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Del vivero al escenario: Mónica Musalem lleva la voz de la flora nativa al Festival Ladera Sur 2025
Desde hace casi tres décadas, Mónica Musalem impulsa un cambio profundo en la forma de mirar el paisaje chileno. A través del vivero Pumahuida, ha dedicado su vida a propagar flora nativa y a demostrar que conservar también es una manera de crear belleza. Su trabajo ha inspirado a paisajistas, investigadores y amantes de la naturaleza a reconectar con el territorio, reconociendo en cada especie local una historia de adaptación y equilibrio. Hoy, su legado florece más vivo que nunca, recordándonos que cuidar la tierra también es una forma de pertenecer a ella. Por eso, no te pierdas su participación en el Festival Ladera Sur 2025, el próximo 29 de noviembre.
En el mundo natural, nada ocurre al azar. Cada planta, cada insecto y cada ave cumple un rol esencial dentro del equilibrio de los ecosistemas. Entre ellos, las plantas nativas ocupan un lugar privilegiado, ya que son las que mejor comprenden el territorio que habitan. Adaptadas durante siglos a sus condiciones climáticas, suelos y ritmos naturales, no solo embellecen el paisaje, sino que lo sostienen y regeneran.
A través de sus raíces, estabilizan el suelo y retienen humedad. Sus flores alimentan a los polinizadores, y sus frutos dan sustento a aves e insectos locales. Son parte de una red invisible que permite que los ecosistemas prosperen. Sin embargo, en muchas ciudades de Chile, estas especies han sido desplazadas por plantas ornamentales exóticas que, aunque vistosas, demandan más agua, fertilizantes y cuidados, y ofrecen poco o ningún beneficio a la fauna nativa.
Frente a ese desequilibrio, Mónica Musalem decidió actuar. Ingeniera agrónoma y paisajista, fundó en 1996 el Vivero Pumahuida, en la comuna de Huechuraba, con una visión que en ese entonces parecía adelantada a su tiempo: promover el uso de flora nativa chilena en jardines, parques y proyectos de restauración ecológica. Su idea era sencilla, pero profunda.

«Lo que me movió en el fondo era lograr que los parques, los jardines públicos y privados de Chile, así como las plazas de cada una de las ciudades, trabajaran con la propia flora de su zona y que así se recreara un poco la identidad del paisaje del lugar. Yo al principio me dediqué a orientar el mercado de plantas nativas ornamentales, porque me había metido en el tema del paisaje en el postítulo, en arquitectura del paisaje. Entonces, el sueño era producir plantas bonitas, grandes, para que así, como se compraban plantas exóticas ornamentales, se pudieran conseguir especies nativas del mismo nivel de calidad. Así nació el sueño y ha sido un camino muy lindo de recorrer. Estoy muy agradecida de la vida, muy agradecida de la gente que me ha acompañado en este camino, que me ha apoyado, que ha caminado conmigo, y de toda la naturaleza que también ha estado ahí guiándome siempre», menciona Mónica.
«Actualmente, estamos produciendo más de 235 especies nativas, entre árboles, arbustos de distintos tamaños, hierbas nativas, herbáceas, bromeliáceas, suculentas, pastos ornamentales, o sea, hay una gran diversidad de especies. No solo estamos produciendo para proyectos de paisajismo, sino que también para proyectos de restauración ecológica, corredores biológicos, bandas florales, para atraer insectos benéficos y polinizadores, para darles refugio, darles nicho. Tenemos distintas líneas de producción, y una línea para proyectos de conservación ex situ, que ahí hay que trabajar con mucha precisión en términos de la trazabilidad, el origen y que la genética que estamos propagando sea representativa de las poblaciones que queremos proteger», agrega.

Desde entonces, el vivero se ha transformado en un referente nacional en propagación y cultivo de plantas autóctonas. Con un equipo multidisciplinario compuesto por agrónomos, técnicos y especialistas, Pumahuida no solo produce más de 200 especies nativas, sino que también genera conocimiento, investigación aplicada y asesoría para quienes buscan incorporar vegetación local en sus proyectos. Se trata de un espacio educativo, donde estudiantes, universidades y amantes de la botánica acuden para aprender sobre conservación y diseño con flora nativa.
«El vivero nunca ha querido vender plantas. El vivero lo que ha querido es vender una actitud de mirar con otros ojos nuestra flora, para acercarnos a nuestra naturaleza, a nuestro paisaje, a nuestro ecosistema. Lo que yo quisiera, espero y sueño, es que cada uno de nosotros, como chilenos, valoremos eso y queramos cuidar nuestra naturaleza, así como todo lo que la rodea, y las otras formas de biodiversidad también. Así podemos cuidar este mundo para los que vendrán, para los del futuro. Nosotros no vinimos a este mundo solo para recibir y a ser felices. También vinimos a servir y a cuidar», sentencia Mónica.


«Siempre digo que cultivar es una forma en que cada uno puede aportar a la conservación de nuestra flora y a ponerla en valor. Ya cultivando una Ochagavia en tu balcón estás contribuyendo a que la gente la conozca, la valore, a cuidarla, a saber cómo se comporta. Eso nos va a llevar a cosas mayores, a querer cuidar donde vive, a querer cuidar nuestro territorio, nuestro ecosistema», añade.
En este sentido, uno de los aspectos más innovadores del vivero es la clasificación de las especies según sus condiciones agroecológicas de cultivo —es decir, considerando factores como el tipo de suelo, el clima, la exposición solar o la resistencia a la sequía y la salinidad—. Este sistema permite a las personas a identificar fácilmente qué especies se adaptan mejor a su entorno, y comprender que el paisajismo sustentable comienza por entender la ecología del lugar.
Del mismo modo, el trabajo de domesticación de especies ha sido clave en esta labor. A partir de especies originarias de las zonas norte y centro de Chile, Mónica y su equipo han incorporado árboles, arbustos, herbáceas y cubresuelos que permiten diseñar jardines más diversos y ecosistémicos, donde cada capa de vegetación cumple una función ecológica y estética.



«El foco para ir definiendo qué especies vamos a producir está en, por ejemplo, cuáles son las especies amenazadas de distintas partes de Chile, las especies con alto endemismo, así como aquellas que poseen valor ornamental o valor ecológico, porque son muy atractivas para determinados insectos benéficos o avifauna, y también especies que tienen otras funciones, como es el caso de aquellas que son buenas para contener taludes y erosión», señala Mónica.
De esta manera, su aporte ha trascendido los límites del vivero. Mónica Musalem es cofundadora del Congreso Bienal de Flora Nativa de Chile y de la Asociación Chilena de Profesionales del Paisaje, además de colaborar con instituciones de investigación en proyectos de restauración y corredores biológicos. Desde Atacama hasta la Patagonia, ha participado en iniciativas que integran la biodiversidad al territorio urbano y rural, ayudando a que las plantas autóctonas vuelvan a ocupar el espacio que les corresponde.


«Yo estoy profundamente sorprendida, esperanzada y agradecida de cómo ha cambiado todo. Yo nunca pensé que iba a llegar a un momento como este. Hay gente que me dice que todavía es poco, pero es que si hubieran conocido como era hace 29 años, cuando yo empecé con el vivero en el año 96, de verdad que es un regalo y una sorpresa. En esa época había muy poca información sobre flora nativa, los investigadores que hacían investigación en flora nativa estaban encerrados en las universidades. Solo la Adriana Hoffmann había hecho un camino muy lindo de acercar la flora nativa a la gente, porque había sacado una colección de libros con el Mercurio, de la flora de distintas zonas», recuerda Mónica.
«Después vino toda la cosa maravillosa que hizo la señora Paulina Riedemann, que hizo clases en Inacap y formó a varias generaciones en flora nativa. Luego formamos el comité editorial, del que yo soy parte, para sacar la colección de libros de la señora Paulina, que ha sido todo un éxito, y también fue otro puente que se estableció entre la naturaleza y la gente. Así todas estas pequeñas acciones fueron ayudando a que la gente empezara a valorar nuestra flora, sumándose la producción de flora en el vivero, la participación en ferias, el llevar nuestro stand del vivero Pumahuida, y participar en seminarios. Siempre dispuestos a mostrar, a compartir, a difundir», añade.
Por todo lo anterior, su trayectoria fue reconocida internacionalmente en 2024, cuando la Royal Horticultural Society del Reino Unido le otorgó la Medalla Conmemorativa Veitch, un galardón histórico que distingue contribuciones sobresalientes a la ciencia y práctica de la horticultura. Mónica se convirtió así en la primera chilena en recibir este reconocimiento, uniéndose a una lista de figuras que han marcado hitos en el ámbito botánico mundial.
La distinción, además de destacar su trabajo, simboliza un cambio de paradigma: desde Chile, un país con una flora única y muchas veces desconocida, se están gestando modelos de conservación y diseño sustentable que dialogan con el mundo. El Vivero Pumahuida es prueba de ello: un laboratorio vivo donde la ciencia, la estética y la conciencia ambiental se entrelazan.
«Es tan especial la historia de cómo se gestó la semilla y el sueño de hacer Pumahuida, que yo siento que fue como que la vida misma me fue llevando, aunque parezca medio loco. Sentí que era lo que yo tenía que hacer, desde el lugar donde yo tenía la oportunidad de aportar algo que contribuyera a un mundo mejor, a una sociedad mejor. Dejar algo que diera sentido a que la Mónica hubiera existido», señala Mónica.
«Yo nunca lo pensé, nunca lo planifiqué, nunca fue decir allá quiero llegar y en tanto quiero hacer esto, me dejé fluir. Me tiré a las aguas de un río amable, un río tranquilo, que me fue llevando y yo me dejé guiar hacia donde el río quisiera, porque fueron sincronías que se fueron dando. En esa época trabajaba con cultivo, con hortalizas para congelado, para deshidratado. De repente, terminé la cosecha, que generalmente terminaba para la época de Pascua y cerraba el ciclo, y dije: “Pucha, han pasado varios años desde que me recibí, desde que estoy en esto, me ha ido bien y lo agradezco, pero siento que no me llena”. Sentía un ruido interno, yo quería otra cosa, quería algo que no estuviera tan centrado en mí misma, en un beneficio solo para mí y para la gente que trabajaba conmigo. Yo quería algo más grande, yo soñaba con hacer un aporte mayor», agrega.


Tres décadas después, ese sueño sigue creciendo y conectando a nuevas generaciones con la flora chilena. Por eso, este 29 de noviembre, Mónica Musalem participará en el Festival Ladera Sur 2025, donde compartirá su experiencia en conservación y propagación de especies nativas. Su historia —forjada entre raíces, semillas y paisajes— inspira a mirar el territorio con otros ojos y a entender que cada planta puede ser un puente hacia un futuro más equilibrado.
«Ladera Sur ha hecho un trabajo increíble, porque ha comunicado, ha mostrado, ha llegado a tantas redes, a tanta gente, dándonos a conocer, abriéndonos los ojos para reconocer lo maravillosa que es la naturaleza y cómo somos uno con la naturaleza, y que nuestra vida depende de la naturaleza también», asegura emocionada.


Equipo LS

