14 de febrero a lo bestia: ¿existe el amor y la amistad en el mundo animal?
El murciélago que dona sangre a su compañero, los insectos engañados sexualmente por orquídeas, y las hembras degú que cuidan con esmero tanto a las crías propias como ajenas son algunos de los ejemplos que se asemejan, en mayor o menor medida, a lo que entendemos por amor y amistad en sus variopintas formas. En Ladera Sur te contamos algunos ejemplos que revelan una pequeña pero asombrosa parte de la vida de varios animales, en su mayoría nativos de Chile.
¿Es posible hablar de amor y amistad en otras especies animales?
Incluso para los entendidos en el tema, no es una pregunta fácil de responder, porque todo lo que observamos está marcado – inevitablemente – por nuestra mirada humana.
“Es difícil responderlo directamente, porque amor y amistad son términos definidos dentro y para la especie humana. Nosotros, los Homo sapiens, somos una especie animal más. Por lo tanto, somos solo un ejemplo de cómo se puede vivir. A veces se tiende a generalizar de que algo de los humanos es transmisible u ocurre en otros mundos, pero no necesariamente es así”, afirma Rodrigo Vásquez, académico de la Universidad de Chile que ha estudiado por años la conducta de aves y pequeños mamíferos.
El amor es definido y experimentado de diversas maneras. Para algunos es un estado psicológico y fisiológico que conlleva el deseo de estar con otra persona, o un conjunto de sensaciones placenteras que se originan en una serie de mecanismos neuroendocrinos, que ocurren en determinadas áreas del cerebro. Para otros tiene un vínculo con la sexualidad.
Para la investigadora del Instituto de Ecología y Biodiversidad (IEB), María José Frugone, definir el amor es complejo porque depende de cómo lo viva y perciba cada individuo. En lo que sí habría acuerdo “es que es un concepto multifactorial que involucra respuestas frente a la existencia de otro individuo. Estas respuestas pueden incluir respuestas fisiológicas, conductuales y de pensamiento. Los primeros dos tipos de respuestas han entregado evidencia, en otras especies animales, de que podría existir algo similar a lo que nosotros experimentamos como amor. Sin embargo, la respuesta que involucra el pensamiento es difícil de evaluar objetivamente con las herramientas que tenemos hoy en día”.
En ese sentido, “existen una serie de hormonas y neurotransmisores que se liberan cuando sonreímos, nos abrazamos, nos acariciamos, cuando miras a los ojos a tu pareja, o cuando cuidamos de una cría, y son esas hormonas y neurotransmisores los causantes de la sensación placentera. La explicación de que este tipo de interacciones produzcan placer, es que el vínculo que existe (o que empieza a existir) entre los dos individuos que están abrazándose, se fortalezca en el tiempo. Esta fortaleza del vínculo puede tener consecuencias importantes en el éxito reproductivo y sobrevivencia de las especies, por ende, la formación de lazos estrechos puede incluso ser favorecida por la selección natural”, agrega Loreto Correa, profesora asociada en la Escuela de Medicina Veterinaria de la Universidad Mayor, e investigadora en el Departamento de Ecología de la Universidad Católica.
En cuanto a la amistad, hay investigadores como Robert Seyfarth y Dorothy Cheney que sostienen en el trabajo “Los orígenes evolutivos de la amistad” que algunos aspectos de las relaciones humanas encuentran paralelos en otras especies, las cuales no solo forman vínculos sociales cercanos y duraderos, sino también los reconocen en otros. Aseguran que la relación genética afecta la formación de amistades y, además, que la evolución ha favorecido la motivación para formar lazos sociales estrechos y duraderos en caballos, elefantes, primates o delfines, ya sea en grupos de hembras, machos o mixtos.
Algo similar señala el investigador y profesor de la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universidad Católica, Luis Ebensperger, quien apunta a las relaciones afiliativas, es decir, a los comportamientos que promueven la cohesión social. “Las conductas afiliativas básicas se ven, por ejemplo, cuando dos individuos están juntos, tolerando la presencia del otro. En algunas especies se ve cuando se acicalan mutuamente, se sacan los parásitos, lo que es muy conocido en primates, pero también ocurre en otros mamíferos como los roedores”, asegura.
Un elemento a considerar es el parentesco. Es muy común en el mundo animal que se interactúe o pase gran parte del tiempo con los parientes genéticos, como una madre con sus crías. Si bien en algunos organismos la consanguinidad es un factor determinante para las conductas afiliativas, también existen este tipo de interacciones entre individuos que no son familiares.
Por ello, Vásquez puntualiza que “la amistad puede ser vista como una cercanía social entre individuos que no son parientes genéticos, por lo que, en el mundo animal, hay que buscarlo en especies sociales”.
De esa manera, el cortejo, la formación de parejas, el cuidado parental, la cooperación y la reciprocidad, son algunas de las conductas que exhiben similitudes con las nuestras. Si bien es importante evitar el antropomorfismo, lo cierto es que la etología – o estudio de la conducta animal -nos ha mostrado que muchos procesos y características que concebíamos como exclusivos del Homo sapiens se encuentran también en otras especies.
Por eso en Ladera Sur te contamos algunos ejemplos de lo que se sabe sobre algunos animales, en su mayoría nativos del territorio y maritorio de Chile.
La vecindad del degú
Los roedores son un clásico si de especies sociales se trata, pero hay uno en particular que solo vive en Chile, cuyas peculiaridades lo han posicionado como un animal de elevado interés para la ciencia: el degú (Octodon degus). El también bautizado como “ratón cola de pincel” es una especie altamente social que vive grupalmente en madrigueras subterráneas.
Para empezar, los degús podrían catalogarse como “promiscuos” en el ámbito sexual y no exhiben elaborados rituales de cortejo. Por otro lado, no se conoce en detalle la interacción entre machos y hembras cuando no hay fines reproductivos, aunque “a pesar de la diversidad social que tienen estos animales, de grupos con varias hembras y machos, hay algunos casos en que podemos observar grupos o unidades sociales donde hay solamente un macho y una hembra. Como una pareja o dupla”, cuenta Ebensperger, quien realiza investigación de largo plazo para develar la conducta y estructura social de estos roedores, tanto en vida libre como en cautiverio.
Uno de los comportamientos que se expresa ampliamente en estos mamíferos es la cooperación.
Por ejemplo, estos herbívoros colaboran activamente para construir y mantener las madrigueras de manera comunitaria, sin importar los enlaces sanguíneos. El académico de la Universidad Católica señala que “ha habido algunas controversias sobre esto por algunos estudios, pero nosotros lo hemos analizado y seguimos encontrando que no hay sesgo, que los degús cooperan principalmente con individuos del mismo grupo, sin importar si son parientes o no”.
En ese sentido, hay otra labor que genera especial interés. Se trata de la crianza comunitaria realizada por las madres degús, en la cual no discriminan entre las crías propias y ajenas. De esa forma, abrigan, acicalan y amamantan colectivamente a todas las crías del grupo social al que pertenecen, sin hacer diferencias entre sus hijos y los de sus compañeras.
Para esa tarea, la familiaridad social entre ellas juega un rol importante. Ebensperger cuenta que, en algunos experimentos con distintos grupos de hembras, cambiaron a una de sus integrantes por otra desconocida. Cuando llegaba la hora de cuidar colectivamente a las crías, la degú que había sido rotada – y por tanto, que era la desconocida – disminuyó ostensiblemente el tiempo de cuidado de la cría ajena. Dicho en simple, cooperó menos.
“La familiaridad social es realmente importante para que todos cuiden a las mismas crías. Ese es otro elemento importante, que sugiere que los nexos o lazos sociales entre las hembras es importante al momento de cuidar comunalmente a las crías”.
Por su parte, los machos colaboran con los retoños, aunque en menor grado. No está del todo claro cómo es en la vida silvestre, aunque han observado en cautiverio que la presencia de los machos no disminuye los niveles de estrés de las madres del grupo, lo que contrasta cuando hay otras hembras presentes, las cuales sí aminoran dicho estrés, aliviando la carga maternal. En palabras de Ebensperger: “A pesar de que el macho puede ser paternal, sus consecuencias no parecen ser relevantes para la hembra”.
Perfume, azúcar y flores impostoras
Muchos conciben a los insectos como autómatas o criaturas con capacidades disminuidas, como si presentaran exclusivamente conductas innatas o predeterminadas por los genes. La entomóloga, Constanza Schapheer, subraya que eso está lejos de ser real.
Por un lado, existen varios linajes de insectos sociales, en distintos grados. Estos artrópodos han mostrado procesos sofisticados de aprendizaje, así como memoria y cognición, donde los factores ambientales también influyen de manera importante. Presentan, por lo tanto, distintas conductas, dependiendo de la especie e individuos, incluyendo algunas similares a lo que entendemos como amor y amistad.
“En general, los insectos tienen varias estrategias para llamar la atención de sus parejas, desde señales químicas, auditivas y visuales. También dan regalos, lo que en algunos casos extremos son partes del cuerpo del insecto, como sucede con la mantis cuando la hembra se come la cabeza del macho. Pueden ser cosas que recogen los machos y que entregan a las hembras, o ciertas secreciones o ‘productos glandulares’ que secretan para ellas”, explica Schapheer, quien se desempeña como investigadora del Laboratorio de Sistemática y Evolución de Plantas, en la Universidad de Chile.
En el mundo de los insectos, las señales químicas – que se traducen en fragancias o perfumes – son esenciales. También hay plantas que expelen compuestos volátiles que poseen la misma naturaleza química de las feromonas sexuales de ciertos insectos, lo que incluso ha derivado en procesos muy especializados donde especies de orquídeas- oriundas de Australia y países europeos – atraen a un insecto macho con señales sexuales fraudulentas. A eso se le llama polinización por engaño sexual (sexual deception), cuyos embaucados han sido organismos como abejas silvestres.
“Estas plantas engañan al macho. Incluso algunas tienen estructuras que se parecen a las hembras de la especie del insecto, presentando una forma similar, entonces, el macho copula con la flor, engañado, y de esa forma extrae polen, polinizando involuntariamente”, describe.
Si bien no se ha reportado ese tipo de engaño floral en Chile, hay otras conductas de interés, observadas en terreno.
Hace años que Schapheer se dedica a las cucarachas. Primero partió con las baratas comunes que deambulan por la ciudad y son catalogadas como “plaga”, las cuales corresponden a especies exóticas introducidas. Después se enfocó en las desconocidas cucarachas nativas y endémicas de Chile, pertenecientes al género Moluchia, las cuales habitan en sitios como el matorral esclerófilo.
Los machos de estas cucarachas chilenas tienen una glándula asociada al tergo, que vendría siendo como la espalda del animal, y secretan una clase de ‘jugo azucarado’ que sirve para llamar la atención de la hembra.
Aunque Schapheer especifica que faltan datos y publicaciones al respecto, añade que “por esas glándulas es posible que también salgan algunos compuestos químicos volátiles, y justo esas glándulas están debajo de las alas, entonces los machos baten las alas, probablemente llamando la atención de la hembra de dos maneras: primero, con un compuesto volátil, o sea un perfume o fragancia, y poniéndoles esta parte donde salen las secreciones azucaradas”.
Asimismo, las cucarachas chilenas son gregarias. “Coexisten en un mismo sustrato, lo que podríamos llamar su casa. Hay varias hembras que crían a las ninfas juntas. Eso también se ha observado en algunas especies de abejas, que se habla que son comunales. Ese es otro grado de socialidad, que coexisten en un mismo sustrato de nidificación, y que muchas veces puede haber una hembra que no críe tan solo a su larvita, sino también a la cría de al lado, compartiendo ciertas labores”.
Vampiros colaboradores
Los murciélagos son otros de los grandes estigmatizados en el reino animal que han mostrado conductas de interés. Una de las 14 especies que habitan en Chile es el piuchén (Desmodus rotundus), una especie que se alimenta de sangre (hematófago), principalmente de aves, ganado o lobos marinos, a los cuales inflige un pequeño corte para tal fin.
En este quiróptero se ha observado, según estudios como éste, que aquellos que están bien alimentados donan un poco de sangre a los desaventajados que no han podido nutrirse adecuadamente.
Loreto Correa explica que “los murciélagos hematófagos viven en colonias compuestas por muchísimos individuos. Cuando un murciélago no es exitoso durante el forrajeo, es decir, no logra beber sangre, cuando este retorna a la colonia, solicita que otro individuo le done alimento (regurgite sangre). Si el murciélago al que se le está pidiendo donar sangre fue exitoso, es decir logró alimentarse, este le donará alimento al que no fue exitoso. En el futuro el murciélago que fue ayudado ayudará a quien lo ayudó en el pasado, dándole alimento”.
Precisamente, este es un claro ejemplo de reciprocidad.
La travesía de los pingüinos
Los pingüinos constituyen otro caso interesante por la vida en colonias, la formación de parejas y el demandante cuidado biparental, donde tanto la madre como el padre asumen un activo rol. Mientras uno cuida al huevo o polluelo, el otro va en busca de alimento.
María José Frugone aclara que, si bien los pingüinos viven en densas colonias, la interacción que se observa entre sus miembros no tiende a ser muy fuerte, a excepción del pingüino emperador (Aptenodytes forsteri).
De partida, la especie de pingüino más grande del mundo pasa por el periodo del cortejo más largo, pudiendo durar hasta 6 semanas.
“El pingüino emperador necesita de los otros miembros de la colonia para sobrevivir durante el invierno antártico, y de su pareja para la sobrevivencia de su cría. Cuando las hembras van a alimentarse luego de poner el huevo, los machos se encargan de la incubación. En esos meses de invierno antártico, los machos forman densas agrupaciones de individuos, lo que les permite mantener la temperatura corporal y sobrevivir a la mayoría”.
Cuando la hembra regresa, busca a su pareja en medio de una multitud a través de vocalizaciones. “El encuentro es vital para la sobrevivencia del macho y la cría, ya que la hembra trae alimento para ambos; el macho puede a estas alturas llevar hasta unos 4 meses de ayuno. De esta forma, este ambiente extremo ha favorecido una cohesión social mucho mayor que la de otras especies de pingüinos y el mantenimiento de una sola pareja (monogamia) por evento reproductivo, debido a que de ello depende en gran medida la supervivencia y reproducción”.
No obstante, la científica del IEB desmitifica la creencia de que estas aves marinas mantienen la misma pareja para toda la vida. Más bien, la conservan durante la temporada reproductiva.
“Sin embargo, otras especies de pingüinos, como el pingüino macaroni que utiliza nidos para la incubación, presenta mayores niveles de fidelidad interanual con su pareja. Más aún, el éxito reproductivo pareciera ser superior en individuos que se reproducen con su pareja anterior. Los machos llegan antes que las hembras e intentan recuperar sus sitios de anidamiento anteriores y reunirse con su pareja”.
Los míos, los tuyos y los nuestros
Varias aves son reconocidas por sus sofisticados rituales de cortejo, donde el plumaje y las vocalizaciones son algunos de los elementos primordiales para el éxito reproductivo. Si bien en Chile no se encuentran plumíferos tan estrambóticos como las aves del paraíso de Nueva Guinea, tenemos al rayadito (Aphrastura spinicauda) en los bosques del sur, el cual se destaca por su monogamia social.
Rodrigo Vásquez explica que “la monogamia genética es cuando las crías son, efectivamente, de la pareja. En cambio, la monogamia social es cuando hay un macho y una hembra que se encargan de un nido, aunque el macho no sea el padre de todas las crías”.
El profesor de la Universidad de Chile agrega que esto no ocurre con alta probabilidad, aunque es factible encontrar en nidos un pollo que no es hijo biológico del macho que lo cría.
Para desentrañarlo, los investigadores monitorean a estos paseriformes utilizando casas anideras y anillado para la identificación de los individuos.
“Recuerdo un caso extremo en el que ningún pollo era del macho que cuidaba el nido, o mejor dicho, del papá adoptivo”, cuenta el académico, en referencia a un caso que vio en Magallanes.
Hasta donde sabemos, el rayadito nunca se entera.
Alianza cetácea
También hay ejemplos notables de cooperación en mamíferos marinos que surcan los mares chilenos.
Uno de ellos es el delfín nariz de botella (Tursiops truncatus). Correa detalla: “Es sabido que los machos de los delfines nariz de botella forman alianzas de dos o tres individuos, las cuales pueden duran hasta 30 años. Estas alianzas tienen por objetivo, incrementar el éxito reproductivo de cada uno de los machos, sin embargo, los integrantes de una alianza se defienden unos con otros, de otras alianzas, o colaboran en la defensa del grupo cuando están expuestos a depredadores”.
Por otra parte, la profesora de la Universidad Mayor cuenta que las orcas (Orcinus orca), el calderón de aleta corta (Globicephala macrorhynchus) y el calderón de aleta larga (Globicephala melas) realizan un cuidado parental tan extenso y dedicado que es comparable con el ejercido por el ser humano.
“En las orcas se sabe que los integrantes de un pod (grupo social más inclusivo de las orcas), colaboran durante el forrajeo, pero también se sabe que ese pod está compuesto por la madre y sus hijos machos y hembras que permanecen junto a ella durante toda la vida, es decir, son una familia por línea materna. En esta familia, la madre cuida de sus hijos hasta el último día de su vida, incluso cuando sus hijos ya son adultos de 50 años. Se sabe que la madre orca ayuda a sus hijos cuando cazan, incrementando el éxito de la cacería, pero que también interviene cuando los machos se enfrentan agresivamente con otros machos. Es decir, la madre orca asiste a sus hijos, especialmente al macho, aun cuando son adultos. Esta asistencia incrementa significativamente la probabilidad de sobrevivir de los hijos”.