Andrés Zegers, conversaciones con una leyenda del montañismo en Chile
Andrés Zegers (51) es una verdadera leyenda de los deportes de montaña. Desde pequeño se apasionó por ella decidiendo, en un momento en que estos deportes en Chile eran incipientes, dedicarse a la montaña. Bajo la mentalidad alpinista de ir rápido y liviano, ha logrado importantes hitos que lo han hecho conocido, como lograr las tres torres del Paine, una icónica pasada por Yosemite, el Marmolejo en 17 horas o el mágico cerro Torre, entre muchas otras. Pero las cumbres de su vida no han estado exentas de caídas, que lo han obligado a hacer algunas pausas e inclusos cambiar cosas en 180 grados. En esta entrevista con Ladera Sur, comparte algunos fragmentos de su vida, recordando ciertos hitos y reflexionando sobre la montaña. Hoy, Andrés busca tranquilidad y entregar su granito para el cuidado y respeto de lo que, para él, toda su vida, ha representado su gran pasión.
“¿De dónde vienen?”, preguntaba un pequeño Andrés Zegers (51) a las personas que se movían con mochilas cerca de las enormes montañas que observaba cuando acompañaba a su papá a pintar en la naturaleza. Observándolos con sus ojos curiosos, la respuesta que recibía era casi siempre la misma: “de ese cerro”. Algunas veces le señalaban cumbres y otras le decían nombres. Pero para ese niño de cuatro años eso era imposible entenderlo, como llegar a la luna. “Con el tiempo todos me decían la misma mentira (que la gente venía de esos altos cerros), así que empecé a pensar que era verdad, porque no podían estar todos confabulados”, recuerda riendo Andrés.
Si de algo está seguro, es que eso que parecía tan lejano para él, desde ese entonces se fue transformando en algo natural: subir la montaña, estar al aire libre y en contacto con la naturaleza. Esas montañas que veía en sus paseos con su padre al Cajón del Maipo o Farellones se transformaron en sus primeras inspiraciones para seguir su camino como alpinista, llegando a ser considerado, por generaciones, una leyenda de montaña en Chile.
Pero para llegar a las cumbres de su vida, también ha pasado por varias caídas. La montaña lo ha llevado a aprender de ella y a compartir sus aprendizajes. En eso han pasado más de 30 años, infinitas montañas e incontables experiencias en diferentes países.
Inicios para sentir una pasión por la montaña
Apenas Andrés se conecta al Zoom para conversar, destaca el paisaje detrás de él. La montaña está imponente allí atrás, con unos árboles que se anticipan a ella, en un nublado y fresco día en el Cajón del Maipo, Región Metropolitana. Él toma mate con la misma simpleza con la que comparte algunas historias y reflexiones de su vida. Cambia la expresión solo para reírse y todo lo que dice es con la misma humildad con la que es conocido. Incluso cuando habla de aquellos recuerdos que almacena con cariño de sus primeros encuentros con el deporte y la montaña.
Por ejemplo, en sexto básico se cambió a un colegio que parecía un castillo antiguo, que tenía una fachada de ladrillos con resaltes que para él y sus amigos eran el equivalente a una pared de escalada. “Esta casa castillo tenía un torreón y gárgolas. Escalábamos pisos antiguos, que eran más altos de lo común. Pero uno subía y el espacio entre ladrillos era cada vez más pequeño. Entonces no era solo un tema de altura. Pero teníamos el reto o tradición de subir lo más alto posible y marcar con tiza. Eso era como decir ‘hasta aquí llegué yo’. Después logré hacer un circuito que era darle la vuelta completa al castillo -recuerda entre risas, porque era difícil-. ¡Al final lo logramos! No era fácil, pero bueno, ahí jugábamos en los recreos o simplemente yo me ponía a escalar”.
Pero en ese tiempo era un simple y técnico juego. Desde hace años, eso sí, que la montaña ya era parte de él. Andrés dice con seguridad que antes de los siete años ya subía montañas. El Carbón (1.336 msnm) fue una de ellas. A los 9 hizo la Falsa Parva (3.888 msnm) y a los 11, el Franciscano en La Parva (3.570 msnm). Pero en octavo o primero medio en su colegio se abrió una rama juvenil de montaña de la Universidad Católica. Eso, dice, fue su inicio formal en el montañismo. Tenía 15 años.
– ¿Ese montañismo lo empezaste a desarrollar al mismo tiempo que la escalada?
-A la escalada entré después. Me di cuenta de que este deporte era la evolución natural de lo que es hacer montaña. Si uno ve el montañismo en la historia, todas las grandes montañas se subieron en los años 50’ y 60’. Pero ahí no se acabaron los desafíos, sino que evolucionaron no hacia el objetivo en sí, sino hacía la dificultad de por dónde y cómo se hacían las cosas. Eso requirió otro nivel de compromisos. Con eso empezó la mentalidad alpina de ir rápido y liviano. Asimismo, yo a los 18 años subí el Aconcagua -en el marco de la rama juvenil de montaña- después de haber tenido tifus, entonces físicamente estaba muy débil. No podía correr dos cuadras, esa era mi condición física aeróbica, pero fui capaz de subir el Aconcagua en la ruta normal de caminata y me dije que, si hice eso en esa condición paupérrima, podía hacer más. Ahí, aunque escalaba, me dediqué seriamente a buscar escalar, pero a través del rápido y liviano, que me parecía más desafiante y la progresión natural del montañismo. Entonces primero me dediqué a escalar roca, con el tiempo evolucioné al hielo y fui transportando eso a la montaña.
Al momento de empezar sus estudios universitarios, entró a psicología. Si bien le gustaba, sentía que su camino no era por ahí su destino. Intentó con fotografía, pero tampoco era para él. Así se dio cuenta de que su ruta en la vida debía ser junto a la montaña y tomó un curso en la escuela Nols, donde además trabajó como guía. En ese momento, a sus 20 años, prácticamente se fue de la casa.
“Estar en la Nols me dio otra visión de lo que era el montañismo. Lo que yo hacía se fue mezclando con una visión andina, que es más metódica y ordenada. Creo que fue una muy buena combinación porque me di cuenta de que me estaba saltando muchos pasos. Por ejemplo, el pensamiento latino es que la carga se arregla en el camino. La gringa te dice que te tienes que preparar para lo peor, pero esperar lo mejor. Así me di cuenta de que tenía muchas falencias y empecé a mirar las cosas de manera distinta (…). Nunca he sido superdotado físicamente, sino que he realizado las cosas de forma constante. Entonces, mi fortaleza no es física, es mental. Al tener la mente más estructurada, esta visión gringa iba más con mi personalidad. Pero siendo latino veía oportunidades que otros que tenían mi nivel no veían. Entonces esa combinación la usé a mi favor”, recuerda.
Yosemite, el comienzo de una larga ruta de escalada
En 1991, con la mentalidad alpina de ir rápido y ligero en la cabeza, se fue a Yosemite, en California, Estados Unidos. En Chile todavía la cultura de escalada y deportes de montaña no era algo muy desarrollado. No había, de hecho, tantos escaladores, ni menos gimnasios de escalada o paredes en las casas. Menos se podía pensar en auspicios.
En ese contexto, Andrés fue viviendo el día a día. Entre esas enormes paredes, su filosofía era que la vida le proveyera lo que sucedería al día siguiente. No sabía qué comería, pero a él no le importaba. “Yo estaba comiendo roca, era lo que quería hacer. Ahí estaba mi alimento, lo otro era secundario y siempre aparecía. Así que estaba entregado a eso y siempre aparecía algo”, recuerda. Dormía en cuevas, debajo de bloques de piedras, pero escalando logró hacerse un nombre y a conocer escaladores locales, con los cuales entabló amistad. Siempre buscó personas con las que compartiera la mentalidad alpina que, en ese entonces, en Chile era difícil de encontrar. Ese año hizo más de lo que creía lograr, llegando, por ejemplo, a realizar por el día la ruta “The Nose” en El Capitán.
Luego volvió a Chile, pero sin dejar de lado Yosemite. Según recuerda, fue, sagradamente, cada año, durante seis o siete años seguidos, para volver en 2001 y 2008. “Fui un par de veces”, dice riendo. Pero, dentro de eso, guardaría un hito: en 1998 realizó el ascenso más rápido a la ruta “Excalibur” en El Capitán, demorándose 39 horas en lograrlo, lo que fue superado en 2013 por Alex Honnold. Es solo uno de varios otros hazañas más en el país norteamericano. Ese mismo año, logró, de vuelta en la Patagonia chilena, otro gran hito que marcaría su historia de montaña: convertirse en el primer chileno en escalar las tres Torres del Paine.
Lo cierto es que los hitos, muchas veces a un nivel personal, seguirían con los años.
Más que los hitos están las experiencias
En 2002, hubo una pausa. Andrés trabajaba como instructor de escalada en la pared San Gabriel (de 400 mt.), en el Cajón del Maipo, y el escalador delante de él, con el que compartía cordada, falló en los amarres. Cayó 20 metros y lo rescataron luego de 48 horas. Se fracturó la espada en cuatro partes y su muñeca. Demoró cerca de un año en recuperarse y obtener el alta médica.
Apenas esto sucedió, hizo la travesía del Provincia (2.750 msnm), Tambor (2893 msnm), San Ramón (3236 msnm), Punta Damas (3.061 msnm) y Punta Minillas (2.465 msnm), para salir a la Vertiente, en el Cajón del Maipo. “Hice eso en una jornada y yo sabía que, si bien no iba a ser un tiempazo, no iba a ser malo. Más que el tiempo era el hecho de proponerse cosas gigantes, de poder caminar lo que quiera hasta donde yo desee. Luego fui a una expedición guiada al Plomo (5.424 msnm), Las Tórtolas (6.145 msnm) y al Ojos del Salado (6.893 msnm), en eso estuve 16 días. Llegué aclimatado, no en mi mejor condición física, pero sí motivado. Me sentía como un león enjaulado al que le acababan de abrir la reja”, recuerda. Así, se propuso hacer el Marmolejo (6.108 msnm). Y tenía que estar dispuesto a una paliza.
Casi al final del valle, se cayó en una piedra escarchada y se empampó. Se las ingenió para secarse lo mejor que pudo: estrujó su ropa y se abrigó con lo poco que llevaba. Mientras caminaba, repetía el estrujar sus calcetines. Pero ya no salía el agua. En el campo 1, encontró a unos españoles. Ellos le prestaron calcetines y Andrés empezó a bajar. “En ese minuto me dije que iba tan liviano que cuando quisiera me podía dar la vuelta, no iba tan mal. Así que seguí, llegué al estero La Engorda y, como no podía cruzarlo a pie, le pedí ayuda a unos arrieros que estaban por ahí para cruzar el río”, relata. Acompañó a los arrieros a tomar su té, luego ellos lo asistieron y, tras perderse por un momento, logró llegar al estacionamiento. Subió y bajó el Marmolejo en 17 horas, lo que normalmente demora una semana. “Fue una experiencia, son metas que me propuse y es una tremenda historia en el sentido de que dije: ‘yo puedo hacer esto y más, ir donde quiera, ya estoy de vuelta de este tremendo accidente”, reflexiona.
-Andrés, hablando del “rápido y liviano”, lograste hitos que destacan cuando uno busca tu nombre. Entre esos, el Marmolejo en 17 horas, la primera ascensión por el día al Huascarán Sur desde Musho (2004), una ruta nueva por la pared sur del Aconcagua (2011), una nueva ruta en la cara oeste del Sajama o el récord de velocidad en la cara oeste del Huayna Potosí en Bolivia (2012). ¿Qué significaron para ti estas experiencias y qué te llevaste de ellas?
–Podría hablar de muchas. O sea, de repente hay escaladas difíciles que no necesariamente te proporcionan tanto como un trekking de “rutina”, como ir caminando al Pochoco y ver un águila cazando. Eso tiene un sabor especial. En ese sentido, cuantificar una experiencia es difícil. Creo que hay que contextualizar cada una y aceptar que uno es un ser cambiante, así como nuestras habilidades, motivaciones y la misma montaña. Entonces, mira, yo creo que hay muchas desafiantes o, por otro lado, que han sido ir de dentro de los límites. Eso me ha gustado, experimentar lo que puedo hacer. Los desafíos más grandes han sido muchas veces cosas que primeramente me parecen imposibles. Pero hay un bichito dentro de mí que dice que se puede. Y tengo que esperar el momento, la motivación y las condiciones adecuadas para realizarlo. Dentro de eso, algunos los he realizado inmediatamente y hay otras cosas que me he demorado muchos años en realizar y he esperado. A ver, tú mencionaste por ahí el Marmolejo, es como lo mismo con el Aconcagua. Cuando yo subí al Aconcagua fue una mega experiencia, imagínate lo que es estar en un estado físico tan malo y plantearse subir un gigante como ese. Si mi condición física hubiese sido otra, la experiencia hubiese sido totalmente diferente.
El cerro Torre
Andrés Zegers estaba cumpliendo uno de sus sueños, entrando ese lugar mágico que siempre había estado en su cabeza lograr. En 2016, junto a los alpinistas Sebastián Rojas y Diego Señoret, estaban iniciando el sendero de aproximación al cerro Torre. Andrés sentía el aire patagónico, con los ojos centrados en el suelo. En eso, ve un trébol de cuatro hojas, lo saca y se lo pasa a Seba. Un par de pasos más adelante había otro. Se lo pasó a Diego. Y siguiendo su camino, encontró el último. Ese era el suyo. “Cabros, esto ya está escrito, esto ya pasó. Nosotros vamos por la cumbre”, les dijo a ambos. Recuerda la frase con la misma sonrisa en la cara que debe haber tenido en ese entonces.
Es que, para él, el cerro Torre tiene algo especial. Lo vio por primera vez el año 1986, mientras hojeaba una revista en alemán. “Me parecía de otro planeta, no podía creer que existía una montaña así. Al principio pensé que era una montaña de fantasía porque la vi en una foto antigua en blanco y negro, que no se podía diferenciar su era un dibujo o una foto. Abrí la revista y vi que era de verdad. Ese momento quedó en mí, he conocido muchas otras montañas, pero el Torre siempre ha salido de cualquier escala para mí. Me costó muchos años, pero se alinearon las estrellas para subir esa montaña. Si bien creo que he tenido otras escaladas más difíciles, finalmente esa escalada con Sebita y Dieguito fue mágica, muy bella”. Antes de eso, había intentado 5 veces lograrlo. Pasaron 30 años desde que escuchó del Torre.
En el podcast Historias de Montaña de Ladera Sur con The North Face, Andrés profundiza en cómo fue esta historia. Partiendo en que llamó a Seba Rojas -quien ya lo había intentado 3 veces- un día antes para ir al Torre, porque vio una ventana de tiempo para hacer cumbre. Organizando todo con un día encima, Seba convenció a Diego y fueron los tres. Toda la aproximación la hicieron en cerca de cinco horas, pero el Torre se reduce al hongo final, según cuenta en el podcast. Eso es nieve y hielo, muy cambiante. La estrategia fue salir a las 11 de la noche para llegar con buenas condiciones climáticas. Escalaron en simultáneo los tres y al llegar al final, al mundo de “hongos, túneles y tubas, donde Gaudí se queda corto”, se sentía totalmente afortunado. Llegaron al último largo con toda la determinación y tranquilidad, lo lograron. Luego, la tuba llena de nieve, pasaron el resto de los obstáculos que le tocaron, de formas que pocas veces Andrés había realizado. “Siempre sentí que por el Torre lo iba a hacer todo, iba con mucha determinación de que iba a hacer cumbre, no lo dudé. Pero por eso iba con una calma terrible dado el nivel de exposición, porque no podía equivocarme”, recuerda en el podcast. Los tres lograron cumbre el 9 de enero de 2016, por la ruta Ragni.
-Llama la atención de ese cerro, que quizás no es el más alto (3.133 msnm), pero sí una de las montañas más famosas a nivel mundial. ¿Qué es eso que la hace tan especial, crees tú?
-Chuta, hay que verlo (ríe). Hay que mirarlo. Además de que tú lo ves y es, o sea, no sé exactamente qué dimensiones tiene el Costanera Center, pero imagínate ver cinco de esos edificios, uno arriba del otro. Eso va a ser impresionante. Si encima de eso agarro una bola de helado y se la chanto a la cumbre, y encima de eso le echan otra más, van a decir ¿de dónde salió esto? Va a ser muy distinto a una montaña que no es tan vertical, que es cambiable o que a lo más vas a tener que apoyar una mano ahí o acá. Aquí vas a ir escalando casi todo el camino. Y si a eso le sumas el clima patagónico, chuta, se complica la cosa, entonces eso lo hace tan especial.
– ¿Qué sintieron cuando llegaron a la cumbre?
-Fue una emoción tremenda, hasta con lagrimones. No la podía creer. No podía creer que me estuviera parando en la cumbre del Torre y para todos fue sumamente emocionante. Por otro lado, en estas montañas, uno llega a la cumbre, pero la verdadera cumbre está cuando uno está en el campamento abajo. Uno no puede bajar la guardia en el descenso porque ahí ocurren la mayoría de los accidentes, entonces la cumbre es como el término de la subida. Ahí ya uno se puede relajar y estar tranquilo.
-Con todas las experiencias que has vivido, cuando uno dice tu nombre, de inmediato se evoca como este sentimiento de leyenda o eminencia en la montaña. ¿Cómo te sientes tú cuando te reconocen de esa forma?
-Por un lado, es fácil que a uno se le infle el ego. Por otro, creo que a mí lo que más me gusta es tratar de compartir el hecho de pensar, analizar y observar la naturaleza. Creo que es imposible comprender a la naturaleza y por eso nunca voy a parar de aprender. Entonces creo que hay que mantener esa humildad y buscar compañeros que piensen de esa forma. Es muy común que la gente piense en que tiene fechas libres y esas ocuparlas para la montaña. Pero yo lo veo distinto, tengo un listado de montañas por hacer y debo ver en qué fecha hacerlas, cuando sea mejor. Porque puede pasar que, si tienes fechas determinadas, la montaña quizás no está en las mejores condiciones para subirla.
– ¿Alguna vez quisiste ir a los Himalaya?
-Muchas veces quise ir y también mucha gente me pregunta lo mismo. Creo que mis planes siempre han sido diferentes a la mayoría. Lo que a mí me atrae siempre ha sido diferente. ¿Qué me atrae de los Himalaya? Obviamente siempre quise hacer el Everest sin oxígeno, porque es un hito para cualquier alpinista, pero me da asco el himalayismo actual porque si bien cada uno es libre de hacer lo que le motive, las expediciones que van con campamentos y cuerdas fijas están destinadas a dejar basura en la montaña. Entonces te encuentras con gente que no tiene el nivel para estar ahí y que después quedan miles de metros de cuerda fija abandonada en la montaña, junto a los balones de oxígeno, carpas, sacos de dormir, dejando toda la basura en la montaña. Son lugares que para mí son sagrados, entonces eso me repugna. Pero siguiendo dentro de las cosas que me hubiese gustado realizar, era el hecho de explorar mis propias capacidades al límite. Por ejemplo, un ocho mil desde campo base a cumbre por el día o realizar escaladas alpinas en grandes paredes en los Himalaya. Pero es difícil encontrar un partner con ese nivel de compromiso y fortaleza. Y por otro lado, a mis 40 años ya lo había intentado varias veces y por distintas razones no me había resultado.
Las nuevas cumbres de Andrés Zegers
Al final de cada respuesta de Andrés, siempre hay algún grado de reflexión. Por ejemplo, habla del sentimiento de tristeza que le provoca ver cómo muchos accesos a las montañas se van cerrando: “uno se siente un delincuente en la actividad que siempre has realizado y te encuentras con varios problemas”. Por un lado, apunta a la falta de cultura de montaña en los deportistas actuales: la basura, el “horario de oficina” en los que se abren parques o que la gente va normalizando, llegando más tarde a la montaña y, por consecuencia, saliendo más tarde, sin el rango de seguridad que entregan mayores horas de luz; la dependencia a las aplicaciones de los celulares e incluso la reproducción de música en plena montaña.
“El otro día fui al Provincia, después de no haber ido hace un año, con la intención de escuchar el viento y estar en la soledad de la montaña. No quería escuchar el reggeatón de uno o la electrónica de otro. Y también te encuentras con supuestos guías que conversan con radios a todo chancho. ¡Usen audífonos! Lo mismo con los ritmos de la gente, ahora uno va a las 6:00 al San Ramón no hay nadie, llegan súper tarde. Entonces yo digo que, de base, se está aprendiendo todo al revés, todo mal (…). También está la cantidad de proyectos mineros e hidroeléctricos en las montañas”, dice.
– ¿Qué mensaje le darías a los jóvenes que se están empezando a dedicar a los deportes de montaña?
-Primero, tratar de observar a la naturaleza y de comprender cómo es la naturaleza desde la geología, meteorología y muchas distintas cosas. Se puede ir aprendiendo tanto de la naturaleza, eso es lo que me maravilla. Hay mucha gente que piensa en el deporte y la competencia y eso a mí personalmente nunca me ha motivado, el hecho de ganarle a otro ser humano. Es una cosa conmigo. Pero el mensaje es a salir al aire libre y disfrutar. Además de que si son jóvenes exploren sus propios límites.
Con todo eso, Andrés toma una pausa. Para él, lo importante es tratar de aportar en lo que pueda para los nuevos deportistas y en la cultura de montaña, para que esas cosas que le generan tristeza se vayan mejorando. “Trato de hacer más consciente a más personas y compartir este amor por la actividad. El resto me queda grande. Don Quijote contra los molinos. Ya tengo suficientes molinos en mi vida como para agregarle más”, dice.
Parte de sus molinos han sido algunos episodios que lo han hecho tener que girar todo en 180 grados. Según cuenta, tuvo un conflicto con Carabineros en el que lo confundieron con un delincuente y, cuando se estaba recuperando de eso, tuvo un accidente en helicóptero, donde fue el único sobreviviente. Eso fue en 2016, el mismo año que hizo cumbre en el cerro Torre y el Fitz Roy. Pero su vida nunca volvió a ser lo mismo: por lo que explica, tardó cerca de seis años en recuperarse y renunciar a ir a los Himalaya de manera consecutiva. “Puedo hacer cosas, pero mi espalda no es lo mismo, ni mi tobillo, ni mi rodilla. Por otro lado, miro hacia atrás y veo que todos los compañeros con que quería hacer estas cosas, no hay ninguno vivo. Si eso es lo que pasa, entonces digo que ya no hice esos sueños, pero sigo disfrutando, así que todo está bien”, reflexiona.
-Habiendo vivido estas experiencias de riesgo como la lesión que tuviste cuando te caíste del San Gabriel o después lo del helicóptero. En el fondo, ¿cuál es tu visión respecto al riesgo que involucran deportes como estos?
-Ahora vengo bajando de ir a escalar en hielo y la cascada que queríamos escalar se podía escalar, pero no hicimos porque no estaba en buenas condiciones. Trato de ser bien honesto con eso. Por otro lado, curiosamente mi accidente en helicóptero me ocurrió en el trabajo, así que eso también abre un tema de que vamos, no estamos exentos de que nuestra vida cambie de un segundo a otro.
De todo eso Andrés ha sacado un aprendizaje y cambiado toda su vida. Buscando alternativas, encontró un interés en el mundo financiero. “No ha sido fácil, ha habido errores, pero ese se ha convertido, de cierta forma, en mi trabajo. He aprendido mucho a usar esa visión de sistema que justamente me ha traído muchos problemas por otro lado. Pero trato de hacer deporte y buscar tranquilidad porque los primeros años estuve en rehabilitación neuropsicológica y tuve que aprender a escribir y muchas cosas, de nuevo, al mismo tiempo de aceptar que soy alguien distinto al de antes, con capacidades que nunca ser las mismas. Eso hay que aceptarlo, pero hay que decir que no me conformo y he tenido avances, tratando de escalar esquiar y estando en la naturaleza, que es lo que me da tranquilidad”, afirma.
-Dentro de eso, ¿cuáles son tus próximos pasos?
En este minuto me estoy recuperando porque el año pasado también me quebré el calcáneo y me corté el ligamento cruzado de la otra pierna. Así que estoy tranquilo, y disfrutando de la escalada y el esquí, ya vamos viendo. Voy día a día, veo un progreso y estoy tratando de hacer cosas que me llenan el alma.