Montañas mías
En montañas me crié
con tres docenas alzadas.
Parece que nunca, nunca,
aunque me escuche la marcha,
las perdí, ni cuando es día
ni cuando es noche estrellada,
y aunque me vea en las fuentes
la cabellera nevada,
las dejé ni me dejaron
como a hija trascordada.

Y aunque me digan el mote
de ausente y de renegada,
me las tuve y me las tengo
todavía, todavía,
y me sigue su mirada.

Poema de Chile – Gabriela Mistral

En el Museo Gabriela Mistral de Vicuña hay una vitrina que guarda, dentro de una pequeña bolsa, un puñado de tierra. Es tierra de Montegrande, el poblado donde nació Lucila Godoy Alcayaga, y que fue recogida por ella misma —ya adulta, ya siendo Gabriela Mistral— para llevarla consigo en los viajes y en la vida itinerante que se le aproximaba. Un gesto mínimo, casi doméstico, pero cargado de sentido: llevar el suelo consigo, como quien no quiere perder el contacto con el paisaje donde aprendió a mirar el mundo. Aferrarse a la tierra de cuando aún era Lucila y le hablaba a la naturaleza que alumbró su infancia.

Gabriela Mistral. Créditos: ©Archivo del Escritor. Colección Gabriela Mistral - Biblioteca Nacional de Chile
Gabriela Mistral. Créditos: ©Archivo del Escritor. Colección Gabriela Mistral – Biblioteca Nacional de Chile

La relación de Gabriela Mistral con la naturaleza no fue circunstancial ni decorativa. Se forjó en su infancia, en un territorio donde el paisaje no era fondo sino presencia: las montañas cerrando el valle, los cielos abiertos del Elqui, la vida rural marcando el ritmo de los días. Allí se gestó una manera de entender el mundo en la que naturaleza y vida humana no podían separarse. De esa experiencia nace una mirada atenta a la flora, la fauna y los espacios que la rodearon, una sensibilidad delicada y espiritual, pero también profundamente ligada a lo social, a la educación y al cuidado de los otros.

Su relación con la naturaleza fue una experiencia formativa que atravesó su infancia, escritura, pedagogía y manera de habitar el mundo. Una mirada adelantada a su tiempo, que hoy permite leer a Mistral como una voz temprana sobre el vínculo ético entre los seres humanos y la naturaleza, el valor del aprendizaje en contacto con la tierra y la conciencia profunda del territorio como espacio de vida.

La infancia como raíz: El paisaje que formó su mirada

Gabriela Mistral en Vicuña en 1954. Créditos: ©Archivo del Escritor. Colección Gabriela Mistral - Biblioteca Nacional de Chile
Gabriela Mistral en Vicuña en 1954. Créditos: ©Archivo del Escritor. Colección Gabriela Mistral – Biblioteca Nacional de Chile

“El vínculo profundo que Gabriela Mistral tiene con la naturaleza nace en su infancia en Montegrande, en el Valle del Elqui, donde vive entre los 3 y los 11 años. Ese lazo atraviesa todas las dimensiones de su vida y obra: ya lo ves en Desolación, su primera obra, que tiene una sección que se llama Naturaleza. En Tala, en una sección que se llama Materias; y se despliega plenamente en Poema de Chile. Pero toda su obra está absolutamente permeada por la naturaleza: su obra poética, su obra en prosa y su vida. En su vida es fundamental porque es una manera que ella escoge de desplazarse y habitar el mundo”, explica Claudia Reyes García, investigadora, escritora y biógrafa chilena especializada en la vida y obra de Gabriela Mistral, directora de Editorial Letrarte y autora de Gabriela Mistral: Biografía breve.

En la poetisa, naturaleza e infancia van de la mano. Aunque nació en Vicuña, fue Montegrande —ese pequeño poblado del Valle del Elqui, rodeado de cerros y atravesado por el río— el lugar que ella reconoció siempre como su verdadera patria espiritual. Allí creció en un entorno rural y austero, marcado por la vida campesina, el trabajo en la huerta y el aprendizaje temprano de los ciclos de la tierra. No se trató solo de un paisaje, sino de una forma de estar en el mundo: observar, escuchar, aprender del ritmo de las estaciones y de las plantas, nombrar lo vivo desde la cercanía.

Criada por su madre, Petronila Alcayaga, y su hermana Emelina —maestra rural—, Gabriela se formó en una educación profundamente ligada al territorio. A ello se sumó la influencia de su abuela, con quien recitaba salmos y textos bíblicos frente al paisaje, integrando palabra, espiritualidad y naturaleza en una misma experiencia. Desde entonces, el mundo natural dejó de ser un decorado para convertirse en una presencia viva, casi animada: el río al que se le habla, los cerros que escuchan, las semillas que enseñan. Una concepción que más tarde se traduciría en su defensa de la pedagogía al aire libre y en la convicción de que el contacto directo con la tierra es esencial para la formación humana.

“El territorio, entendido como la dimensión física de una determinada zona geográfica, también es un aspecto profundo en el “convivio” -como ella misma decía- con el mundo natural. Baste decir cómo, según sus propias palabras, la cordillera, los cerros y las piedras del Valle de Elqui forjaron su carácter. Lo mismo, la vastedad y el carácter indómito de las tierras más australes, como por ejemplo, la intensa influencia que tuvo su paso por Punta Arenas y todos los textos que se desprendieron de ella. Pienso también en Centroamérica y Brasil y la exhuberancia vegetal que tanto la sobrecogía. Esto, en oposición, por ejemplo, con las grandes urbes y los textos que escribe sobre animales en zoológicos en los que describe con tanta precisión ese sentimiento de resignación y sinsentido que le evocaban”, puntualiza Daniela Schütte González, investigadora, editora y académica chilena especializada en la obra de Gabriela Mistral; actualmente Jefa del Archivo del Escritor de la Biblioteca Nacional, y autora del libro Elogio de la naturaleza, una recopilación y estudio de textos en prosa donde Mistral reflexiona sobre la naturaleza, el territorio y la educación.

Esa relación fundante aparece con claridad ya en Desolación (1922), su primer libro. El volumen incluye una sección completa titulada “Naturaleza”, y aunque la propia autora lo definió como un “libro amargo” —“en estos cien poemas queda sangrando un pasado doloroso, en el cual la canción se ensangrenta para aliviarme”—, el texto está atravesado por una conexión profunda con el paisaje y la naturaleza de su infancia. Allí, Mistral le escribe al espino, a las nubes, al otoño, a la montaña de noche, a las estrellas y a la lluvia lenta, revelando desde sus primeros versos un vínculo íntimo y persistente con el mundo natural.

“Tanto en sus prosa, como en su poesía, en sus cartas, la tierra aparece como un elemento fundacional, “de ella nace todo” dice en uno de sus escritos, la vegetación, los minerales, los animales, podríamos decir que son vástagos invisibles que recorren cada trazo de su escritura y, en ocasiones, en el momento más inesperado, surgen como una florecita en el pavimento, como decía Alberto Cruz”, comenta Schütte.

Asimismo, la correspondencia de Gabriela Mistral deja ver una relación cotidiana y muy concreta con el mundo natural, que atravesaba tanto su vida diaria como su manera de escribir, como lo explica la autora de Elogio de la naturaleza:

Gabriela Mistral y Doris Dana. Créditos: ©Archivo del Escritor. Colección Gabriela Mistral - Biblioteca Nacional de Chile
Gabriela Mistral y Doris Dana. Créditos: ©Archivo del Escritor. Colección Gabriela Mistral – Biblioteca Nacional de Chile

“Por ejemplo, dentro de sus cuadernos, es posible encontrar muchas páginas dedicadas a transcripciones de características y propiedades de distintas plantas que copiaba de los libros que leía. Asimismo, en su proceso de escritura, era una constante que, a sus interlocutores más cercanos, les pidiera envíos de revistas o libros ilustrados en los que pudiera volver a traer a su memoria y a sus palabras las distintas especies animales y, sobre todo, naturales. Volviendo un poco a sus cuadernos, en varios de ellos apunta, por ejemplo, la lista de plantas que quiere comprar para el jardín de un consulado o también los “ensayos” —como ella decía— que quería hacer plantando tal o cual flor, árbol o arbusto”.

La poeta no puede —ni quiere— sustituir esos paisajes. La relación de tú a tú con la naturaleza toma su cuerpo, habla y escritura, convirtiéndose en una forma de estar en el mundo: una ética del cuidado, una mirada atenta a lo pequeño y una fidelidad profunda a la tierra que la vio crecer.

Como ella misma escribió, entendiendo el cuidado del mundo como una tarea personal y colectiva:

“Toda la naturaleza es un anhelo de servicio. Sirve la nube, sirve el viento, sirve el surco. Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú.
Donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú.
Donde haya un esfuerzo que todos esquivan, hazlo tú.
Sé tú el que aparta la piedra del camino”.
– Gabriela Mistral, “El placer de servir

Una pionera en la educación al aire libre: Gabriela Mistral y la pedagogía en contacto con la naturaleza

Gabriela Mistral en Nueva York. Créditos: ©Archivo del Escritor. Colección Gabriela Mistral - Biblioteca Nacional de Chile
Gabriela Mistral en Nueva York. Créditos: ©Archivo del Escritor. Colección Gabriela Mistral – Biblioteca Nacional de Chile

Su vínculo con la naturaleza iba mucho más allá de la poesía. No era un mero recurso literario ni un decorado pintoresco: era un eje central de su vida, pensamiento y pedagogía. La naturaleza marcó su infancia, moldeó su mirada sobre el mundo y se convirtió en un principio rector de su enseñanza, en una época en que la educación formal chilena era rígida y mayormente urbana.

Mistral comprendió desde muy temprano que aprender no debía limitarse a las cuatro paredes de un aula, sino que podía suceder en el patio, en el huerto, entre los cerros y los ríos: un aprendizaje vivo, en contacto con la tierra, que despertaba la sensibilidad, la observación y el cuidado del mundo.

Desde niña, Gabriela experimentó la lectura como un acto situado y corporal. En una prosa autobiográfica recopilada por la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, recuerda que leía subida sobre una mata de jazmín, haciendo de la lectura una experiencia profundamente ligada al mundo natural:

“Una vez cerrada la Escuela, cuando la bulla de las niñas todavía llegaba del camino, yo me metía en esa oscuridad de la mata de jazmín, me entraba al enredo de hojarasca seca que nadie podó nunca, y sacaba mi Historia Bíblica con un aire furtivo de salvajita que se escapó de una mesa a leer en un matorral. Con el cuerpo doblado en siete dobleces, con la cara encima del libro, yo leía la Historia Santa en mi escondrijo, de cinco a siete de la tarde…”.

Gabriela Mistral junto a sus alumnas del Liceo de Punta Arenas 1919. Créditos: ©Archivo del Escritor. Colección Gabriela Mistral - Biblioteca Nacional de Chile
Gabriela Mistral junto a sus alumnas del Liceo de Punta Arenas 1919. Créditos: ©Archivo del Escritor. Colección Gabriela Mistral – Biblioteca Nacional de Chile

Esta práctica temprana no solo la vinculó con la lectura, sino que también reforzó un principio que guiaría toda su pedagogía: la educación debía surgir del contacto directo con la naturaleza, del juego, de la curiosidad y de la experiencia, lejos de la rigidez y la imposición. Su mirada panteísta, que la llevó a afirmar que Dios estaba en todas las cosas, en los seres y en el paisaje, también marcó profundamente su forma de enseñar.

“Entendiendo que la naturaleza, como comentaba, es un vástago central del sistema de creencias que articuló Mistral es, del mismo modo, un elemento importante en su visión sobre la pedagogía. Pienso, sin embargo, que la forma en que “traduce” el vínculo con la naturaleza a los aspectos pedagógicos de su quehacer, se fundan en lo que podríamos llamar una educación sensorial. El ejercicio que propone Mistral es la utilización del contacto con la naturaleza para desarrollar la observación, la atención, la valoración de las especies y la comprensión del profundo vínculo que todas las especies compartimos y la responsabilidad compartida que tenemos en nuestra supervivencia… Que en el fondo son un poco las ideas que expresa en Todas las cañas son huecas”, puntualiza Schütte.

En todos sus textos, Mistral revela la superioridad y trascendencia de la naturaleza. Por ejemplo, en los versos que escribió para un artículo de un periódico de Coquimbo —que le costó la censura del cura y capellán Ignacio Munizaga y le impidió ser aceptada en la Escuela Normal de La Serena— sostenía, inspirada por el astrónomo francés Camille Flammarion, que no había que buscar a Dios en el misterio: estamos sumergidos en él, rodeados de él, lo vemos en las cosas y en los seres; somos un átomo suyo. Para Mistral, la naturaleza era Dios.

Gabriela Mistral en Los Andes, hacia 1917. Créditos: ©Archivo del Escritor. Colección Gabriela Mistral - Biblioteca Nacional de Chile
Gabriela Mistral en Los Andes, hacia 1917. Créditos: ©Archivo del Escritor. Colección Gabriela Mistral – Biblioteca Nacional de Chile

Aunque esta postura le impidió titularse formalmente —oficiando como secretaria en el Liceo de Niñas de La Serena y luego trabajando en las Escuelas de Cerrillos y La Cantera—, la chispa de la rebeldía y la libertad intelectual avivó su relación con la tierra y con el mundo, llevándola a enseñar con una sensibilidad y un compromiso excepcionales durante toda su vida.

Mistral recogía en la tierra las lecciones de la vida: cada semilla, cada surco, le enseñaba sobre cuidado, paciencia y observación. Inspirada por estas experiencias, encontró afinidad con la pedagogía experimental del escritor y filósofo ruso Lev Tolstoi, conocido no solo por sus novelas, sino también por sus propuestas educativas innovadoras. Tolstoi promovía la educación rural, libre y en contacto con la vida, y defendía que los niños aprendieran a través de la experiencia, la observación y la práctica cotidiana. Mistral admiró estas ideas y las adaptó a la realidad chilena y latinoamericana: una educación centrada en la comunidad, la tierra, los ciclos naturales y la formación integral del ser humano.

Su trayectoria docente comenzó en escuelas rurales de Chile, enseñando de manera informal incluso antes de titularse. Desde la Escuela de Compañía Baja en La Serena, pasando por escuelas en Los Andes, Antofagasta, Temuco, Punta Arenas y Santiago, Gabriela desplegó su pedagogía al aire libre, enseñando con gesto, palabra y ejemplo, integrando la vida y la tierra como parte del aprendizaje.

Gabriela Mistral en Los Andes, hacia 1917. Créditos: ©Archivo del Escritor. Colección Gabriela Mistral - Biblioteca Nacional de Chile
Gabriela Mistral en Los Andes, hacia 1917. Créditos: ©Archivo del Escritor. Colección Gabriela Mistral – Biblioteca Nacional de Chile

“Gabriela Mistral tiene tres elementos fundamentales en su pedagogía: la centralidad del niño o de la niña, la naturaleza y la comunidad. Por centralidad del niño me refiero a que todo debe estar en función del niño, algo que hoy puede parecer común, pero que en su época era innovador, cuando todavía predominaba una educación conductista. Esa sería, como una triada, la base de un modelo pedagógico mistraliano: el niño en el centro, la relación con la naturaleza y la comunidad. Un buen ejemplo es la Escuela Granja que ella conoció en México. ¿Qué vio allí? Niños en mitad de la naturaleza, viviendo con ella, aprendiendo de ella, ensuciándose las manos, plantando, sembrando y estableciendo una relación casi orgánica con el entorno”, comenta Claudia Reyes.

Esta pedagogía, profundamente ligada a su infancia rural, manifiesta el deseo de Gabriela Mistral de que todos los niños pudieran tener la misma infancia rodeada de naturaleza que ella tuvo. Para ella, la educación debía surgir de la vida misma, del contacto con la tierra y los seres vivos, y de la posibilidad de aprender haciendo, jugando y explorando.

“Gabriela Mistral estaba muy anclada al mundo campesino, una de sus temáticas fundamentales que le surge de su propia infancia. Las clases que impartía también eran siempre al aire libre. Fue tan vanguardista y rupturista aquello que, como ella misma relata, algunas alumnas lo disfrutaban muchísimo, mientras que otras se sentían extrañas al experimentar la clase fuera del aula”, puntualiza Reyes.

Gabriela Mistral en 1920. Créditos: ©Archivo del Escritor. Colección Gabriela Mistral - Biblioteca Nacional de Chile
Gabriela Mistral en 1920. Créditos: ©Archivo del Escritor. Colección Gabriela Mistral – Biblioteca Nacional de Chile

En México, invitada a participar en la reforma educativa posrevolucionaria, Mistral puso en práctica estas ideas en la Escuela Granja Francisco I. Madero, donde los niños trabajaban la tierra, experimentaban con la vida comunitaria y aprendían a través de la práctica cotidiana. Allí encontró un modelo afín a su visión, que conectaba la educación con la vida rural, la libertad de aprendizaje y la cooperación comunitaria. “Pasó a ser la maestra de América a partir de su participación protagónica en la reforma mexicana”, agrega la directora de Editorial Letrarte.

Lo que comenzó como lecciones al aire libre en las escuelas rurales, con los niños aprendiendo de la tierra y de los ciclos naturales, más tarde se transformó en reflexiones sobre la relación ética entre el ser humano y la naturaleza, anticipando debates actuales sobre ecología, sostenibilidad y el cuidado de la vida en todas sus formas.

En textos como Infancia rural (1928), Mistral reflexiona sobre su propia niñez en contacto con la naturaleza y la compara con la infancia urbana, dejando claro su apego al mundo rural. Su recuerdo no es solo un remanso de nostalgia, sino una reflexión sobre lo que la naturaleza aporta a la formación del ser humano: sentidos despiertos, curiosidad, capacidad de observación y un vínculo íntimo con los ciclos de la vida.

Gabriela Mistral y Doris Dana. Créditos: ©Archivo del Escritor. Colección Gabriela Mistral - Biblioteca Nacional de Chile
Gabriela Mistral y Doris Dana. Créditos: ©Archivo del Escritor. Colección Gabriela Mistral – Biblioteca Nacional de Chile

“Si yo hubiese de volver a nacer en valles de este mundo, con todas las desventajas que me ha dejado para la vida ‘entre urbanos’ mi ruralismo, yo elegiría cosa no muy diferente de la que tuve entre unas salvajes quijadas de cordillera: una montaña patrona, o unas colinas ayudadoras de los juegos, o ese mismo valle de un kilómetro de ancho y dividido por la raya del pequeño río, como una cabeza femenina. Por conservar sentidos vívidos y hábiles, siquiera hasta los doce años, y saber distinguir los lugares por los aromas; por conocer uno a uno los semblantes de las estaciones; por estimar las ocupaciones esenciales, que son precisamente las bellas, de los hombres antes de conocerles las suplementarias y groseras: el regar, el podar, el segar, el vendimiar, el ordeñar, el trasquilar”, escribe.

Así, Gabriela Mistral se configura como una pionera de la educación al aire libre en Chile y Latinoamérica, enseñando desde la vida, la experiencia y el contacto directo con la naturaleza en plena época industrial, mucho antes de que los temas de cuidado ambiental y preservación de los recursos naturales fueran parte del debate público. Su pedagogía era visionaria y profundamente vigente, y su mirada integraba al niño, la comunidad y el entorno natural como un todo inseparable.

Hoy, la mirada de Gabriela Mistral sigue siendo sorprendentemente contemporánea. Sus enseñanzas sobre aprender en contacto con la tierra, respetar los ciclos de la vida y valorar cada gesto de la naturaleza resuenan con los desafíos ambientales de nuestra época. Su obra nos invita a repensar la educación, la ética del cuidado y la responsabilidad de vivir en armonía con el entorno, recordándonos que la conciencia ecológica y la sensibilidad hacia la vida no son solo una necesidad moderna, sino un legado que Mistral anticipó con claridad desde su infancia en Montegrande.

Gabriela Mistral para revista LIFE. Créditos: ©Archivo del Escritor. Colección Gabriela Mistral - Biblioteca Nacional de Chile
Gabriela Mistral para revista LIFE. Créditos: ©Archivo del Escritor. Colección Gabriela Mistral – Biblioteca Nacional de Chile

Ganadora del Premio Nobel el mismo año en que terminó la Segunda Guerra Mundial, Mistral nos recuerda que la enseñanza y el aprendizaje florecen cuando se respeta y se protege la tierra, se observan los ciclos de la vida y se atiende con sensibilidad a cada ser, a cada estación y a cada gesto de la naturaleza.

“La verdad, es que me gustaría decir que, en realidad por los 80 años del Nobel y porque vivimos en el mundo que vivimos, siempre deberíamos volver a leer todos los textos de Mistral, sobre naturaleza, sobre educación, sobre política, sobre literatura, sobre amor, sobre mujeres, sobre niños, sobre la muerte, sobre las madres, sobre toda la infinidad de cosas sobre las que escribió. No obstante, pienso que quizás sean los textos sobre la naturaleza aquellos que sean -aún algunos en su dureza- más amables para todo tipo de lectores, desde niñas y niños a adultos, desde interesados en la naturaleza hasta activistas, desde personas profundamente citadinas a personas que rehúyen de las grandes ciudades, desde personas que solo buscan leer un buen libro hasta amantes de las plantas. La calidad literaria de sus textos, su agudez intelectual y su delicadeza expresiva difícilmente dejarán a alguien indiferente”, reflexiona la jefa del Archivo del Escritor de la Biblioteca Nacional.

Gabriela Mistral y Doris Dana. Créditos: ©Archivo Visual del Museo de la Educación Gabriela Mistral
Gabriela Mistral y Doris Dana. Créditos: ©Archivo Visual del Museo de la Educación Gabriela Mistral

La mirada de Gabriela Mistral ante los debates actuales: pensamiento, naturaleza y proto-ecología

Como muestra Poema de Chile, donde Mistral describe con detalle los cerros, los ríos y los valles de Chile, enseñando a observar, nombrar y cuidar lo vivo. La poesía y la pedagogía se entrelazan: leer y escribir para Mistral era también aprender del mundo, una lección que podía darse en el aula, en la huerta o bajo un árbol.

El vínculo de la poeta con la naturaleza nunca fue ornamental. La poetisa necesitaba el mundo natural para pensar, para escribir y para vivir. Le gustaba leer echada bajo su planta de jazmín, y desconfiaba de los espacios cerrados: “Creo no haber hecho jamás un verso en cuarto cerrado, ni en cuarto cuya ventana diese a un horrible muro de casa…”, escribió en su reflexión ¿Cómo escribo?. La escritura, para ella, requería aire, luz, horizonte; una relación directa con el entorno que la rodeaba y la sostenía.

Desde su infancia en el Valle del Elqui hasta su adultez curiosa y atenta, la relación de Gabriela Mistral con la naturaleza fue una forma de conocimiento y de amor, un modo de estar en el mundo que atravesó su obra, pensamiento y pedagogía. No era solo una amante de la naturaleza: era una estudiosa de ella, una observadora incansable, que leía los paisajes con la misma atención con que leía libros, y que pensaba en la vida y en el ser humano a partir del contacto profundo con su entorno.

Gabriela Mistral. Créditos: ©Archivo del Escritor. Colección Gabriela Mistral - Biblioteca Nacional de Chile
Gabriela Mistral. Créditos: ©Archivo del Escritor. Colección Gabriela Mistral – Biblioteca Nacional de Chile

Sin pretender llamarla ecologista —ni mucho menos adjudicarle los debates contemporáneos sobre sostenibilidad—, para muchos pensadores resulta fascinante leer su obra a la luz de estos temas, ya que se vislumbran en ella trazas de conciencia ecológica y ética ambiental. Como apunta Santiago Daydí-Tolson:

“En su actitud ante el mundo natural [Mistral] manifestó una sensibilidad que, por su religiosidad, se entiende como un antecedente […] de los desarrollos posteriores de una ecología cristiana enfocada en el mundo natural e informada en los estudios ecológicos”.

“Quizás lo primero y más evidente que puedan aportar [las escrituras de Mistral] es la dimensión humana. Lo segundo son las estrategias discursivas que utiliza para abordar temas profundamente complejos de un modo sencillo, cercano. Solemos ver cómo usualmente las discusiones actuales sobre medioambiente, crisis ecológica y los aspectos legales y económicos de estos asuntos son enunciados de tal forma en la que pareciera que siempre afectan a otras personas -no a nosotros- y siempre ocurren en otras tierras -no en la nuestra-. Quizás sea bueno recordar que como Mistral decía: “La razón del planeta está en ella; el cielo es una especie de divino espectador o de mero borde suyo; la Gea es la bandeja del alimento nuestro, y la palma que no se cierra nunca en puño. La madre carnal no va mucho más allá en su servicio, esclavo y sordo. Debieran acostarnos desnudos dentro de ella en recuerdo y devolución de cuanto dio”, comenta Schütte.

Esa curiosidad radical por el mundo la acompañó hasta el final. En septiembre de 1954, al llegar al puerto de Valparaíso en su última visita oficial a Chile, Mistral expresó su deseo de conocer mejor la tierra chilena, sus rincones y su flora. Habló de un proyecto largamente acariciado: un “poema descriptivo de Chile”, para el cual no quería inventar un país idealizado, sino observarlo con humildad. “No es cuestión de inventar un país bonito, sino de ir a copiar, así como un estudiante muy humilde y torpe, lo que vean mis ojos”, dijo. Y pidió ser guiada, acompañada, para aprender el nombre de cada planta, de cada ave, de cada forma del territorio. “Llevo la ilusión de poder tener fuerzas para conocer todo lo que desconozco”, confesó.

Conferencia de Gabriela Mistral, Santiago de Chile 1954. Créditos: ©Colección del legado Gabriela Mistral del Archivo del Escritor, Biblioteca Nacional de Chile.
Conferencia de Gabriela Mistral, Santiago de Chile 1954. Créditos: ©Colección del legado Gabriela Mistral del Archivo del Escritor, Biblioteca Nacional de Chile.

Gabriela Mistral veía en la Tierra una madre, y en el conocimiento de ella, un camino hacia la sabiduría, la justicia y la sensibilidad humana. Su poesía y prosa reflejan esa mirada: la geografía, la flora, la fauna y los ciclos naturales no son solo temas literarios, sino lecciones de ética y existencia. La educación, para ella, debía ser integral: enseñar desde la experiencia, la práctica y la relación con la vida misma, valorando la biodiversidad y el entorno como parte del desarrollo del espíritu y la inteligencia.

Como comenta Claudia Reyes García: “La imagen de la huerta que solemos tener es de un espacio ordenadito, con florcitas y hierbitas. Pero el huerto elquino, en general, era más bien un pedazo de bosque: las plantas crecían desordenadas, un poco chasconas, y surgían y brotaban por todas partes. Era un huerto superespecial, un fragmento de naturaleza viva, con agua y vida en cada rincón”.

Gabriela Mistral se llamaba a sí misma “remediera”, y también así se refería a su madre, mostrando cómo el contacto con la tierra y las plantas formaba parte de su vida cotidiana. La jardinería y la siembra no eran solo actividades: eran actos vivenciales, profundamente conectados con el mundo natural y el aprendizaje de la vida.

“Gabriela decía que después de dos horas de escritura, nada la reponía tanto como regar, otras dos o tres horas. La jardinería era muy importante para ella: un acto más libre y profundo que lo que solemos imaginar hoy. Era vivencial, amplio, conectado con la naturaleza. Y algo distintivo de Mistral era que siempre sembraba árboles; donde iba, dejaba un árbol”, agrega la directora de Editorial Letrarte.

Gabriela Mistral (al centro y de gafas) plantando un canelo en la Plaza de Armas de Osorno en 1938. Créditos: ©Municipalidad de Osorno
Gabriela Mistral (al centro y de gafas) plantando un canelo en la Plaza de Armas de Osorno en 1938. Créditos: ©Municipalidad de Osorno

Su mirada es, entonces, sorprendentemente contemporánea. Anticipa debates sobre ecología, sostenibilidad, educación experiencial y conexión con el entorno, proponiendo una relación ética y afectiva con la Tierra que hoy resulta más urgente que nunca. Esa voz que describe paisajes, animales, plantas y aves nos recuerda que el mundo natural es un espacio de aprendizaje y reverencia: “tanto me da su persona maravillosa que hasta pretendo mantener con ella algo parecido al coloquio”, escribió. Esos ojos que entendieron la importancia de aprender de la naturaleza, que quisieron decantar lo visto en palabras y poesía, nos hablan de un pensamiento visionario, profundo y vigente, invitándonos a cuidar y dialogar con la Tierra como ella lo hizo: con atención, respeto y amor.

En ese sentido, la poeta Gabriela Mistral cobra una actualidad renovada, sobre todo en el contexto de crisis ambiental y humana. Hoy, su obra nos recuerda que aprender de la tierra y cuidar de la naturaleza no es solo un ideal literario, sino una urgencia ética y educativa.

“Hay textos de Gabriela Mistral que podrían considerarse manifiestos sobre cómo pensar el mundo, y cómo pensarlo como un sitio donde se debe amar, cuidar y proteger la naturaleza, no solo como un recurso natural, sino como una parte esencial de la realización del ser humano y de la sensibilidad humana. Entonces, yo creo que, así como se podría tener una clase sobre cambio climático, por ejemplo, usando un texto de Mistral, también se podrían tener clases sobre urbanismo, sobre cuidado del agua, sobre sequía o sobre deforestación, y en todos los casos tendrías textos de Gabriela Mistral llamando a sembrar árboles. La vida misma de Mistral puede verse como un hito y una acción permanente: plantar, escoger vivir en la naturaleza y, al mismo tiempo, protegerla”, finaliza Reyes.

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