Mientras distintos gobiernos en el mundo elaboran estrategias para frenar la propagación del COVID-19 y miles de personas se preguntan cuándo volverá la normalidad después de la crisis, se abre otra posibilidad. Esto porque además de contener la emergencia, este es nuestro momento para construir un nuevo orden en armonía, aprender de nuestros errores y construir una nueva realidad basada en aquello que se nos muestra con total fuerza y nitidez: estamos todos interconectados.  Lo que le sucede a un ser vivo afecta a todos los demás.

©Antonio Vizcaíno.
Parque Nacional Corcovado ©Antonio Vizcaíno.

En un artículo publicado esta semana, el propio Foro Económico Mundial planteó cómo esta pandemia -que ha causado más de 144 mil muertes confirmadas en todo el mundo, millones de pérdidas de empleos y la caída de los mercados bursátiles- es consecuencia de la débil y disfuncional relación con la naturaleza y nuestra innegable dependencia de ella. Según este organismo, “el sistema económico actual ha ejercido una gran presión sobre el medio ambiente natural, y la pandemia en desarrollo ha iluminado el efecto dominó que se desencadena cuando un elemento de este sistema interconectado se desestabiliza”.

Parque Nacional Pumalín©Antonio Vizcaíno.
Parque Nacional Pumalín©Antonio Vizcaíno.

Esta crisis sanitaria ha demostrado la vulnerabilidad de nuestros sistemas ante las crisis, y hoy discutimos cómo se reactivará la economía al salir de la que estamos viviendo. No podemos volver a tomar las mismas decisiones para estimular lo que entendíamos por crecimiento; sería tropezar con la misma piedra. Y está claro que estas decisiones determinarán la salud futura, el bienestar y la estabilidad de las personas y del planeta.

©Antonio Vizcaíno.
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La respuesta, entonces, sería cambiar el foco, construir una nueva comprensión de la relación del ser humano con la naturaleza, fomentar un fortalecimiento de la conservación ecosistémica y el aseguramiento de las formas de vida y ordenamientos territoriales. Así, comprender que somos parte de un determinado ecosistema, implica entender nuestra relación con los animales, con los árboles, los hongos, el aire o con el agua. De ahí que se haga necesario asegurar y extender los derechos y deberes que se desprenden de esta nueva convención. Y para ello, parece evidente asumir que la sintonía y respeto por la naturaleza, de la que somos parte, es la única puerta para encontrar la solución.

Parque Nacional Corcovado ©Antonio Vizcaíno.
Parque Nacional Corcovado ©Antonio Vizcaíno.

Esta crisis ha demostrado los efectos de la acción colectiva o de su carencia, del valor de la comunidad, y cómo la naturaleza puede restaurar nuestras faltas y errores si le damos espacio. Se hace inminente avanzar hacia un acuerdo amplio basado en estos supuestos, en la innegable interconexión e interdependencia de la vida en nuestra Tierra, en que nuestros modelos de desarrollo no prosperan si no están en sintonía con los ritmos y evidentes signos que nos entrega la naturaleza.

Parque Nacional Corcovado ©Antonio Vizcaíno.
Parque Nacional Corcovado ©Antonio Vizcaíno.

A medida que se aceleran los cambios planetarios se hace cada vez más urgente movilizarse activamente para visibilizar esta concepción y desde ahí crear una relación sana entre lo humano y el resto de la comunidad viva; un nuevo trato que permita y promueva la protección de las conexiones que hacen posible la perpetuación de la vida en esta Tierra.

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