Hecho en Chile: necesitamos nuestra flora nativa
Hoy nuestra colaboradora Daniela Muñoz, cofundadora de Wild Proyect, nos comparte una columna acerca de la necesidad de volver a valorar nuestra flora nativa no sólo en su condición de patrimonio natural, sino como especies ornamentales en nuestras ciudades.
La tendencia actual en Chile y el mundo está apuntando a la valoración de todo lo propio, de todo aquello que contribuye a conectarnos con nuestra identidad, nuestro patrimonio. Parte de ello es revalorizar nuestros paisajes, nuestra naturaleza, nuestra flora y fauna.
La idea ha ido germinando de a poco, generando la inquietud de algunos –no demasiados– profesionales del paisaje, por comenzar a utilizar especies nativas en lugar de la floribunda exótica.
En general, cuando comencé a especializarme en el área, poco sabía de estas especies. Es hoy, después de un tiempo desarrollando obras de paisajismo, cuando me atrevo a decir que somos pocos los que vamos por lo «hecho en casa». ¡Aún falta mucho por hacer!
Estamos llenos de Acer Japónicos y de Jacarandás, llenos de Liquidambar, que dentro de sus variadas especies puede ser tan oriental como americano; todo menos chileno. Y por supuesto llenos de políticas públicas, administrativas y urbanas, que avalan y valoran la incorporación de estas especies foráneas, pasando incluso por alto los críticos porcentajes de disminución de hectáreas de especies nativas en Chile.
Esto no quiere decir que no podamos entregar valor con las especies exóticas, pero debemos enfatizar en la introducción de nuestra flora nativa en la ciudad, y las políticas ambientales y /o urbanas al menos deben valorar nuestro patrimonio natural.
Debemos pensar en el reservorio de información genética que hay dentro de la flora nativa, desde un pequeño desinflamatorio, hasta una potencial cura del cáncer; en el sentido de pertenencia implícito; en la revalorización de nuestra de identidad. Son atributos importantísimos de todas las especies hechas en casa. Nuestra flora nativa es parte esencial de nuestro patrimonio cultural, científico y natural y, pese a ello, sigue estando en peligro de extinción.
Es por lo mismo que valoro tanto iniciativas apasionadas y solidarias como las de Mónica Mussalem, dueña y agrónoma del Vivero Pumahuida, quien en una infinita investigación, ha generado más que solo un vivero de especies nativas ornamentales: ha construido un paisaje rehabilitando ecosistemas y hábitats degradados, ayudando a intervenirlos con suma consciencia, cuidando al máximo todos los recursos naturales.
Para nadie es un misterio que hoy vivimos un creciente proceso de desertificación, y cada vez existe más temor por la fuerte disminución del recurso hídrico, no solo en Chile si no en el mundo entero. Incluso se ha llegado a hablar sobre una posible y devastadora guerra del agua.
Hoy van en aumento las temperaturas promedio, disminuyen las precipitaciones, se incrementa la radiación y nuestros glaciares sufren un rápido deshielo. Por estas razones, si queremos seguir teniendo ciudades más verdes, debemos acoplarnos a la idea de contribuir al cuidado de nuestros recursos naturales, ya que en un par de años más los paisajes se modificarán y, por ejemplo, Santiago tendrá un clima muy parecido al de La Serena.
Por ello es importante que nos hagamos responsables y no solo tomemos consciencia de estos cambios climáticos, sino que nos hagamos cargo del problema. Es aquí donde cabe recordar que las especies chilenas tienen la virtud –entre otras cosas– de ir evolucionando con y en respuesta a las condiciones de clima, suelo, geografía y avifauna de cada región, generando estrategias y adaptaciones (físicas y morfológicas) que le han permitido sobrevivir a condiciones extremas. Es decir, es la flora perfecta para cada sitio de Chile. Si la usamos bien, lograremos tener jardines mucho más sustentables en el tiempo y en inversión y, de pasada, estaremos ahorrando el valorado recurso hídrico.
Es por esto que hago la invitación a los profesionales del paisaje, que busquen en la flora nativa los servicios que hoy nos puede entregar un plátano oriental, a usar otros cubresuelos en vez de césped, a plantar flora nativa y a llenar nuestras ciudades de plantas chilenas, que nos traigan de vuelta nuestro patrimonio natural y toda nuestra riqueza vegetal.