Día de la Madre: un homenaje a la desafiante y conmovedora maternidad salvaje
Están aquellas que crían solas, como la incansable madre puma, y otras que lo hacen en comunidad, como las degús que amamantan, acicalan y cuidan sin discriminar tanto a sus retoños como a los de sus compañeras. Qué decir de la hembra rayadito en el sur de Chile, que se ha distinguido del macho en algunas labores pese a que las aves suelen ser equitativas en el cuidado parental, o el matriarcado de las orcas donde las madres y abuelas son claves para la supervivencia familiar. Hoy en Ladera Sur les presentamos algunas postales y casos de madres silvestres, a quienes rendimos un homenaje por su infatigable labor.
No reciben collares de fideos ni tazones con fotografías. Algunas poseen cuatro o seis patas, cuidan a sus descendientes por poco tiempo o hasta el fin de sus días, y otras miden tan solo unos centímetros. Este Día de la Madre ofrece una buena oportunidad para asomarnos a la maternidad de otras criaturas, la cual involucra una amplia diversidad de procesos y conductas, partiendo por la reproducción, la crianza, la defensa ante depredadores y otras amenazas, así como el suministro de alimentos, por nombrar solo contadas labores que conllevan costos significativos para las madres. La naturaleza es dura y enrevesada, y si le sumamos la acción humana, podemos agravar aún más el escenario donde ellas y los suyos buscan sobrevivir.
Como sea, el mundo animal al que pertenecemos ofrece una variopinta gama de realidades, muchas de las cuales aun no conocemos ni estamos cerca de comprender a cabalidad. Pese a ello, áreas como la biología, ecología y, en especial, la etología, han arrojado algunas pistas decidoras sobre nuestros cohabitantes.
Por ello, en Ladera Sur les presentamos algunas postales y casos de animales silvestres para hacernos una ligera idea de cómo es ser madre en otras especies.
“En las especies animales con sexos separados, la importancia de las hembras en proporcionar cuidado materno puede ser variable. Por ejemplo, en insectos, algunos reptiles como los cocodrilos y mamíferos, efectivamente, la hembra es quien generalmente asume la responsabilidad de cuidar de las crías, ya sea durante la etapa de huevo o de crías en desarrollo posnatal, en el caso de mamíferos. En contraste, la labor de cuidar a las crías es más compartida entre madres y padres en la mayoría de las aves, y más frecuentemente a cargo de los padres en el caso de peces con cuidado parental”, explica Luis Ebensperger, investigador y profesor de la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universidad Católica.
Dado que abordaremos la relación entre madres y crías, cabe destacar que es muy común en el mundo animal que se interactúe o pase gran parte del tiempo con los parientes genéticos, ya que en algunos organismos la consanguinidad es un factor determinante para conductas que buscan favorecer la permanencia de los propios genes. Pese a ello, existen también otro tipo de interacciones entre individuos que no son familiares, pero que sí pertenecen a un grupo determinado, algo que también ocurre en la actividad maternal.
¿Te resultan familiares algunas madres que describimos a continuación?
Pollos aventajados y snacks de calidad
El académico de la Universidad de Chile, Rodrigo Vásquez, cuenta que, en términos generales, las aves son equitativas a la hora de cuidar a su descendencia. “Tanto la madre como el padre colaboran en la crianza de los pollos, sobre todo las paseriformes, conocidos popularmente como ‘aves cantoras’, que son el 40 o 50% de todas las especies de aves, con especies como el chincol y el rayadito”.
Precisamente, un caso interesante es el rayadito (Aphrastura spinicauda) que se destaca por su monogamia social, es decir, el macho y la hembra se encargan conjuntamente de un nido, aunque el macho no sea el padre de todas las crías.
Si bien hay pocos estudios conductuales de aves en el hemisferio sur, las madres rayadito han podido ser analizadas en algunas investigaciones, a través de métodos como el anillado para identificar a los individuos, así como por grabaciones y monitoreos en casas anideras, develando aspectos bastante interesantes, donde quizás más de alguna humana se sentirá identificada.
Uno tiene relación, por ejemplo, con los huevos, considerando no solo los patrones comunes que se ven en las aves cantoras, sino también en el pequeño tamaño corporal de los rayaditos, los cuales no superan los 15 centímetros de largo, y pesan en promedio 12 gramos. Vásquez cuenta que “una diferencia que hemos notado es que, en relación a otras aves del mismo tamaño, el huevo que ponen los rayaditos es muy grande para el tamaño típico de las aves paseriformes. Cuando una hembra pone huevos, los paseriformes típicos ponen un huevo cada día, y esta especie pone día por medio, cada dos días, para que nazca grandecito y sea un poco más independiente, presumiblemente, como una respuesta evolutiva”.
El científico detalla que “eso hace que al nacer ya tengan plumitas, porque los más típicos paseriformes nacen pelados, por lo tanto, los rayaditos son un poco más independientes, sobre todo por el lado de la termorregulación, en especial para los que viven en el sur como Magallanes, donde siempre hace frío, con mucho viento, aunque aniden en cavidades”.
Además, Vásquez también ha estudiado la composición de la dieta que proporcionan el padre y madre rayadito a sus polluelos, encontrando diferencias notables en la calidad de las presas escogidas. “En general, las hembras llevan más larvas de insectos como alimento, en cambio los machos llevan comida más diversa, como arañas, mariposas, entre otros”, detalla el profesor de la Universidad de Chile, quien también es investigador del Instituto de Ecología y Biodiversidad.
Mientras los machos solían entregar más insectos adultos, las madres proporcionaban a sus crías una mayor cantidad de larvas de lepidópteros y arácnidos, los cuales constituyen alimentos de alta y mejor calidad.
Pero eso no es todo. Otras investigaciones de los rayaditos realizada en el sur de Chile, han revelado que, si bien los machos y hembras participaban por igual en todas las actividades reproductivas – ya sea en la incubación y anidación – no era así cuando se trataba de eliminar las heces de los polluelos, las cuales son almacenadas en “sacos fecales” que deben ser removidos para mantener el nido con la debida pulcritud. En ese sentido, observaron que las madres eran doblemente más activas al momento de realizar aquella “sucia” tarea en comparación a los machos.
Por otro lado, hay una ave sudamericana de interés que expone la colaboración entre hembras: el anó grande (Crotophaga major), que habita en lugares con vegetación medianamente tupida y cerca de cursos de agua como manglares, ríos y lagos entre Panamá, gran parte de Brasil y el norte de Argentina.
“Especialmente en árboles cuyas ramas quedan sobre cursos de agua, grupos de dos a cuatro hembras – típicamente no emparentadas genéticamente – construyen un nido comunal donde cada una contribuye con huevos y al cuidado de los pollos. Estudios en Panamá indican que crías cuyas mamás forman grupos con más mamás y más estables tienen una mayor probabilidad de sobrevivir, aparentemente porque más mamás son más capaces de ahuyentar depredadores, en este caso, monos y serpientes”, explica Ebensperger, quien nos entrega más luces sobre la alianza maternal.
Madre solitaria y los afortunados que cuentan con más de una
Revisemos algunos casos del grupo al cual pertenecemos: los mamíferos terrestres. Aunque compartamos varias características, es indudable que cada especie posee variopintas realidades, donde muchas veces el peso de la crianza recae sobre el lomo de la hembra.
Así sucede con las pumas (Puma concolor). Nicolás Lagos, coordinador en Chile de la Alianza Gato Andino y miembro de la Sociedad Chilena de Socioecología y Etnoecología, cuenta que “al igual que muchas madres en el reino animal, y a diferencia de los humanos (aunque a veces no tanto), todo el proceso de la crianza de los cachorros en los pumas está a cargo de la madre. El macho sólo participa en la reproducción a través del apareamiento, dejando todo el resto en manos – o garras – de las hembras”.
El investigador agrega que, al igual que en el caso de nuestra especie y de gran parte de los mamíferos, “durante los primeros meses de vida los cachorros son muy vulnerables, requiriendo de la atención y cuidado casi constante de su incansable madre, quien los alimenta, protege y enseña las principales habilidades para sobrevivir en la naturaleza. Luego de 1 a 1,5 años las crías llegan a la edad de independencia, debiendo dejar los cuidados de su madre, saliendo en busca de un territorio propio donde establecerse”.
Distinto es lo que vemos en otro continente, donde las leonas africanas (Panthera leo) forman grupos que pueden variar entre dos a 20 integrantes, generalmente conformados por madres, hijas o hermanas.
Ebensperger relata que “las hembras en estos grupos generalmente sincronizan su reproducción, lo que permite que, luego del nacimiento de sus crías, estas formen ‘maternidades’. Es llamativo que estas asociaciones son bastante igualitarias y donde cada hembra contribuye con la lactancia de todas las crías en forma indiscriminada, así como en su protección. La defensa de sus crías puede incluso resultar en la muerte de algunas de ellas cuando los agresores son machos de grupos vecinos. Esto ilustra la fuerza de cómo la selección natural ha operado para favorecer una conducta maternal ‘a toda prueba’”.
Pero si de crianza comunitaria se trata, retornamos a Chile para nombrar a las abnegadas madres degús (Octodon degus), una especie nativa altamente social que vive grupalmente en madrigueras subterráneas, y que son de elevado interés para la ciencia.
“Estos roedores, parientes de las chinchillas, tuco-tucos y hasta los capibaras, también se caracterizan por formar grupos de dos y hasta 8 hembras. A diferencia de los leones, pero parecido a los anós, estos grupos en degus no necesariamente están conformados por hembras emparentadas”, explica el académico de la Universidad Católica, quien realiza investigación de largo plazo para develar la conducta y estructura social de esta criatura.
En ese sentido, las madres degús no discriminan entre las crías propias y ajenas, por lo que abrigan, acicalan y amamantan colectivamente a todos los retoños del grupo social al que pertenecen, sin hacer diferencias entre sus hijos y los de sus compañeras.
“En este caso, las hembras reúnen y mantienen a sus crías en forma comunitaria al interior de madrigueras subterráneas. En estas condiciones, mamás degús en grupos con más mamás, y cuya asociación ha sido temporalmente más estable, producen más crías que grupos con menos hembras y con asociaciones más inestables. A pesar de esto, las mamás degús también son bastante indiscriminadas a la hora de lactar a sus crías y las de otras hembras en el mismo grupo. Estas también las abrigan, acicalan y transportan, por ejemplo, cuando ocasionalmente las mueven de una madriguera subterránea a otra”.
Si bien los padres colaboran con la crianza, lo hacen en menor grado. Aunque no se sabe a cabalidad cómo funciona en la vida silvestre, los científicos han observado en cautiverio que la presencia de los machos no disminuye los niveles de estrés de las madres del grupo, lo que contrasta cuando hay otras hembras presentes, las cuales sí aminoran dicho estrés, aliviando la carga maternal. Sin duda, los lazos sociales entre ellas son esenciales.
Pequeñas grandes madres
No gozan de gran popularidad ni valoración, pero en Ladera Sur queremos promover lo contrario, en especial porque los animales invertebrados son mucho más complejos e interesantes de los que muchos piensan. Por supuesto, eso incluye a las madres artrópodas.
“Al igual que muchos vertebrados, dentro del mundo de los insectos existen muchos ejemplos de cuidado maternal. Gracias al registro proporcionado por los fósiles de ámbar sabemos que incluso desde el Mesozoico, las hembras del Orden Hemiptera llevaban a sus huevos y las ninfas [etapa juvenil de los insectos] en un saco en su abdomen”, detalla Constanza Schapheer, investigadora del Laboratorio de Sistemática y Evolución de Plantas de la Universidad de Chile.
Un caso de interés lo constituyen las tijeretas, las cuales cuidan de diversas y complejas formas a sus huevos. Por ejemplo, este insecto pone sus huevos en el suelo, donde existe una gran diversidad de potenciales patógenos que podrían afectar a sus descendientes.
La entomóloga cuenta que “se ha estudiado que la manipulación, removiendo esporas, que la hembra hace de los huevos durante la incubación previene que se desarrollen patógenos y que incluso aplica sustancias químicas (hidrocarburos) que impiden el crecimiento de estos. En nuestro país tenemos varias especies endémicas de tijeretas, pero de su conducta poco se sabe. Sería muy interesante poder investigar si presentan algún tipo de cuidado de los huevos y/o los juveniles”.
Otro gran ejemplo lo constituyen las cucarachas, incluyendo a las nativas y endémicas de Chile, pertenecientes al género Moluchia. Estos animales son gregarios y, en el caso de las hembras, comparten el espacio de crianza. En la mayoría de las especies, la hembra porta una ooteca, que es una cápsula de huevos, durante un periodo que puede variar de un día a una semana. Cuando completa su construcción, es liberada en un sitio considerado adecuado por la madre. “A menudo uno de los factores es la presencia de ootecas de otras hembras, ya que se ha estudiado que tienen una feromona de agregación de la ovipostura”.
Schapheer añade que, “si bien no se ha estudiado el cuidado materno sensu stricto, sí se sabe que la interacción social en las etapas tempranas de su desarrollo es muy importante y que determina que, una vez en la adultez, tengan la capacidad de buscar pareja y alimento. Así mismo se ha observado que ninfas privadas de interacción social mudan más lento, e incluso mueren antes de llegar a la adultez. Y habitualmente esa interacción es con las hembras que comparten su mismo espacio de desarrollo, que son como sus ‘tías’”.
En cuanto a las abejas, Schapheer cuenta que existe un gradiente de posibilidades de cuidado maternal, partiendo por las abejas solitarias, como las nativas de Chile, donde es la madre la única que proporciona los cuidados a su progenie en el momento de la ovipostura, mientras que algunas comparten el sustrato de nidificación, pudiendo existir o no colaboración entre hembras.
“En Chile tenemos, en su mayoría, abejas solitarias como la Megachile semirufa. Esta abeja ovipone [pone sus huevos] en una celda que construye con hojas bajo rocas en la que deja polen para que, una vez que eclosione la larva, se pueda alimentar. A pesar del interés en las abejas en Chile, poco se sabe de sus conductas de nidificación”, observa la entomóloga.
También están las especies eusociales, donde los juveniles reciben durante todo su desarrollo la asistencia de las obreras, que conforman la casta estéril, como sucede con otras abejas (como las melíferas) y “las hormigas, donde hay un grupo de hembras que serían otras ‘tías’, o mejor dicho hermanas, que cuidan a los juveniles, denominadas larvas y pupas”, agrega Schapheer.
También hay ejemplos notables en los arácnidos, como las arañas lobo que son calificadas por muchos como “madres ejemplares”. La investigadora de la Universidad de Chile explica que “se ha estudiado que algunas especies construyen una tela en forma de embudo donde los juveniles habitan durante varios meses y que incluso la madre los alimenta con presas pre-digeridas. Previo a esa etapa de la vida de los juveniles también se ha descrito un comportamiento llamado «crianza de huevos» (egg brooding) que consiste en proteger y transportar un saco de huevos durante todo el período de incubación.
“En Chile hay alrededor de 15 especies de arañas lobo y se ha reportado cuidado maternal en la especie Aglaoctenus puyen que compartimos con Argentina, sin embargo, hacen falta estudios conductuales para comprender este comportamiento”, concluye.
Matriarcado marino y la sabiduría de las abuelas
La maternidad en el océano también se manifiesta de diversas formas, muchas de las cuales son desconocidas para el Homo sapiens, aunque hay ejemplos notables en algunos cetáceos.
“Respecto a la maternidad, la verdad es que sabe súper poco, sobre todo para las especies más grandes, porque es muy difícil de estudiar, no tenemos la tecnología para seguir a una mamá y su cría sobre un periodo de meses o años, entonces, no se sabe mucho”, puntualiza Susannah Buchan, oceanógrafa del Centro COPAS Sur-Austral y del Centro CEAZA.
Eso es lo que sucede, por ejemplo, con la ballena azul (Balaenoptera musculus), la criatura más grande del planeta y una de las especies que Buchan ha investigado durante años. Se sabe en general que tiene un prolongado periodo de gestación – similar al humano – que dura entre 10 y 12 meses, dando a luz cada dos o tres años. Cuando nace, el ballenato mide entre siete y ocho metros de largo, es alimentado por su madre con alrededor de 200 litros de leche al día, y es destetado luego de seis o siete meses de lactancia. No obstante, no existen detalles finos sobre cómo desarrolla su maternidad esta especie que puede encontrarse en solitario, solo con su cría o en grupos pequeños.
La científica agrega que, en términos generales, “en las ballenas los grupos familiares son matriarcales, entonces, las madres tienen un papel mucho más importante. Nosotros vivimos en sistemas patriarcales, pero las ballenas viven en sistemas matriarcales donde las abuelas, las madres y las hijas son los vectores del conocimiento cultural, del lenguaje, y de las zonas de alimentación”.
En contraste, se conoce más sobre algunos mamíferos marinos de menor tamaño que realizan un cuidado parental tan extenso y dedicado que es comparable con el ejercido por el ser humano, como sucede con el calderón de aleta corta (Globicephala macrorhynchus), el calderón de aleta larga (Globicephala melas) y las orcas (Orcinus orca).
Precisamente, las orcas son el emblema de una estructura social matriarcal y compleja. La hembra de edad más avanzada y, por tanto, la más experimentada, lidera al grupo o pod, el cual suele estar compuesto por la madre y sus hijos, tanto machos como hembras que permanecen con ella una vez adultos, y donde todos colaboran activamente para el forrajeo y cuidado de las crías que se sumen al clan.
Cada grupo puede conformarse, a su vez, por sub-pods guiados por orcas mayores, generalmente por otras abuelas y bisabuelas.
Otro hecho poco usual es que las hembras, que pueden vivir hasta los 80 años, también atraviesan por la menopausia entre los 30 y 40 años, lo que – de acuerdo a algunas hipótesis – juega un rol clave para ayudar a sus familiares a sobrevivir y reproducirse. Por ello algunos las han calificado, según relata Buchan, “como las mejores abuelas del mundo animal”.
Sin duda, este tipo de información “ayuda a sensibilizar a la gente, mientras más conocemos a estas especies, más las cuidamos”, reflexiona Buchan.
En definitiva, se ha visto que la madre orca asiste a sus hijos, aun cuando son adultos, hasta el último día de su vida.