Revelan que la población más norteña de la güiña vive en Los Vilos: piden proteger la zona de amenazas como el desarrollo inmobiliario
Por décadas se ha indicado que el felino más pequeño de América habita hasta la Región de Coquimbo, pese a que no existían reportes públicos y concretos que demostraran su presencia en este lugar. Un reciente estudio presentó nuevos registros de la güiña entre Coquimbo y Valparaíso, ampliando su zona límite de distribución y confirmando que vive en la cuarta región, en medio de bosques y matorrales nativos. Sin embargo, estos sitios están amenazados por factores como el desarrollo inmobiliario, plantaciones agrícolas e incendios. Por ello buscan que este hallazgo fomente la protección de estos frágiles refugios de biodiversidad que aún sobreviven en la populosa zona central.
Su pelaje ataviado con manchas oscuras, y su tamaño promedio que alcanza la mitad de un gato doméstico, le dan la apariencia de un leopardo en miniatura. Se trata de la güiña (Leopardus guigna), el felino silvestre más pequeño de América que vive principalmente en Chile, y de forma más restringida en Argentina.
Aunque este felino se ha destacado por su resiliencia y adaptabilidad a los ambientes intervenidos por el humano, la pérdida y fragmentación de los bosques y matorrales nativos han acorralado, desplazado y diezmado sus poblaciones. Por ello no es de extrañar que las güiñas que viven en la zona central del país – pertenecientes a la subespecie Leopardus guigna tigrillo – se encuentren en estado “vulnerable”, es decir, amenazadas. Inclusive, aunque se ha indicado por décadas a la Región de Coquimbo como el límite norte de su distribución a nivel nacional, no existía evidencia pública y concreta que demostrara su presencia en este lugar. Hasta ahora.
Un estudio, publicado recientemente en la Revista Chilena de Historia Natural, presentó nuevos registros de la güiña en la Región de Coquimbo y en el extremo norte de la Región de Valparaíso, entregando de esta manera los reportes más al norte publicados hasta la fecha para esta especie en Chile.
“El principal hallazgo de este estudio es sobre todo el interesante registro más al norte que se describe, localizado en Cerro Palo Colorado, al sur de Los Vilos. Este registro extiende el límite norte de distribución de la especie en alrededor de 66 km, en relación al registro más al norte anteriormente publicado, en Catapilco, en la Región de Valparaíso. Además de este registro en Cerro Palo Colorado, otros dos sitios (Cerro Santa Inés y Quebrada Manantiales) confirman la presencia de la especie en la Región de Coquimbo”, explica la autora principal del estudio, Constanza Napolitano, quien es académica del Departamento de Ciencias Biológicas y Biodiversidad de la Universidad de Los Lagos, e investigadora del Instituto de Ecología y Biodiversidad (IEB).
A través de cámaras trampa y salidas a terreno, los investigadores monitorearon Cerro Palo Colorado, Cerro Santa Inés y Quebrada Manantiales en Coquimbo, así como los Molles y el Bioparque Puquén en Valparaíso.
Aunque se señalaba que esta especie habita entre las regiones de Coquimbo y Aysén, lo cierto es que parte de esa información se basa en la proporcionada por Wilfred Hudson Osgood en 1943, quien infirió a partir del hallazgo de dos güiñas en Valparaíso que la especie podría tener como límite norte la Región de Coquimbo, principalmente por la disponibilidad de hábitat, es decir, de bosque y matorral. Sin embargo, esa aseveración no contaba con ningún individuo colectado ni con una evidencia pública y fehaciente que confirmara la presencia de la especie en Coquimbo.
Napolitano, quien también es directora del Proyecto National Geographic de Implementación del Plan Nacional de Conservación de la Guiña en Chile, puntualiza que “a pesar de que podrían haber existido avistamientos esporádicos de guiña en la Región de Coquimbo anteriormente, es importante la publicación de esta información con evidencia de registros fotográficos y localización exacta de los puntos de presencia, para que de esta forma pueda estar disponible para otros investigadores, organismos públicos vinculados con la conservación de la biodiversidad, asociaciones de la sociedad civil, y público general, pudiendo de esta forma contribuir a una mayor protección de estas valiosas áreas naturales”.
En esa línea, el jefe del Departamento de Conservación de Especies del Ministerio del Medio Ambiente, Charif Tala, asegura a Ladera Sur que “el registro de una especie como la güiña en su cola de distribución norte es de gran significancia, toda vez que su presencia en la Región de Coquimbo está muy poco documentada, y basada principalmente en observaciones de larga data y poca documentación. Estos registros demuestran su actual presencia en la zona y ponen en mayor valor a dichos territorios”.
En efecto, los sitios de estudio han sido catalogados como de alta relevancia para la conservación, algo que la güiña ha respaldado con su mera presencia.
Los paraísos de niebla
Para hacerse una idea, en la zona se encuentran formaciones vegetales de bosque y matorral esclerófilo propio de la zona central de Chile y, en el caso particular de las cumbres de los cerros estudiados, existe una formación vegetal única de bosque de niebla relicto.
Así lo detalla Pablo Vial, director de Investigación y fundador de la Fundación Abejas de Chile, quien también participó en el estudio, principalmente en los terrenos. El naturalista destaca que estos ecosistemas no solo son desconocidos, sino que también están muy desprotegidos.
“Para efectos del entorno del registro más septentrional, existe un enorme cordón montañoso, que se extiende desde Quilimarí hasta Los Vilos en la parte más alta, con elevaciones hasta Huentelauquén, a una distancia promedio de 4 km de la costa, alcanzando los 900 metros sobre el nivel del mar”, describe.
En lo alto hay bosques relictos de olivillo (Aextoxicon punctatum) junto al naranjillo (Citronella mucronata), árbol endémico – es decir, que solo vive en Chile – clasificado en estado vulnerable. Mientras tanto, más abajo es posible encontrar al lúcumo o palo colorado (Pouteria splendens), otro exponente del alto nivel de endemismo de la zona central y que, por cierto, se encuentra en peligro de extinción.
Al respecto, Vial explica que estas formaciones vegetacionales “capturan y precipitan la camanchaca, gracias a la asociación con líquenes, y la almacena en la hojarasca, musgos, hongos, raíces, materia orgánica y areniscas, recargando acuíferos y arroyos. Pueden pasar 11 meses sin precipitaciones (sistemas frontales), sin embargo, sigue fluyendo agua, alimentando algunas quebradas contiguas a estos ecosistemas, por ejemplo, dentro del gran campo de dunas (Quereo), puedes encontrarte con enormes canelos en flor, todo esto gracias al eficiente bosque atrapanieblas y esponja”.
De hecho, estos ecosistemas no solo hospedarían a las güiñas más “nortinas” que ven cubiertas allí sus necesidades básicas de hábitat, sino también las poblaciones más septentrionales conocidas del ave colilarga (Sylviorthorhynchus desmursii) y del amenazado abejorro colorado (Bombus dahlbomii).
Parecido ocurre con el Cerro Santa Inés, emplazado entre Coquimbo y Valparaíso, el cual fue declarado hace un tiempo como santuario de la naturaleza, destacándose entre otras cosas por sus sectores de matorral y bosque relicto de olivillo.
En cuanto a la quinta región, Los Molles es reconocido por su alto valor natural. En concreto, las áreas analizadas están dominadas por el matorral esclerófilo y xerofítico, de pujante endemismo, incluyendo quebradas y pequeñas zonas boscosas con remanentes de lúcumo.
Lo anterior cobra especial interés ya que, si bien los densos bosques suelen acaparar una mayor atención y valoración, los matorrales también son fundamentales para un sinnúmero de especies. En el caso de la güiña, este pequeño carnívoro puede habitar sitios donde la vegetación tenga al menos tres metros de ancho, y una altura mínima aproximada de 40 centímetros de alto, que sería como al nivel de nuestras rodillas, según algunos estudios que han usado la radio-telemetría.
No obstante, toda esta zona y su mosaico de ecosistemas enfrentan un adverso escenario, partiendo por el Cerro Palo Colorado en Los Vilos, que alberga a la población más nortina de la güiña conocida hasta ahora .
El desenfreno humano: loteos, plantaciones y tenencia irresponsable
Tras conocer esta investigación, el académico de la Universidad de La Serena e investigador del IEB, Francisco Squeo, comenta que “los nuevos registros del gato güiña en la costa de la comuna de Los Vilos coincide con un área de alto valor para la conservación de la biodiversidad descrita en el libro rojo de Coquimbo, publicado el 2001”.
En ese sentido, Squeo advierte que la vegetación de esta misma zona “está sometida a una fuerte transformación por el desarrollo inmobiliario. ‘Palo Colorado’ hace referencia al lúcumo chileno, un arbolito endémico en peligro de extinción. Cerro Santa Inés es un bosque relicto de olivillo. En la misma zona crece el chilenito, un pequeño cactus en peligro de extinción. Su flor es tricolor, como nuestra bandera”.
Al desarrollo inmobiliario, que se traduce en loteos y parcelas de agrado, se suman otras presiones y amenazas, como las plantaciones agrícolas, la desertificación y los incendios forestales. Todo esto fragmenta, degrada o elimina la vegetación nativa de la cual tanto depende el felino más pequeño de América, entre otras muchas criaturas.
Pero hay más.
La fragmentación que se produce al construir caminos y carreteras, y la falta de ecoductos o “pasos para la fauna” que permita conectar zonas de vegetación, se traducen – por ejemplo – en la falta de hábitats y en accidentes como los atropellos.
Vial relata que “recorrí la carretera por varios meses. Pese a no encontrar güiñas atropelladas, sí hallé a varios gatos colo colo, quiques, chingues, zorros y aves rapaces en estos puntos. Importante considerar que los bosques de niebla de Palo Colorado están siendo intervenidos. Corta, incendios forestales, nefastas plantaciones de marihuana (talan, utilizan herbicidas, fungicidas, hojarasca y diversos tipos de mangueras y mangas para desviar aguas para los cultivos entre los bosques) y, por último, el pastoreo y la cacería ilegal”.
Además, la académica de la Universidad de los Lagos, quien también es médica veterinaria, detalla que “la subdivisión de la tierra para parcelas de agrado trae consigo una mayor presencia humana, junto con sus mascotas como perros y gatos, que usualmente tienen dueño, pero debido a la tenencia irresponsable por parte de ellos, las mascotas tienen pobres manejos sanitarios y deambulan libremente por las áreas aledañas, potencialmente entrando en contacto con fauna nativa local”.
Cabe recordar que tanto los perros como los gatos son carnívoros exóticos e introducidos en Chile, por lo que – de no estar bajo control – representan una gran amenaza para las especies nativas y endémicas del país. Por un lado, los ataques de canes desencadenan a menudo la muerte de las güiñas. Por otro lado, existe evidencia de la transmisión de enfermedades por parte de ambos animales domésticos a este mamífero silvestre, como el parvovirus canino, y la inmunodeficiencia y leucemia felina.
Se suman también dos aspectos relevantes, pero menos evidentes, como la mayor vulnerabilidad de las güiñas que viven al límite de la distribución de su especie, y la diversidad genética.
De partida, Napolitano explica que “teóricamente, hacia los límites del rango de distribución geográfico de una especie, el hábitat se va deteriorando, siendo más escaso y menos adecuado para la especie, y por ende llevando a que sea menos comúnmente encontrada, con poblaciones de menor tamaño y por lo tanto con mayor probabilidad de extinción local. Las poblaciones de los extremos de la distribución serían sumideros periféricos, que persistirían sólo por la colonización desde las más abundantes poblaciones fuente del área central de su distribución (donde las condiciones ambientales serían ideales). Por esto, serían más vulnerables”.
Esto se relaciona también con la diversidad genética de las poblaciones más norteñas – que habitan entre la cuarta y quinta región – de la subespecie Leopardus guigna tigrillo, lo que también ameritaría medidas de conservación especiales.
La profesora de la Universidad de Los Lagos cuenta que “en estudios previos describimos que estas poblaciones de la subespecie norte tenía una diversidad genética única y que estaba relativamente aislada genéticamente de las otras poblaciones de su distribución geográfica, por lo que se sugería que estrategias de conservación especiales pudieran ser tomadas para conservar estas poblaciones del extremo norte de su distribución, que probablemente albergan adaptaciones ecológicas únicas para habitar estos ambientes”.
Todo lo anterior recuerda la alta exposición y vulnerabilidad no solo de la güiña, sino también de los contados bastiones naturales que van quedando en la zona central del país, los cuales han sido catalogados como un hotspot (punto caliente) de biodiversidad y destacados por su alto nivel de endemismo.
Precisamente, han sido las bondades de estos ecosistemas las que se han convertido en su propia “condena”, pues sus favorables condiciones han repercutido en que sea el área más densamente poblada del país, concentrando con ello la urbanización, la construcción de caminos, incendios forestales, y cambios de uso del suelo por actividades como la inmobiliaria y agrícola.
Además, si apuntamos más profundo, las dificultades aumentan ante el concepto actual de «desarrollo», sumado al desconocimiento y la falta de una planificación y ordenamiento territorial que incluya la conservación de la biodiversidad.
No es nada fácil resistir ante tal nivel de presión, ni siquiera para la resiliente güiña.
Proteger antes de que sea tarde
Actualmente, hay algunas iniciativas privadas de conservación en el área aludida en el estudio, como el Santuario de la Naturaleza Cerro Santa Inés, que es administrado por la Minera Pelambres, y el Bioparque de Puquén, en Los Molles.
Vial alerta que “más al norte, especialmente en el macizo y alrededores, están a la deriva. Es fundamental que el Estado se haga parte, considerando la rápida fragmentación y degradación, ya que menos del 1% de estos ecosistemas están protegidos de manera oficial, cuando la meta de la Estrategia Nacional para la Conservación de la Biodiversidad era tener bajo protección oficial, al menos el 10% de la superficie de los ecosistemas relevantes. En la zona centro y norte de Chile tenemos un profundo déficit, considerando el alto grado de endemismo”.
Consultado por las posibles aplicaciones de la información proporcionada por este estudio para medidas de protección local, el jefe del Departamento de Conservación de Especies del Ministerio del Medio Ambiente sostiene que “sin duda que la presencia de güiña en esos sitios, les confiere un valor adicional al que ya poseen por otros atributos de biodiversidad. Es difícil aventurarse hoy en las implicancias de este estudio para la conservación in situ, ya que, por tratarse de terrenos en su mayoría privados, depende de los usos que se les den a estos, lo que complejiza una propuesta de conservación tanto de ONGs, investigadores o desde el Estado”.
Tala agrega que “la presencia de güiña en el sector puede ser un aliciente para potenciar la asociatividad con los propietarios, de forma tal que se favorezca la conservación en los territorios, que se incluyan buenas prácticas según los usos que se desarrollen en los sectores, y que se puedan proyectar otras formas de protección y conservación de la biodiversidad con iniciativas privadas como las mencionadas”.
Por su parte, Napolitano acentúa la importancia de avanzar en conjunto hacia la protección de la ecorregión de bosque y matorral esclerófilo de la zona central de Chile, considerando toda la información disponible para coexistir con este felino salvaje que ahora es – comprobadamente – un insigne habitante de la Región de Coquimbo.
“Todos podemos realizar pequeñas acciones para disminuir las amenazas a este ecosistema, teniendo una actitud responsable con el medio ambiente, informándonos y compartiendo la relevancia de conservar nuestra biodiversidad que, además de tener valor en sí misma, nos entrega servicios ecosistémicos que impactan nuestra vida diaria”, remata.