoría de la carretera de las algas dice que los pueblos americanos comenzaron a avanzar desde el Estrecho de Bering hacia el sur mariscando en la orilla hasta llegar a la Patagonia. Entonces, conservarlos es también conservar varios modos de vida costeros. Y para quienes queremos conocer más del mar son espacios maravillosos de recreación: al bucear o hacer snorkel en un bosque de algas te encuentras con cosas maravillosas.
-Cómo ciudadanos, ¿qué es lo mínimo que deberíamos saber?
-Estas especies deberían estar incorporadas en la educación de nuestra geografía nacional como conocimiento básico. Ser parte de la conciencia nacional y, por lo mismo, debería haber más planes de conservación y de restauración de esos ecosistemas. Cuando vemos un mapa hay un espacio azul, que es el mar, y la primera impresión visual es que no hubiera nada dentro de ese azul. ¡Y no es así! Hay que ir poblando ese mapa imaginario con estos ecosistemas.
-¿Cuál es la realidad hoy de la protección efectiva de estos bosques?
-Es complejo. La medida de protección más efectiva serían la creación de más áreas marinas protegidas y el retiro de actividades contaminantes o extractivas cerca de bosques de algas, pero cerca de comunidades costeras se puede intercalar áreas protegidas al 100% con áreas de manejo. Sin embargo, es complicado, porque requiere un montón de cooperación y de coordinación. Por otra parte, la Subsecretaría de Pesca debiera regular el tema, pero con pocos fiscalizadores está muy difícil hacerlo. Pienso que hay otros ministerios que podrían involucrarse -como el de Ciencia, de Medio Ambiente y de Agricultura a través de Conaf-, pero se requiere una coordinación mayor. Sin embargo, es complicado si no existe una política integral de borde costero.
Luego, Mora profundiza: “Por una parte existe el barreteo masivo, donde se sacan algas a destajo que se envían a otros países -asiáticos sobre todos- y se genera la deforestación submarina. Y, por otro lado, está el barreteo como una práctica de manejo que está regulada por ciertas comunidades bien organizadas que sacan algas, pero que entienden el ciclo natural de regeneración de estas especies y no van a dejar un espacio vacío. Entonces no es tan fácil decir ‘no al barreteo’ completamente. Además, creo el foco de la fiscalización debería estar en los centros de acopio y exportación, y no tanto en la costa, porque es demasiado difícil de fiscalizar y los que están haciendo el negocio son los revendedores. Eso forma parte de la complejidad del tema. Pero hay que hacerse cargo ya”.