Álvaro Jaramillo, el hombre de las aves
El observador de aves más reputado del país asegura que mientras más sabe de ellas, más curiosidad y preguntas tiene. Jaramillo, radicado en California y quien es parte del jurado de nuestro Concurso de Fotografía “Aves de Chile”, estuvo de paso en el país, porque tiene una empresa que lleva a distintas partes del mundo a grupos de avistadores de aves. Si el birdwatching ya era una actividad cada vez más popular, el chileno asegura que la pandemia aumentó el boom. “Hoy tenemos una relación más íntima con el medioambiente y el entorno”, asegura.
“Las aves me han enseñado que el mundo natural es lo verdaderamente importante. Que sin naturaleza no existimos y no existe nada”, dice Álvaro Jaramillo (53). En su reciente paso de unos días por Santiago, donde llegó proveniente de Estados Unidos con turistas que trae a recorrer espacios naturales y observar aves, conversó con Ladera Sur (y volvió a probar el pisco sour). “Todos los días vemos aves y eso nos recuerda que somos parte de un mundo natural inmenso”, agrega.
El ornitólogo, explorador y aviturista lleva más de 40 años dedicándose a las aves y en cada frase su entusiasmo va en aumento. Puede hablar de ellas sin parar durante horas. Es, de hecho, lo que ocurrió en esta entrevista. De las aves, dice que le gustan porque son bonitas y porque vuelan, cantan y migran. También, porque son un baúl sin fondo: mientras más las conoce, mayor es la curiosidad y más preguntas aparecen. Cuenta, además, que durante la pandemia, mientras parecía que el mundo se estaba acabando, él salía de su casa en California a observar aves y recibía una señal: “Me entregaban un sentimiento de esperanza: las veía volar y pensaba ‘vamos a estar okey’”.
-Te emocionas cuando hablas de las aves.
-Sí… Me siento como un músico que no se aburre de su música, de escucharla o de hablar de ella.
Luego reflexiona: “A veces me dicen ‘¿cómo no te aburres de esto?’. Y para mí, primero que todo, explorar me produce alegría, porque en el mundo de las aves todavía estamos encontrando cosas nuevas. Piensa que hace unos años atrás describimos una nueva especie para el mundo desde Chile. Explorar te lleva a los años de cabro chico, cuando jugabas a los piratas y esas cosas, y tenías esa curiosidad infantil y esa imaginación. Eso me hace sentir feliz”.
Aunque Álvaro Jaramillo nació en Santiago, su familia es oriunda de la zona de Licanray y Villarrica. Pasaba los veranos en el campo de su abuelo en el sur y ahí empezó a conocer y relacionarse con la naturaleza. Su padre era profesor universitario y había estudiado en Canadá. Tras el golpe militar decidió regresar a Canadá con su familia. Álvaro dejó Chile antes de cumplir los 10 años.
El nuevo hogar estaba a tres horas de Toronto, en un entorno de bosques y lagos, donde eran habituales los paseos en bote. “Mi papá siempre pescaba en el lago Calafquén, entonces en Canadá fue lo mismo: pescábamos, pescábamos, pescábamos y llegó un momento en que me aburrí de pescar (ríe)”.
De visita en la cabaña de unos amigos de su papá, Álvaro descubrió lo mucho que podía descubrir con unos binoculares y lo fascinante de un libro de aves de Norteamérica. Los paseos en bote con su papá y su hermano continuaron, sin la caña de pescar, pero con el libro y los binoculares. Así empezó a mirar e identificar aves. “Ese libro me cambió la vida”, dice. “Lo veía y decía: chuta, de esta especie hay 100 más… Cada día era un descubrimiento de nuevas aves. Era un mundo que yo no sabía que existía y me obsesioné con ir conociendo cada vez más”, dice.
“Recuerdo que de niño en Chile tenía esos álbumes que se llenaban con láminas que compraban en el quiosco y siempre estabas pensado: esta lámina no la tengo, me falta esta otra lámina. Entonces transferí esa forma de pensar a las aves: en mi mente tenía un álbum de aves, trataba de juntar las láminas y de completar un álbum mental. A los humanos nos gusta eso: categorizar, saber patrones en común de cualquier cosa y entender más de eso que nos gusta”, explica.
Ese álbum mental de aves, que empezó como un juego, llegó mucho más lejos de lo imaginado. Empezó a recorrer los museos de Toronto y encontró libros de aves sudamericanas de mediados de 1800. Así fue complementado el conocimiento en terreno con la información científica, pero faltaba algo: la imagen. Entonces, le surgió la inquietud: “Si algún día voy a Chile y logro entender bien estas especies, ¿podría hacer un libro sobre la identificación, comportamiento, distribución de las aves chilenas?”, pensó.
En el camino conoció a su gran amigo y quien se convirtió en su socio improbable: Peter Burke. “Lo conocí como a los 14 años, en una reunión de voluntarios para hacer un atlas de aves nidificantes. Recuerdo andar con él conversando y observando aves y de repente saca un cuaderno super rasca y un lápiz Bic azul… ¡Hizo un dibujo impresionante! Le pregunté cómo aprendió a hacer eso y me dijo que desde niño dibujaba, y le dije que algún día deberíamos hacer un libro. Me dijo de inmediato que sí”.
Se embarcaron en un libro científico que los convenció del siguiente paso. “Cuando estábamos en la universidad y ya teníamos la idea del libro, lo invité a un viaje y recorrimos desde Arica a Tierra del Fuego. Estuvimos viajando varios meses en la temporada de octubre y noviembre, porque es cuando hay más especies. Cuando tomamos más en serio la idea del libro hicimos un viaje en invierno, para observar aves en esa época y tratar de entender sobre la distribución, la diferencia en plumaje y otras cosas”.
Álvaro, Peter y otro amigo, David Beadle, se dieron la tarea de recorrer muchos museos rescatando información. “Yo recorrí los museos de Santiago y Concepción, y de ahí fui a museos en Buenos Aires, Nueva York, Washington, Chicago, Toronto, Ottawa y California. El más importante es el de Chicago, que tiene la colección más grande de aves chilenas en el mundo, porque en 1934 se publicó ‘Birds of Chile’, que era un catálogo de aves chilenas que lo hizo (Carl Eduard) Hellmayr, que trabajaba en ese museo”.
Finalmente, en 2003 publicaron “Libro Aves de Chile”, la guía de campo más completa de aves de Chile, que incluye a casi 500 especies y que abarca también la península Antártica, las islas Malvinas y las Georgias del Sur. Este título es una referencia obligada para los amantes de las aves. “La meta era hacer un libro bueno, que sirva, una especie de línea de base que sea fácil para la persona que lo use, que tenga los dibujos, la información o el mapa”, dice Jaramillo. “Lo más difícil fueron las láminas. Peter o Dave eran máquinas de producir láminas, se demoraban un mes en producir una y fueron casi 100 láminas”.
-Casi 20 años después, ¿eres consciente de lo trascendente que fue tu libro?
-Sí, al final lo acepté. Me costó, porque la verdad es que nosotros estábamos tan metidos en tratar de producir el libro y lograr la meta que no pensamos que tanta gente lo iba a usar. Creíamos que algunos lo iban a usar y quizás alguien iba a escribir algo sobre el libro, como que lo hicimos bien. Pero tocó a mucha gente en el corazón, tocó de una forma más emocional, y no estábamos preparados para eso… Fue bonito, pero pensábamos “chuta, qué pasó acá, si es un libro”. Hicimos un libro con harto amor y pensando en la persona que lo iba a usar, pero nunca pensamos que iba a tener un efecto grande. Con Pete, algunas veces tomando unas cervecitas o algo le decía “¿has visto lo que ha pasado en Chile?”, y me decía que estaba como plop.
Una generación completa de observadores de aves ha esperado por años una segunda parte de su libro, como quien está expectante de la secuela de una película de culto. “Queremos hacer una nueva edición, pero hay temas de derechos… Ya tenemos nuevas láminas, ya está hecho parte del trabajo. La idea está ahí, lo queremos hacer”.
-¿La gente te lo pide?
-Todos los días.
Álvaro Jaramillo cuenta que una de las cosas que lo tiene motivado es que cada vez hay más gente interesada en la observación de las aves. “Cuando compartes información o haces un proyecto que le interesa a la gente estás afectando también la vida de otras personas y en una forma positiva. Sientes que le estás ofreciendo no solo un producto -como un libro-, sino una oportunidad de una vida diferente, un interés nuevo que se empieza abrir: voy a salir a caminar para tratar de ver esta especie. Me siento aportando a cambiar el rumbo de la vida de algunas personas, lo que me da una felicidad”.
Con su empresa de ecoturismo llamada “Alvaro´s Adventure” viaja con grupos de avistadores a diversos puntos del planeta: Bolivia, Ecuador, Bután, Japón, Sudáfrica y Chile. El próximo viaje será a Cuba.
-Cuando traes a un turista, ¿cuáles son los lugares donde tú los llevas?
-El Yeso, porque quieren ver el chorlito cordillerano. Las Torres del Paine y Patagonia son una cosa mágica para todo el mundo, y Chiloé, que es muy especial. La gente quiere ir a ver las aves del bosque sureño, pero Chiloé tiene bosque, aves, mar, aves migratorias. En la zona central, El Yeso, y para ver aves marinas, salir en embarcaciones de Valparaíso o Quintero, donde se pueden ver albatros, petreles, golondrinas de mar, cosas que no se ven en la tierra.
-¿Cuáles son las especies más atractivas para el turista?
-El cóndor. Acá tú puedes salir a Farellones cualquier día y puedes ver a veces hasta 20 o 30. Es grande, es conocido, es alucinante y, además, tienes que estar en la cordillera. Pero hay otras cosas especiales, como el chorlito cordillerano que está en El Yeso: es bonito, es muy específico en su hábitat, hay pocos lugares en el mundo donde lo puedes ver, y acá es donde mejor se ve, más que en Perú o Bolivia, por ejemplo.
-En una entrevista dijiste que el ave que más te gusta es la que tienes enfrente, pero tu libro tiene en la portada al chucao. ¿Cuál es tu ave preferida?
-Lo del ave que está al frente es verdad, yo disfruto lo que esté ahí, es como estar en el momento, con la situación que te llegó. Pero el chucao me lleva a esos tiempos con mi papá que me hablaba del chucao, que me decía que se escucha, pero nunca se ve. Es bonito, tiene un canto especial que es fácil identificar, te lleva a un lugar en el mundo muy específico, al bosque de Nothofagus. No hay chucao en otros lugares, está en el bosque chileno. También me lleva a mis antepasados, al lado español o de mi abuela más alemana o el lado mapuche que tengo, toda esa gente escuchó el chucao. Para mí es más que un pájaro, es mi historia. El chucao está justo en el lugar donde estaba toda mi gente. No es porque sea el más bello, no es el quetzal, pero es especial.
-¿Qué efecto tuvo la pandemia en el birdwatching?
-La pandemia fue un boom de observación de aves. En Estados Unidos y Europa se elevó mucho, porque la gente no sabía qué hacer, no había lugares donde ir y fue a observar la playa, a usar binoculares y observar aves… Fue un boom impresionante. No sé si acá tanto como en el norte.
-¿Crees que la pandemia cambió la valoración que tenemos de la naturaleza?
-Yo creo que sí, porque si estabas encerrado y la única opción que tenías era salir a caminar por un lugar solo, te haces una idea del medioambiente, con menos autos, menos aviones. O quizá estabas en un lugar con espacios verdes, eso pasó al menos donde vivo yo. La gente salía a la playa, a caminar, con sus mascarillas, solo con la familia, con una relación más íntima con el medioambiente y el entorno. Cambió de una forma positiva. En el futuro vamos a ver el cambio que pasó con la pandemia y vamos a ver los beneficios que nos dio.
-¿Cuál es la pregunta que más te hace la gente?
-Cuando sale la nueva versión del libro, en Chile por lo menos (se ríe). Muchas son preguntas específicas, como por qué me interesa identificar las aves.
-¿Y qué les respondes tú?
-Para mí es obvio: las ves todos los días, vuelan, son bonitas, las escuchas y son fáciles de ver. Yo quiero ver un gato andino y muchos amigos también, pero se pueden ir a la cordillera meses y no lo verán. En cambio, las aves las podemos ver todos los días, hasta las más difíciles… Son parte de nuestro mundo, de cómo vemos y escuchamos el mundo en. Están ahí… Están ahí siempre.